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domingo, 27 de febrero de 2022

169. El Cantar del Antídoto

169. El Cantar del Antídoto

No había hecho más que pronunciar la palabra antídoto cuando hubo un movimiento como el de las mareas entre las campanillas, que empezaron a tañer de forma ensordecedora. Nosotros, las hadas, podemos escuchar ese sonido. Beli y Bela, dos de las hermosísimas hadas de las campanillas azules, se manifestaron ante nosotros. Sonrieron, asintieron con la cabeza e hicieron el signo de la victoria. Lo que pasó después es historia. Historia de la que cuentan los trovadores en sus cantares. Y continuaré relatando esta historia con unos versos que fueron compuestos para contar como los que moran en el mundo de las hadas se solidarizaron conmigo y aceptaron el reto de la cáscara de pipa escupida y se movilizaron como si la vida les fuese en ello.

EL CANTAR DEL ANTÍDOTO

o  DOCE AL RESCATE  (mas una turba de simpatizantes airados)


 Las azules campanillas del bosque tañeron,

Y por doquier la nueva extendieron,

Haciendo saber a todos y por doquier

Que el apacible Arley había de recoger

Un guante, lanzado por la madre

De una plaga de fieras voladoras,

Que para mayor efecto bélico,

Eran también escupidoras

De un veneno como poco cegador,

Que podía resultar, a lo peor,

Fatal para quién por la boca lo bebiese

O por ojos, oídos o nariz lo ingiriese.

Y considerando que el padrino del desafiado

Era una pobre manzanita tuerta,

Más cómoda colgada de un árbol en una huerta

Que plantada en el suelo

De un campo de duelo,

Claro como agua cristalina tenía que estar

Que Arley ayuda iba a necesitar

Para a esos Goliates canijos tumbar.

Y así, pronto, muy pronto empezó a avanzar

Desde valles, colinas, planicies, bosques y cualquier otro lugar,

Un tropel muy airado decidido a machacar

A los hijos de la gran Viruta,

Tía malvada sin par y además loca de atar.

A la cabeza de esta hueste  doce campeones cabalgaban,

Y de estos, nueve sus armas cual coronas portaban,

Pues alrededor de sus sienes cada uno llevaba atada

Alguna planta que al veneno se la tenía jurada.

Y para asegurar la victoria en la batalla, con ellos cargaban jarras, vasijas, botes, cofres u otros recipientes,

Todos rebosantes de polvos procedentes

De esas nueve plantas que contra los venenos eran potentes,

Cada una molida a mano en un almirez

Minuciosamente, aunque con forzosa rapidez.  

La Tía Abuela Una fue la primera en dar

A su ahijado un abrazo y una jarra con forma de flor,

De la que desprendía el fresco y canforado olor

De la decana de todas las plantas, cuyo poder es tan demoledor,

Que se dice que quien esta hierba tiene, no requiere de protección mayor.

 



Entonces, el leal Tago, de sus amigos muy amigo,

Y de los hermanos de Arley uno, dijo que traía consigo

Cierta planta peleona, muy resiliente, ferozmente resistente,

Que había cosechado saludando al sol naciente.  

 


Aunque le dicen mastuerzo, no ha dudado el buen Pedrote 

En traer un grandísimo bote

Con polvo de una planta de un verde reluciente,

Más verde que la albahaca, el trigo verde y lo siguiente.


Y para no ser menos en esto de fastidiar venenos,

Pues  a combatir el mal siempre está presto,

Ante su hermanito ha puesto,

El fogoso Ator, paladín de la justicia,

Una planta humeante, que limpia toda inmundicia

Que la sangre altera y degenera con su malicia.

   


La saludable Mila, sobrina predilecta de nuestros soberanos,

Luce margaritas recogidas con sus propias manos,

En un campo donde siempre es primavera,

Y trae en unas bolsitas que ella misma ha confeccionado,

polvo para un té contra enfermedades del hígado.


Su hermana Neti, con la que conviene roces evitar,

Aporta a esta colección una hierba contra males que saben volar

Y que de ese modo se suelen propagar.

 


Después Malroso, de nuestros soberanos el séptimo hijo,  

Se acercó a su hermano y orgulloso dijo,

Que de un pomar silvestre, regado por dos ríos, traía

Fruta rosada que fiebres biliares enfría. 



Su dulce novia Cecilia, acudió emperifollada

Con una mirra fragante  que resulta buena aliada

Al combatir mordeduras de víboras y perros rabiosos,

Y al desinfectar heridas verdes acosadas por gérmenes asquerosos.

 

Con Ceci llegó Fenela, de Arley hermana mayor,

Portando a su bebé y a una alta y amarilla flor.

Es esta por curanderos muy apreciada y querida,

Pues devuelve la vista que ha sido perdida.

El trio de campeones que completaba la docena

Eran los hermanos Betonio y Timiano, más la buena

De Nigella, una prima extravagante

Que gusta de dar el cante.


Tony el templado, de abejas y mariposas  favorito,

Ofreció a Arley un remedio bendito,

Pues es mano de santo para matar la ansiedad

Y hacer que en la mente reine la tranquilidad.

 

Mientras, Nigella, la de locos sombreros y pelo alborotado,

Demostrar una vez más ha logrado,

Que está más cuerda que una soga, pues ha aportado

Del Monte Sapo todo el jabón que allí ha pillado.




Y también trajo a Timiano, al que algunos llaman Tomillo,

Egiptólogo vocacional y bastante enteradillo

De cómo fabricar ungüentos, bálsamos, elixires y otros potingues,

Y autoridad reconocida en lanzar maldiciones pingües. 

De su museo domiciliario a rastras Nigella le ha sacado,

Para que junte hierbas y jabón en un mortal preparado.

Y eso hizo Tomillo, en caldero encendido

En la humilde morada de Mari.

Y allí mientras trabajaba,

En lengua ininteligible, que sonaba a algo horrible,

Murmuraba: ¡Horus esto! y ¡Anubis aquello!

Y para rematar la faena en la olla echaba,

De un escarabajo azul la sagrada baba. 

Pero cuando la obra había acabado

Y los polvos con poderes habían transmutado

En invencible pomada,

No dijo más que,  “¡Ale! ¡Acabad con esa chiflada!”


(Las nueve hierbas ponzoñicidas son, por si no lo has adivinado, querido lector, la artemisa,  el  plántago o llantén, el mastuerzo, la fumaria, la camomila, la ortiga, el manzano silvestre, el perifollo y el hinojo. La  betónica, la nigella y el tomillo echaron una imprescindible mano y así también lo hizo el jabón. ) 

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