181. Pomsylvania
“Respirad hondo,” dijo Tito Gen. Él lo hizo
también. “¿Estamos serenos y alegres?”
Brezo, Cardo y yo asentimos con la cabeza.
“¿Entonces nos vamos a ver al puca? ¿Al puca
más atravesado de todos?”
Volvimos a asentir.
Tito Gen señaló uno de los cuatro caminos que
teníamos a nuestro alrededor. Y por él nos pusimos a caminar.
Pronto divisamos el puente bajo el cual se
suponía que estaría acechando Garth. Tito Gen nos hizo una señal con la mano
para que parasemos en seco. Puso un dedo sobre sus labios. Entonces volvimos a
caminar en silencio absoluto. Cuando llegamos al puente no intentamos cruzarlo.
Lo que hicimos fue mirar bajo ese puente. De pronto un caballo salvaje, negro
como la noche, salió como un rayo de ahí debajo. No nos arrolló porque podíamos
volar y lo hicimos. El puca no puede volar cuando se ha transformado en un
caballo.
“¡Soy
un Buenvecino!” gritó el tito, revoloteando
por encima del corcel a una distancia prudente. “¡Como tú! ¡Soy Gentillluvia! ¿Te acuerdas de mí?”
El puca volvió a su forma real. No tenía tan
mal aspecto como a veces tiene. Iba vestido de verde pero su piel no estaba
verde. Era de un rosa fuerte. Eso me hizo pensar que tal vez se había alimentado
de sangre. Pero eso no era probable. Garth es un estricto vegetariano. Habría
almorzado remolachas.
“¿Por qué estás tú aquí?” gruño Garth
toscamente.
“Necesito hablar contigo. Bajito, si es
posible,” dijo Tito Gen, mirando a su alrededor para ver si estábamos solos o
no. “No quiero que nos oiga cualquiera que pueda pasar por aquí.”
“Entonces quieres decir que hablemos en
privado,” dijo el puca. “Más vale que se trate de un asunto de enjundia,
Gentillluvia.”
De pronto, todo se nubló. Después, todo se
volvió de un negro propio de una noche sin luna y sin estrellas. Por fortuna
nosotros podemos ver en la oscuridad mejor que los gatos. Nos podíamos ver los
unos a los otros pero todo lo demás se perdía en una negrura absoluta. Eso
tenía que querer decir que no había nada que ver.
“Podéis estar tranquilos,” dijo el puca.
“Aquí no nos escuchará nadie.”
“¿Dónde
estamos?” el tito hizo la pregunta que todos queríamos hacer.
“En el sótano de mi casa ideal,” dijo Garth,
haciendo una mueca que probablemente quería ser una sonrisa malévola. “Pero ojo
con lo que vais a decir. Puede que no seáis bienvenidos aquí.”
Tito Gen no perdió el tiempo.
“Tengo un problema con los Dulajan,” dijo. “Y
por eso, tengo que preguntarte por su hijo menor. Ese al que convertiste en
manzana.”
Garth sacudió la cabeza como si entendiese
bien lo que el tito había dicho.
“Todo el mundo tiene un problema con ese
imbécil,” dijo el puca. “Pero si el problema lo tienes porque ha desaparecido,
estás hablando con la persona equivocada. Yo no le tengo. No está aquí.
Comprobadlo vosotros mismos.”
La escena volvió a cambiar. Esta vez
estábamos bajo un cielo muy azul, en un manzanar muy chiquito.
“¿Y ahora dónde estamos?” preguntó Tito Gen.
“En Pomsylvania. Así es como mis manzanas
llaman al jardín de mi casa ideal,” dijo Garth. “Es pequeño, porque mi
verdadero jardín ideal es el mundo entero. Aquí solo guardo mis manzanas.”
“Ah. ¿Aquí cultivas manzanas?” preguntó el
tito.
“No. Es donde las guardo. No eres tan listo
Gentillluvia. Dicen que lo sabes todo, pero no es así, ¿eh? Resulta que tú
nunca has visto lo que tengo aquí. No conoces Pomsylvania, ¿eh?”
Tito Gen miró a su alrededor. Había unos
cuantos árboles delante de nosotros. Pero sólo había manzanas en uno. Todas
estaban reunidas ahí, posadas como gallinas. Y todas nos miraban atentamente
con un solo ojo mohoso.
“¡Ostras!”
exclamó muy bajito el tito. Y luego añadió susurrando, “¡Por los dioses más
grandes y los pececillos diminutos, no me digas que tienes más de esas!”
“Come fruta del bosque fuera de plazo y verás
lo que te pasa, desvergonzado. Vuelve a hacerlo y conviértete tú mismo en fruta,
tarado.”
“A ver. Vale. Te aseguro que comparto tu
indignación. Pero hay algo que no entiendo. Todas estas manzanas eran personas.
Pero…¿por qué están aquí? Alpin está en casa con sus padres.”
Garth comenzó a hablar en verso. Cuando los
fay hacen eso, significa que están alterados y que algo, bueno o malo, va a
pasar.
“Algunos de los transformados, al caer al
suelo, fueron engullidos por un jabalí o un tejonzuelo. Mordisqueados por conejos
y liebres y hormigas del lugar, cuando llegué hasta ellos, no había mucho que
hallar. Los que siguen intactos ahora cuelgan de esas ramas, para que tú tengas
cuidado con lo que te jamas.”
“¡Me
cachis en los mengues, Garth!” exclamó Tito Gen,
todavía muy bajito. “¡Me estás diciendo que eres un secuestrador en serie!”
“¿Quién echa de menos al desconsiderado? Pasa
de los demás, y te dejarán de lado,” recitó Garth, apuntando hacía las manzanas
con el dedo índice de su mano derecha.
“Así que estos son los que nadie ha
reclamado. ¿Entonces es que hay más?”
“Solo el Dulajanito vive con su gente. Quién
diga que lo hacen otros, es seguro que miente. Vive en casita, porque hay que
evitar, con el pedidor de favores
arriesgarse a tratar.”
Nos quedó claro que Garth había dejado que
Alpin viviese con su madre porque no quería problemas con Darcy.
“Ya veo. Llegaste a un arreglo con Darcy. El
niño sigue siendo una manzana, pero vive con sus padres. Necesito una lista,
Garth,” dijo Tito Gen. Parecía muy tranquilo al pedir la lista, considerando lo
que estaba pasando ahí. “Tengo que saber quiénes son estas manzanas.”
“¡TU!” aulló de pronto Garth. “¡Ahora lo recuerdo! ¡Me dijeron que desapareciste porque habías robado arándanos!”
“Cogí,
no robé. Y para nada fuera de plazo,” explicó Tito Gen. Pero era demasiado tarde.
Una humareda negra y gris fluía de los puños amenazadores de Garth. Envolvió al
tito antes de que pudiese terminar de explicarse. Y ahí se quedó, quieto en el
suelo, convertido en una manzanita rosada, monísima, pero con un ojo mohoso.
Me precipité sobre la manzana y la cogí antes
de que pudiese hacerlo Garth. Brezo empezó a regañar al puca y Cardo le dio una
patada en la espinilla.
“¡Haya
paz!” gritó bien alto la manzana que era el tito.
“¡Estoy bien!”
Yo pensé que no se había dado cuenta de que
le habían convertido en una manzana. Para contárselo suavemente le pregunté si
podía verlo todo con su único ojo, como Alpin.
“¿Ver? Si me parece que necesito gafas,” dijo
la manzana rosada. “Un monóculo, es decir. Pero estoy bien. No pasa nada. Si
hay algo que sé hacer es transformarme. No tuve más remedio que aprender bien a
hacer eso. Y ahora mismo sé más de lo que sabía. Acabo de aprender algo. Ahora
sé cómo funciona el hechizo que te convierte en una manzana tuerta. Ponme en el
suelo, Arley. No tengas miedo.”
Lo hice, y el tito se volvió a convertir en
sí mismo.
“En serio, Garth, tenemos que hacer algo con
lo que tienes aquí,” dijo Tito Gen. “Y seamos sensatos, ¿eh?”
El
tito hizo aparecer una pluma y varias hojas de papel. Se llevó aparte al puca.
Nosotros supusimos que estaban negociando lo que hacer con las manzanas. Como
eso podía llevar rato, nos sentamos bajo el manzano. Y pudimos escuchar lo que
murmuraban las manzanas.
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