Cuando me desperté por la mañana después de
la cena con mis hermanos, tenía mucho en que pensar. Se me ocurrió que Timiano
y Devin y probablemente también Cespuglio se reunían todos los viernes por la
noche y que yo sólo había podido asistir a la cena de anoche porque Alpin no
estaba conmigo. Antes de que Alpin se convirtiese en una manzana, yo no podía
llevarle a ninguna parte. Me distancié de mis hermanos y de más gente porque él
se hubiese comido toda la comida de una cena como la de anoche. Y eso no le
hubiese gustado nada a mis hermanos. Pensé en todo lo que yo me había perdido
por tener que ir a todas partes con Alpin, lo que equivalía a no ir a ningún
lado normal. También me di cuenta de que los años que había perdido vagando sin
rumbo o sentado bajo un árbol pensando en lo triste que estaba se debían a que
mi propósito en la vida era cuidar de Alpin y sacarle de los líos en los que
nos metía. Por eso no supe lo que hacer durante todos esos años. Una vez convertido en manzana, Alpin no daba mucha lata. Por lo menos no hasta que me
hizo declarar una guerra. Hasta entonces, yo no había tenido nada que hacer. Yo
no podía pasarme el día y la noche en el comedor de la madre de Alpin
observando como dormía la manzanita entre las frutas de cera y quedándome roque
yo mismo. Yo no soy un dragón guardián de tesoros.
Ahí le habíamos dejado, Cardo y yo, después
de que ella se lo hubiese arrebatado a los Sherbanianos. Él dijo que estaba
cansado y necesitaba recuperarse de todo el estrés de la guerra. Hacía años que
no se había agitado tanto. Así que le dejamos allí con su madre, y francamente,
yo no volví a pensar en él hasta que lo mencionó Timiano. Pero ahora que estaba
enterado de que Alpin estaba en peligro, no pude mirar para otro lado y pasar a
tope de ayudarle.
Me fui de mis habitaciones sobre las diez y
media de la mañana. Desde una ventana había visto acercarse al palacio un
carruaje con la letra G y una corona de príncipe. Allí sólo podría estar viajando
Gentillluvia, camino de un desayuno de trabajo con Papá, tal y como Timiano me había dicho
que haría. Baje muy, muy despacio por las escaleras. Quería que él llegase
antes que yo para poder espiarle un poco, como Timiano me había sugerido que
hiciera.
Papá y Tito Gen iban a desayunar fuera, en
los jardines. Los jardines de palacio son muchos y variados, pero hay dos
contiguos en los que siempre es el veintiuno de junio. En uno de estos está la
rosaleda favorita de Papá, y allí les encontré. Me escondí detrás de un enorme arco cubiertísimo
de rosas rojísimas y me puse a espiarles.
“Esa manzana es una asquerosa lata de gusanos,” decía mi tío.
“¿Y si nos la comemos?” sugirió Papá. “A lo
mejor entonces podríamos ver todo lo que hay que ver, como él.”
“¿Tú o yo? ¿O es que vamos a partirle a ese
por la mitad y luego acabar viendo la mitad de lo que haya que ver cada uno?
Tendríamos que ir juntos a todas partes como gemelos siameses para ver la foto
entera. En fin, un auténtico cuento de terror."
“Hablando de gemelos. Tu gemela seguro que
querrá un trozo de la manzana. No la haría ninguna gracia que nosotros lo pudiésemos
ver todo y ella menos que una aguja sin ojo. Tendríamos que partir la manzana
en tres. Dividir algo entre dos es fácil. Uno corta y el otro escoge. Pero
entre tres ya es más complicado.”
“En serio, Obi, tenemos que hacer algo con
ese crío. Hablar de comérnoslo es perder el tiempo.”
“Yo pensaba que a lo mejor es como MacMor, el
salmón de la sabiduría. Ese pez que se come avellanas mágicas y entonces alguien
se come al tal pez y ese alguien se vuelve muy listo y luego el pez reaparece
sano y salvo en su estanque como si nadie le hubiese tragado y…no sigo porque
estamos comiendo.”
“¿Tú crees que el crío ese podría ser
comestible? O sea, que sería ético comerle porque volvería a aparecer intacto?”
“Deja de llamarle un crío. Es una manzana.
Haces que me sienta como un ogro.”
“Ni es una manzana ni es un crío. Es una
asquerosa lata de gusanos. Un lío de problemas y punto. Bueno, sea lo que sea, yo no me
voy a comer una lata de gusanos aunque tenga el aspecto de una manzana mohosa.
Y tú tampoco, porque sabes que los padres de la fruta esa podrían montar un
expolio.”
“¿Sabes porque estamos perdiendo el tiempo
aquí discutiendo sobre la manzana? Porque tú no tienes lo que hace falta para
hacerla desaparecer. Tú has hecho trabajitos sucios antes, Genti. Así que
espabila y deshazte de la manzanita.”
“Si hubiese algo que pudiese ofrecerles a los
Dulajan, intentaría comprar la manzana y la escondería en alguna parte. Pero no
hay nada que esa gente necesite. Tienen a Darcy. Él les puede dar cualquier
cosa que le pidan. A veces pienso que podría odiar a Darcy,” dijo Tito Gen. “Es
la única persona que he considerado envidiar. Pero no estoy seguro de que si lo
que tiene es un don o una maldición. Uno nunca sabe lo que se siente siendo
otra persona. Hay que vivirlo para entenderlo. Pero es tan fácil para Darcy
solucionar cualquier desaguisado y yo me tengo que herniar para resolver hasta
los entuertos más sencillos.”
“Completamente injusto,” asintió Papá. “Eso
es lo que es eso. Afortunadamente o desafortunadamente, no puedo estar seguro,
Darcy muy rara vez utiliza su don. Él fluye con la corriente casi mejor que yo.
Bueno, la mayor parte del tiempo. Sabes, Gen, deberíamos hablar con nuestro
primo. Sí, el puca que ha embrujado al niño odioso.”
“¿Hablar con Garth? ¿Para qué?”
“A lo mejor podemos conseguir que vuelva a
convertir a la manzana en el niñato revuelvetripas ese que solía ser. Entre tú
y yo seguro que le convencemos de que lo haga. Tiene que haber algo que Garthi
quiera. O puede que baste con que nos pongamos un poco brutos.”
“¿Y eso de que serviría?”
“Ese niño podría dejar de ver cosas. Cuando
era un crío inmundo sólo veía comida.”
“Eso no es del todo así. ¿Tú sabes eso que se
dice de estar ciego de hambre? Pues tiene que ver con este caso. Este niño
siempre ha sido un niño velotodo. Nadie se dio cuenta, ni siquiera él, porque,
como bien has dicho tú, sólo le interesaba matar de hambre al prójimo. Pero yo
sí me fije en su otra habilidad. Me di cuenta porque una vez él se fijó en mí
cuando yo iba disfrazado. Yo estaba fingiendo ser una abejita y ese crío se
percató de ello. Claro que no sabía que se trataba de mí, pero sí se dio cuenta
de que la abeja no era lo que parecía ser. Y yo me fije en que él se fijó.”
“¿Tú vas por ahí disfrazado de abejita?” Papá
iba a burlarse de Gen. Se le veía en los ojos que encogía y en los labios que
apretaba.
“Una mosca atraería menos atención, pero ese
es el disfraz del demonio, y yo no quiero confusiones.”
Papa se partía de risa.
“Alguna vez has picado a alguien? ¿A mí, por
ejemplo?”
“Si no estás muerto es que no,” dijo el tito.
“Lo que estoy intentando decir es que ese niño nació con el don de vista
completa. Estaba tan ocupado provocando hambrunas que no se dio cuenta del
grandísimo don que tenía y tiene. Pero ahora ya lo sabe. Imagínate al niño ese,
un hada hambrona, viendo todo la comida que hay en el mundo y destruyéndola sin
compasión.”
“Siempre fuiste un fatalista.”
“¿Es que no hay nada que te preocupe? Pero
sí, puede que convenga hablar con Garth. Sólo para preguntarle cómo funciona
esta maldición que le ha echado al crío. Tenemos que saber si va a durar para
siempre o no y cosas así. Por lo menos sabremos a qué atenernos.”
Yo ya había escuchado bastante. Estaba claro
que tanto Papá como el tito estaban lejos de saber qué hacer con Alpin. Eso
quería decir que mi amigo no estaba en peligro inminente. Así que decidí hablar
y preguntar si podía coger un bollito de canela antes de que metiesen ruido mis
tripas. Pero antes de que abriese la boca…
“Tú vente para acá y siéntate con nosotros,”
dijo Tito Gen sin girarse para mirarme. “No pasa nada, Arley, sabemos que estás
ahí, escondido entre los arbustos como Cespuglio. Queríamos invitarte a
desayunar con nosotros pero decidimos ver si vendrías sin invitación o no.”
“¿Por qué?”
“Sólo para saber con quién tratamos. Si
tienes alguna idea sobre lo que se puede hacer con tu amigo, estaremos
encantados de escucharla.”
“Tal vez deberíais preguntarle a él qué es lo
que quiere,” dije, uniéndome a ellos. Vi que, efectivamente, la mesa estaba
puesta para tres.
“Ni hablar,” dijo Papá. “Una vez yo le
pregunté a ese descarado que quería pensando que pediría una bolsita de caramelos y
contestó que quería a Brezo. Yo no le voy a dar a mi niña a un monstruo como
ese.”
“¿Qué vas a hacer esta tarde, Arley?” me
preguntó Tito Gen.
“Pues pensaba participar en una lectura
colectiva de varios capítulos del Quijote. Es el veintitrés de abril.”
“¿En casa del padrino?”
“En casa de Don Alonso. Nos vamos a reunir
unos cuantos para leer nuestros capítulos favoritos en su honor.”
“Yo leeré el capítulo XXIII de la segunda
parte,” dijo Tito Gentillluvia.
“¿Dónde?” le pregunté.
“En casa del padrino,” repitió. “¿Es que tú
crees que eres el único al que ha armado caballero Don Alonso?”
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