“¿Te
alegra ver como tus hermanos y hermanas y primos y tía abuela y un montón de
gente más ha venido a apoyarte? ¿Parece que tienes poder de convocatoria, eh?”
“Supongo
que debería sentirme feliz, Tito. Pero la verdad es que sólo siento preocupación. No
temo por mí. Me asusta haber involucrado a tanta gente en una disputa.”
Tito
Gentillluvia se rió.
“No
te imaginas la cantidad de gente que está secretamente deseando participar en
una pelea. Arden por dentro y sólo hace falta que alguien pegue un grito de
guerra para que toda esa beligerancia interna estalle para fuera.”
“No
me gusta la beligerancia,” dije tristemente.
“Pero
sí te gusta agradar a la gente. Por eso te has metido en este lío. ¿O no?”
“¿Pero
se justifica? Lo que he hecho, quiero decir.”
“¡Uy,
sí! Esos imbéciles se merecen esto y más. Me refiero a Botepimienta y Viruta
claro. No a tus seguidores espontáneos. Muy justificado, sí que lo está. Lo que
no resulta ser es conveniente. Al menos para ti.”
“Yo
no disfruto de las broncas.”
“Una
razón de más que justifica tu proceder. Si tú fueses de los que van por ahí
provocando broncas, sería diferente. Pero la bronca te buscó a ti. ¿Y quién
hubiese pensado que las campanillas azules montarían tal follón tras escuchar
nuestra conversación? No es como si tú hubieses imprimido propaganda. Pero es
mejor que las chicas se hayan involucrado. Así tienes algo con que defenderte.
Pero dime, ¿cómo piensas utilizar este antídoto?”
Los
pájaros de los campos de Sherbanania habían muerto por culpa del vil aire que
había allí. Los pájaros de nuestros bosques estaban indignados. Se ofrecieron a
transportar el antídoto a donde fuese y cuando fuese. Lo mismo hicieron los
murciélagos, las abejas, las mariposas, las libélulas y muchas otras criaturas
aladas.
“Así
que tienes una fuerza aérea. Pero necesitarás que alguien rocié el antídoto en
el aire o se lo eche encima directamente a los papapipas. ¿O simplemente
piensas dejarlo caer sin más o qué?
Mis
hermanos y hermanas estaban dispuestos a montar a las criaturas aladas y
disparar el antídoto a cualquier cosa que se moviese.
“Pero
no quiero que lo hagan. No quiero ponerles en peligro. No quiero-”
“Esa
decisión es suya. Son agentes libres. Tú no estás reclutándoles a la fuerza.
Sólo tienes que asegurarte de que disparen a la distancia correcta. El antídoto
tiene que llegar al veneno antes de que el veneno les llegue a tus soldados si
no queremos una operación farragosa. ¿Se hará de noche?”
“¿Para que los murciélagos puedan participar?”
“Para
que le sea más difícil a Viruta localizarnos. Nosotros, por el contrario,
podemos ver muy bien en la oscuridad. Hay que aprovechar las ventajas.”
“¿La
nocturnidad realmente estorbaría a la Doctora Pocococo?”
“Tendremos
que cerciorarnos. Yo lo averiguaré. Ese es trabajo de prevencionistas. Puede que la doctora haya
instalado focos que recorran su espacio aéreo por la noche. Y puede que el
palacio esté iluminado. No creo que lo estén los campos. Siempre han estado más
oscuros que las zonas negras del Erebo.”
“¿Hay
luz en partes del Erebo?”
“Oh,
hay bandas de ninfas encargadas de iluminar senderos con antorchas. No mucho. Nada
que llegue a aminorar el horror del lugar.”
“¿Crees
que podremos hacer esto sin bajas?”
“Nunca
se sabe. Que no haya ninguna es muy difícil. Siempre hay algún tonto que mete
la pata. Pero puede que simplemente entres y limpies el lugar. Pero por otro
lado, puede que ella te sorprenda. Tú amiguito metiche nos podría echar una mano. Debería espiar a la
doctora con su ojito mágico y decirte en que preparativos anda esa para defenderse.”
“¿Alpin?
Pues sí. Él lo hará si se lo pido.”
“Pregúntale
cuantos papapipas ha creado. Puede que esté fabricando más. Lo importante es
que tú tengas más antídoto que ella veneno.”
“¿Funcionará?
Me refiero al antídoto.”
“Timiano
dice que sí.”
“No
lo quiero saber, pero sé que debo preguntar. ¿Qué les ha pasado a los papapipas
con los que ha experimentado mi hermano?”
“Pues
no se retorcieron y vomitaron e hicieron toda clase de cosas horribles, si es
eso lo que te preocupa. Se desplomaron panza arriba sin más, sin darse cuenta
de lo que les había fulminado. Eso fue todo. Y Timiano se ha molestado en
momificar sus cuerpos para que tal vez puedan ser resucitados algún día.”
“¿Cómo puede ser eso una buena idea?”
“Probablemente
no lo sea, pero pensé que te consolaría oírlo. Volvamos a lo nuestro. Hay que
advertir a todos tus guerreros sobe los peligros que pueden acecharles. El foso
con las pirañas, por ejemplo. Que a nadie se le ocurra parar para beber de ahí.
Y la manzanita ha de enterarse de que otras trampas y obstáculos podríamos
encontrar.”
Aparte
de las pirañas, Alpin, una vez que le consultamos, nos informó que no habría
otro obstáculo en nuestro camino que no fuesen los papapipas. Viruta era tan
vaga que ni siquiera se había preocupado de aumentar su número. Lo único que había
hecho era limarse las uñas. Luego se las
había pintado de negro, diciendo que así no se notaría la mierda que se pegaba
a ellas. Cuando yo pregunté si se había vestido para matar, Alpin dijo que ni
siquiera se había cambiado la mancillada bata blanca. Pero sí que ojeaba los
relojes de palacio de vez en cuando. Tal vez, dijo Alpin, eso era por las setenta y dos horas de plazo que yo la había dado para deshacerse del veneno. ¿Lo haría? Yo
ni me atrevía a pensar que pudiese darme esa alegría.
Y
justo cuando sólo quedaban poco más de veinticuatro horas para que yo arremetiese contra ella, Don
Alonso apareció en nuestro campamento.
“¿Quién
te armó caballero?” susurró.
Yo
respondí que nadie me había armado caballero.
“No
puedes aceptar el desafío de villanos tan redomados como ese rey bellaco y esa taimada envenenadora sin haber sido nombrado caballero,” me dijo. “Ser caballero
hace maravillas para la moral. Y te pone en contacto con los poderes más altos,
los del cielo, para que estos te protejan. Un caballero puede nombrar a otro.
Sé que yo soy un ejemplo aparentemente ridículo de caballero, pero no hay duda
de que soy uno. Podría convertirte a ti en uno también, si no encuentras a otro
que lo haga. Pero claro que lo encontrarás, incluso en tan corto plazo.”
Yo
nunca había pensado en que me armasen caballero. Como nunca me interesaron las
peleas, no se me había ocurrido que pudiese querer ser uno. Pero lo que estaba
sucediendo en aquel momento me hizo ver las cosas de otra manera.
“Nunca
podría encontrar a alguien mejor que usted para hacer de mí un caballero,
señor,” dije yo. “Aunque tuviese todo el tiempo del mundo, no buscaría a otro.
De hecho, jamás permitiría que otra persona me armase caballero. Ni siquiera el
gran Du Lac. Sólo vos.”
¡Ah,
él estaba feliz! Y yo estaba feliz de que lo estuviese.
“Hay
que empezar ya, pues has de velar tus armas toda la noche. Y ahora que mencionas
a Lanzarote, el caballero del lago, también conocido como el caballero blanco, pues yo soy el caballero de la triste
figura. ¿Quién vas a ser tú?”
“Pues…no
lo sé.” Nunca había pensado en ello, pero recordé que la última vez que peleé
me habían llamado el Señor Dos Sombras. “¿Valdrá que sea el caballero de las
dos sombras?”
“No.
Hay también mucha luz en ti.”
Y me convertí en Don Arley, caballero de luz y sombras.
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