Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

viernes, 13 de mayo de 2022

183. Adelfos

183. Adelfos

Todas las vísperas de mayo Mamá y Papá se dejan caer por cada uno de los círculos de hadas que hay en Isla Manzana y saludan a las hadas que están celebrando allí. Después de estos actos de presencia, se dirigen a la fiesta de cumpleaños de Tito Fuegovivo, otro de los hermanos de Mamá. Esta fiesta se celebra siempre en la casa ideal de Tito Ricatierra, aun otro hermano de nuestra madre, porque la suya es una finca enorme compuesta por ricas praderas donde Riki cultiva más cereales y frutas que cualquiera en el mundo de las hadas. La fiesta se celebra concretamente en un campo reservado para la propagación de maravillosas flores silvestres, y allí es donde los encargados de la restauración levantan una gigantesca carpa de gasa blanca. Esta carpa  no tiene techo para que los invitados puedan cenar bajo las estrellas.

Tito Gentillluvia dijo que tenía más miedo de asistir a esta fiesta que de enfrentarse a una legión de pucas montados en cólera. Pero no quería desilusionar a mis hermanas, que estaban empeñadas en hacer que él triunfase en una fiesta en la que todos los que asisten van vestidos para matar. Tengo que admitir que hicieron un trabajo fantástico. Cuando Tito Gen salió del baño de pétalos de rosa que habían preparado para él, no parecía tener más de veinte esplendidas primaveras. Su cabello se había vuelto rojizo por los pétalos de rosas rojas y sus ojos eran casi tan violetas como los de Mamá. Aunque insistió en ir de gris, mis hermanas le pudieron convencer para que vistiese con las sedas y satenes propios de un príncipe azul.

“¡Eres un bellezón!” gritaron mis hermanas, dando saltos y aplaudiendo entusiasmadas cuando por fin vistió un conjunto que ellas aprobaban. “¡Has vuelto! ¡Eres un príncipe de las hadas otra vez! Eres como el cuadro ese que cuelga en la galería de palacio, en el que estás tú, con un tenue arcoíris en el fondo. Siempre nos preguntábamos quién era ese joven tan guapo. Y ahora sabemos que eres tú.” Y añadieron, “Te falta una corona.”

El tito se rio y una tiara de platino apareció ceñida a su cabeza. Tenía dos granates y una imponente amatista en la frente.

“Siempre hay que llevar una amatista cuando se va a un lugar donde puede que te hagan beber,” dijo Tito Gen, e hizo aparecer tres exquisitos broches de oro con forma de planta de violetas, con amatistas para los pétalos y jade para los tallos y hojas.

Cardo y Brezo estaban encantadas con estos regalos y en gratitud tejieron flores frescas alrededor de la corona del tito con sus propias manos. Mientras lo hacían, y yo me colocaba mi broche a modo de corbata, recordé que de pequeño ellas siempre adornaban mi corona cuando íbamos de fiesta. Supongo que entonces yo era su muñequito, y ahora lo era el tito.

Cuando estábamos todos lavados y perfumados y cubiertos de sedas y encajes, nos fuimos en el carro de dragones de Tito Gen a casa de Tito Ricatierra. Yo no pensaba que estarían allí, porque era temprano para ellos, pero Mamá y Papá ya habían llegado. Más tarde Mamá me dijo que había cambiado el orden del día y pasado primero por la casa de su hermano Riki, porque sospechaba que Gentillluvia aparecería por allí y no quería que tuviese que vérselas sólo con los brutos que se iba a encontrar en esa cena.

Cuando entramos y el maestro de ceremonias nos anunció, hubo un revuelo seguido de un silencio roto sólo por el crujido de seda y satén cuando las cabezas se giraron para ver al reaparecido. Después hubo ooohs y ahhhs tal y como había predicho Cardo.

“¡Ven para acá, Genti!” gritó Papá y vimos que estaba sentado en una silla que más que silla parecía un trono ante una mesa llena de aperitivos en torno a la cual también se encontraban algunos de sus hermanos, concretamente nuestros tíos Beltrán, Enrique, Eurico y Federico y de sus cuñados, concretamente  Fuegovivo, Ricatierra, Vendaval y Caelanoche, que por supuesto también eran nuestros tíos.

“No te dejes amedrentar, Tito,” dijo Brezo. “Ve a hablar con ellos. No nos apartaremos de ti.”

Nuestros tíos son conocidos colectivamente como los Adelfos o como las Fieras de Lamos, dependiendo de la reputación que hayan dejado según donde. Individualmente nuestros tíos son majos, amables cada uno a su manera y buenos con nosotros. Pero cuando se juntan, es mejor no acercarse a ellos. Tienen una especie de necesidad de demostrar que pueden ser más bordes que ningún otro  y se comportan de forma atacante. La mayor parte del tiempo sólo comparten su amargo aburrimiento, pero cuando intercambian opiniones, sus feroces tomas de postura han llevado a los tíos a hacer cosas como liarse a bastonazos  con los muebles o entre sí en más de una ocasión. Y hasta han llegado a sacar varitas mágicas cargadas. También son aficionados a experimentar entre ellos con nuevos hechizos sin preaviso alguno. Todos salvo Tito Caelanoche, el hermano más simpático de Mamá, que es un encanto siempre, y que parecía estar dormitando en una butaca de cuero enorme que siempre lleva con él a todas partes por si le entran ganas de echarse una siestecita. Pero en general, cuando nuestros tíos se reúnen ponen cara de vinagre y ya no se nota lo guapos que pueden resultar cuando están de buenas.  

“Feliz cumpleaños, Fu,” le dijo Tito Gen a Tito Fuegovivo.

Nosotros le hicimos eco.

“¡Aha ha ha! ¡La Niñera!” Fuegovivo dio una gran risotada cuando vio quién acompañaba a su hermano, o sea, cuando se fijó en nosotros. “Antes mayordomo. ¡Ahora es la niñera!”

“¡Tenemos más de siete años!” le espetó Cardo, muy ofendida. “¡Y tú lo sabes, bobo!”  

Tito Gen sonrió. “En realidad han venido a protegerme a mí,” dijo.

“Nos hemos ofrecido a apostar cien a uno que tú no ibas a aparecer por aquí, Gentí. Hemos hecho esa oferta a como mil personas y nadie ha querido arriesgarse,” dijo Tito Vendaval.

“¡Gracias al Gran Borracho!” dijo Tío Beltrán. “Estaríamos en la ruina.”

Y todos los hermanos, excepto Papá, bebieron a la salud de Odín.

“Mejor que hablen mal y no que no hablen. ¿Eh, Gen?” dijo Tío Fede. “Así que hemos oído que te dedicas al tráfico de esclavos. Vendiste una patulea de mengues mortales de esos que te incordian a las cabras del monte.”

“¡No ha hecho nada de eso!” exclamaron Cardo y Brezo a la vez. “Eran refugiados y se fueron voluntariamente con los faunos. Menos mal que los Espina no están aquí para escuchar como los llamáis cabras.”

“¿Entonces al tráfico de mano de obra barata?” preguntó Tío Richi. “Tú sí que has tenido algo que ver con ese negocio antes, creo recordar. Bueno, pues avísame cuando llegue la cosecha.”

“Niños que buscaban asilo,” dije yo, dando un paso muy valiente al frente. “Y el tito se lo concedió.” Yo creía que me tocaba decir algo porque después de todo esos niños estaban en nuestro mundo por culpa de mi guerra.

“Hmm. Vaya,” dijo Tito Ricatierra, algo impresionado por mi vehemencia.

“Uy! ¿Quién lo diría? Nuestro hermanito facineroso es popular entre los bebés de la cámara,” dijo Tito Vendaval.  

“¿Pero cuánto tiempo lleva aquí?” preguntó Tío Fede. “¿Tres días? Mungo Johnny, que descanse y sueñe con los angelitos durante eones, iba a destruir nuestro mundo. Pero está claro que es Genti el que lo va a finiquitar. Tres días y ya ha importado salvajes y soltado a criminales. ¿Qué ha sido eso? ¿Una amnistía para celebrar tu vuelta al poder, guapo?”

 “Ha devuelto a infractores humanos a sus casas. Y a su mundo,” dije yo. “El puca Garth tenía algo así como una cárcel privada en sus dominios. Eso no está bien.”

“¡El puca tiene todo el derecho a tener lo que quiera en su propiedad! Es perfectamente legal embrujar a ofensores y mantenerlos cautivos donde no den más lata. Ese puca hace las cosas como siempre se han hecho aquí. ¡Embrujar y retener! ¿Es que tú no sabes lo que son las convenciones, niñato?” me gritó Tío Eurico. Eurico es el único pariente que conozco interesado en leyes y el único aparte del Sr. Binky que consideraría redactar un código escrito.

“Algo de eso entiendo,” dije yo, intentando parecer tan tranquilo como Tito Gentillluvia cuando negociaba con el puca. “¿Realmente quieres almacenar delincuentes aquí? No, no lo quieres. Tú no, Tío Eurico. La convención es,  ¡Que se vayan por donde vinieron! También está ¡A casa o al exilio! A casa con los transgresores mortales, al exilio con las malas hadas.”

“¿Quién es este resabido?” preguntó Tío Eurico mirando a sus hermanos.

“El crío que quiso fumigar un platanar y su tío despertó a Homero para que cantase sobre la cólera del pelado,” explicó Tío Enrique.

“Una guerra monísima, chaval, ” dijo Tío Beltrán. “Dieciocho cañones contra un pedo. ¿Cuánto ha costado?”

Los tíos empezaron a rodearme. Tito Gen puso su mano en mi hombro para señalar que a partir de ahí se hacía cargo él. Yo miré a Papá. Pero Papá no hizo nada. Miento. Sí que hizo algo. Me guiñó un ojo. Pero antes de que Tito Gen pudiese responder a la pregunta del Tío Beltrán, Tito Caelanoche bostezó tumultuosamente, probablemente fingiendo que se despertaba.

“Yooooo eeesstoy encantadoooooo de verooooos a tooooos!” dijo Tito Caelanoche, arrastrando las palabras como hace con frecuencia. “¡Toooos los cuatrooo! ¡Los cuatro estáis guapiiiiiísimos! ¡Tú el que más, Gentiiiiii! Como siempre. ¡BIENVENIDOOOOOO!”

Tito Caelanoche es el hermano más simpático que tiene Mamá. Siempre está sonriendo, aunque su sonrisa es un poco triste, y le encanta arrastrar las palabras como si estuviese muerto de sueño. Estar en su aparentemente somnolienta compañía siempre te relaja aunque también te enternece. No sólo te desea dulces sueños cuando se despide de ti. De algún modo misterioso consigue que esa noche los tengas. Me encantaría saber cómo se puede hacer eso. No sé cómo Tito Cae soporta a la panda de adelfos. Tampoco entiendo porque le permiten unirse a ellos. No tiene nada que ver con los demás. Un excéntrico empedernido, cuando nosotros éramos críos, Cae era el único de los tíos que resultaba genialmente divertido. Traía murciélagos a la habitación de los niños para que nos contasen cuentos de esos que se cuentan antes de dormir. Estos cuentos eran malísimos, peores que los chistes de murciélagos que también se contaban, pero nos ponían histéricos y comenzábamos a saltar en las camas y a luchar con almohadas, persiguiendo a los murciélagos por todas partes. No le hemos metido pocos palos a Tito Cae con las almohadas. En noches sin luna, aparecía al caer el sol y nos llevaba a cazar gatos blancos. Él teñía una importante colección de gatos blancos en su casa ideal. Decía que estos  gatos tienden a ser sordos y por eso tienen menos posibilidades de sobrevivir en un mundo cruel. Por eso se llevaba a cualquier gato blanco que andaba por ahí solo a casa. Era emocionante ver como se agazapaba, se ponía en cuclillas y de pronto saltaba de tejado en tejado y resultaba realmente divertido emularle. ¡Qué orgullosos estábamos cuando lográbamos cazar un gato! ¡Y cómo discutíamos buscando un nombre para nuestra presa! No hace falta decir que nosotros nos llevábamos a casa cualquier gato callejero que podíamos cazar, fuese del color que fuese y estuviese sordo o no. Con tal de coger uno nos daba lo mismo. "Lo has cogido, ahora lo tienes que alimentar. Es tu responsabilidad," decía el tito. Tito Cae también hacía muchas locuras más. Estoy seguro que sólo estaba fingiendo dormitar cuando llegamos, y que estaba muy consciente de todo lo que estaba pasando a su alrededor.

Tito Caelanoche ahora montó un drama tremendo. “¡Miradleeeeee!¡Mirad a mi hermanooooo!” gritó, dirigiéndose a toda la asamblea, y con lágrimas impresionantes saltándole de  los ojos se levantó de su butaca y abrazó a Tito Gen. “¡Mi hermano perdidoooooo! ¡Reaparecidoooo! ¡¡Me lo han devueltooooo! De entre los muertos más polvorientoooooos! ¡Dichosos los ojooooos! ¡Alabado sea el cielooooo! ¡Benditooooooo el diiiiiiiiia! Luego, muy bajito, susurró en el oído de Gen, “Esta gente no sabe dar la bienvenida. Hay que enseñarles.”

Tito Gen se puso a reír, y yo creo que casi a llorar también, no sé si sólo de risa. Y para no llorar más, abrazó también a Tito Cae, le dijo eso de bienhallado, le dio las gracias por su efusiva bienvenida y al soltarse le dijo que volvería enseguida pero tenía que ir a saludar a cierta persona.

Cuando nos dimos media vuelta, todo fue a peor. Las mujeres estaban esperando a Tito Gen. Y por eso él se dirigió volando como una flecha a la mesa de la Sra. Parry, en busca descarada de protección.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario