189. Pebelbraititas
Mis hermanas y yo queríamos dar a los
cocineros las gracias por habernos preparado un almuerzo tan suculento y por
haber soportado a Alpin. Les enviamos frutas y flores cuidadosamente elegidas a
todos, pero pensamos que debíamos darle a Finisterre Fishfín algo un poco más
especial puesto que había sufrido a Alpin tan dramáticamente. Asi que nos
fuimos los tres con nuestro hermano Cespuglio a la Roca Verde de la Esperanza
esperando encontrar por allí pebelbraititas.
La Roca Verde de la Esperanza es una gran
roca verde que hay en el Bosque Triturado alrededor de la cual solíamos jugar a
conceder deseos cuando éramos niños. Cuando un humano amable pasaba por ahí, le
hacíamos un pequeño favor o le concedíamos un deseo diminuto. No éramos capaces
de mucho más entonces. Por ejemplo, si un niño solitario aparecía por ahí
deseando jugar con alguien, nosotros nos dejábamos ver con aspecto de críos mortales
y jugábamos con él hasta que se tenía que ir a casa. O hacíamos que alguien
encontrase una moneda antigua, o una pulserita de oro con el cierre roto, o un
indio de plástico con un gran bonete de guerra de plumas de muchos colores, un
colgantito de plata con forma de estrella y un rubí en el centro o un llavero sin
llave pero con un conejo azul colgando. Favorecíamos a gente que no parecía
capaz de levantar todo el bosque para encontrar más monedas, claro. Lo que dábamos
siempre tenía que parecer algo que alguien había dejado caer.
En cuanto a las pebelbraititas, pebelbraitites
o pebelbraites, pues de esas tres formas he oído llamarlas, son piedrecitas que hacen que las cosas con
las que entran en contacto florezcan durante más tiempo del normal. Llaman a la
pebelbraitita la piedra de siempre florecer. Por ejemplo, metes una de estas
piedras en un jarrón con flores y las flores permanecen frescas hasta que te
cansas de ellas y las cambias por otras. O atas estas chinitas a una guirnalda
o corona de flores y las flores permanecen frescas mientras las piedras
permanezcan entre ellas. Las pebelbraititas, también son buenas para conservar
fruta y otros alimentos. Metes una en un cesto de manzanas y ninguna se pone
mala y estropea a las demás. Y si tú llevas una de estas piedras en el
bolsillo, tendrás un aspecto fresco y saludable. Sabíamos que Finisterre no
tenía una pebelbraite y pensábamos que le vendría bien para conservar algas.
El problema con las pebelbraititas es que,
como seguro que estáis pensando, no son fáciles de conseguir ni para las hadas.
Nos ayuda un poco que no atraen al ojo humano, porque si no fuese así, no
quedaría ni una para nosotras. Pero nuestro tío Caelanoche, que sabe todo sobre
todo lo que ocurre al atardecer, una vez nos explicó dónde y cuándo aparecen
pebelbraites.
“Como una semilla,
como una chinita, como un hueso de fruta, como una pepita. La hallé porque
relucía, cuando el sol subía o el sol caía. Al alba o al atardecer, la piedra
de siempre florecer, pebelbraite, se deja ver.”
Bien pues la mayoría de la gente sale a
buscar tesoros mágicos durante los equinoccios y solsticios, o en días
especiales, como la noche de San Juan y eso es muy divertido. Pero según
nuestro tío, los tesoros mágicos
no quieren llegar tarde a los lugares donde se les puede hallar cuando quieren
ser hallados. En noches especiales allí toman asiento horas antes, esperando a
los que salen a su encuentro.
“Aunque
una pebelbraite no se retuerce en tu mano, el pájaro que madruga atrapa al
gusano. Un sol o una luna antes que los demás, a buscar la piedra tú saldrás.”
En cuanto a dónde buscar, pues uno tenía que
ir a un lugar de esperanza, o a un lugar en el que se habían concedido deseos,
o estos se había cumplido.
“Búscala
donde tú esperas encontrarla, donde se piden o cumplen deseos podrías
hallarla.”
Reconoces a una pebelbraitita porque hace que
te sintieses mejor en cuanto la ves. Y en cuanto tocabas una, tu aspecto
mejoraba.
“Tu
corazón dará un vuelco cuando la veas, saludable te sentirás cuando la poseas. Más
fresco que un higo o proverbial lechuga,
desaparecerá todo lo que a ti te arruga. Y aunque ambas tus piernas estén muy
cojas, bailarás una jota en cuanto la cojas.”
Por esto habíamos ido hasta nuestra roca
verde, lugar de esperanza y deseos, por pequeños que fuesen ¿Tuvimos suerte? ¡Encontramos no una sino seis pebelbraititas! Algo sin
precedentes.
“¿Es qué siempre han estado ahí? ¿Y nunca las
hemos visto?” se maravillaba Cespuglio, encantado de tener la suya.
“Una para cada uno y una para Finisterre,”
dijo Cardo, “Y una para…¿Quién?”
“¿Qué hemos de hacer con la sexta? ¿Deberíamos
dejarla aquí o llevárnosla también?” preguntó Brezo.
“Llévatela. No está bien rechazar un regalo y
eso es lo que estas son, puesto que se han dejado ver y no suelen hacerlo,”
dije yo. “Quédatela tú, Brezo. Sabrás a quién dársela.”
“Se la va a dar a la primera persona que se
cruce en su camino,” dijo Cardo. “Y primero no siempre significa merecedor.”
“Sólo
la daré si veo a una sola persona. Si veo a dos o más, no. Esa es la señal,”
dijo Brezo.
De camino a casa la primera persona que vimos
fue un grupo de gente humana en pantalones cortos y camisetas sin mangas
bebiendo latas de cerveza fría que sacaban de una nevera portátil. Hasta ahí
bien. Pero el suelo del claro en el que se habían asentado estaba plagado de
latas vacías que descartaban ahí mismo.
“Elige,” dijo Cardo. “¿Cuál de esos va a ser
el afortunado?”
Brezo estudió a esta gente tímidamente. No
pudo elegir a uno.
“Guarda tú la piedra, Arley. Eres mejor juez
de carácter,” dijo Brezo. “Sabrás a quién dársela cuando llegue la hora.”
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