187. Debilidades
Un mediodía yo volvía de un paseo con
Encanto. Aunque ahora ya sabía cómo iba a ser mi casa ideal, todavía no la
había reclamado. Yo aún vivía en el palacio con mis padres. Estaba llevando a
Encanto devuelta a los establos cuando algo llamó mi atención. Vi una figura
envuelta en una capa azul que cargaba una fiambrera de cinco pisos. Durante un
segundo pensé en Rosina, pero sólo durante un segundo. Este ser, parado delante
de unos cuantos olmos, era más alto.
“¡Hola!” me dirigí a la figura. “¿Puedo
ser de ayuda?”
La figura alzó su cabeza encapuchada y la
giró lentamente de un lado a otro, como si no supiese de dónde venía la voz que
se había dirigido a ella, aunque yo estaba a unos prudentes dos metros.
“¡Uy! ¡Menos mal” dijo Caperuza Azul.
Dejó caer la caperuza y mostró su rostro. Ahí estaba mi tía Mabel, con aspecto
de estar perdida, preocupada y algo mareada. Al principio pensé que sería
porque no llevaba sus gafas. Pero esas gafas son iguales a las que lleva
Timiano. Sólo sirven para leer documentos antiguos y dañados. Te ayudan a
descifrar textos algo ilegibles ofreciendo distintas versiones de letras,
palabras y pictogramas que podrían tener sentido. No hacen más que eso, y si te
las dejas puestas siempre, como hace mi hermano, es porque eres despistado o
vago.
“¡Tita Mabel!” exclamé. “¿Estás bien?”
“¡Ahora sí!” contestó ella. “Porque he
dado contigo. Hace tanto desde que he salido de mi casa que no recuerdo bien
cómo se hace. Me refiero a eso de vagar por el mundo.”
“¿Pero por qué has salido? ¿Y sola?”
“Pensé que iría a ver a tu madre, ya que
Gen me ha echado de casa.”
“¿Cómo?” yo no
podía creer lo que acababa de oír.
“¿Me dejarías apoyarme en tu brazo? Estoy
algo aturdida,” dijo ella.
Fui directamente hasta ella, cogí la
fiambrera enorme y le ofrecí mi otro brazo.
“Yo puedo reclamar mi casa ideal,” dije.
“Y tú puedes vivir ahí. Va a ser exactamente igual que la tuya.”
“¿Pero
qué dices, cielo? Ohhhh!”
Y Mabel se empezó a reír.
“¡Muchísimas
gracias!” dijo, apretándome el brazo. “Eres un
cielo. Pero lo que he dicho no ha sonado como lo que quería decir. Verás. He
podido mantener a Gen entretenido durante cinco días. Pero al siguiente, bajé
la guardia. Dejé que él se despertase antes que yo. Y cuando yo me desperté, él
se había ido. Eso ha sido esta mañana,
muy temprano. Me preocupé y miré en mi bola de cristal. ¿Sabes dónde estaba?”
Yo no quería ni mencionar a la madre de
Alpin.
“Tú puedes ver la hermandad de
prevencionistas con la bola?”
“No, nadie puede. Pero no estaba ahí.
Estaba con Telaraña.”
“¿Telaraña?”
“Sí.
Contratando a un equipo de limpiadores. Este hombre… no me extraña que le
llamen el mayordomo. Reapareció con los limpiadores y con pintores, tapiceros,
carpinteros y jardineros. No te imaginas lo que trajo con él. Hasta
duendecillos de jardín. Ya sabes, esos duendes jovencillos que viven todo el
año escondidos en agujeros como los de los topos para cuidar el jardín por las
noches, por si hay una helada o algo. Ah, y cueveros. ¿Sabes lo que son esos?
Limpian el interior de cuevas y de los pasadizos secretos que salen de debajo
de las casas. Yo no me podía concentrar con todo el tinglado que tenía tu tío
ahí montado, era imposible concentrarse. Y además Gen no dejaba de
interrumpirme para preguntar de qué color quería que barnizasen las puertas o
si prefería tapizar los sofás con cuero o con seda, ya sabes. Todas esas cosas
tan bonitas que a mí me importan un bledo si las tengo que hacer yo, pobrecito.
Así que pensé que era el momento perfecto para visitar a tu madre, que hace
mucho que la debo una visita, y que quería verme, así que la llamé y me invitó
a almorzar.”
Yo sonreí.
“¿Entonces no querrás ayudarme a decorar
mi casa?”
“¡Cielos,
no! Tú pídele a tu tío que haga eso. Dicen que tiene muy buen gusto. Y conoce a
los mejores profesionales. Yo…a mí no me importa convivir con polvo de hadas y el moho mágico no me asusta. Nos llevamos
bien. Lo único que yo he hecho para mi casa en la vida es procurar no manchar y
echar granos de pimienta a las estanterías para que los bichos no se comiesen
mis libros. Eso es lo que hacía mi padre. Claro que vivía en un área que era
casi de humanos. Una zona compartida con bichos que necesitan comer para vivir.
No hay nada de eso aquí. Nada de bichos que no han sido invitados a vivir en
nuestras casas ideales. En el jardín tengo mariquitas, caballitos del diablo y
por la noche luciérnagas. Esos insectos me gustan. Le he advertido a Gen que
mire bien lo que hace ahí en el jardín. No me gustan nada esos jardines
simétricos, cuadriculados, con setos perfectamente recortados y exasperantes
laberintos en los que me pueda meter por despistada, y luego tenga que
concentrarme para poder salir de ahí en vez de poder pensar en mis cosas. Es lo
único que pido. ¡Ah! Tampoco me gustan esos jardines que sólo tienen un único
árbol desgarbado.”
“Ni a mí,” dije yo.
“Flores, muchísimas, cuanto más
silvestres mejor,” asintió Mabel. “Toneladas de verde crecido de más y montones
de rinconcitos coloridos.”
De pronto, la bola de cristal de bolsillo
de Tita Mabel tintineó. Ella la extrajo de un bolsillo de su capa y resultó ser
Mamá la que llamaba para reñirla.
“¿Pero se puede saber dónde estás, loca
torpe? ¿O es que no lo sabes ni tú? ¿Es que no puedes llegar a ningún lado a
tiempo? ¿Te has perdido como siempre? Mandaré a alguien a por ti.”
“No hace falta. Arley está aquí conmigo,” contestó mi tía.
“¿Pues a qué estáis esperando? ¿A que los
planetas sean propicios?”
“Enseguida estaremos ahí. Estamos junto a
los establos, Mamá,” dije yo, dejándome ver por la bola. “No tardaremos nada.”
Cardo y Brezo tampoco encontraron difícil
hablar con la tía Mabel. No dijo nada sobre Asinio Galo ni recitó listas de
datos económicos aburridos. Nos contó un montón de anécdotas sobre nuestros
padres cuando eran niños e identificó a toda la gente cuyos retratos colgaban
en las paredes de palacio, incluyendo a las mascotas ahí retratadas, perros,
gatos, caballos, dragones y demás, todos tenían nombre y hasta nos enseñó a
convocarlos si necesitábamos hablar con ellos. Cuando se fue, me dijo que fuese
a su casa el día siguiente, que era sábado, porque Gen trabajaba muy rápido y
para las diez de la mañana seguro que estaría todo en su lugar y podríamos
trabajar tranquilamente. Cardo y Brezo vendrían con Mamá por la tarde para
tomar el té. Mamá quería ver que había hecho su hermano con la casa. ¡Ah! Y la
pesada fiambrera de cinco pisos, llena de delicias preparadas por la Abuelita
Sopitas, quedó totalmente vacía cuando la llevé esa noche a la cena de mis
hermanos.
Más tarde, cuando acompañé a mi tía a
casa para que no se volviese a perder, vimos a Tito Gen a la distancia,
hablando con los caveros, que por sus ropas de color cobalto, eran duendes de
las minas.
“¿Los kobolds no son peligrosos?”
pregunté a Mabel.
“Sólo para los mineros, y otras gentes
que se meten a explorar minas sin tomar precauciones,” explicó mi tía. “Casi
siempre se cargan a gente equivocada. Pero a tu tito le salvaron la vida.”
“¿Estuvo en un derrumbe?”
“No. Te voy a contar un secreto. No se lo
puedes contar a nadie que no sea de fiar. Tu tío una vez tuvo que esconderse en
una mina. Se quedó ahí sentado un rato y de pronto se puso a morir. Los kobolds
le salieron de sus escondites y le rescataron.”
“¿Le mordió algún murciélago o había
algún gas venenoso?”
“No. El secreto es que Gen es alérgico al
cobalto. No debes contarle a nadie que tu tío tiene esta debilidad. Ya sabes
cómo va eso de tener debilidades. La mayoría de las hadas tienen problemas con
el hierro. Tú tío no. El hierro no le afecta. Pero él siempre lleva un antídoto
para el cobalto que los duendes de las minas le dieron. No le cuentes esto a
nadie. Yo te lo he contado porque vas a trabajar con él y pasarás tiempo con él
y tal vez puedas salvarle si se produce un incidente. Ya sabes lo que pasa con
las personas que consiguen ayudar a otras. Están tan orgullosas de su
heroicidad que se enamoran de las personas que han salvado. Eso mismo les pasó
a los duendes mineros. Ellos adoran a Gen. Esos duendes con los que está
hablando vivían originalmente en una montaña sita en un área semi-humana. Cuando
los humanos quisieron apoderarse de la montaña entera, y estaban a punto de
agotar sus minas, los duendes juraron cargarse la montaña antes de cederla. Convirtieron a algunos humanos en fantasmas y
por eso esos duendes corrían el peligro de convertirse en humanos ellos mismos.
Tu tío puso fin al conflicto regalándoles a esos duendes una montaña que él
poseía en una zona totalmente nuestra. Le costó convencerles para que se
mudasen, pero lo hicieron y quedaron contentos. Se trata de una montaña que bien cuidada no se
agota nunca. Corrió el rumor de que tu tío había contratado mano de obra
barata, porque no pagaba a los duendes, pero es que él ya no era el dueño de la montaña.
Los duendes tenían una escritura de la cesión, pero no podían enseñársela a
nadie, porque Mungo John había decidido que esa montaña no se podía donar
aunque tu tío pagase el impuesto de donación. ¿Sabes qué? A tu madre se le
ocurrió su política de casa ideal gratis cuando vio como Gen había conseguido
realojar a los kobolds con éxito.
Cuando volví a casa, Mamá y yo hablamos
sobre la tía Mabel. Y yo me enteré de que ella era la tercera debilidad del tío
Gen.
“Ella solía salir algo más,” dijo Mamá. “Nunca
tanto como otros, eso nunca. Pero cuando piensas que no puso un pie fuera de su
casa en casi trescientos años, no es de extrañar que se perdiese cuando vino
para aquí.”
“¿Por qué se encerró?”
“La estaban utilizando para machacar a
Gen. Cuando el desapareció, la seguían a todas partes pensando que él
intentaría ponerse en contacto con ella. Dentro de nuestras casas ideales, no
entra quién no es invitado. Y sólo espejos mágicos extraordinariamente potentes
pueden reflejar lo que ocurre ahí dentro. Ella dijo que estaba segura de que él
volvería cuando pudiese. Y mira, pues no se equivocaba. Supongo que ella se
acostumbró a estar encerrada ahí dentro. De todas formas, la vida aquí fuera ya
no era agradable para ella. La gente siempre la estaba intentando molestar.
Incluso gente que no tenía ningún interés en mi hermano quería provocarla para
fastidiar su felicidad. Recibía toda clase de llamadas anónimas de seres con
muy mala idea que la preguntaban si sabía dónde estaba en ese momento su
marido. Eso comenzó mucho antes, cuando Aislene buscaba pareja y pensó que tal
vez Gen le serviría. Al principio la gente pensaba que él se pondría a llover y
apagaría el fuego de la Novia Diabólica, pero eso no salió así. Porque tu tío
es como tonto y cuando ve que le gusta a una mujer se cree que tiene que ser
amable con ella para agradecérselo. No quiere desilusionarlas. A su favor he de
decir que él nunca empieza ningún lio, pero lo cierto es que le cuesta poner
fin a los que ya han empezado. Tú sabes cómo es con Aislene. No había finales
felices. Los hombres mortales se consumen y mueren. Los nuestros se debilitan
hasta el punto de tener que encerrarse en una cueva o en un árbol cuando
Aislene les descarta por inútiles. Y allí han de permanecer durante siglos
antes de volver a ser pálidas sombras de lo que fueron. Afortunadamente para tu
tío, pudimos rescatarle antes de que este asunto se saliese de madre, pero no
fue fácil. Estarás pensando que Mabel no tiene sangre en las venas por no
haberse enfrentado a la Novia Diabólica, pero es que no podía hacer nada.
Cuando las esposas o las prometidas de sus víctimas intervienen, los hombres se
debilitan aún más y más rápidamente. Así que Mabel se tuvo que quedar en casa
confiando en que Gen tendría suficiente fuerza como para escapar de
Aislene. Pero algo si hizo. Habló con la
Tía Aureabel. Verás, sólo las hadas mayores pueden romper este tipo de
hechizos. Tres grandes damas se juntaron y fueron a verselas con Aislene y a
intentar sacar a Gen del trance. Sí, las tías Aureabel, Mikala y Mabinia. Pero
en realidad ni ellas pudieron hacer nada hasta que no se unió a ellas la tía
Una. Esta confrontación entre Aislene y los cuatro pilares dio un montón de
prestigio a la Novia Diabólica. Demostró lo fuerte que ella era. La gente
empezó a especular sobre mis demás hermanos. ¿Podría Fuegovivo quemar a Aislene
antes que ella a él? O sería Vendaval quién apagase su fuego de un soplido? ¿O
quizás sólo lo avivaría? Sólo Caelanoche estaba a salvo. Es el único que sabe
eludir a cualquiera. Ahora le ves, ahora no le ves. Afortunadamente Fuegovivo y
Vendaval todavía eran muy jóvenes, y Aislene nunca se mete con niños. Siempre
es buena con ellos. Nunca se ha cebado en un hombre que no estuviese entre los
veinte y los cuarenta años de edad. Por suerte Aislene consiguió atraer a
Ernesto antes de que mis hermanos creciesen y ella quisiese probar suerte con
ellos. La gente dice que Ernesto sobrevive porque su cabeza no está conectada
con su cuerpo, pero ya vale de detalles sórdidos. El caso es que la gente sabe
que tu tío quiere a Mabel y que pueden hacerle daño haciéndoselo a ella. Así
que ella se quitó de en medio enclaustrándose en su casa. Mabel es más como una
caña que como un roble. Ella se dobla para no romperse. Durante mucho tiempo
después del asunto de Aislene tu tío se encerró en casa también y fueron muy
felices, pero entonces comenzó la persecución por parte de Binky. Tú sabes el
resto. ¿Has visto lo que ha hecho tu tío con el suelo de su casa? Parece que
estás pisando una continuación del mar. Cambia de color como el agua que ves
por las ventanas.”
Cuando llegué a ver la casa renovada es cuando me di cuenta de lo dejada que antes estaba.
Yo no me había fijado en que la pintura de los techos se pelaba, o por lo menos
no le había dado importancia. Otros signos de deterioro tampoco me habían
agobiado. Para mí, el lugar era acogedor como estaba. Ahora la casa estaba
espectacular, imponía. Pero había algo en su aspecto anterior que había hecho
que deteriorada me resultase misteriosa y entrañable a la vez.
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