180. El hombre sin el saco
En la fiesta que celebramos para homenajear a
Don Alonso el día del libro, Tito Gentillluvia y yo cada uno leímos un capítulo
del Quijote y creo que lo hicimos clara y sonoramente. Todo el mundo aplaudió
con entusiasmo y creo que no lo hicieron sólo por quedar bien, ni por sentirse
aliviados. Estábamos entre gente que aprecia lo bueno.
Mientras
Doña Estrella servía refrescos, Tito Gen se llevó a Michael aparte y le
preguntó dónde podía encontrar al puca Garth. Michael es el primo favorito de
Garth, así que pudo decirle al tito bajo que puente iba a estar acechando el
puca al día siguiente por la tarde. Michael se ofreció a acompañar a Gen, pero
mi tío no se lo consintió. Si las cosas se torcían, la amistad entre Michael y
Garth podría verse perjudicada. Michael
era probablemente el único amigo que tenía Garth y Gen pensaba que un
Garth carente de amigos se volvería todavía más huraño, amargado y antipático.
El tito dijo que yo tampoco podía acompañarle. No sabía cómo iba a reaccionar
el puca cuando le nombrasen a Alpin y Gen no quería que yo corriese riesgos.
Michael entonces se ofreció a encontrarse con
el tito en la Roca de la Esperanza, una gran piedra que hay en el Bosque
Triturado junto a un cruce de caminos
que también está cerca de dicho puente. Él
estaba dispuesto a esperar ahí hasta que el tito volviese de su entrevista con
Garth, y si por lo que fuese no llegase Gen a volver, Michael avisaría
inmediatamente a mi padre. Gen quiso quitarle hierro al asunto y dijo que no
creía que la sangre llegase al río aunque el agua estaba justo debajo del
puente. Agradecía la oferta, pero Michael no tenía que preocuparse.
Como yo me había enterado del lugar en el que
iba a estar el tito antes de partir para el puente, decidí ir allí de tapadillo
y seguir al tito. Se lo dije a mis hermanas y Cardo y Brezo se empeñaron en
acompañarme. Intenté disuadirlas, pero no hubo modo. Si alguien le hubiese
dicho a Don Alonso todo esto, él también se hubiese apuntado a ir, y al final
una muchedumbre se hubiese presentado en el puente, porque las hadas somos así.
A donde se hace historia, vamos en manadas. Y entonces tendría que montarse un auténtico
espectáculo, aunque sólo fuese para no desilusionar a tanto público. Yo
entendía por qué el tito pedía prudencia, y hubiese preferido no haberle dicho
nada a mis hermanas, pero había abierto la boca y ahora ellas y yo iríamos los
tres a la Roca de la Esperanza, sí o sí.
Así que al día siguiente, poco después del
mediodía, en la roca estábamos, invisibles pero presentes. Para nuestra
sorpresa, cuando llegamos, no vimos ni rastro del tito. Lo que sí nos
encontramos, más cerca de la encrucijada que de la roca, fue un grupo de ocho
niños atados con alambre de espinas. Este alambre es el equivalente mágico del
alambre de espino. No te daña físicamente, pero te hace creer que sí. Su
impacto psicológico es tan efectivo que pocos pueden zafarse de él sin ayuda.
Junto al grupo de niños atados había otra chiquilla. Esta estaba suelta,
sentadita en la hierba tejiendo una guirnalda de margaritas. Yo me acerqué para
verla mejor. Me hice visible y dije, “¿Luisa?” La niña sonrió. Yo acababa de
reconocer a la más simpática de la prole de Mari la sherbaniana.
“Tu tío nos ha venido a recoger para
llevarnos a un lugar donde vamos a ser felices por siempre jamás,” explicó
Luisa cuando la pregunté qué estaba haciendo allí y por qué era la única que
andaba suelta. “Yo quiero ir a ese lugar. Mis hermanos también quieren ir con
tu tito, pero están jugando a que no. Se lo están poniendo difícil, porque son
diez y él uno, y ellos son como monitos traviesos que saltan a los árboles y de
una rama a otra y le tiran cosas y le hacen sudar al pobre señor.”
Escuché
un ruido y me volví invisible otra vez. Apareció el tito con un noveno niño
bajo el brazo que pataleaba y forcejeaba y hasta mordió al tito, que sólo dijo “¡Ay!”
El tío Gen ató al noveno niño con los demás.
Entonces se fue a por el décimo. “¡Uno más y esto queda hecho,” murmuró, “me
cachis en los mengues!
Saltó a un árbol y de ahí a otro y desapareció
entre las hojas. Cuando reapareció, tenía a otro chiquillo bajo el brazo. Este
se estaba riendo, haciendo ruiditos de ratón.
“Bien. Espero que ni se os ocurra ir por ahí
diciendo que os ha cogido el hombre del saco, porque es lo que me faltaba,” el tito
comenzó a sermonear a los chiquillos. “Para empezar, no he traído ningún saco.
¡Ojala lo hubiese hecho! Habría sido más fácil. Quiero que tengáis claro que lo
que estoy haciendo es para vuestro bien y con suerte también para el mío. Así
que no lo fastidiéis mintiendo y diciendo que os he esclavizado y vendido a
demonios y otros seres malignos. Si hubieseis sido niños dóciles y os hubieseis
quedado agarrados a las faldas de vuestra mamá, puede que nada de esto estaría
sucediendo. Pero tuvisteis que salir y entrar del castañar a vuestro antojo y
algunos hasta os atrevisteis a profundizar en el bosque. Pues ahora estáis
dentro y dentro os quedaréis. Yo podría haberos atizado con un hechizo de te olvidarás, pero yo no soy de los que
creen en esos hechizos. He sido historiador, y no creo en olvidar nada. Y de
todas formas los te olvidarás son hechizos defectuosos. Un buen día empezaríais a
tener sueños extraños. Al siguiente, os acosarían recuerdos borrosos. Al tercero
os preguntaríais si estáis locos, y al cuarto nadie os preguntaría nada. Os
encerrarían en un manicomio. Creedme, vais a estar mucho más felices en el
lugar al que os voy a mandar. Allí nadie os querrá quemar por ser brujos ni
intentará clavaros una estaca en el corazón como casi consiguen hacerle a
vuestro hermano Manolo. ¿Verdad, Manolo? ¡Claro que sí! No se te olvide nunca.
Tal vez si no os hubiesen salido cuernos podríais haber disimulado durante unos
meses, pero es obvio que estáis siendo demasiado obvios respecto a lo que os ha
pasado. Y por eso tenéis que iros.”
Los niños atados respondieron riéndose a
carcajadas.
“No tiene gracia, pero reír, sí. Es menos
molesto que oír llorar,” continuó el tito. “Pero no vayáis por ahí diciendo que
yo me he portado fatal con vosotros. No tenéis ni idea de lo que os podría
haber hecho.”
Entonces todos los niños empezaron a gritar
como si estuviesen encantados y sorprendidos a la vez
“¿Y ahora que pasa?” rugió el tito para que
se le oyese por encima del alboroto.
“Creo que es por mí,” dijo un fauno que
estaba de pie junto al cartel del cruce de caminos. “Me encuentran gracioso.”
Este fauno era otro de los hermanos Espina,
pero por el contrario que Mons, Pons y Fons, no vivía en el Bosque Triturado.
Vivía bien lejos, en las Colinas Rodantes. Se llamaba Brons Espinadebronce, y
con él venía su hijo mayor, un faunito llamado Eleuterio. El niño y Luisita se
cayeron bien nada más verse, y ella ya le estaba prometiendo que cuando
terminase su guirnalda de margaritas, él podría colgarla de sus cuernos.
Tito Gentillluvia se volvió otra vez hacía
los niños y siguió leyéndoles la cartilla.
“A ver. Esta gente que se os va a llevar a
vivir con ellos es gente muy amable y mucho más civilizada que vosotros, aunque
os parezca ridículo que se pasen la vida saltando de una piedra a otra y vivan
en aldeas. No os riais de sus patas. Perdón, de sus piernas. Las vuestras se
volverán igual que esas muy probablemente. A ellos no les importa que tengáis cuernos,
porque ellos también los tienen. Eso os debería poner contentos. Os darán de
comer mejor de lo que habéis comido desde que se fue el sheriff. Tal vez mejor
que nunca. Y os enseñarán muchas cosas útiles y curiosas. Intentad ser lo más
parecidos a ellos que podáis. No os portéis mal, porque si lo hacéis, quedaréis
a mi merced, y lo menos malo que os voy a hacer es devolveros a Sherbanania,
donde vuestros paisanos buenos nada podrán hacer para protegeros de los malos.
Dejad atrás ese lugar. Espero que entendáis que ahora vuestra gente es esta.”
Los niños atados estaban callados ahora y ya
no se retorcían tanto como gusanos. Estaban intentando parecer serios.
“Ahora, tenéis que decirle al Sr. Espina si
queréis iros con él y con Eleuterio porque no os van a llevar a ninguna parte
si no vais voluntariamente.”
Todos los niños comenzaron a gritar que sí
que querían ir. El tito les hizo callar y les preguntó de uno en uno si estaban
dispuestos a irse. Todos dijeron que sí. Pero Tito Gen seguía desconfiando de
ellos.
“Tengo la sensación de que estos todavía la van
a liar si les suelto,” dijo el tito. “Será porque me ha costado un horror
atraparles. Tal vez te los debas llevar atados. Te lo tengo que preguntar otra
vez, Brons. ¿En serio quieres acogerles?”
Brons dijo que sí. Se volvió hacia su hijo y
le hizo una señal. Eleuterio sacó una flauta de la nada y se puso a tocar el Preludio a la siesta de un fauno.
“Suéltalos,” dijo Brons.
Tito Gen así lo hizo y los once niños
formaron un fila primorosa y siguieron a Eleuterio por uno de los cuatro
caminos de la encrucijada.
“Y ahora, vosotros tres husmeadores,
mostrados ante mí. Sé que estáis ahí,” dijo el tito.
Se refería a nosotros, por supuesto, y ante
él nos mostramos. De cerca, vimos que tenía la piel cubierta de arañazos, y que
algunos sangraban un poquito. También se veía que iba a tener moratones, debido
a mordiscos que le habían pegado y a golpes que se había dado.
Tito Gentillluvia dijo, “Estoy hecho polvo de
haber perseguido a esas fierecillas por el frondoso follaje, y podría apostar
que vosotros ya sabéis que me queda por pasar por un puente y hacerle una
visita a un duende bilioso. No se sabe cómo va a reaccionar el fanático ese cuando
le pregunte por Alpin, pero el pronóstico es de tormenta. Puede que yo no esté
a la altura del momento y no pueda protegeros. Así que si os empeñáis en
seguirme, estad preparados para salir por alas si se tuercen las cosas, y
esperemos que el exaltado no se empeñe en morir matando.”
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