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jueves, 7 de abril de 2022

175. Dos chozas y una hamaca

175. Dos chozas y una hamaca.

Ninguno de nosotros tres quería decir dónde estaba Cardo. Pero callar haría sospechar a Papá que nos traíamos algo entre manos. Me di cuenta de que era yo el que tenía que hablar, y hacerlo antes de que él se enfadase. Cuando le dije que Cardo y Gentillluvia estaban ocupándose de un dictador humano en la habitación de los unicornios, Papá se levantó sin decir palabra y se fue hacia la puerta, obviamente de camino a esa habitación. Yo fui tras él. Mamá, sin volverse para mirarnos, tan tiesa estaba su espalda que ni rozaba su silla, dijo muy, pero que muy claramente, “Mucho cuidado con cómo tratas a nuestro hermano. Está haciendo como que aquí no ha pasado nada.”

Papá se detuvo para escucharla, pero cuando acabo de hablar, tiró para adelante.

“No te voy a decir nada sobre mi hijo y tu guerra. ¿Pero cómo has podido dejar a un hombre así en manos de una niña?” Papá le preguntó a Gentillluvia.

“Yo sabía que Cardo no es una niña cualquiera. Lo ha hecho mejor que cualquiera de mis compañeros.”

Este cumplido sí que le gusto a Cardo. Creo que estaba empezando a apreciar al tito.

“¿Pero por qué has metido a ese hombre en casa de mi hija? Eso es pasarse hasta para una venganza.”

“¡Yo le traje aquí!” gritó Cardo. “Nadie me dijo que lo hiciese. Y no es tu casa. Es la de Brezo. Ella decide. Es su decisión. Decidió acogerle.”

“Brezo acogería desde un gatito sin dueño hasta el monstruo de Frankenstein fugado del laboratorio. Esto es entre mi hermano y yo, Cardito. No te inmiscuyas.”

“Me voy a inmiscuir yo,” dije de pronto. Quería hablar tan claramente como Mamá lo había hecho. “No era la guerra del tito, como has dicho tú. Era la mía y la de, bueno, la mía y sólo la mía.”

“¡Es verdad! Esto que está pasando aquí es entre mi hermano y yo, Papá,” dijo Cardo. “Así que no te inmiscuyas tú. Es entre nosotros y la odiosa manzanita.”

“¿Manzanita?”

“El niño no cambiadito de los Dulajan, que fue convertido en manzana por el puca Garth y que ha causado esta guerra,” explicó Cardo.

“¿Qué? ¿Qué manzana belicista? ¿Qué?”

“Si lo piensas, Obi, esta no es la primera guerra provocada por una manzana. Recuerda Troya,” dijo Tito Gen.

“Las manzanas serán sanotas pero tienen un peligro que espanta,” dijo Papá. “Y esta, por su linaje, debe ser una víbora.”

“Por cierto, ¿dónde anda la manzanita?” me preguntó el tito. “¿Qué ha sido de…”

 “¿Del hijo de los Dulajan?” Papá terminó la frase para él.

 “¡Qué horror!” no pude evitar exclamar. De pronto me había dado cuenta de que no tenía ni idea de que había sido de Alpin desde que hablamos por los megacuernos.

“A ver si me aclaro,” dijo Papá. “¿Os llevasteis a una manzana a la guerra y resultó ser el hijo de la Novia Diabólica y el Cochero de la Muerte y desapareció en medio de la marimorena y no tenéis ni idea de dónde encontrarla? ¿Pero vosotros que andáis buscando? ¿Una guerra de verdad?

Papá parecía realmente consternado. Claro que todos los demás lo estábamos también.

“¿Sabe alguien dónde está?” preguntó Tito Gen. “Estaba a salvo en el área de comunicaciones la última vez que supimos de él. ¿No?”

“¿Área de comunicaciones?” preguntó Papá. “¿Pero hasta de eso teníais?”

“El mocoso ese tiene un ojo que todo lo ve,” le explicó Tito Gen a Papá. “Si estuviese aquí, le podríamos preguntar dónde encontrarle. Y él lo sabría. A lo mejor nos lo diría y a lo mejor no, pero lo sabría. Lo sabe todo.”

“¿Pero como no está aquí...?”

“Pues si nadie sabe nada de él,” dijo el tito mirándonos a Cardo y a mí para pedir confirmación y sacudiendo su cabeza a la vez que nosotros, “tendremos que pensar rápido. Puede que esté con Mari.”

Todos tuvimos la misma idea. Desaparecimos a la vez y volvimos a aparecer en Sherbanania. Allí nos dijeron que Mari estaba en la choza del parlamento. Esta choza era la casa de Mari, y como era lo único que quedaba en pie en aquel lugar, ahora era el palacio presidencial y la choza del parlamento. Nos dijeron que había sesión en el parlamento y nos hicimos invisibles para los mortales pero no entre nosotros y nos dirigimos hacia allí. Mari estaba de pie delante de la puerta de su casa y delante de ella había un montón de gente sentada en la tierra, la mitad a un lado y la otra mitad a otro. Parecía haber dos facciones discutiendo enardecidamente entre ellas sobre un tema que nos afectaba también a nosotros. Se trataba de los campos de girasoles. Habíamos pasado junto a ellos y visto como florecían espectacularmente. Dudo que ningún humano haya visto jamás unos girasoles tan esplendidos como esos. Pero un grupo de sherbanianos amargados querían….¡a ver si lo adivináis! Sí, correcto. Reducirlos otra vez a cenizas. ¿Por qué? Pues porque eran un recuerdo de algo que había sido humillante para ellos. Otro grupo de sherbananos (se dice sherbanano o sherbaniano según de que facción seas) decía que ellos no tenían nada de qué avergonzarse, y que eran el tarado de Botepimienta y su novia bellaca los que tenían que sentirse pesimamente mal por todo lo sucedido. Los girasoles eran lo único que había quedado en pie, lo único que les quedaba, y las flores no tenían la culpa de nada. ¿Se quemarían ellos mismos por haber sido víctimas de unos monstruos? Hubo muchos gritos y demasiados insultos incluso para un parlamento y al final todos los presentes se trasladaron a los campos para decidir la cuestión in situ. Nosotros les seguimos. Una vez allí un sherbaniano le dió a un sherbanano un puñetazo en la nariz. El agredido se cayó y sus amigos se apresuraron a ayudarle a levantarse. Mientras estaban en eso, un tercero encendió una antorcha y prendió fuego a los campos.

“¿Lo ves?” le dijo mi padre a mi tío. “Es imposible ayudar a esta clase de gente, Gen.”

“El tito lo sabe,” dije yo. “Volvió a plantar todo esto para nosotros, no para los humanos. Para que los libertadores no se enfadasen al ver que sus esfuerzos fueron en balde.”

Tito Gentillluvia miró al cielo. Chasqueó los dedos. Las nubes chocaron y empezó a diluviar. EL fuego se apagó. Y un rayo alcanzó al hombre que había incendiado los campos.

Y entonces parecía que también había dos bandos entre nosotros.

¡Idiota!” vociferó Papá. “¡Lo estás haciendo otra vez! ¡Te estás involucrando con esta gente!”

“Mejor sólo yo que toda tu gente,” contestó el tito no tan tranquilamente.

“Si eso llegase a suceder, juro por el sol que secaré este lugar,” dijo Papá. “Estos idiotas se iban a enterar de lo que vale un girasol. ¿Quieren un desierto? Se lo daré.”

“Ahora eres tú él que se está involucrando,” advirtió nuestro tío.

“¡Los cielos se han pronunciado!” tronó una voz que me sonaba familiar.

“¡Es verdad!” se hizo eco Mari. “Todos habéis hablado y a todos he escuchado. Ahora proclamo mi decisión. ¡Los campos de girasoles seguirán en pie!”

En cuanto acabó de decir eso, el hombre que había caído debido al rayo se puso en pie. Afortunadamente estaba sin habla. La primera voz volvió a sonar.

“¡Has sido perdonado porque los campos seguirán en pie! ¡La reina ha hablado!”

“Ese que está hablando es Alpin,” dije yo. “No le puedo ver, pero he reconocido su voz.”

De pronto, la invisible de Cardo corrió hasta Mari y arrebató algo del bolsillo de su delantal.

“¡Le tengo! ¡Nos fuimos!” 

Cuando reaparecimos todos en el dormitorio en el que habíamos dejado a Pedrito durmiendo, nos encontramos con que ahora era Botepimienta el que había desaparecido.

“¡No! ¡No! ¡No!” gritaba mi padre. “¡Esto no va a acabar nunca! ¡Otra búsqueda no! La primera fue demasiado fácil. ¡Está va a ser endemoniada! ¡Ale! ¡A cazar a un hombre! ¡NO! ¡NO! ¡NO!”

 “Tranquilo, Sr. Majestuoso,” dijo Manzanita Alpin. “Esta vez yo estoy aquí para decirle dónde buscar.”

“¡Bajo la cama!” grito Papá. “Pónmelo fácil. ¡Di que está bajo la cama!”

“Error. Adivina otra vez,” dijo Alpin.

 “En el armario.”

“Ni templado! ¡Frio, frio!”

“¡Me cachis en los mengues, niño aojado, habla de una vez!” gritó Tito Gen, que sabía muy bien que no había tiempo que perder.

Y Alpin saltó para atrás fingiendo estremecerse y dijo, “Está en el salón de palacio, tomando hojuelas con miel con mi reinita favorita.”

Resultó que Pedrito se había despertado y había abandonado la casa de Brezo. Se había escondido entre las ruedas del carruaje volador de Mamá. Cuando el carruaje la llevó a casa, también se llevó por los aires a Pedrito. Juntos llegaron todos a palacio y cuando Mamá bajó del carruaje encontró a Botepimienta vomitando en la verde hierba debido al mareo que tenía. Afortunadamente para todos a ella no le dio un ataque de nervios.

“Oye, ¿tú no serás el hombre peligroso que mis hijas tenían detenido en casa hasta que mi hermano pudiese ocuparse de él?” Mamá le preguntó a Pedrito. “Como has vomitado en mi jardín podré tratarte de tú, digo yo, aunque seas de la realeza nueva y extranjera. No insistirás en protocolo.”  

“No tengo ni idea de quién soy. No me acuerdo de nada,” contestó Pedrito. “Debo tener amnesia. ¿Eso qué es?”

“Una sabia decisión,” dijo Mamá. “Yo también la tendría en tu lugar. Bueno, pues estás en mi palacio y yo soy la reina de este lugar y no me gusta demasiado que maltraten a reyes depuestos aunque sean extranjeros y de nueva cepa así que supongo que eso significa que has encontrado asilo. Creo haber oído que eres de algún lugar tropical. ¿Sabes algo de frutas tropicales?”

“No,” dijo Pedrito. “Creo que hay una que se llama plátano.”

“Bien,” dijo Mamá. “Vamos muy bien. Porque el último individuo que estuvo encargado de mi espacio para frutas tropicales aquí en el jardín no sabía de nada más que de fútbol. ¿Te gusta el fútbol?”

“¿Eso qué es?” preguntó Pedrito.

“¡Guay del Paraguay!” dijo Mamá, aplaudiendo. “Espero que nunca te enteres. ¿Necesitas encontrar trabajo? ¿Te gustaría ocuparte de la zona tropical de este jardín? Lo único que tienes que hacer es tumbarte en una hamaca y observar cómo crecen las plantas. Saben hacerlo solas. Hay una casita divina de la muerte en la que te puedes meter cuando llueva, si no te gusta mojarte. No hace falta que te preocupes por monzones o huracanes, de eso no tenemos aquí. Lo que sí te pido es que no te aficiones al fútbol. El jardinero antiguo tenía la tele puesta a todo meter, todo el día viendo partidos. Hay quién se ha quejado. Cuando se lo dijimos se ofendió y cogió puerta y hasta hoy. Si alguien aparece por ahí y te hace preguntas sólo diles eso de que tienes amnesia. Todos lo comprenderán y gozarás de su simpatía porque aquí casi todos somos gente amable y considerada con los demás. ¿Es esa boina tuya? Pues recógela y póntela en la cabeza. No la dejes tirada ahí, hombre.”

“No sé si es mía.”

“Mira, yo tengo una boina también. Pero la mía es morada. No es posible confundirse. Así que ponte esa en la cabeza si no se ha manchado con tu vómito y si te cabe, será porque es tuya. No parece el tipo de sombrero que debe llevar alguien del trópico, pero tú eres el que es de allí y sabrás lo que se lleva. De todas formas haz una lista de lo que necesites para tu trabajo, y te conseguiré lo que pueda. Me traes la lista y me cuentas lo que se lleva por ahí de paso. Hay que estar enterados. ¿No sería más fresquito un sombrero de esos que dicen de Panamá pero que están hechos en otra parte? Tú dirás.”

Y así es como Pedrito acabó, al menos de momento. Y como Mamá protege a su gente como una fiera, nadie se ha atrevido a privarla de Pedrito.

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