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martes, 5 de abril de 2022

174. Sobre el mayordomo y la Abuelita Sopitas con leche



174. Sobre el Mayordomo y la Abuelita Sopitas con leche 

“¿Mamá?” murmuré.

“No soy Mamá. Soy Brezo. Has estado durmiendo durante tres días.”

No era de extrañar que hubiese dormido tanto. Estaba en la habitación naranja de la casa ideal de mi hermana. Es uno de los mejores lugares en los que quedarse dormido. Ahí, entre los naranjos, con el azahar siempre en flor, el perfume es tan embriagador que te mareas y te duermes dulcemente.  

“Pero Mamá sí que está aquí.  Está en la cocina tomando tarta  de chocolate con Cardo. Hice una esta mañana porque me imaginé que tendríamos visita. Te he tenido que despertar porque ella quiere hablar contigo. Y Cardo dice que si sigue inyectándole zumo de meme a Pedrito, se va a volver payá. Es demasiado.”   

“No creo que pueda empeorar. Cualquier cambio tendrá que ser para mejor,” dije bostezando. Pero enseguida me puse  serio. “¿No se habrá vuelto violento?”

 “¡No! Cardo le pincha más somnífero antes de que pueda siquiera roncar en sueños. Tienes que detenerla. ¡Es demasiado! ¡Y demasiada responsabilidad! Y para colmo hay dos hombres espantosos al pie de su cama que no sé cómo han entrado y que quieren que le liquidemos para convertirse en un trío. ¿De qué va eso, Arley?”

¡Ay, lo que faltaba! Esos…tienen que ser…Deja que me entere, Brezito. ¿Dónde está durmiendo Botepimienta? “

Brezo me llevó al dormitorio en el que reposaba Pedrito. Y sí, al pie de la enorme cama con forma de unicornio rosa que botaba y se mecía suavemente, ahí estaban, esperando como buitres, los fantasmas del  raca rey y del sheriff del bosque sherbanano.

¡No! No os lo podéis llevar. Todavía no. Volved  otro día y os invitaré a un trago o algo, pero ahora mismo no os podemos atender. Tenemos problemas domésticos. Estamos sobrecargados, abrumados y atacados de los nervios. Lo siento, pero os tenéis que ir. Por favor, iros.”

Estaban tan sorprendidos de que yo les prometiese un trago que me dejaron acompañarles hasta la ventana y se fueron volando por ella.

Entonces me fui a ver a la persona que realmente temía. Mamá estaba, afortunadamente, de buen humor. Brezo la había ofrecido su mejor tarta de chocolate.

“¿Así que se ha destapado, eh? ¿Y qué aspecto tiene ahora?” me preguntó Mamá.

“¿Tito Gentillluvia?”

“Nos amenazó con desaparecer para siempre pero no ha aguantado ni trescientos años. ¡Ojala hubiese apostado con él! Habría ganado.”

“Pues parece… se parece…”

Ahí estaba Mamá, sentada a la mesa de la cocina, comiendo tarta y sonriendo y con aspecto de estar satisfecha. Y por lo tanto, muy guapa. Siempre parece muy, muy guapa cuando está contenta. Yo la miraba como si fuese la primera vez que la veía.

 “A ti. Se parece a ti. Sí, Mamá. Me acabo de dar cuenta. Se parece mucho. Sólo que parece más amable,” respondí. 

“¿Amable? ¿Amable? ¿Tu tío te parece amable? No tienes ni idea de quién es Gen.”

 “Bueno… ¿Pues quién es exactamente?”

“Nos parecemos porque él es mi hermano gemelo. Nacimos de una gota de lluvia que cayó sobre una gota de rocío. Se fundieron y debió caer un rayito, porque saltaron unas chispas preciosas, como las de las bengalitas. Sí, hubo algo de fuego, como cuando tiras agua a la electricidad. Nosotros saltamos de ahí. Tú encantador abuelo estaba bailando y retozando en la lluvia bajo la luz de la luna cuando nos vio nacer. Ya sabes cómo va la cosa con los bebés. El primero que los ve tiene derecho a quedárselos. Él estaba con la pesada de mi madre y la antipática de mi suegra.”

“Ninguna de mis abuelas es mala,” protesté.

“Contigo no. Claro que no. Yo no lo consentiría. Pero al grano. Al ver lo monísimos  y divinos que éramos, sentaditos ahí sobre una hojita verde que bailaba en el viento por encima de un estanque de plata,  Papá dijo algo así como `¡Míos! ¡Me los pido!´ Y tus abuelas salieron escopetadas y nos alcanzaron antes que él, cada una a uno. Pero ya sabes cómo es esto. El primero que ve a un bebé tiene derecho a él, pero también lo tiene el primero que lo toca. Así que Mamá se quedó conmigo y la madre de tu padre se quedó con Gentillluvia, y Papá se convirtió en el padre de ambos. Y por eso Gen es mi medio hermano y también el medio hermano de tu padre, aunque Gen y yo nacimos gemelos. Brezito, esta tarta está de muerte. Dame otro pedacito, nena, si no te importa. Nadie la hace como tú, cariño. Bueno, pues quedamos en que mi hermano está muy guapo, porque si se parece a mí, no podría ser de otra manera. ¿Sigue siendo un liante?”

“¿Un liante?”

“Por eso se fue. Nadie le podía soportar. Siempre estaba abriendo ventanas para ventilar y cerrando ventanas para que no hubiese corriente y arreglando tejados para que no se derrumbasen sobre nuestros cocos  y barriendo cáscaras de plátanos para que no se cayese nadie, y regando las plantas para que no se secasen y diciéndole a todos lo que debían hacer para evitar problemas. No sé cómo le puede soportar su mujer. ¿O a lo mejor no lo hace? Tal vez no le haya visto en estos casi trescientos años.”

“¿El tío tiene una mujer?”

“Una muy guapa. Mabel. Una de las hadas azules. Del clan de las campanillas. Si no te la ha presentado, no dejes que lo haga. Te casará con alguien de su familia antes de que puedas toser. Gen se casó con ella al cumplir los siete años. Los que se precipitan se arrepienten. Yo siempre os lo advierto. Probablemente esté arrepentido. Aunque tal vez no, porque si no se han visto en siglos no habrán podido discutir mucho, digo yo. Así que, ¿qué hay de la guerra esa en la que él te ha metido y de la que tanto se está hablando? ¿Era algo que te dijo que tenías que hacer?”

 “No. Creo que era algo que no quería que hiciese.”

“Hm. Bueno, eso le ha tenido que sentar fatal. Lo de no poder evitar que te fueses a la guerra es muy fuerte. Menudo disgusto se habrá llevado.”

“Me ayudó a hacer las cosas lo mejor posible, creo. Me dio toda clase de consejos y me acompañó en todo momento. Fue como un padre para mí.” De pronto se me ocurrió que no debí decir eso. “¿Cómo se lleva Papá con el Tío Gen? No se pondrá celoso, ¿verdad? Tal vez debí pedirle a Papá que-“

“¿Qué te acompañase a la guerra? No, hijito. No. Tu padre jamás va a esa clase de sitios. Para nada.  Si una vez alguien escribió unos versos sobre una ridícula guerra en miniatura en la que se suponía que participaba tu padre y él sigue ofendido aún hoy.”

“¿Nymphidia? ¿De Michael Drayton?”

“Eso. Exactamente. Mira que es mona la obrita. Unas menciones de la flora y fauna muy exquisitas. Pues ni se te ocurra mencionarle  Nymphidia a tu padre que entonces sí que nos monta un drama. Yo te diré cómo se lleva tu padre con tu tío. Soltó al Sr. Twinky y le dijo que fuese a por Gen. Sí, se lo echó encima como un perro a un ladrón. ¿Menuda broma, eh? Así es cómo resuelve sus problemas tu padre. Tiene uno, pues crea otro mayor. Y luego intenta convencernos de que eso tiene gracia.”

“¿Y el Sr. Twinky es?”

“El hombre chalado que las niñas tienen durmiendo en el jardín.”

¡Ah! ¡Mungo Binky! El primer ministro. Claro que sí.”

“¿Vais a poner a esta otra persona conflictiva que tenéis durmiendo aquí ahí fuera en otro ataúd de cristal junto al Sr. Blinky?”

“¡No podemos hacer eso!” protestó Brezo. “El Sr. Binky es un hada y lo que le ocurrió a él fue algo accidental y probablemente acabe despertando algún día. Pero este otro hombre es mortal, y si le ponemos ahí fuera en la intemperie puede que le perdamos. Para siempre.”

No se nos escapó a ninguno que perder para siempre era un eufemismo de sería asesinato.

Y entonces Cardo, que había estado muy calladita, estalló en cólera. Se volvió hacia mí y grito, “¡Tú dile a nuestro tío metete que levante su culo divino de dónde lo tenga posado y lo arrastre hasta  aquí y se lleve de una vez a ese imbécil de dictador humano o lo que sea! ¡No lo quiero en mis manos! ¡Estoy harta de dormirle! ¡De inyectarle cada dos por tres desde que me dijiste hace tres días que le mantuviese sedado! ¡Y sin saber lo que va a ser de él!”

La pobre Brezo no soporta oír gritos y en esta familia no la queda otra. Pero siempre intenta poner paz distrayendo a la gente ofreciéndoles comida o cambiando de tema.

“Si sabías que Gentillluvia es nuestro tío, tendrías que habérnoslo presentado a Cardo y a mí, Arley. Sé que estabais muy ocupados,  pero podrías haber encontrado un momento, en lugar de dejar que nos preguntásemos quién era ese hombre tan misterioso e interesante que te acompañaba. ¿Es Gentillluvia realmente tu gemelo, Mama? A mí me llamó mucho la atención. Sí que se parece a ti,” dijo Brezo.  Ella también había estado en la guerra como enfermera voluntaria.

“Y a ti, mi vida. Los tres somos tan parecidos como tres  gotitas de agua clara. Como tres guisantitos monísimos en una vaina.”

 “Gracias,” dijo Tito Gentillluvia, “a las dos. Me siento halagado.”

Estaba de pie, apoyado en la puerta de la cocina, sonriendo ampliamente y con un aspecto mucho menos demacrado del que tenía cuando le deje.

“¡Ahí estas!” gritó Mamá. “¡Y estás haciendo otra de esas cosas molestas que haces! ¡Acercarte sigilosamente a la gente y darles un susto de muerte! Debería darte vergüenza.”

“Yo nunca hago eso. Sois vosotros los que no me veis venir. Porque nunca veis venir nada. Porque no miráis a vuestro alrededor. Si soy un lobo, os como. ¡No quedaría uno de vosotros!”

“Hablando de comida. ¿Puedo ofrecerte  un trozo de tarta,  Títo?” dijo Brezo, intentando evitar otro altercado.

“Gracias. Sí, claro. Esto… ¡Me cachis en los mengues! ¡Esto es tarta indómita! ¡No me lo puedo creer!”

“Encontré la receta en un cuaderno escrito a mano y titulado Los tesoros secretos de la Abuelita Sopitas con leche.

“Margarida Sopitas con leche era la encargada de preparar los postres en casa de Papá. ¿Te acuerdas, Tani? Me dio ese cuaderno cuando decidió jubilarse e ir a vivir junto al mar con su nieta. ¿Cómo se llamaba la niña esa?”

“¡Yo quiero una copia de ese cuaderno!” dijo Mamá inmediatamente. “Brezo, no se lo devuelvas hasta que hayas hecho dos copias.”

“No tiene que devolvérmelo. Ha llegado hasta ella  y es suyo. ¡Qué lo disfrutes, preciosa!”

Tito Gen mandó un beso volado a Brezo y se sentó para comer la tarta indómita de la pastelera Sopitas con leche.

“Se lo has regalado porque has hecho una docena de copias y las tienes escondidas en tu caja fuerte, egoísta,” dijo Mamá. “O a lo mejor las has escondido en doce sitios distintos. Pues podría encontrarlas cualquier desaprensivo.  Y en todos estos años a mí, tu hermana,  no me has ofrecido una. ¡Admite que las tienes,  Augusto Gentillluvia!”

El tito sacudió la cabeza y se rio. Pero fue a Cardo a la que dirigió su atención.

“Siento muchísimo haberte cargado con el dictador, Cardo. No tengo perdón, pero estaba agotado y tenía que dormir. No podía aparecer por aquí después de trescientos años sintiéndome como el fantasma de las Navidades Pasadas. Habrían apagado la mortecina llamita de mi coronilla de un soplido. Me hubiesen hecho picadillo. Pero te prometo que te voy a compensar por-”

“¿Cómo que trescientos años?” chilló Mamá. “No presumas. Ni siquiera has aguantado tres siglos.”

“No hagas que me arrepienta de no haber aguantado,” dijo nuestro tío. “Mira, Cardo, ese salto temerario que pegaste para aterrizar en la dragona y apaciguar a Pedrito fue espectacular.”

“¡No intentes pelotearme!”  gritó Cardo. “No fue ningún acto heroico. Yo tengo alas.”

“Pero no las abriste,” sonrío Tito Gentillluvia. “Yo me fijé.”

Cardo se calló, pero Mamá intervino.

“¡Ahí está!” suspiró Mamá. “¿Veis lo que os digo? Tú pensabas que te estaba halagando y en realidad te estaba diciendo que fueses más prudente.”

“Bueno, tal vez las dos cosas,” dijo nuestro tío, poniéndose de pie. “Iré a ver a Pedrito ahora mismo, Cardo. ¿Dónde lo tienes?”

“Es un milagro que no lo hayamos tenido que enterrar en el jardín de Brezo,” gruño Cardo. “Porque al mío jamás lo llevaría.”

Ella también se levantó y se llevó a mi tío.

Antes de que yo pudiese seguirles, las cosas se complicaron todavía más. Hubo un  horrible estruendo.  Cayeron como una docena de sartenes y ollas rodando por todo el suelo de la cocina. Y apareció Papá.

“¿Es verdad?” dijo colándose por la ventana de la cocina como un ladrón de pasteles. “¿Ha  vuelto el mayordomo?”

“¡No te atrevas a insultar a mi hermanito!” gritó Mamá, lanzando su servilleta a la cara de Papá, que la cogió al vuelo.

“También es mi hermanito. Más ito para mí que para ti. Yo soy mayor que vosotros. Puedo llamarle lo que quiera. Y ser un mayordomo no es nada vergonzoso, tía esnob.”

“¡Ser como un mayordomo,” gritó Mamá, “cuando uno no lo es! Eso que tú haces es despreciar a mi hermano y a los mayordomos. Eso es lo ofensivo.”

Los ojos de Mamá brillaban como los de una gata rabiosa. Me extrañó que se pusiese así por lo que parecía una tontería.

“¡Pues estoy diciendo bien poco considerando que se ha llevado a mi hijo a la guerra!” rugió Papá, devolviendo la servilleta a la mesa de un golpetazo.

Hasta yo, que nunca digo una palabra más alta que la otra, me puse a  gritar.

“¡Eso no fue así!”

 ¡Aha! ¡Así que ha sucedido!” Papá de pronto parecía más encantado que enfurecido. Nada le sienta mejor que tener la razón.

“Mi guerra es cosa mía. Y no ha habido ninguna baja. Bueno, hubo uno al que casi le alcanzó un guijarro. Pero fue un casi.

“¿Y el enemigo? ¿También opinan que esto fue un paseíto placentero?”

 Antes de que yo pudiese explicarme, Mamá se tiró a él.

¡Mentecato! Lo que haya pasado es culpa tuya, y sólo tuya, porque fuiste tú el que enviaste a tu hijo a ver a nuestro hermano. ¡Tú! ¡Tú le enviaste!”

¿Qué? ¡Lo que hay que oír! Pero si fue idea tuya.”

 “No. Yo sólo dije que Arley me estaba recordando demasiado a Gen. Tú sabes lo deprimido que estaba Gen cuando nos amenazó con desaparecer para siempre. Y ahora mira a Arley. Lo que ha hecho Gen es devolvérnoslo. Mira a tu hijo, sentado en nuestra mesa desayunando tarta de chocolate. ¿Cuándo fue la última vez que viste algo así?”

Yo pensé que Papá había recordado que le gusta parecer justo, porque preguntó a Mamá en un tono mucho más tierno y bajito, “¿Realmente crees que Arley está mejor?”

“¿Quién quiere un poco de tarta de chocolate?” dijo Brezo. A veces es más rápida que cualquiera de nosotros en darse cuenta de lo que está pasando.

“Porque si Arley está mejor y según , mi reinecita,  yo soy el responsable de lo que ha pasado, porque fui yo el que le mando a ver a Gen, entonces  yo soy el que ha obrado el milagro. La gloria es mía. Sí que quiero un trozo de tarta, Brezito. Bien grande. Me lo merezco.”

 “Métele un trozo enorme de golpe en la boca, niña, a ver si se calla,” dijo Mamá.

“Hay peores maneras de silenciar a la gente,” contestó Papá. “Por cierto, ¿dónde anda nuestra valerosa Cardito?”

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