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miércoles, 22 de junio de 2022

189. Pebelbraititas

 189. Pebelbraititas

Mis hermanas y yo queríamos dar a los cocineros las gracias por habernos preparado un almuerzo tan suculento y por haber soportado a Alpin. Les enviamos frutas y flores cuidadosamente elegidas a todos, pero pensamos que debíamos darle a Finisterre Fishfín algo un poco más especial puesto que había sufrido a Alpin tan dramáticamente. Asi que nos fuimos los tres con nuestro hermano Cespuglio a la Roca Verde de la Esperanza esperando encontrar por allí pebelbraititas.

La Roca Verde de la Esperanza es una gran roca verde que hay en el Bosque Triturado alrededor de la cual solíamos jugar a conceder deseos cuando éramos niños. Cuando un humano amable pasaba por ahí, le hacíamos un pequeño favor o le concedíamos un deseo diminuto. No éramos capaces de mucho más entonces. Por ejemplo, si un niño solitario aparecía por ahí deseando jugar con alguien, nosotros nos dejábamos ver con aspecto de críos mortales y jugábamos con él hasta que se tenía que ir a casa. O hacíamos que alguien encontrase una moneda antigua, o una pulserita de oro con el cierre roto, o un indio de plástico con un gran bonete de guerra de plumas de muchos colores, un colgantito de plata con forma de estrella y un rubí en el centro o un llavero sin llave pero con un conejo azul colgando. Favorecíamos a gente que no parecía capaz de levantar todo el bosque para encontrar más monedas, claro. Lo que dábamos siempre tenía que parecer algo que alguien había dejado caer.

En cuanto a las pebelbraititas, pebelbraitites o pebelbraites, pues de esas tres formas he oído llamarlas,  son piedrecitas que hacen que las cosas con las que entran en contacto florezcan durante más tiempo del normal. Llaman a la pebelbraitita la piedra de siempre florecer. Por ejemplo, metes una de estas piedras en un jarrón con flores y las flores permanecen frescas hasta que te cansas de ellas y las cambias por otras. O atas estas chinitas a una guirnalda o corona de flores y las flores permanecen frescas mientras las piedras permanezcan entre ellas. Las pebelbraititas, también son buenas para conservar fruta y otros alimentos. Metes una en un cesto de manzanas y ninguna se pone mala y estropea a las demás. Y si tú llevas una de estas piedras en el bolsillo, tendrás un aspecto fresco y saludable. Sabíamos que Finisterre no tenía una pebelbraite y pensábamos que le vendría bien para conservar algas.

El problema con las pebelbraititas es que, como seguro que estáis pensando, no son fáciles de conseguir ni para las hadas. Nos ayuda un poco que no atraen al ojo humano, porque si no fuese así, no quedaría ni una para nosotras. Pero nuestro tío Caelanoche, que sabe todo sobre todo lo que ocurre al atardecer, una vez nos explicó dónde y cuándo aparecen pebelbraites.

 “Como una semilla, como una chinita, como un hueso de fruta, como una pepita. La hallé porque relucía, cuando el sol subía o el sol caía. Al alba o al atardecer, la piedra de siempre florecer, pebelbraite, se deja ver.”  

Bien pues la mayoría de la gente sale a buscar tesoros mágicos durante los equinoccios y solsticios, o en días especiales, como la noche de San Juan y eso es muy divertido. Pero según nuestro tío, los tesoros mágicos no quieren llegar tarde a los lugares donde se les puede hallar cuando quieren ser hallados. En noches especiales allí toman asiento horas antes, esperando a los que salen a su encuentro.

“Aunque una pebelbraite no se retuerce en tu mano, el pájaro que madruga atrapa al gusano. Un sol o una luna antes que los demás, a buscar la piedra tú saldrás.”

En cuanto a dónde buscar, pues uno tenía que ir a un lugar de esperanza, o a un lugar en el que se habían concedido deseos, o estos se había cumplido.

“Búscala donde tú esperas encontrarla, donde se piden o cumplen deseos podrías hallarla.”

Reconoces a una pebelbraitita porque hace que te sintieses mejor en cuanto la ves. Y en cuanto tocabas una, tu aspecto mejoraba.

“Tu corazón dará un vuelco cuando la veas,  saludable te sentirás cuando la poseas. Más fresco  que un higo o proverbial lechuga, desaparecerá todo lo que a ti te arruga. Y aunque ambas tus piernas estén muy cojas, bailarás una jota en cuanto la cojas.”  

Por esto habíamos ido hasta nuestra roca verde, lugar de esperanza y deseos, por pequeños que fuesen ¿Tuvimos suerte? ¡Encontramos no una sino seis pebelbraititas! Algo sin precedentes.

“¿Es qué siempre han estado ahí? ¿Y nunca las hemos visto?” se maravillaba Cespuglio, encantado de tener la suya.

“Una para cada uno y una para Finisterre,” dijo Cardo, “Y una para…¿Quién?”

“¿Qué hemos de hacer con la sexta? ¿Deberíamos dejarla aquí o llevárnosla también?” preguntó Brezo.

“Llévatela. No está bien rechazar un regalo y eso es lo que estas son, puesto que se han dejado ver y no suelen hacerlo,” dije yo. “Quédatela tú, Brezo. Sabrás a quién dársela.”

“Se la va a dar a la primera persona que se cruce en su camino,” dijo Cardo. “Y primero no siempre significa merecedor.”

 “Sólo la daré si veo a una sola persona. Si veo a dos o más, no. Esa es la señal,” dijo Brezo.

De camino a casa la primera persona que vimos fue un grupo de gente humana en pantalones cortos y camisetas sin mangas bebiendo latas de cerveza fría que sacaban de una nevera portátil. Hasta ahí bien. Pero el suelo del claro en el que se habían asentado estaba plagado de latas vacías que descartaban ahí mismo.

“Elige,” dijo Cardo. “¿Cuál de esos va a ser el afortunado?”

Brezo estudió a esta gente tímidamente. No pudo elegir a uno.

“Guarda tú la piedra, Arley. Eres mejor juez de carácter,” dijo Brezo. “Sabrás a quién dársela cuando llegue la hora.”

 

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