“¿Dónde
quieres ir primero?” preguntó Alpin cuando Mari volvió al castañar, girando la
cabeza antes de entrar para dar una última mirada de odio al palacio por encima
de su hombro. “¿Te gustaría ver a los hijos de Mari o prefieres ir directamente
a ver a Pedrito?”
“Prefiero
volver a casa,” dije yo. “Y eso es algo muy triste, considerando que ni
siquiera tengo un verdadero hogar. Pero supongo que debería comprender que está
sucediendo aquí antes de hablar con Pedrito, porque algo me dice que él no me
lo va a decir.”
“Creo
que esa es la respuesta correcta a mi pregunta,” dijo Alpin. “Así que te
enseñaré los campos de girasoles. Eso debería darte una idea. Pero no debemos
hacernos visibles en ningún momento. Esto es indiscutible, Arley. Nada de
manifestarse. No importa lo que veas, no debes dejar que te vean. O podría ser
la última vez que veas algo.”
“¿Por
qué no me dices de una vez que diantres está pasando aquí? Me parece que lo
sabes muy bien.”
“Es
más fácil explicártelo conforme lo vayas viendo,” replicó Alpin. “Sí, explicaré
lo que vayas viendo. Y ni se te ocurra respirar el aire de estos mortales. El
adjetivo que le va es mortífero.”
Así
que el aire estaba envenenado allí. Cuando las hadas somos invisibles para los
mortales, no estamos del todo físicamente presentes. Estamos en nuestro propio
mundo a la vez que en el mundo de los mortales. Hay una especie de círculo
mágico a nuestro alrededor que nos mantiene en nuestro ambiente, una especie de
cilindro. Pero no voy a entrar en detalles ahora sobe cómo funciona eso. Sólo
voy a decir que el aire que respiramos dentro del cilindro es nuestro.
Alpin
me dijo hacia donde debía avanzar y yo seguí sus instrucciones. Nos movimos a
un lado de la estatua cegadora y rodeamos el palacio de Pedrito por ese lado
sin acercarnos demasiado y sin parar para contemplarlo. Cuando nos situamos
detrás del gran parque que había detrás, nunca entrando y siempre rodeando los
muros de mármol que lo mantenían cerrado, divisé lo que parecía ser una vista
sin fin. Se trataba de un interminable campo de girasoles. El sol se estaba
poniendo en un horizonte tan lejano que mareaba mirarlo. Los pétalos amarillos
de las flores con sus tallos de nueve pies de altura se volvían rosados contra
el cielo de un rojo subido. Podría haber sido una vista preciosa de contemplar.
Lo sería si yo hubiese estado de humor para disfrutar del paisaje. Pero estaba
en tensión y receloso y quizás por eso no tardé en ver unas sombras oscuras
que parecían flotar entre aquellos altos tallos de flores. Aquello se asemejaba
a hileras de hormigas marchando entre filas de margaritas.
“¿Son
lo que creo que son?” le pregunté a Alpin. “¿Se trata de personas? Ahí, entre
las flores.”
Estaba
pensando que Pedrito tenía algún ejercito, o que un ejercito enemigo avanzaba
contra su castillo. Alpin no tardó en explicarme que se trataba de otra cosa.
“Si
crees que se trata de un ejército, te equivocas. Pedrito tiene un ejército, sí.
Pero no es eso que ves. Eso es una enorme cuadrilla de trabajadores. No están
realmente avanzando. Están meciéndose con el viento porque el sol va a caer y
su jornada ha terminado. No tienen que volver a sus chozas, que ya ni existen. Están haciendo algo
parecido a descansar ahí mismo. La verdad es que no necesitan dormir. Se pasan
la noche ahí de pie, meciéndose como las plantas que mueve el viento, esperando
que el sol reaparezca para volver a ponerse a trabajar. Llueva o brille el sol, eso hacen siempre. Se mecen de noche para que
Pedrito pueda decir que él es muy bueno con su pueblo y les da la noche libre.
Si pudieses ver más allá de esas flores tan altas, verías tallos decapitados y
marrones que se secan, y en la tierra cabezas de girasoles despojadas de sus
semillas. Este campo está medio cosechado. Cuando lo esté del todo, los
trabajadores se mudarán a otro.”
Yo
no sabía cuál de las muchas preguntas que quería hacer debía hacer primero.
“¿Por
qué no duermen? ¿Comen?”
“Primero
pregúntame por qué existen estos campos.”
“¿Por
qué estos campos?”
“Pedrito
tiene que alimentar a sus hijos.”
“Querrás
decir a su pueblo. Pedrito pensaba en los demás como responsabilidad suya, si
recuerdo bien. ¿Esta gente cosecha las semillas y luego se las come?”
“Sí
que piensa en los demás como en algo suyo. Más como su propiedad que como su
responsabilidad. Pero no. Cuando hablo de sus hijos me refiero a una multitud
de malnacidos que la mujer de Pedrito ha creado en su laboratorio. La Doctora
Viruta Pocuscocus no tiene un hijo cada nueve meses como la pobre Mari. Tiene
tantos como los insectos siempre que la apetece tenerlos. Todos los que
necesite. Estas criaturas tienen algo de Pedrito y algo de Viruta y algo de si
mismas. Sólo se alimentan de pipas de girasol. Estas les dan la energía que
necesitan para volar y escupir. Escupen las cáscaras de las pipas y escupen
también un veneno suyo personal. Eso contribuye a viciar el aire, aunque sólo
es parte de su toxicidad. Si los papapipas apuntan a tus ojos y aciertan, te
vuelves ciego. Si ingieres este veneno por la boca o la nariz, lo más probable
es que mueras. Pero matar no es el único propósito de Viruta. Cuando estás tumbado en el suelo
muerto o lo inmediatamente anterior, ella se acerca como la alimaña maligna que
es y con una lata semejante a las de TNT te rocía con un preparado que hace que
te levantes como un zombi y eso es lo que tú eres. Ella te dice que sigas al
líder de los zombis y hagas lo que hacen los demás, y tú lo haces, y ahí tiene
ella a su mano de obra, trabajando para alimentar a los hijos de Pedrito, que
trabajan a su vez para mantenerle en el poder. Por cierto, el líder de los
zombis es una máquina, un robot que ha fabricado. No es un humano zombificado.
Yo
no me podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo había llegado Pedrito a esto?
“¿Pedrito
lo sabe?” pregunté. “¿Por qué no está aquí fuera intentando ser amable con
alguna u otra de estas criaturas desgraciadas?”
“Cree
que necesita un ejército para ahuyentar a sus enemigos.”
“¿Y
sus enemigos son?”
“Cualquiera.
¿No lo serías tú? Sobre todo cualquiera que intente enseñarle a respetar las
libertades civiles. Gentes de otros lugares, ahora que ha reducido este. Está
convencido de que cualquiera que él no ha reducido es salvaje y que el fin de
reducirles justifica cualquier medio empleado para lograrlo. Así que tiene cada
vez más hijos. Hijos varones todos ellos. Para que compitan con los hijos de
otros y los aplasten. No necesita hijas porque Viruta puede darle tantos
guerreritos como necesite.”
“¿Y
la gente local?”
“Estás
viendo a los que no han emigrado meciéndose en el viento. No les necesita para
otra cosa que no sea trabajar en sus campos, porque piensa que son malos e
ingratos y que no le valoran. Eso no impide que piense que les está cuidando
con esmero, porque está convencido de que los que están en sus campos están
mejor que cualquiera en cualquier otra parte. Viruta le ha dado hijos y él cree
que esas criaturas le adoran. Es fácil para él alimentar a los papapipas, que
nunca se han quejado del trato que reciben. No piden más que pipas que masticar
y cáscaras que escupir. Por supuesto que no puede tener conversaciones
conmovedoras con ellos, de esas de padre e hijo, pero como nunca ha escuchado a
nadie, y sólo les dice a los demás lo que hacer, no sabe lo que se está
perdiendo. En realidad, ni siquiera tiene que decirles a los papapipas lo que
hacer porque Viruta les ha creado para no hacer nada más que lo que hacen, que
es contaminar este lugar para que nadie se acerque por aquí. Sus enemigos saben
que es mejor ni intentar invadir esto. La principal preocupación de los lugares
colindantes es evitar que el aire viciado invada su espacio y contamine el
suyo. Y aquí no vienen ni ladrones para birlar los plátanos azules o las pipas
de girasol para vender eso en otra parte. Saben que caerían fulminados y serían
zombificados. Pedrito está muy orgulloso de esto. Presume de haber erradicado
el crimen y ni por un minuto piensa que él es el criminal local. Cuando esté
listo, querrá tener más hijos y los enviará a tomar tierras ajenas. Molestará a
sus enemigos en sus casas. Invadirles, sí, eso hará. Sí, se convertirá en un
expansionista. Pero tú…tú tendrás que utilizar una máscara de gas o algo
parecido si vas a tratar con Botepimienta en su territorio.”
“¡Ay, no! ¡No me digas que el veneno
también nos afecta a nosotros!”
“Pues
muy probablemente. No hay hadas danzando entre esos girasoles, ¿verdad? Claro
que se trata de campos de humanos, pero ya sabes que algunas hadas siguen revoloteando
por esos lugares y que algunas se desmayan cuando los mortales echan pesticidas.
Aquí no se ve nadie como nosotros. Creo que huyeron. Espero que lo hayan
logrado.”
“¿Me
estás escondiendo algo? ¿Realmente se han ido? ¿No estarán zombificadas esas
hadas o algo peor?”
“Está
bien. Te lo contaré. Me consta que algunas se fueron cuando un par de ellas se
quedaron ciegas. Las más curiosas, que se acercaron a los papapipas para
estudiarlos mejor, recibieron un escupitajo en los ojos y las demás tuvieron
que arrastrarlas a nuestro terreno.” Alpin cerró su ojito, carcomido como por
moho y un gusano, para poder ver mejor y añadió, “Estoy leyendo labios y
alguien está diciendo que fue dificilísimo curar a los afectados. Todavía están
conmocionados.”
“¿Qué
clase de oportunidad tengo yo entonces?”
“¡Ojalá
lo supiese!”
“Entonces,
lo primero que necesito, aparte de un amigo mejor que no me meta en líos, es,
efectivamente, algún tipo de máscara.”
La
manzanita que era Alpin se meció para adelante y para atrás, que es su manera
de asentir como hacemos con la cabeza.
“Y
yo también,” dijo la manzana, “porque voy a acompañarte. Y lo único que
necesito para sentirme totalmente anulado es quedarme ciego de mi único ojito.”
“A
ver si me aclaro. Aquí ya no hay nada más que campos de girasoles y platanares. Pedrito tiene una mujer que le está ayudando a hacer cosas de dictador loco peligroso. Se llama Viruta y tiene un laboratorio. Ha fabricado monstruos que vician el aire. Háblame de ella. Hay
que conocer al enemigo.”
“Es
una criminal en busca y captura. No tengo ni idea de cómo ha llegado a juntarse
con Pedrito, pues eso ocurrió antes de que Mari me invocase. No suelo poder ver
el pasado, sólo lo que recuerdo haber visto. Sé que la he visto en un cartel de
esos de se busca. Carteles de mortales. Parece ser que es una especie de
científica loca que intentó resucitar a un monstruo. No sé de qué clase, pero
no puede ser nada bueno. Huyó de los que la persiguen y encontró refugio en el
palacio de Botepimienta. No diré que encontró asilo. En un asilo tipo manicomio
deberían estar los dos. Bueno, pues son más como aliados que como amantes. En
realidad, yo creo que ni eso. No saben lo que es el amor. Lo que son es dos
enfermos que se retroalimentan. Cuando les veo juntos tengo la sensación de ver
dos espejos colocados uno frente al otro. El reflejo que hay en uno se mueve y
el del otro reacciona y viceversa. Los monstruos que ella está fabricando
ahora, los papapipas, son pan comido para esa bruta. No sé en qué está
pensando. Es muy hermética. Pero esto no puede ser suficiente para alguien como
ella. Hará algo peor.”
“Hay
que actuar antes de que se anime. Mira, Alpin, voy a hacerte la pregunta más
importante que te puedo hacer ahora mismo. Y será mejor que me des una buena
respuesta. ¿Dónde demonios está el Sheriff del Bosque Sherbanano? No me digas
que está en ese campo. No lo podré soportar.”
“Pues
no tengo que decir eso porque la verdad es que no está ahí. Pero preferiría enseñar
en lugar de contar. Puedo llevarte ante él, pero necesitamos esas máscaras o
yelmos o lo que sean, Arley.”
“¿Deberíamos
probar en el nido de Urraca?” pregunté yo. “Tiene toda clase de cosas
relacionadas con hechos violentos y calamidades. Puede que tenga algo que nos
sirva. O podría buscar entre las colecciones de objetos mágicos de Mamá y Papá.
Quizás encuentre algo que nos pueda ser útil.”
Alpin
dijo que no. No íbamos a meter a la liante de Urraca en esto, que bien
peligrosa era. Y en este caso no era necesario. Él ya había revisado lo que ella
tenía en su tienda. Y en cuanto a mis padres, era mejor no involucrarles en
esta aventura. Al menos por ahora. Él había hecho unas averiguaciones
preparatorias antes de decidir embarcarse en esta misión. Sabía exactamente lo
que teníamos que adquirir antes de pulular por los campos de girasoles o el
palacio de Pedrito. Y sabía dónde lo podíamos encontrar.
“Lo
que estás necesitando,” dijo, no sin orgullo, “es la fabulosa Máscara de Falguniben.”
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