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martes, 18 de enero de 2022

165. La Máscara de Falguniben

165. L a Máscara de Falguniben

Falguniben resultó ser una mujer medio trol. Su madre era una señorita humana de la India que llegó hasta un pantano escandinavo en busca de, por increíble que parezca, una vida mejor. Y acabó casada con un trol. Tuvieron una hija a la que ella llamó Falgun, que es un mes primaveral del calendario Hindú, porque su niña había nacido en primavera. El padre, por su parte, llamó a la niña Iben, porque su abuela paterna era la Señora de Maderanegra, e Iben significa más o menos eso, madera negra. El trol era el mayor de los tres hijos de esta señora y eso le convirtió en rey del pantano que habitaba. Pronto todo el mundo se hartó de tener que decidir cuándo y ante quién llamar a la niña Falgun o Iben y empezaron a llamarla Falguniben. La niña estaba conforme con eso, y se llamaba a si misma eso, Falguniben. En cuanto a su madre, la señorita de la India que antes de casarse era una humana corriente, pues ahora tenía contactos mágicos y gracias a ellos encontró una vida todavía mejor en la India, a la que regresó en cuanto rompió con el rey del pantano. Su nuevo marido era el sobrino favorito de un armero mágico. Ella adquirió este nuevo marido cuando su hijita desarrolló un problema de salud al poco de nacer. Aunque la niña era físicamente más parecida a su padre que a su madre, tenía dificultades para respirar bien en el pantano. El rey del pantano, de nombre Canuto, que significa Nudo, y al que llamaron así porque desde que nació no hacía más que liar y embrollar todo, intentó solucionar el problema respiratorio de su niña contratando al mencionado armero hindú. Era este mago más que artesano artista de gran renombre en el mundo de los magos armeros, y creo para la pequeña Falguniben una especie de yelmo que crecía o se encogía para ajustarse a la talla de la cabeza de cualquiera que se lo pusiese. Lo describiré más adelante con más detalle, pero de momento diré que Falguniben pudo respirar con normalidad en cuanto se lo colocó, y no se lo volvió a quitar más. Lo llevaba siempre puesto cuando estaba en el pantano, que era siempre, y se convirtió en parte de su identidad. Mientras el armero estaba fabricando esta máscara, tuvo una conversación en su idioma con la madre de Falguniben, y la preguntó por qué se había casado con un asqueroso extranjero cuando él tenía en la India un sobrino estupendo que estaría encantado de hacerla su esposa. A la señora le gustó esta propuesta y cuando llegó la hora de pagar al armero y Canuto le preguntó que quería en pago por el yelmo, el mago contestó que quería llevarse a la madre de Falguniben. A Canuto no le hizo gracia que le pidiesen a su esposa, pero como la verdad era que estaba hasta las narices de ella, pues embrollaba todavía más que él, decidió preguntar a Falguniben que debía hacer. La niña dijo que su madre podía irse a donde quisiera, pero que ella quería quedarse al ladito de su papi, al que idolatraba. Y eso fue lo que pasó.

Cuando Alpin me contó la historia esta, yo me sentí fatal, pues la idea de arrastrar mis alergias a un pantano de aire tóxico, luchar contra el rey de la ciénaga y arrancarle la máscara a su hija que podría morirse delante de mis narices al hacer yo eso, me horrorizaba. Esto no es la clase de cosa que me divierte hacer ni en un mal día. Pero Alpin me dijo que no iba a hacer falta nada de eso. Sólo estábamos a dos personas de Falguniben, y la primera de estas era Don Alonso. Era a él a quien tendríamos que recurrir para conseguir la máscara.

Yo no había visto al Señor Quijano en años, pero claro, eso no es nada entre gente como nosotros. Le encontramos sentado en su patio junto a Nauta y Michael y los gatos del Pozo de la Gorgona. Michael ya no necesitaba enseñarle inglés, pues Don Alonso lo dominaba y hablaba tan bien que Shakespeare le hubiese contratado en su teatro para hacer del Rey Lear. Pero se reunían por las tardes porque habían creado una especie de club del libro con tertulia. Estos tres señores y los gatos leían juntos y luego comentaban lo que habían leído. Y Doña Estrella siempre les servía chocolate caliente con picatostes, o bambas, o algún otro manjar. Y debo decir que alguno de estos señores no dudaba en animar el chocolate añadiéndole algo de brandy.

Me sentí muy contento cuando vi que mis amigos me habían echado mucho de menos, pero me volví a poner nervioso cuando Don Alonso se alteró un montón al enterarse de la historia de Mari. Estaba empeñado en partir de inmediato para atacar a Botepimienta y hacer que mordiese el polvo. Afortunadamente Michael pudo tranquilizarlo. Lo primero es lo primero, dijo Michael. Y lo primero era contactar con el armero, que le debía un par de favores a Don Alonso.

Seguimos a Don Alonso a su estudio, donde guardaba en una vitrina sus propios tesoros mágicos. Entre ellos reconocí en una balda el cofrecito que contenía la escritura que otorgaba a Don Quijote la cueva en Isla Manzana que las nueves reinas le habían regalado. Pero fue otra cajita la que retiró de la balda. Abrió esta caja y expresó su satisfacción al ver que seguía dentro lo que guardaba allí. Se trataba de un trozo de cuerda tan corto y tan fino como el dedo meñique de su mano izquierda. “¡Vive, cuerda viva, entrega mi misiva!” exclamó, y lanzó el trocito de cuerda al aire. Esta no cumplió la ley de la gravedad. En vez empezó a crecer, volviéndose larga y gruesa cual buena soga. Y entonces apareció en su extremo superior un hombre ataviado con un turbante verde con un rubí y una pluma muy vistosa. El hombre se deslizó por la cuerda y saludó a Don Alonso, que nos lo presentó. Era el mismísimo artífice de la máscara de Falguniben. Y ahora voy a describir esa máscara y eso explicará por qué a Don Alonso se le debían favores.

La parte de arriba de la máscara de Falguniben es muy parecida a un yelmo sikh. Está decorada con una serpiente que tiene al final de su cola no un cascabel sino una especie de trompetita que a primera vista parece un sujetador de plumas. Pero cuando se cuela aire por la trompeta, es inmediatamente expulsado por un algo de voz misteriosa que trona “¡Larga vida a la Señora Falguniben y a su padre el rey de la ciénaga!” Como Falguniben podía vivir con esos gritos, pues yo no lo entendía, pero pensé  que quizás no los oía al llevar el yelmo puesto. La parte de en medio de la máscara es de cristal de roca macizo y pulido para ser muy transparente y es por ahí por donde el que lleva la máscara consigue ver lo que le rodea. La parte de abajo tapa parte de la nariz, toda la boca y llega hasta los hombros. La máscara tiene un chamail de malla de oro trenzado. De hecho la máscara está hecha enteramente de oro, salvo por el cristal de roca y unas virutas de metal procedentes del yelmo de Don Quijote. Por lo visto, Don Quijote había dado con un auténtico tesoro mágico al dar con la bacía de su barbero. Pero había errado al confundirlo con el yelmo del guerrero gigante Mambrino. La bacía había pertenecido a un curandero hindú de fama legendaria, cuya historia es interesantísima e interminable, pero no tengo tiempo para repetirla ahora aquí.  Y metal de esa bacía era exactamente lo que necesitaba el armero para hacer funcionar la máscara de Falguniben. El caso es que el armero buscó y encontró a Don Alonso y le pidió que le regalase un par de virutas de metal de la bacía. Don Alonso le autorizó a llevarse lo que quisiera, porque siempre estaba dispuesto a ayudar a damas en apuros y eso es lo que era la pequeña Falguniben de la Ciénaga por aquel entonces. Por el presente y para ser breve, diré que el armero contacto con Falguniben que nos concedió audiencia y cedió a prestarnos su máscara mientras ella hacía un viaje a la India a ver a su familia de allí. Sólo el rey Canuto estaba disgustado con este arreglo. Su hija jamás había dejado su lado antes. Pero hicimos lo necesario para evitar que embrollase este asunto. Sabíamos que tendríamos que trabajar con mucha rapidez, pues Falguniben no pensaba quedarse mucho tiempo fuera de casa.

Arriba podéis ver una imagen de Falguniben sin su máscara, por si os estáis preguntando que aspecto tenía, como lo hacían todos los que la conocían, pues no se la había visto sin máscara desde que cumplió los cinco años. Eso que parecen caracoles son efectivamente una tiara hecha de conchas de caracoles. Su pelo es lo azul y blanco.  En el próximo capítulo, si todo va bien, podréis ver una imagen de la máscara. Yo la llevaré puesta.

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