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viernes, 22 de abril de 2022

179. La lata de gusanos


 179. La lata de gusanos

Cuando me desperté por la mañana después de la cena con mis hermanos, tenía mucho en que pensar. Se me ocurrió que Timiano y Devin y probablemente también Cespuglio se reunían todos los viernes por la noche y que yo sólo había podido asistir a la cena de anoche porque Alpin no estaba conmigo. Antes de que Alpin se convirtiese en una manzana, yo no podía llevarle a ninguna parte. Me distancié de mis hermanos y de más gente porque él se hubiese comido toda la comida de una cena como la de anoche. Y eso no le hubiese gustado nada a mis hermanos. Pensé en todo lo que yo me había perdido por tener que ir a todas partes con Alpin, lo que equivalía a no ir a ningún lado normal. También me di cuenta de que los años que había perdido vagando sin rumbo o sentado bajo un árbol pensando en lo triste que estaba se debían a que mi propósito en la vida era cuidar de Alpin y sacarle de los líos en los que nos metía. Por eso no supe lo que hacer durante todos esos años. Una vez convertido en manzana, Alpin no daba mucha lata. Por lo menos no hasta que me hizo declarar una guerra. Hasta entonces, yo no había tenido nada que hacer. Yo no podía pasarme el día y la noche en el comedor de la madre de Alpin observando como dormía la manzanita entre las frutas de cera y quedándome roque yo mismo. Yo no soy un dragón guardián de tesoros.

Ahí le habíamos dejado, Cardo y yo, después de que ella se lo hubiese arrebatado a los Sherbanianos. Él dijo que estaba cansado y necesitaba recuperarse de todo el estrés de la guerra. Hacía años que no se había agitado tanto. Así que le dejamos allí con su madre, y francamente, yo no volví a pensar en él hasta que lo mencionó Timiano. Pero ahora que estaba enterado de que Alpin estaba en peligro, no pude mirar para otro lado y pasar a tope de ayudarle.

Me fui de mis habitaciones sobre las diez y media de la mañana. Desde una ventana había visto acercarse al palacio un carruaje con la letra G y una corona de príncipe. Allí sólo podría estar viajando Gentillluvia, camino de un desayuno de trabajo con Papá, tal y como Timiano me había dicho que haría. Baje muy, muy despacio por las escaleras. Quería que él llegase antes que yo para poder espiarle un poco, como Timiano me había sugerido que hiciera.

Papá y Tito Gen iban a desayunar fuera, en los jardines. Los jardines de palacio son muchos y variados, pero hay dos contiguos en los que siempre es el veintiuno de junio. En uno de estos está la rosaleda favorita de Papá, y allí les encontré. Me  escondí detrás de un enorme arco cubiertísimo de rosas rojísimas y me puse a espiarles.

“Esa manzana es una asquerosa  lata de gusanos,” decía mi tío.

“¿Y si nos la comemos?” sugirió Papá. “A lo mejor entonces podríamos ver todo lo que hay que ver, como él.”

“¿Tú o yo? ¿O es que vamos a partirle a ese por la mitad y luego acabar viendo la mitad de lo que haya que ver cada uno? Tendríamos que ir juntos a todas partes como gemelos siameses para ver la foto entera. En fin, un auténtico cuento de terror."

“Hablando de gemelos. Tu gemela seguro que querrá un trozo de la manzana. No la haría ninguna gracia que nosotros lo pudiésemos ver todo y ella menos que una aguja sin ojo. Tendríamos que partir la manzana en tres. Dividir algo entre dos es fácil. Uno corta y el otro escoge. Pero entre tres ya es más complicado.”

“En serio, Obi, tenemos que hacer algo con ese crío. Hablar de comérnoslo es perder el tiempo.”

“Yo pensaba que a lo mejor es como MacMor, el salmón de la sabiduría. Ese pez que se come avellanas mágicas y entonces alguien se come al tal pez y ese alguien se vuelve muy listo y luego el pez reaparece sano y salvo en su estanque como si nadie le hubiese tragado y…no sigo porque estamos comiendo.”

“¿Tú crees que el crío ese podría ser comestible? O sea, que sería ético comerle porque volvería a aparecer intacto?”

“Deja de llamarle un crío. Es una manzana. Haces que me sienta como un ogro.”

“Ni es una manzana ni es un crío. Es una asquerosa lata de gusanos. Un lío de problemas y punto. Bueno, sea lo que sea, yo no me voy a comer una lata de gusanos aunque tenga el aspecto de una manzana mohosa. Y tú tampoco, porque sabes que los padres de la fruta esa podrían montar un expolio.”

“¿Sabes porque estamos perdiendo el tiempo aquí discutiendo sobre la manzana? Porque tú no tienes lo que hace falta para hacerla desaparecer. Tú has hecho trabajitos sucios antes, Genti. Así que espabila y deshazte de la manzanita.”

“Si hubiese algo que pudiese ofrecerles a los Dulajan, intentaría comprar la manzana y la escondería en alguna parte. Pero no hay nada que esa gente necesite. Tienen a Darcy. Él les puede dar cualquier cosa que le pidan. A veces pienso que podría odiar a Darcy,” dijo Tito Gen. “Es la única persona que he considerado envidiar. Pero no estoy seguro de que si lo que tiene es un don o una maldición. Uno nunca sabe lo que se siente siendo otra persona. Hay que vivirlo para entenderlo. Pero es tan fácil para Darcy solucionar cualquier desaguisado y yo me tengo que herniar para resolver hasta los entuertos más sencillos.”

“Completamente injusto,” asintió Papá. “Eso es lo que es eso. Afortunadamente o desafortunadamente, no puedo estar seguro, Darcy muy rara vez utiliza su don. Él fluye con la corriente casi mejor que yo. Bueno, la mayor parte del tiempo. Sabes, Gen, deberíamos hablar con nuestro primo. Sí, el puca que ha embrujado al niño odioso.”

“¿Hablar con Garth? ¿Para qué?”

“A lo mejor podemos conseguir que vuelva a convertir a la manzana en el niñato revuelvetripas ese que solía ser. Entre tú y yo seguro que le convencemos de que lo haga. Tiene que haber algo que Garthi quiera. O puede que baste con que nos pongamos un poco brutos.”

“¿Y eso de que serviría?”

“Ese niño podría dejar de ver cosas. Cuando era un crío inmundo sólo veía comida.”

“Eso no es del todo así. ¿Tú sabes eso que se dice de estar ciego de hambre? Pues tiene que ver con este caso. Este niño siempre ha sido un niño velotodo. Nadie se dio cuenta, ni siquiera él, porque, como bien has dicho tú, sólo le interesaba matar de hambre al prójimo. Pero yo sí me fije en su otra habilidad. Me di cuenta porque una vez él se fijó en mí cuando yo iba disfrazado. Yo estaba fingiendo ser una abejita y ese crío se percató de ello. Claro que no sabía que se trataba de mí, pero sí se dio cuenta de que la abeja no era lo que parecía ser. Y yo me fije en que él se fijó.”

“¿Tú vas por ahí disfrazado de abejita?” Papá iba a burlarse de Gen. Se le veía en los ojos que encogía y en los labios que apretaba.

“Una mosca atraería menos atención, pero ese es el disfraz del demonio, y yo no quiero confusiones.”

Papa se partía de risa.

“Alguna vez has picado a alguien? ¿A mí, por ejemplo?”

“Si no estás muerto es que no,” dijo el tito. “Lo que estoy intentando decir es que ese niño nació con el don de vista completa. Estaba tan ocupado provocando hambrunas que no se dio cuenta del grandísimo don que tenía y tiene. Pero ahora ya lo sabe. Imagínate al niño ese, un hada hambrona, viendo todo la comida que hay en el mundo y destruyéndola sin compasión.”

“Siempre fuiste un fatalista.”

“¿Es que no hay nada que te preocupe? Pero sí, puede que convenga hablar con Garth. Sólo para preguntarle cómo funciona esta maldición que le ha echado al crío. Tenemos que saber si va a durar para siempre o no y cosas así. Por lo menos sabremos a qué atenernos.”

Yo ya había escuchado bastante. Estaba claro que tanto Papá como el tito estaban lejos de saber qué hacer con Alpin. Eso quería decir que mi amigo no estaba en peligro inminente. Así que decidí hablar y preguntar si podía coger un bollito de canela antes de que metiesen ruido mis tripas. Pero antes de que abriese la boca…

“Tú vente para acá y siéntate con nosotros,” dijo Tito Gen sin girarse para mirarme. “No pasa nada, Arley, sabemos que estás ahí, escondido entre los arbustos como Cespuglio. Queríamos invitarte a desayunar con nosotros pero decidimos ver si vendrías sin invitación o no.”

“¿Por qué?”

“Sólo para saber con quién tratamos. Si tienes alguna idea sobre lo que se puede hacer con tu amigo, estaremos encantados de escucharla.”

“Tal vez deberíais preguntarle a él qué es lo que quiere,” dije, uniéndome a ellos. Vi que, efectivamente, la mesa estaba puesta para tres.

“Ni hablar,” dijo Papá. “Una vez yo le pregunté a ese descarado que quería pensando que pediría una bolsita de caramelos y contestó que quería a Brezo. Yo no le voy a dar a mi niña a un monstruo como ese.”

“¿Qué vas a hacer esta tarde, Arley?” me preguntó Tito Gen.

“Pues pensaba participar en una lectura colectiva de varios capítulos del Quijote. Es el veintitrés de abril.”

“¿En casa del padrino?”

“En casa de Don Alonso. Nos vamos a reunir unos cuantos para leer nuestros capítulos favoritos en su honor.”

“Yo leeré el capítulo XXIII de la segunda parte,” dijo Tito Gentillluvia.

“¿Dónde?” le pregunté.

“En casa del padrino,” repitió. “¿Es que tú crees que eres el único al que ha armado caballero Don Alonso?”

 

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