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miércoles, 27 de abril de 2022

180. El hombre sin el saco

180. El hombre sin el saco

En la fiesta que celebramos para homenajear a Don Alonso el día del libro, Tito Gentillluvia y yo cada uno leímos un capítulo del Quijote y creo que lo hicimos clara y sonoramente. Todo el mundo aplaudió con entusiasmo y creo que no lo hicieron sólo por quedar bien, ni por sentirse aliviados. Estábamos entre gente que aprecia lo bueno.

 Mientras Doña Estrella servía refrescos, Tito Gen se llevó a Michael aparte y le preguntó dónde podía encontrar al puca Garth. Michael es el primo favorito de Garth, así que pudo decirle al tito bajo que puente iba a estar acechando el puca al día siguiente por la tarde. Michael se ofreció a acompañar a Gen, pero mi tío no se lo consintió. Si las cosas se torcían, la amistad entre Michael y Garth podría verse perjudicada. Michael  era probablemente el único amigo que tenía Garth y Gen pensaba que un Garth carente de amigos se volvería todavía más huraño, amargado y antipático. El tito dijo que yo tampoco podía acompañarle. No sabía cómo iba a reaccionar el puca cuando le nombrasen a Alpin y Gen no quería que yo corriese riesgos.

Michael entonces se ofreció a encontrarse con el tito en la Roca de la Esperanza, una gran piedra que hay en el Bosque Triturado junto a  un cruce de caminos que también está cerca de dicho puente.  Él estaba dispuesto a esperar ahí hasta que el tito volviese de su entrevista con Garth, y si por lo que fuese no llegase Gen a volver, Michael avisaría inmediatamente a mi padre. Gen quiso quitarle hierro al asunto y dijo que no creía que la sangre llegase al río aunque el agua estaba justo debajo del puente. Agradecía la oferta, pero Michael no tenía que preocuparse.

Como yo me había enterado del lugar en el que iba a estar el tito antes de partir para el puente, decidí ir allí de tapadillo y seguir al tito. Se lo dije a mis hermanas y Cardo y Brezo se empeñaron en acompañarme. Intenté disuadirlas, pero no hubo modo. Si alguien le hubiese dicho a Don Alonso todo esto, él también se hubiese apuntado a ir, y al final una muchedumbre se hubiese presentado en el puente, porque las hadas somos así. A donde se hace historia, vamos en manadas. Y entonces tendría que montarse un auténtico espectáculo, aunque sólo fuese para no desilusionar a tanto público. Yo entendía por qué el tito pedía prudencia, y hubiese preferido no haberle dicho nada a mis hermanas, pero había abierto la boca y ahora ellas y yo iríamos los tres a la Roca de la Esperanza, sí o sí.

Así que al día siguiente, poco después del mediodía, en la roca estábamos, invisibles pero presentes. Para nuestra sorpresa, cuando llegamos, no vimos ni rastro del tito. Lo que sí nos encontramos, más cerca de la encrucijada que de la roca, fue un grupo de ocho niños atados con alambre de espinas. Este alambre es el equivalente mágico del alambre de espino. No te daña físicamente, pero te hace creer que sí. Su impacto psicológico es tan efectivo que pocos pueden zafarse de él sin ayuda. Junto al grupo de niños atados había otra chiquilla. Esta estaba suelta, sentadita en la hierba tejiendo una guirnalda de margaritas. Yo me acerqué para verla mejor. Me hice visible y dije, “¿Luisa?” La niña sonrió. Yo acababa de reconocer a la más simpática de la prole de Mari la sherbaniana.

“Tu tío nos ha venido a recoger para llevarnos a un lugar donde vamos a ser felices por siempre jamás,” explicó Luisa cuando la pregunté qué estaba haciendo allí y por qué era la única que andaba suelta. “Yo quiero ir a ese lugar. Mis hermanos también quieren ir con tu tito, pero están jugando a que no. Se lo están poniendo difícil, porque son diez y él uno, y ellos son como monitos traviesos que saltan a los árboles y de una rama a otra y le tiran cosas y le hacen sudar al pobre señor.”

 Escuché un ruido y me volví invisible otra vez. Apareció el tito con un noveno niño bajo el brazo que pataleaba y forcejeaba y hasta mordió al tito, que sólo dijo “¡Ay!”

El tío Gen ató al noveno niño con los demás. Entonces se fue a por el décimo. “¡Uno más y esto queda hecho,” murmuró, “me cachis en los mengues!

Saltó a un árbol y de ahí a otro y desapareció entre las hojas. Cuando reapareció, tenía a otro chiquillo bajo el brazo. Este se estaba riendo, haciendo ruiditos de ratón.

“Bien. Espero que ni se os ocurra ir por ahí diciendo que os ha cogido el hombre del saco, porque es lo que me faltaba,” el tito comenzó a sermonear a los chiquillos. “Para empezar, no he traído ningún saco. ¡Ojala lo hubiese hecho! Habría sido más fácil. Quiero que tengáis claro que lo que estoy haciendo es para vuestro bien y con suerte también para el mío. Así que no lo fastidiéis mintiendo y diciendo que os he esclavizado y vendido a demonios y otros seres malignos. Si hubieseis sido niños dóciles y os hubieseis quedado agarrados a las faldas de vuestra mamá, puede que nada de esto estaría sucediendo. Pero tuvisteis que salir y entrar del castañar a vuestro antojo y algunos hasta os atrevisteis a profundizar en el bosque. Pues ahora estáis dentro y dentro os quedaréis. Yo podría haberos atizado con un hechizo de te olvidarás, pero yo no soy de los que creen en esos hechizos. He sido historiador, y no creo en olvidar nada. Y de todas  formas los te olvidarás son hechizos defectuosos. Un buen día empezaríais a tener sueños extraños. Al siguiente, os acosarían recuerdos borrosos. Al tercero os preguntaríais si estáis locos, y al cuarto nadie os preguntaría nada. Os encerrarían en un manicomio. Creedme, vais a estar mucho más felices en el lugar al que os voy a mandar. Allí nadie os querrá quemar por ser brujos ni intentará clavaros una estaca en el corazón como casi consiguen hacerle a vuestro hermano Manolo. ¿Verdad, Manolo? ¡Claro que sí! No se te olvide nunca. Tal vez si no os hubiesen salido cuernos podríais haber disimulado durante unos meses, pero es obvio que estáis siendo demasiado obvios respecto a lo que os ha pasado. Y por eso tenéis que iros.”

Los niños atados respondieron riéndose a carcajadas.

“No tiene gracia, pero reír, sí. Es menos molesto que oír llorar,” continuó el tito. “Pero no vayáis por ahí diciendo que yo me he portado fatal con vosotros. No tenéis ni idea de lo que os podría haber hecho.”

Entonces todos los niños empezaron a gritar como si estuviesen encantados y sorprendidos a la vez

“¿Y ahora que pasa?” rugió el tito para que se le oyese por encima del alboroto.

“Creo que es por mí,” dijo un fauno que estaba de pie junto al cartel del cruce de caminos. “Me encuentran gracioso.”

Este fauno era otro de los hermanos Espina, pero por el contrario que Mons, Pons y Fons, no vivía en el Bosque Triturado. Vivía bien lejos, en las Colinas Rodantes. Se llamaba Brons Espinadebronce, y con él venía su hijo mayor, un faunito llamado Eleuterio. El niño y Luisita se cayeron bien nada más verse, y ella ya le estaba prometiendo que cuando terminase su guirnalda de margaritas, él podría colgarla de sus cuernos.

Tito Gentillluvia se volvió otra vez hacía los niños y siguió leyéndoles la cartilla.

“A ver. Esta gente que se os va a llevar a vivir con ellos es gente muy amable y mucho más civilizada que vosotros, aunque os parezca ridículo que se pasen la vida saltando de una piedra a otra y vivan en aldeas. No os riais de sus patas. Perdón, de sus piernas. Las vuestras se volverán igual que esas muy probablemente. A ellos no les importa que tengáis cuernos, porque ellos también los tienen. Eso os debería poner contentos. Os darán de comer mejor de lo que habéis comido desde que se fue el sheriff. Tal vez mejor que nunca. Y os enseñarán muchas cosas útiles y curiosas. Intentad ser lo más parecidos a ellos que podáis. No os portéis mal, porque si lo hacéis, quedaréis a mi merced, y lo menos malo que os voy a hacer es devolveros a Sherbanania, donde vuestros paisanos buenos nada podrán hacer para protegeros de los malos. Dejad atrás ese lugar. Espero que entendáis que ahora vuestra gente es esta.”

Los niños atados estaban callados ahora y ya no se retorcían tanto como gusanos. Estaban intentando parecer serios.

“Ahora, tenéis que decirle al Sr. Espina si queréis iros con él y con Eleuterio porque no os van a llevar a ninguna parte si no vais voluntariamente.”

Todos los niños comenzaron a gritar que sí que querían ir. El tito les hizo callar y les preguntó de uno en uno si estaban dispuestos a irse. Todos dijeron que sí. Pero Tito Gen seguía desconfiando de ellos.

“Tengo la sensación de que estos todavía la van a liar si les suelto,” dijo el tito. “Será porque me ha costado un horror atraparles. Tal vez te los debas llevar atados. Te lo tengo que preguntar otra vez, Brons. ¿En serio quieres acogerles?”

Brons dijo que sí. Se volvió hacia su hijo y le hizo una señal. Eleuterio sacó una flauta de la nada y se puso a tocar el Preludio a la siesta de un fauno.

“Suéltalos,” dijo Brons.

Tito Gen así lo hizo y los once niños formaron un fila primorosa y siguieron a Eleuterio por uno de los cuatro caminos de la encrucijada.

“Y ahora, vosotros tres husmeadores, mostrados ante mí. Sé que estáis ahí,” dijo el tito.

Se refería a nosotros, por supuesto, y ante él nos mostramos. De cerca, vimos que tenía la piel cubierta de arañazos, y que algunos sangraban un poquito. También se veía que iba a tener moratones, debido a mordiscos que le habían pegado y a golpes que se había dado.

Tito Gentillluvia dijo, “Estoy hecho polvo de haber perseguido a esas fierecillas por el frondoso follaje, y podría apostar que vosotros ya sabéis que me queda por pasar por un puente y hacerle una visita a un duende bilioso. No se sabe cómo va a reaccionar el fanático ese cuando le pregunte por Alpin, pero el pronóstico es de tormenta. Puede que yo no esté a la altura del momento y no pueda protegeros. Así que si os empeñáis en seguirme, estad preparados para salir por alas si se tuercen las cosas, y esperemos que el exaltado no se empeñe en morir matando.”  

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