171.
Preparación y Confrontación
La
única preparación que yo tenía para la guerra era haber visto una
representación bastante buena de Enrique
V de Shakespeare. Y lo que mejor recordaba era que al principio de la obra
alguien, posiblemente el mismo Enrique, decía que no había que entrar a la
ligera en una guerra. Pues ahí estaba yo, que sólo tenía que mirar a mi
alrededor para ver lo mucho que había entrado.
¡Oh,
el alboroto y el bullicio en nuestro campamento, situado unas pocas millas más
alla del territorio de las campanillas del bosque! Allí estaban, congregándose
ante mí, los integrantes de mi ejército. Los que poseían armaduras y cotas de
malla ya las llevaban puestas. Todo era muy colorido, pues todo era muy
medieval. Banderas y pendones flotaban por doquier y hasta había profusión de
guirnaldas y coronas de bellísimas flores. Todo parecía indicar que ahí iba a
haber un torneo festivo en lugar de una guerra. Mis hermanos y hermanas y sus
amigos y amigas hada habían traído sus propias fieras voladoras, caballos
alados, unicornios con alas de mariposa, dragones esbeltos, incluso felinos
alados, desde grandes gatos a jóvenes leones. Otros habían llegado a acuerdos
con algunos de los pájaros y murciélagos. De estos animales, los que no habían conseguido
jinetes ya estaban buscando contenedores que llenar con el antídoto para
transportarlo con sus picos y derramarlo donde resultase coveniente y luego
volver a por más de lo mismo. Lideradas por mis hermanas Cardo y Brezo, una
banda de hadas de cocina interesadas en temas culinarios y en el mundo de la
química, se ocupaban en cocer enormes cantidades del antídoto de Timiano en
gigantescos barriles y tanques de metal. Las brujas verdes del Bosque Triturado
también habían acudido y andaban en lo mismo, produciendo antídoto en calderos
de un tamaño que yo no las había visto manejar con anterioridad. Algunos
miembros de estos equipos, habiendo inhalado los vapores que surgían de los
pucheros y calderos declararon que ya eran inmunes al veneno de los papapipas e
invitaban a otros a volar por encima de los mismos para inmunizarse también. “¡Más!” gritaban todos. “¡Preparad más!”
Y
hablando de más, más y más eran los seres que aparecían allí deseosos de
participar en la contienda. Había combatientes masculinos y femeninos y hasta
niños de aspecto pavoroso armados con tirachinas y bombas de agua que llegaban
arrastrando a sus padres y gritando que iban a pelear a muerte. Toda esta gente
había traído consigo cualquier cosa que tenían en casa que podía contener el líquido
mágico y de la que podía ser derramado. Jarras, tazones, floreros, cubos,
baldes, damajuanas, regaderas, teteras, botellas, de todo. También traían
pulverizadores, vaporizadores, nebulizadores, aerosoles y hasta pistolas de
agua de todos los tamaños. La contribución más espectacular fue la de los elfos
de Grindlebul, seres que por razones sólo conocidas por ellos mismos se
dedicaban a la fabricación obsesiva de armas de todo tipo y que habitaban en un
complejo de castillos ferozmente fortificado y escondido en la sierra de
Grindlebul. Estos nos proporcionaron dos docenas de cañones. Tito Gentilluvia
me advirtió inmediatamente que teníamos que tener mucho cuidado con estos elfos
y sus cañones, porque si no, las cosas se podrían salir de madre. Los cañones
debían ser situados donde no pudiese dañar o entorpecer a nuestra gente, para
que esta no cayese bajo una ola de fuego amistoso.
Aunque
no le conocía bien, me pareció que el tito se estaba portando de forma un poco
extraña. Con frecuencia se agachaba y recogía unas hojitas caídas o algo de
tierra, sostenía eso un instante y luego lo dejaba caer lentamente. Me alejó
del tumulto y me dijo muy seriamente, “Ya es hora de que decidas cuales han de
ser los límites de tu theatrum belli.”
“¿Te
refieres al campo de batalla?”
“Un
campo de batalla es sólo parte de un teatro de operación. Necesitarás por lo
menos una zona de combate, o área de lucha activa, y una zona de comunicación,
que es el área designada para la administración del teatro de operaciones.
¿Piensas sólo avanzar de aquí allí en línea recta, disparando el antídoto hacía
el aire de Sherbanania antes de penetrar en el territorio enemigo o piensas
derramar ese líquido en las cuatro direcciones desde el primer momento? Tienes
que tener también en cuenta que aquellos que ya hayan derramado el líquido que
portan y quieran volver a por más deben poder hacerlo sin interferir con el
ejército que avanza. No deben bloquear el camino.”
“Yo
pensaba que volaríamos hacia los campos de girasoles, que están más cerca del
lugar en el que estamos, y comenzaríamos a rociar los campos con el antídoto
conforme avanzásemos. Así llegaríamos hasta el pueblo y finalmente hasta el
palacio de Pedrito, que está prácticamente al otro lado de Sherbanania. Ese
lugar es bastante rectangular. Yo quería que esto fuese lo más sencillo
posible.”
“Hm.
Eso facilitaría una retirada si tus enemigos os sorprenden con algo inesperado,
por lo menos si todos se dan cuenta y giran a la vez. A no ser que los hijos de
Viruta consigan rodearos. Claro que si el antídoto funciona, eso no va a
pasar.”
“Alpin
dice que no ha detectado nada inesperado.”
“¿Alpin
se quedará contigo en la zona de comunicación, no?
“¿Conmigo?
Yo volaré por delante de todos. Es lo que debo hacer, ¿no? Después de todo soy
el que ha metido a todos en este lío.”
“Sí
que estás haciendo que esto parezca sencillo. Mira. Arley, siento decírtelo,
pero esto no es una bronca de borrachos en un bar. Si tu caes, y lo haces
delante de todos, este negocio se puede hundir. Tú no puedes ir a la cabeza de
esta procesión.”
“Pero…yo
tengo que colocarme delante de todo mi ejercito a un lado del campo de batalla
y soltar una arenga y gritar eso de ¡Al
ataque!, ¿no?”
“¡Ni
lo sueñes! ¿Qué te crees que es esto? ¿El día de san Crispín y San Crispiniano?
Ese día es el veinticinco de octubre. No puedes esperar hasta entonces. No importa lo
que tú estés soñando ni lo que digan los astros. Esperar no sería propicio.”
“¿Enrique V no fue el primero en cargar contra
el enemigo? En la obra de Shakespeare, parece que…”
La
cara que puso Tito Gentillluvia me dejó sin habla.
“Tú
no te estás dando cuenta de que esto es una guerra y de que la tienes que
ganar, ¿verdad? Tú crees que vas a salir a tu jardín y rociar las plantas para
que caigan los parásitos. Peor aún. Piensas que vas a salir ahí con un poco de ambientador
de olor a algodón limpio y refrescar el aire. Deja que te recuerde que le des
el nombre que le des a esta operación, vas a aniquilar a miles de los llamados
hijos de Viruta y Botepimienta. Y esto lo tienes que asumir o serán ellos los
que acaben contigo.”
“Admito
que no me siento cómodo con lo de tener que exterminar a estas criaturas, que
por muy malvadas que sean siguen siendo seres vivos. Claro que fueron creadas
con el único propósito de esclavizar a otros, y que nada saben hacer que no sea
esparcir veneno, y que parecen estar fabricadas de forma que no pueden aprender
a ser mejores. Sabes, yo he hablado de esto con Timiano. Él dice que el
mecanismo de los papapipas es muy sencillo. Son más como una maquina que como
otra cosa. Comen si tienen hambre, y si están enfadados escupen. Y nada más.
También le dije que tú me habías dicho que él había embalsamado a los papapipas
con los que había experimentado. Y él dice que vamos a barrer a estas criaturas
dos veces. Una, con el antídoto, y luego, el escuadrón de limpieza va a barrer
todos sus restos y los depositará en los enormes barriles y tanques en el que
ahora está el antídoto y que para entonces estarán vacíos. El verterá unos
líquidos de esos suyos ahí y luego enterrará esos contenedores en el desierto
bajo la arena caliente y…”
“¿Has
organizado un escuadrón de limpieza?”
“Como
parte del departamento de sanidad. Y con el hada Telaraña al frente. No voy a
montar un follón en Sherbanania y luego dejar el lugar hecho un asco, ¿no?
Timiano hablará con Anubis, y…”
“¿Vas
a meter a Anubis en esto? ¿A una potencia extranjera?” Tito Gentillluvia hizo
un gesto de desaprobación.
“Timiano
dice que allí estará de todas formas. Esto va de muertes. Y la muerte es
competencia de Anubis. Yo sé que voy a matar a estas criaturas, como tú me
recuerdas. Pero no importará tanto si luego pueden resucitar. ¿No? Quiero decir
que no sería como acabar con ellos para siempre. Y si tienen almas, cosa que no
sabemos, porque Viruta puede haberles dado sólo vida y no almas, pues estás se
irán con Anubis.”
“Al
infierno egipcio. Esa no es mala idea. Yo creía que tú dijiste antes que
devolver a estos seres a la vida no podía ser buena idea. Volver a traerles por
aquí no lo es en absoluto.”
“Timiano
dice que depende. Tiene que estudiar el problema más a fondo, que todo está
yendo muy deprisa. Quiere saber si es posible redimir a estos bichos. Y si
podemos ponerles a hacer algo útil. Lo siento. Supongo que me preocupo más de
la suerte de estos bichos que de organizar mi ejército. Eso no es lo que debe
hacer un señor de la guerra, ¿verdad?” dije sonriendo débilmente.
“¿Dónde
vas a colocar a la manzana? No puede entrar en combate subida a tu hombro.
Tiene que quedarse en el área de comunicaciones, contándote todo lo que va
viendo.”
Tito
Gentillluvia continuó organizando mi guerra, siempre haciendo sugerencias
disfrazadas de preguntas. No dio ni una orden, ni a mí ni a los demás. Finalmente
acordamos dividir a la muchedumbre que teníamos congregada ahí en quince
brigadas de unos cinco mil arrojadores de antídoto bajo las órdenes de personas
populares y con reputación de no ser bobas. Los cañones dispararían primero,
para limpiar el aire. Luego avanzarían las brigadas según su número. Los
cañones seguirían disparando, pero por debajo de las brigadas. Las brigadas se
abrirían al avanzar para evitar que los papapipas las rodeasen, produciendo más
aire envenenado. Los que volvían a por más antídoto que lanzar tendrían un
corredor por el que pasar. Y organizamos una flota de ambulancias voladoras y
equipos de rescate compuestos por águilas y halcones que, si se daba el
caso, arrebatarían a los combatientes
que habían sido alcanzados y estaban cayendo antes de que se estrellasen.
Tras
acordar unas cuantas cosas más, logramos que los combatientes formasen delante
de nosotros. Les explicamos cómo queríamos que actuasen y ellos parecieron
entendernos. Yo no llegué a hacer una arenga porque Tito Gentillluvia insistió
en que esta gente ya estaba aquejada de rabia casi ciega y me dijo que si
lográbamos calmarles y yo les explicaba que estábamos ahí por Mari, se darían
cuenta de que iban a luchar para ayudar
a humanos y no contra ellos, y podrían cambiar de parecer e irse a casa. Esto
puede sonar como si les engañamos para que peleasen, pero Tito dijo que siempre
es así con los voluntarios, y que cualquiera que piensa que la guerra es una
merienda campestre se engaña a sí mismo.
Entonces
el tito miró al sol, que se estaba poniendo, y recogió por última vez unas
hojitas y un poco de tierra. “Mira,” dijo. “Esto es lo primero que hay que
saber siempre. No va a llover y tienes el viento a favor. ¿Vas a dar orden de
que disparen los cañones?”
¡Ah, tuvimos suerte! Nuestra fortuna en la
guerra fue mejor de lo que yo me hubiese atrevido a esperar. La pócima de
Timiano funcionó a las mil maravillas. El viento nos favoreció, soplando de
forma que el antídoto se esparció muy efectivamente mientras que el veneno de
los papapipas fue hacia atrás y quedó aplastado contra sus caras. Cayeron a lo
bestia bajo el fuego de los cañones, y aunque avanzaron más como enjambres de
langostas devoradoras, pudimos empujarles hacía abajo antes de que se acercasen
a nosotros. Creo que su error fue no retroceder. Sólo sabían atacar, y no
entendían que a veces para avanzar hay que retroceder. Se empeñaron en cargar
contra nosotros como toros frente a un trapo rojo.
No
hubo sorpresas especialmente preparadas por Viruta. Esta se había limitado a
sacrificar a sus hijos, y luego os diré por qué. Pero una cosa si complicó
nuestra situación. Mientras que nuestra gente cantaba victoria y chillaba que
habíamos liberado a los girasoles, los humanos zombificados debieron respirar
el antídoto que impregnaba el aire y empezaron a volver en sí. No entendían lo
que estaba sucediendo, y al principio nos tomaron por enemigos. Afortunadamente
no podían volar así que lo que teníamos que hacer era volar muy alto para
evitar las piedras que comenzaron a lanzarnos. Todavía estaban medio atontados,
así que su puntería no era buena de todas formas. Pero conforme se movían,
pisaban los restos de los papapipas, y daba repelús oír los crujidos que esto
producía. Alpin, que estaba en la zona de comunicaciones, se había rodeado de
los más estentóreos de nuestros partisanos, todos provistos, además, de
mega-cuernos mágicos. Lo hizo por si llegase a hacer falta dar órdenes a
nuestra gente. Ahora los cuernos sonaron con mensajes para los humanos,
explicando que toda esta movida era contra el tirano Botepimienta, y los
sherbanianos liberados lo llegaron a comprender. Pasaron de nosotros, se
reagruparon, y se fueron a tomar el palacio. No hizo falta que Tito me
preguntase si pensaba evitar que linchasen a Pedrito. Sabía la respuesta tan
bien como yo. Y ese era entonces mi nuevo problema.
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