182. Los reaparecidos
Brezo, Cardo y yo nos mirábamos entre
nosotros. Todos pensábamos lo mismo. El
maniático e iracundo puca Garth estaba permitiendo que nuestro tío volviese a transformar a las manzanas en personas. Tenía que ser porque al puca le caía bien
el Tito Gentillluvia. ¿Por qué si no iba a consentir ese cambio? Tal vez se
identificaba con el tito, creyéndole tan incomprendido y maltratado como se
consideraba él. También podría ser que pensase que el tito compartía sus ideas primitivas
e inflexibles sobre cómo defender bosques. Tito Gen iba a soltar a los cautivos
de Garth, pero lo que pretendía hacer con ellos una vez transformados podría
ser peor que lo que había hecho el puca. O por lo menos eso es lo que le había
hecho creer a Garth.
“Intenta ver las ventajas, Garth. Para esta gente, volver a integrarse en su
mundo va a ser tan difícil como integrarles ahí lo está siendo para mí.”
Eso le escuchamos decir al tito. Y sí, él
se estaba tomando muchas molestias por culpa de las manzanas embrujadas. Las
habían interrogado a todas. No hacía más que llamar por teléfono a cantidad de
sitios, llamada tras llamada, todas en un idioma rarísimo. Y también consultaba
una especie de bola de cristal. Lo que Garth había hecho para embrujar a las
manzanas era, comparativamente, la mar de sencillo. Bastó con que recitase unas
palabras mágicas.
“Tú tranquilo, que estos no vuelven a ser
normales en la vida,” le aseguraba el tito al puca entre llamada y llamada.
“Si nunca lo han sido. ¿Estos? Estos son
anormales hasta entre gaznápiros.”
Había
veintiuna manzanas anidando en el árbol de Garth y veintidós nombres en la
lista del tito, siendo el último nombre el de Alpin, que estaba relativamente
cómodo y seguro en casa de sus padres, mientras que el resto de las manzanas
requerían ser atendidas de inmediato, antes de que Garth se pensase dos veces
lo de soltarlas. Tito Gen tenía que
actuar rápido.
“¡Ya!” exclamó el tito.
“Haz tú los honores,” dijo Garth
groseramente, “porque a mí se me revolverán las tripas si lo hago yo y puedo
vomitar.”
El tito frotó suavemente sus
deceptivamente delicadas manos, de dedos finos y elegantes y uñas
impecablemente cuidadas. Una neblina plateada surgió de las palmas de sus manos
y se convirtió en una nube casi transparente y algo brillante que se situó
encima del árbol de las manzanas. Sedosas
gotitas de lluvia cayeron lentamente
sobre las manzanas que cerraron sus únicos ojitos mohosos, hundiéndose en un apacible sueño. Se soltaron del árbol y
cayeron, dando un sonoro golpecito al tocar la tierra cubierta de verde hierba,
y, al tocarla, se convirtieron en las personas que antes habían sido. Viendo
esos cuerpos amontonados desordenadamente en la hierba, pudimos confirmar que
el tito no sólo había sabido librarse a sí mismo del hechizo de Garth sino que
también había sabido liberar a las demás víctimas. En cuanto a estas personas,
todas dormían profunda y placenteramente, sin saber lo que había ocurrido. Ahora
le tocaba al tito decidir qué hacer con ellas.
“Escuchad, sobrinas y sobrinos, y
aprended cuáles son las cosas a tener en cuenta cuando se reinserta en su mundo
a humanos que fueron embrujados. Esto cada vez está más difícil. Primero hay
que saber con quién tratamos. Tumbados ahí tenemos a dieciocho mortales y tres
espíritus. Sí, hay tres de los nuestros ahí. ¿Sabríais decirme cuáles son? ¿Se distinguen por las orejas? ¿Y por otras
señales también? Bien, habéis acertado. De momento dejaremos descansar a esas hadas. Empezaremos por los mortales.
Tenemos un problema bien complejo aquí, puesto que algunos de estos mortales
están relacionados de un modo u otro. Según mi lista, tenemos una familia de
seis excursionistas bobalicones, otra familia igual de tonta de cuatro
miembros, un joven y su chica, un par de amigos insensatos y cuatro individuos que iban por libre y que
no tienen nada que ver con los demás. Esto es importante si no queremos
reventar familias, lazos de amor o de amistad. También significa que nos va a
costar más colocar a toda esta gente.”
“No me dejes a estos idiotas en el
bosque,” dijo Garth quisquillosamente. “Porque son unos cretinos y volverán a
caer en desgracia y yo no pienso responder. Si me da por ahí, acabo con sus
ridículas vidas. Mira, Gentillluvia, ¿para qué te molestas en pensar qué es
mejor para esta gentuza? Lánzalos al Pozo del Odiador.”
El Pozo del Odiador es uno de los
rincones más aciagos el Bosque Triturado. Allí puedes encontrar agua insalubre
para propósitos cuestionables. Se dice que este pozo es un portal a algunas de
las cámaras infernales que hay debajo del bosque, y que su agua proviene de un
río cuyo caudal es alimentado por cualquiera que escupa con ira o con desprecio
en cualquiera de los mundos. El tito sonrió a Gen, pero ignoró su sugerencia.
“Saber con quién tratas también requiere
saber de dónde y de cuándo provienen los sujetos. Hay que conocer el cuándo y
el dónde de su pasado para decidir el cuándo y el dónde de su futuro.”
Parece ser que con tanta llamadita el
tito ya se había enterado de todo lo que necesitaba saber sobre las victimas de
Garth. Había anotado toda clase de datos junto a los nombres de su lista.
“Los cuatro individuos inconexos
desaparecieron hace veintenas de años. No habrá nadie esperándoles. Para que
puedan reaparecer, tenemos que encontrar lugares de catástrofes importantes,
con muchos afectados. Por ejemplo, el lugar en el que se ha estrellado un avión
o un tren. Entonces sólo hace falta depositar a un reaparecido entre los
supervivientes. Vamos a necesitar cuatro lugares de este tipo, porque no
podemos depositar a los cuatro en el mismo lugar. Cuatro personas que no se
sabe quién son ni por qué están donde están, que sufren de delirios, no recuerdan
nada y están confundidisimas no es lo
habitual. Hay que evitar a toda costa salir en los medios de comunicación o nos
encontraremos en las publicaciones sobre extraterrestres para siempre.”
“¿Vas a utilizar esos hechizos de te olvidarás que tú dijiste que no
apruebas?” le pregunté yo al tito.
“Si estás personas fuesen inteligentes,
sabrían cerrar el pico por su cuenta. Dirían que no saben por qué están donde
están ni qué les ha podido pasar. Pero como dice Garth, esta gente debe ser muy
corta. Él les causó una enfermedad que les podría haber matado la primera vez
que robaron bayas fuera de plazo y los mentecatos estos volvieron a por más.”
“Así que la respuesta es sí,” dijo Cardo.
“¿No podrías hacer que se volviesen más
listos? Para que se callen para sobrevivir. ¿No pueden aprender de lo que les
ha pasado?” sugirió Brezo.
“Me temo que no. Sólo ellos pueden hacerse
mejores. Nosotros podemos sugerir y aconsejar, pero ellos tienen que tener lo
que hace falta para aprender. Y eso incluye ganas de aprender. Algunas personas
están más allá de cualquier intento de ayuda. Las dos familias van a ser más
difíciles de reinsertar. No sólo tendremos que hacer que olviden. Tendremos que
darles nuevos recuerdos, falsos, por supuesto. Les llevaremos a casas
abandonadas en aldeas lejanas y haremos que piensen que se mudaron ahí por
razones propias que ya no les importan. Cuando reaparezcan, todos les
consideraran gente rara como poco. Serán gente extraña el resto de su vida pero
por lo menos seguirán juntos.”
“¿Harás lo que me prometiste?” Garth
soltó una risita socarrona. “Cuéntaselo a los niños. Ellos serán testigos de nuestro acuerdo.”
“¿A qué se refiere?” pregunté
rápidamente.
“Crearé fobias. Esta gente no se va a
volver a acercar a una fruta del bosque o a un bosque en lo que queda de su
vida mortal.”
“Hará que griten y pataleen y que les
salga espuma por la boca cada vez que vean una nuez o una baya,” dijo Garth,
relamiéndose.
Gentillluvia sonrió.
“No sabrán porque tienen esos miedos. Y
no querrán hablar de ellos con nadie, por si alguien se aprovecha de su
debilidad. Pero actuarán en consecuencia. Las familias, por ejemplo, se mudarán
a ciudades de cemento y ladrillo. Y ese será el fin de las tentaciones de comer
frutos del bosque fuera de plazo.”
“Les va a hacer trizas la mente,” sonrío
Garth. “Y lo que es mejor, me va a enseñar a mí a hacerle lo mismo a gentuza
como esta para que no tenga que guardar basura en mi jardín.”
“¿Le has prometido eso?” exclamó Brezo
con horror.
“¿Prefieres que deje las cosas como
están?” preguntó Tío Gen. “¿Hemos de discutir las ventajas y desventajas del
nuevo sistema?”
“Una enfermedad mental en lugar de una
física, la primerísima vez que comen cuando no deben,” dije yo. “Esa es la
idea. ¿O no?”
“Un asco, un rechazo inexplicable. Se
supone que se trata de una mejora,” dijo el tito. “¿Preferiríais ser indefensas
manzanas cautivas en un bosque encantado o seres humanos con una fobia no
demasiado molesta en casita?”
Nos miramos entre nosotros para
consultar.
“No tenemos ni idea,” contestamos en
unísono. “Nunca hemos sido manzanas cautivas ni humanos con fobias.”
“Entonces, hacedme caso. Una fobia es
mejor. Es mejor hasta que una alergia. Las alergias pueden matar a los incautos sin más. Y, siendo
egoísta, esto también es mejor para mí. Requiere mucho menos trabajo,” sonrío
el tito tristemente. “Creedme, sobrinas y sobrino, con esta ridícula fobia
podrán volver a casa casi ilesos después de comer fruta fuera de plazo. Y no
acabarán en un manicomio por ella. Sería muy mala suerte.”
El tito nos pidió que le diésemos un
segundo. Hizo unas cuantas anotaciones más en la lista. Cuando acabó, dijo,
“Otra cosa que hay que tener en cuenta es que nadie inocente debe pagar caramente por
errores derivados de la desaparición de esta gente. En el caso de los novios,
esto ya ha sucedido. Tendremos que compensar al sufridor. Haremos que encuentre
una bolsa llena de oro o que le toque la lotería o que tenga algún golpe de suerte así.”
“Admite que alguna vez has hecho que
pagase alguien por una desaparición, Gentillluvia.
No voy a creer que no lo hayas hecho. Alguien que merecía ese marrón.”
“La verdad es que sí,” asintió el tito.
“No es que esté muy orgulloso de no haber encontrado una solución mejor, pero
sí. Personajes deleznables todos ellos. Pero sí. En ocasiones he matado dos
pájaros de un tiro.”
El tito dobló la lista y la metió en un
sobre que sacó de la nada. Luego guardó su bolígrafo en la nada y dijo, “Hora de llamar a mis ayudantes.”
Cuatro sombras grises aparecieron entre
los dormilones. Supusimos que eran hadas parcialmente invisibles para no ser
identificadas. Una de las sombras se acercó al tito y se llevó el sobre con la
lista. Cuando volvimos a mirar hacia el montón de personas dormidas, allí sólo
quedaban tres. Las demás habían desaparecido junto con las sombras.
“Los que quedan son de los nuestros. ¿Qué vas a
hacer con ellos?” pregunté.
“Estáis pensando demasiado!” gritó Cardo
de pronto. “Deja que duerman ahí esta noche, Tito. Pronto oscurecerá. El sol se
pondrá y será la víspera de mayo. Deberíamos ir de fiesta. Tú el que más, Tito
Gen. Hasta Garth celebra la víspera de mayo. ¿A qué sí, Garth? Tú lo necesitas
más que nadie, Tito. No haces más que currar en cosas aburridas. Te volverás
humano si sigues pensando todo el rato en desaguisados como este.”
“No tenemos mucho tiempo para descansar,
pero si te vienes con nosotros, Cardo y yo te pondremos guapísimo con nuestros
hechizos de pétalos de rosa. No es que estés mal, pero sí pareces cansado y
preocupado,” dijo Brezo sonrojándose. “Tú deja que te arreglemos un poco y no
alzarás cejas. Sólo habrá oohs y ahhhs de admiración. Harás una gran entrada,
Tito Gentillluvia. ¡Una reaparición sensacional!”
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