165.
L a Máscara de Falguniben
Falguniben
resultó ser una mujer medio trol. Su madre era una señorita humana de la India
que llegó hasta un pantano escandinavo en busca de, por increíble que parezca,
una vida mejor. Y acabó casada con un trol. Tuvieron una hija a la que ella
llamó Falgun, que es un mes primaveral del calendario Hindú, porque su niña
había nacido en primavera. El padre, por su parte, llamó a la niña Iben, porque
su abuela paterna era la Señora de Maderanegra, e Iben significa más o menos
eso, madera negra. El trol era el mayor de los tres hijos de esta señora y eso
le convirtió en rey del pantano que habitaba. Pronto todo el mundo se hartó de
tener que decidir cuándo y ante quién llamar a la niña Falgun o Iben y
empezaron a llamarla Falguniben. La niña estaba conforme con eso, y se llamaba
a si misma eso, Falguniben. En cuanto a su madre, la señorita de la India que
antes de casarse era una humana corriente, pues ahora tenía contactos mágicos y
gracias a ellos encontró una vida todavía mejor en la India, a la que regresó
en cuanto rompió con el rey del pantano. Su nuevo marido era el sobrino
favorito de un armero mágico. Ella adquirió este nuevo marido cuando su hijita
desarrolló un problema de salud al poco de nacer. Aunque la niña era
físicamente más parecida a su padre que a su madre, tenía dificultades para
respirar bien en el pantano. El rey del pantano, de nombre Canuto, que
significa Nudo, y al que llamaron así porque desde que nació no hacía más que
liar y embrollar todo, intentó solucionar el problema respiratorio de su niña
contratando al mencionado armero hindú. Era este mago más que artesano artista
de gran renombre en el mundo de los magos armeros, y creo para la pequeña
Falguniben una especie de yelmo que crecía o se encogía para ajustarse a la
talla de la cabeza de cualquiera que se lo pusiese. Lo describiré más adelante
con más detalle, pero de momento diré que Falguniben pudo respirar con
normalidad en cuanto se lo colocó, y no se lo volvió a quitar más. Lo llevaba
siempre puesto cuando estaba en el pantano, que era siempre, y se convirtió en
parte de su identidad. Mientras el armero estaba fabricando esta máscara, tuvo
una conversación en su idioma con la madre de Falguniben, y la preguntó por qué
se había casado con un asqueroso extranjero cuando él tenía en la India un
sobrino estupendo que estaría encantado de hacerla su esposa. A la señora le
gustó esta propuesta y cuando llegó la hora de pagar al armero y Canuto le
preguntó que quería en pago por el yelmo, el mago contestó que quería llevarse
a la madre de Falguniben. A Canuto no le hizo gracia que le pidiesen a su
esposa, pero como la verdad era que estaba hasta las narices de ella, pues
embrollaba todavía más que él, decidió preguntar a Falguniben que debía hacer.
La niña dijo que su madre podía irse a donde quisiera, pero que ella quería
quedarse al ladito de su papi, al que idolatraba. Y eso fue lo que pasó.
Cuando
Alpin me contó la historia esta, yo me sentí fatal, pues la idea de arrastrar
mis alergias a un pantano de aire tóxico, luchar contra el rey de la ciénaga y
arrancarle la máscara a su hija que podría morirse delante de mis narices al
hacer yo eso, me horrorizaba. Esto no es la clase de cosa que me divierte hacer
ni en un mal día. Pero Alpin me dijo que no iba a hacer falta nada de eso. Sólo
estábamos a dos personas de Falguniben, y la primera de estas era Don Alonso.
Era a él a quien tendríamos que recurrir para conseguir la máscara.
Yo
no había visto al Señor Quijano en años, pero claro, eso no es nada entre gente
como nosotros. Le encontramos sentado en su patio junto a Nauta y Michael y los
gatos del Pozo de la Gorgona. Michael ya no necesitaba enseñarle inglés, pues
Don Alonso lo dominaba y hablaba tan bien que Shakespeare le hubiese contratado
en su teatro para hacer del Rey Lear. Pero se reunían por las tardes porque
habían creado una especie de club del libro con tertulia. Estos tres señores y
los gatos leían juntos y luego comentaban lo que habían leído. Y Doña Estrella
siempre les servía chocolate caliente con picatostes, o bambas, o algún otro
manjar. Y debo decir que alguno de estos señores no dudaba en animar el
chocolate añadiéndole algo de brandy.
Me
sentí muy contento cuando vi que mis amigos me habían echado mucho de menos,
pero me volví a poner nervioso cuando Don Alonso se alteró un montón al
enterarse de la historia de Mari. Estaba empeñado en partir de inmediato para
atacar a Botepimienta y hacer que mordiese el polvo. Afortunadamente Michael
pudo tranquilizarlo. Lo primero es lo primero, dijo Michael. Y lo primero era
contactar con el armero, que le debía un par de favores a Don Alonso.
Seguimos
a Don Alonso a su estudio, donde guardaba en una vitrina sus propios tesoros
mágicos. Entre ellos reconocí en una balda el cofrecito que contenía la
escritura que otorgaba a Don Quijote la cueva en Isla Manzana que las nueves
reinas le habían regalado. Pero fue otra cajita la que retiró de la balda. Abrió
esta caja y expresó su satisfacción al ver que seguía dentro lo que guardaba
allí. Se trataba de un trozo de cuerda tan corto y tan fino como el dedo
meñique de su mano izquierda. “¡Vive, cuerda viva, entrega mi misiva!” exclamó,
y lanzó el trocito de cuerda al aire. Esta no cumplió la ley de la gravedad. En
vez empezó a crecer, volviéndose larga y gruesa cual buena soga. Y entonces
apareció en su extremo superior un hombre ataviado con un turbante verde con un
rubí y una pluma muy vistosa. El hombre se deslizó por la cuerda y saludó a Don
Alonso, que nos lo presentó. Era el mismísimo artífice de la máscara de
Falguniben. Y ahora voy a describir esa máscara y eso explicará por qué a Don
Alonso se le debían favores.
La
parte de arriba de la máscara de Falguniben es muy parecida a un yelmo sikh.
Está decorada con una serpiente que tiene al final de su cola no un cascabel
sino una especie de trompetita que a primera vista parece un sujetador de
plumas. Pero cuando se cuela aire por la trompeta, es inmediatamente expulsado
por un algo de voz misteriosa que trona “¡Larga vida a la Señora Falguniben y a
su padre el rey de la ciénaga!” Como Falguniben podía vivir con esos gritos,
pues yo no lo entendía, pero pensé que quizás
no los oía al llevar el yelmo puesto. La parte de en medio de la máscara es de
cristal de roca macizo y pulido para ser muy transparente y es por ahí por
donde el que lleva la máscara consigue ver lo que le rodea. La parte de abajo
tapa parte de la nariz, toda la boca y llega hasta los hombros. La máscara
tiene un chamail de malla de oro trenzado. De hecho la máscara está hecha
enteramente de oro, salvo por el cristal de roca y unas virutas de metal
procedentes del yelmo de Don Quijote. Por lo visto, Don Quijote había dado con
un auténtico tesoro mágico al dar con la bacía de su barbero. Pero había errado
al confundirlo con el yelmo del guerrero gigante Mambrino. La bacía había
pertenecido a un curandero hindú de fama legendaria, cuya historia es
interesantísima e interminable, pero no tengo tiempo para repetirla ahora
aquí. Y metal de esa bacía era
exactamente lo que necesitaba el armero para hacer funcionar la máscara de
Falguniben. El caso es que el armero buscó y encontró a Don Alonso y le pidió
que le regalase un par de virutas de metal de la bacía. Don Alonso le autorizó
a llevarse lo que quisiera, porque siempre estaba dispuesto a ayudar a damas en
apuros y eso es lo que era la pequeña Falguniben de la Ciénaga por aquel
entonces. Por el presente y para ser breve, diré que el armero contacto con Falguniben
que nos concedió audiencia y cedió a prestarnos su máscara mientras ella hacía
un viaje a la India a ver a su familia de allí. Sólo el rey Canuto estaba
disgustado con este arreglo. Su hija jamás había dejado su lado antes. Pero
hicimos lo necesario para evitar que embrollase este asunto. Sabíamos que
tendríamos que trabajar con mucha rapidez, pues Falguniben no pensaba quedarse
mucho tiempo fuera de casa.
Arriba podéis ver una imagen de Falguniben sin su máscara, por si os estáis preguntando
que aspecto tenía, como lo hacían todos los que la conocían, pues no se la
había visto sin máscara desde que cumplió los cinco años. Eso que parecen caracoles son efectivamente una tiara hecha de conchas de caracoles. Su pelo es lo azul y blanco. En el próximo capítulo,
si todo va bien, podréis ver una imagen de la máscara. Yo la llevaré puesta.
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