185. Encanto
De pronto Tito Gentillluvia comenzó a moverse
muy lentamente hacia la esfera de luz verde que parecía estar esperándole más
allá de los puestos y de los duendes del cobalto y de todas las demás hadas. La
esfera parecía estar balanceándose ligeramente, botando un poquito, reluciendo
más y luego menos y otra vez más justo donde terminaba el círculo feérico.
“¿Qué está viendo?” preguntó Brezo asustada.
Yo sacudí la cabeza. Cardo ya estaba
siguiendo al tito cautelosamente.
Y entonces vi lo que veía él. La bola de
fuego era el aura de la Señorita Aislene. Y allí estaba ella, dentro de ese
orbe, extrañamente envuelta en seda
verde y no vestida de ese blanco propio de los vestidos llenos de encaje con
los que siempre la había visto yo antes.
Y sus ojos…esos ojos como fogosas esmeraldas brillaban más que nunca y me
tenían a mí siguiéndola también, aunque era en el tito en el que estaban
clavados. Él llegó hasta la luz. Estaba a punto de tocarla. Le vimos estirar el
brazo y entonces ¡Pam! Mamá le atizó
con su abanico en el codo. Mamá se volvió y me golpeó a mí en el hombro y se
volvió otra vez y se lío a palos con el tito.
“¿Qué demonios crees que estás haciendo con
mi hermano?” Mamá atizaba al tito, pero le gritaba a la Sra. Dulajan. “¡Déjale en paz! Tú sabes que te tiene más
miedo a ti que a cualquiera!”
Yo miré al tito. Parecía estar algo
avergonzado. Pero creo que también estaba aliviado. Y parecía ya no estar rematadamente
fascinado, supongo.
La Sra. Dulajan dejó de relucir. Ahora era la
mujer hermosa y dulce que siempre parecía ser, exceptuando por su vestido de
seda verde manzana que no hacía nada para esconder sus encantos.
“Sólo quería pedirle que me devolviese a mi
niño,” dijo la Novia Diabólica haciendo pucheros.
“¡Menuda manera de pedir algo!” la recriminó
Mamá. “¡Qué vergüenza! ¿Qué pensaría Ernesto?”
“Ernesto lo entendería,” dijo la Sra.
Dulajan. “Él sabe de lo que soy capaz por mis hijos.”
El tito parecía haber recuperado algo de su
aplomo, porque dijo, aunque no sin esconderse detrás de Mamá, “He quedado con
Darcy mañana para negociar sobre Alpin.”
“¿Qué negociar? ¿Qué?” chilló Aislene,
airada. Y de pronto estalló en llanto. “¡Quiero que me devuelvan a mi bebé! ¡Y
sólo tú le puedes ayudar!”
“Y lo haré,” dijo Tito Gen. “Hablaré con Darcy
ahora mismo si prometes alejarte de mí. Por favor no me acoses, Aislene. Tú
sabes que no puedo mantenerme alejado de ti si te tengo a la vista y me haces ojitos.”
Mamá volvió a atizar al tito con su abanico.
Murmuró muy bajito, “¿Por qué prometes nada? Incluso mañana es pronto para
soltar a ese.”
“Quiero algo a cambio,” Tito Gen le dijo a
Mamá. Y entonces, protegiéndose del abanico de Mamá añadió, “¡No es lo que piensas!”
“Darcy está en el cuatro círculo de hadas,”
dijo la Sra. Dulajan aprovechando la oportunidad que se le ofrecía. “Pero si se
porta como una mula y se niega a ayudar a su hermano, ni sueñes que te voy a
dejar escapar. Voy a acosarte hasta que cedas o mueras.”
“¿Será
posible?” bufó Mamá.
“Uno de nosotros morirá si no cedes, Genti,”
insistió la Señorita Aislene. “O tú o yo. O tal vez los dos nos consumiremos.”
“¡Déjate de dramas, borrica!” exclamó Mamá.
“Vayamos al cuarto círculo. Tengo que pasar por ahí de todas formas. ¿Estás
bien, Gen? ¿Puedes con esto esta noche?”
Tito Gen asintió.
“Gracias a los pétalos de rosas de tus
niñas,” dijo.
Todavía tenía muy buen aspecto, así que
probablemente se encontraría bien, pensé yo.
Se estaban celebrando carreras de caballos en
el cuarto círculo de hadas, que había sido preparado para servir de hipódromo.
Darcy el Guapo estaba en el podio, reclamando un premio. Le dieron una preciosa copa de
oro labrado. Debe tener una gran colección de esas. Vaciaron un Matusalén de
cava en la copa y aunque casi toda la bebida se derramó, Darcy pudo beber a la
salud del público presente. Todo el mundo aplaudió, incluyendo los otros
jinetes, aunque todos sabemos que si Darcy participa en una carrera, nadie más
la puede ganar. De hecho, es al que queda segundo al que luego felicita la
gente y ganar la copa de plata es un gran honor, sobre todo si casi llegas el
primero. La Señorita Aislene se puso a hacerle señales a Darcy para que se
acercase a nosotros. Darcy nos miró con los ojos entrecerrados e hizo unas
cuantas muecas antes de acudir, pero acabo viniendo. El hombre oscuro dio el
paseo hasta nosotros con la copa en una mano, derramando cava sobre la hierba y
con las bridas de su caballo en la otra. Yo reconocí a Encanto, uno de los caballos de Darcy. Encanto ahora llevaba una
enorme y fragante corona de madreselva con forma de herradura alrededor del
cuello. Yo he montado ese caballo blanco, cuando Darcy me enseño a montar casi
tan bien como lo hace él en gratitud por aceptar ser el amigo de su hermano.
La Señora Dulajan cogió a su hijo del brazo y
repitió su amenaza de consumir al tito o de morir ella en el intento. Lo hizo
tan explícitamente esta vez que yo no sé cómo el tito podía parecer estar tan
tranquilo. Pero eso parecía, muy tranquilo. Luego Mamá me diría que eso sería
porque estaría pensando que había peores maneras de morir que en brazos de la
Novia Diabólica. Mamá dijo que Gen no era más que un pelele cuando veía una
mujer que le gustaba. Pero Darcy no parecía muy contento de tener que perderse
otra carrera debido a la actitud de su madre. Había aguantado la presión a la
que le había sometido ésta durante años
exigiéndole que obligase al puca a deshacer el hechizo de la manzana,
pero parecía que no tenía gana alguna de aguantar que le presionasen para que
obligase a Gen a deshacerlo.
“Acabemos con esto de una vez,” dijo Darcy a
mi tío. “Antes de que se entere mi padre de lo que está pasando aquí.” Pues sí,
eso era lo que nos faltaba, que apareciese el Cochero de la Muerte de la nada y
le diese un arrebato de celos.
Yo sentí lástima por Tito Gen cuando se fue a
negociar con Darcy en privado. ¿Qué posibilidades tienes si has de negociar con
alguien a quién no se le puede negar nada? No les llevó mucho tiempo llegar a
un acuerdo y al principio, pensé que el tito simplemente habría cedido, pero
no. Resultó que había conseguido algo de lo que quería.
“Eres libre,” me dijo Darcy. “Te libero. No
necesitas ser el amigo de Alpin si no quieres.”
“¿Cómo?” pregunté. “¿Entonces quién será
amigo de Alpin en mi lugar?”
“Tu tío Gen. Ha prometido cuidar de Alpin.”
“¿Cómo?”
Yo no veía al tito visitando la casa de los
Dulajan para llevarse a Alpin a pasar odiseas en eI Bosque Triturado como si
fuese yo o su ex guardaespaldesa Gregoria Tenoria. Y si la Novia Diabólica me tenía fascinado a mí, ¿qué
efecto no tendría sobre el tito?
“¡Ni hablar!” dije. “Gen coincidirá con tu madre.
¿Qué va a decir tu padre?”
Darcy
se encogió de hombros.
“No se nos ocurre otra persona que vaya a
poder hacer esto de ser amigo de Alpin,” dijo Darcy.
“¿Pero por qué iba a querer hacer esto mi tío?”
Yo no quería ni pensar que tal vez estuviese buscando una excusa para tratar
con la Señorita Aislene. Y no es que yo estuviese celoso. Estaba realmente
preocupado por Gen.
“Para que tú seas libre,” dijo Darcy. “Por
eso lo va a hacer.”
Admito que me sentí conmovido.
“No es justo,” dije. “Yo…yo sólo quiero algo
de tiempo libre. Quiero poder ir a sitios donde Alpin no me puede acompañar
porque se zamparía toda la comida que hubiese ahí. Mira, Tito Gen, tú no tienes
que hacer esto por mí.”
“Es a lo que vine,” dijo Tito Gen.
“No te preocupes por Ernesto,” dijo Darcy. “Tu
tío probablemente se llevará a Alpin a otra parte. No creo que mi padre le eche
de menos. A Mamá sí que le va a importar, pero tendré que ocuparme yo de eso.”
“Yo...yo no quiero que tú hagas esto,” le dije al
tito. “Y ahora que tengo libertad de elección, creo que no me importaría
demasiado ser amigo de Alpin. Siempre que tenga algo de tiempo para mí mismo.
Como vacaciones, o algo así.”
“Lo que importa es que puedas romper cuando
quieras,” dijo Tito Gen. “Como podría cualquiera. Y no que tengas que estar
vagando como un alma en pena cuando Alpin no tenga nada que hacer, como ha
pasado estos últimos años.”
Darcy parecía muy aliviado cuando yo
dije que no me importaría ser amigo de
Alpin, siempre que no quedase anulada mi voluntad. “Gen, el chico está diciendo
que no le importa ser amigo de mi hermano. ¿Vas a impedirlo?”
“No,” dijo Tito Gen. “Podemos intentarlo durante
un año. ¿Qué os parece? Tú podrás cenar con tus hermanos los viernes. ¡Me cachis en los mengues! ¡Tómate los
fines de semana enteros! Como si esto fuese un empleo. Si no eres feliz,
negociaremos dentro de un año. Misma fecha, mismo lugar.”
Darcy estaba asintiendo con la cabeza.
“Hasta te conseguiré retribución,” dijo Tito
Gen. “Oro, hadafavores, lo que sea. Vas a trabajar para nosotros. Y si tienes
cualquier problema, me llamas a mí.”
“O a
mí,” añadió Darcy. “Y si esto ha
quedado solucionado, yo tengo que irme ya. He de ganar la siguiente carrera.
Estamos paralizando el espectáculo.”
Me giré para mirar como Darcy se alejaba y vi que ahora montaba uno de sus corceles
negros, Miedo Nocturno. Entonces sentí un suave empujón en el brazo.
“Ahora soy tuyo,” dijo Encanto. “Por lo que
has pasado estos años.”
“Me encantaría,” dije, “pero no puedo
aceptar.”
“Lo que no puedes es decirle que no a Darcy,” dijo Encanto. “El año que
viene, competiremos y quedaremos segundos.”
“¿A ti no te importa?”
“Me encantaría. Así sabría que lo he logrado yo mismo, cosa que no puedo saber si estoy con un hombre que no puede perder.”
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