169.
El Cantar del Antídoto
No
había hecho más que pronunciar la palabra antídoto cuando hubo un movimiento
como el de las mareas entre las campanillas, que empezaron a tañer de forma
ensordecedora. Nosotros, las hadas, podemos escuchar ese sonido. Beli y Bela,
dos de las hermosísimas hadas de las campanillas azules, se manifestaron ante
nosotros. Sonrieron, asintieron con la cabeza e hicieron el
signo de la victoria. Lo que pasó después es historia. Historia de la que
cuentan los trovadores en sus cantares. Y continuaré relatando esta historia
con unos versos que fueron compuestos para contar como los que moran en el
mundo de las hadas se solidarizaron conmigo y aceptaron el reto de la cáscara de pipa escupida y
se movilizaron como si la vida les fuese en ello.
EL CANTAR DEL ANTÍDOTO
o
DOCE AL RESCATE (mas una turba de
simpatizantes airados)
Y por doquier la nueva
extendieron,
Haciendo saber a todos y
por doquier
Que el apacible Arley había
de recoger
Un guante, lanzado por la
madre
De una plaga de fieras
voladoras,
Que para mayor efecto
bélico,
Eran también escupidoras
De un veneno como poco
cegador,
Que podía resultar, a lo
peor,
Fatal para quién por la
boca lo bebiese
O por ojos, oídos o nariz
lo ingiriese.
Y considerando que el
padrino del desafiado
Era una pobre manzanita
tuerta,
Más cómoda colgada de un
árbol en una huerta
Que plantada en el suelo
De un campo de duelo,
Claro como agua cristalina
tenía que estar
Que Arley ayuda iba a
necesitar
Para a esos Goliates
canijos tumbar.
Y así, pronto, muy pronto empezó
a avanzar
Desde valles, colinas,
planicies, bosques y cualquier otro lugar,
Un tropel muy airado
decidido a machacar
A los hijos de la gran
Viruta,
Tía malvada sin par y
además loca de atar.
A la cabeza de esta
hueste doce campeones cabalgaban,
Y de estos, nueve sus
armas cual coronas portaban,
Pues alrededor de sus
sienes cada uno llevaba atada
Alguna planta que al
veneno se la tenía jurada.
Y para asegurar la
victoria en la batalla, con ellos cargaban jarras, vasijas, botes, cofres u
otros recipientes,
Todos rebosantes de
polvos procedentes
De esas nueve plantas
que contra los venenos eran potentes,
Cada una molida a mano
en un almirez
Minuciosamente, aunque con forzosa rapidez.
La Tía Abuela Una fue la
primera en dar
A su ahijado un abrazo y
una jarra con forma de flor,
De la que desprendía el
fresco y canforado olor
De la decana de todas
las plantas, cuyo poder es tan demoledor,
Que se dice que quien
esta hierba tiene, no requiere de protección mayor.
Y de los hermanos de
Arley uno, dijo que traía consigo
Cierta planta peleona,
muy resiliente, ferozmente resistente,
Que había cosechado
saludando al sol naciente.
Aunque le dicen mastuerzo, no ha dudado el buen Pedrote
En traer un grandísimo
bote
Con polvo de una planta
de un verde reluciente,
Más verde que la
albahaca, el trigo verde y lo siguiente.
Y para no ser menos en
esto de fastidiar venenos,
Pues a combatir el mal siempre está presto,
Ante su hermanito ha
puesto,
El fogoso Ator, paladín
de la justicia,
Una planta humeante, que
limpia toda inmundicia
Que la sangre altera y
degenera con su malicia.
La saludable Mila, sobrina predilecta de nuestros soberanos,
Luce margaritas
recogidas con sus propias manos,
En un campo donde
siempre es primavera,
Y trae en unas bolsitas
que ella misma ha confeccionado,
polvo para un té contra enfermedades del hígado.
Su hermana Neti, con la que conviene roces evitar,
Aporta a esta colección
una hierba contra males que saben volar
Y que de ese modo se
suelen propagar.
Que de un pomar silvestre, regado por dos ríos, traía
Fruta rosada que fiebres biliares enfría.
Su dulce novia Cecilia,
acudió emperifollada
Con una mirra
fragante que resulta buena aliada
Al combatir mordeduras
de víboras y perros rabiosos,
Y al desinfectar heridas
verdes acosadas por gérmenes asquerosos.
Con Ceci llegó Fenela,
de Arley hermana mayor,
Portando a su bebé y a
una alta y amarilla flor.
Es esta por curanderos
muy apreciada y querida,
Pues devuelve la vista
que ha sido perdida.
El trio de campeones que completaba la docena
Eran los hermanos
Betonio y Timiano, más la buena
De Nigella, una prima
extravagante
Que gusta de dar el cante.
Tony el templado, de
abejas y mariposas favorito,
Ofreció a Arley un
remedio bendito,
Pues es mano de santo
para matar la ansiedad
Y hacer que en la mente reine
la tranquilidad.
Mientras, Nigella, la de locos sombreros y pelo alborotado,
Demostrar una vez más ha
logrado,
Que está más cuerda que
una soga, pues ha aportado
Del Monte Sapo todo el jabón que allí ha pillado.
Y también trajo a
Timiano, al que algunos llaman Tomillo,
Egiptólogo vocacional y
bastante enteradillo
De cómo fabricar
ungüentos, bálsamos, elixires y otros potingues,
Y autoridad reconocida
en lanzar maldiciones pingües.
De su museo domiciliario
a rastras Nigella le ha sacado,
Para que junte hierbas y
jabón en un mortal preparado.
Y eso hizo Tomillo, en
caldero encendido
En la humilde morada de
Mari.
Y allí mientras
trabajaba,
En lengua ininteligible,
que sonaba a algo horrible,
Murmuraba: ¡Horus esto! y ¡Anubis aquello!
Y para rematar la faena
en la olla echaba,
De un escarabajo azul la
sagrada baba.
Pero cuando la obra
había acabado
Y los polvos con poderes
habían transmutado
En invencible pomada,
No dijo más que, “¡Ale!
¡Acabad con esa chiflada!”
(Las nueve hierbas ponzoñicidas son, por si no lo has adivinado, querido lector, la artemisa, el plántago o llantén, el mastuerzo, la fumaria, la camomila, la ortiga, el manzano silvestre, el perifollo y el hinojo. La betónica, la nigella y el tomillo echaron una imprescindible mano y así también lo hizo el jabón. )
No hay comentarios.:
Publicar un comentario