204. La conjura de las harpías infernales
Estaba claro que Cespuglio había visitado
antes a Vendaval. Se movió con facilidad por terreno pantanoso y nos condujo,
sin ningún accidente que lamentar, a un interminable páramo cuajado de brezo.
Un bulto que era visible a gran distancia prometía ser ese único árbol en el
que decían que vivía mi tío. Abrimos nuestras alas y volamos hasta que el bulto
cumplió su promesa y se convirtió efectivamente en árbol. Pero descendimos a
cierta distancia para dar tiempo a otro bulto, que detectamos en el árbol, a reconocernos y prepararse para recibirnos.
“¡Yooooooo!” gritó Cespuglio, sorprendiéndonos a todos,
pues yo nunca le había oído alzar la voz antes, y creo que Papá tampoco.
Ces comenzó a caminar hacia el árbol con los
tres hojitas en sus hombros y Papá y yo le seguimos.
Tito Vendaval sí era quién estaba en el
árbol, sentado en una de las ramas. Saludó a Ces con la mano, pero sus ojos
estaban clavados en Papá. Había un montón de piedras apiladas una encima de
otra cerca del árbol, y Papá gritó, “¿Vas a apedrearnos si nos aproximamos,
Val?”
Sin moverse de donde estaba, el tito sacudió
la cabeza.
“No son mías,” dijo.
“¿De quién entonces?”
Tito Val se encogió de hombros, pero no dijo
nada.
“Serán una ofrenda,” dijo Papá.
“Probablemente para el espíritu que vive en el árbol. O sea, para ti.”
Yo no creía que ese fuese el caso. En el
mundo mortal, eso sería posible. ¿Pero qué hada le deja una ofrenda de piedras
al hada de un árbol?
Tito Val volvió a encogerse de hombros.
“Venga, cuñado mío,” dijo Papa, “despotrica
todo lo que quieras. He aquí un oído que simpatizará contigo.”
“Si estás aquí para fisgar sobre lo que creo
que quieres fisgar, será mejor para ti que no te metas en esto,” dijo Tito
Vendaval. “No es asunto tuyo. No lo conviertas en tu problema. Ni para solo
lavarte las manos de ello.”
“¿Qué esconde de mí tu hermana?”
“No es mi hermana la que esconde algo.”
“¿Qué esconde tu familia entonces?”
“En serio, no es asunto tuyo. Pero algunos
piensan que podrías fastidiar sus planes por pura malicia. Y se trata de tu
familia, porque esta gente es tan tuya como mía.”
“¿Quién, Val?”
La respuesta de Tito Val fue decirme hola a
mí.
“Hola, Arley. ¿No tendrás contigo unas
crunchitas de queso de esas de los mortales que compramos durante nuestro
viajecito? Una infernal serpiente traga-victimas robó mi última bolsa.”
“Lo siento,” dije yo, sacudiendo la cabeza.
“Te hemos traído sidra y rosquillas,” dijo
Papá. “Por lo menos eso creo. Sí no se han perdido por el camino.”
“Oh. Vaya. ¡Gracias!”
Ces se
acercó a la rama en la que estaba nuestro tío y el tío saltó a tierra y cogió
la jarra de sidra. Y comenzó a comerse una de las rosquillas que le ofreció Ces
también.
“Cuando tu boca no esté llena, sé tan amable
de decirme lo que necesito saber,” le dijo Papá a Vendaval.
“No necesitas saber nada. Ni para lavarte las
manos de esto. Ya te lo he dicho. Pero si te empeñas en saber, pregunta a Gen.
Su malvada suegra y sus infernales hijas tienen planes.”
“Ya le he preguntado a Gen. Y, sí, no quiere
saber nada de este asunto. Me ha dicho lo mismo que tú. Qué no es asunto mío y
que es mejor que ni me entere. ¿Tú estás contento con esto, sea lo que sea,
Val?”
“Yo rara vez estoy contento. Pero no. No
estoy nada contento con esto. Para empezar, me ha costado mi última bolsa de
crunchitas de queso. ¿Y quién sabe que otras consecuencias funestas puede tener
esto para mí? No pinta bien. Nada bien. No.”
Papá había tenido mucha paciencia. Estaba a
punto de estallar. Pero él sabía que eso no tendría el efecto deseado
tratándose de Vendaval, que es el más propenso a estallar de los hermanos de
Mamá.
“¡Habla, Val, por amor a las crispitas, o sea
lo que sea eso que no has podido comer! Tal vez yo pueda ayudarte.”
“Hmm. Tal vez debería. Tal vez deberías estar enterado
de esto. ¿Quién sabe qué es lo mejor?”
Vendaval asintió con la cabeza. Estaba listo
para soltar prenda.
“Las mujercitas de Gen. Mabel, no. Por
supuesto que no. Esas tres arpías infernales de su suegra y sus hijas se han
conjurado para casar a Richi.”
“¿Otra vez?” preguntó Papá. “No iban a
casarle con una tal Cleponcia que no tiene nada que ver con nosotros?”
“Eso también. Bueno, le dieron ideas. Pero tú
vas muy por detrás. No llegó a casarse con esa, pero después de eso se lo pasó
bomba cortejando a la septuagenaria dueña de unos palomares. Pero eso también
ha acabado, porque la anciana resultó ser menos avariciosa de lo que creíamos y
bastante más sensata de lo que esperábamos. En cuanto obtuvo un saco lleno de diamantes
debió decidir que no tenía por qué aguantarle más. Quedamos todos como amigos. Pero
eso es el pasado. El futuro yace en otra dirección. Richi va a hacerle un gran
favor a una niña buena. Ya sabes que le gusta hacer favores. Así queda bien.”
“¿Y esto qué tiene que ver conmigo?”
“Ya te he dicho que nada. Excepto que la niña
buena es tu amor de la infancia, la aprendiz de valquiria Matilde.”
“¿QUÉ?”
exclamó Papá.
“¡No puede ser verdad!” exclamé yo. “Matilde
tiene como once años.”
Tito Val me miró con sorpresa y curiosidad.
“No. De eso nada. Tiene mí edad. Tres
miserables años más que Richi.”
“Pero…”
Antes de que yo pudiese decir nada, Tito Val
empezó a explicarse.
“Es tres años menor que tú, Oberon,” dijo.
“No, solo dos,” dijo Papá.
“Vale. Pero los detallitos no importan,”
siguió Vendaval. “El caso es que la pobre chica perdió siglos y se fue para
atrás y salió de un hechizo como con menos años que una adolescente. Pero para
compensar eso, este gran ejemplo de fuerza de voluntad ha estado comiendo bien
y durmiendo bien durante los años que tú estuviste perdido en el bosque de los
ositos o donde sea, Arley, y ahora
parece que tiene unos veinte años. ¿Estás enamorado de ella o algo, chiquillo?”
“No. Yo solo pienso que es una niña muy
dulce. Bueno, lo era. Siempre intentaba agradar a todo el mundo. Pero de eso
hace años. Si ha cambiado, pues no sé lo que decir. En cualquier caso, siempre
he pensado en ella como algo que le perteneció a Papá.”
“Hmm. ¿Tú piensas en ella como algo tuyo,
Obe?”
“No. Yo la deseo lo mejor. ¿Pero lo mejor
será Ricatierra?”
“Todos parecen creer que sí. La pobre chica
no puede casarse con cualquiera. Fue tu novia, y tú eras el mejor partido que
había en el mercado matrimonial. Quedaría como una grandísima perdedora si se
casase con alguno que no fuese de alguna manera estupendo. Además, los hombres
de su quinta están todos casados. Sólo Richi es espectacular y está, sorprendentemente,
soltero. Casi siempre ha tenido que ver con mujeres mortales o con hadas fieras
y ya casadas. Todas unas prepotentes que creían que iban a ser la persona que
podría controlarle. Pero cuando se daban cuenta de que controlarle es imposible
y que no es el pelele por el que le habían tomado, se morían de rabia o las
daba una crisis nerviosa, o algo así.”
“Matilde es…Yo no quiero que él le haga
daño,” dije yo.
“No. Claro que no se lo hará. Ella no va a
intentar controlarle. Lo único que quiere es un estatus. Él puede darla eso y
seguir siendo él mismo y hacer lo que le da la gana. Esta idea no es tan
descabellada. Un matrimonio de auténtica conveniencia. Por lo menos para ella.
Y supongo que a él también le hará feliz porque va a estar haciéndola un favor.
Ya sabéis lo que le gusta quedar bien haciendo favores a la gente. A su manera
de loco, claro.”
“Tía Cybela dijo que iban a haber dos
mujeres. ¿Quién va a ser la otra? Yo no entiendo nada. Yo creía que iban a
casar al tito con unas siamesas.”
“¡A ja ja ja! Ahora has puesto el
dedo en la purulenta llaga, Arlito. La otra mujer es la infernal serpiente
traga-victimas que me robó las crunchitas de queso.”
“¡Ay!” suspiró Papá. Eso fue todo lo que
dijo, y bastante bajito.
“¿Matilde se convierte en una serpiente por
la noche o algo así?” pregunté.
“Para nada. Matilde es la novia perfecta. Un
amor. ¿Te acuerdas que Cybela dijo que Richi nunca había tenido una boda como
está mandado con invitados y regalos y pompa y circunstancia y todo eso? ¿Recuerdas
que también dijo que él no había tenido una suegra con la que llevarse a matar
y que por eso se mataba con sus esposas? Las llamaremos sus esposas para
entendernos. Además es más educado.”
“La madre de Matilda…esa sería Ula. Es una
señora amable y simpática también,” dije yo.
“Es la estranguladora serpiente traga
victimas salida del infierno que me ha robado las crunchitas.”
“¿Se comió tus crunchitas y te ha sentado así
de mal? Tú no eres así, tito.”
“Si se hubiese zampado mis crunchitas, yo no
tendría nada que decir salvo que podría haberme dejado alguna. No. Esto era una
muestra de poder, Arley. Nosotros – Richi y tu madre y yo – fuimos a casa de
Cybela en secreto. Tu madre se hizo invisible y todo y se escondió detrás de
una cortina para quitarse de en medio. Solo quería curiosear. Y entonces
llegaron Matilde y la monstrua, encabezando una banda de tíos que habían
pertenecido a la guardia bátava de Calígula.”
“Creo que hemos visto a algunos de esos en
una de las fiestas de Halloween de Michael O’Toora,” dije yo. “Yo no recuerdo
que hayan causado problemas ahí,” añadí débilmente.
“Sí. Y ahí van a estar este año en la Noche
de Ánimas. El duende ese no lo sabe, pero allí estarán. Piensan llevar ahí todo
lo necesario para convertir la fiesta en una October fest de sorpresa y
pesadilla durante la cual se anunciará el compromiso de Ricatierra y Matilde,
al son de acordeones toca polkas. Les da igual los planes que tenga el duende.
Ella lo organiza todo, esa criatura salida de las entrañas del infierno es así.
Teníais que haber visto a las harpías infernales felicitarla babeando por sus
dotes de organizadora de bodas.”
“¿Pero Tito Ricatierra va a dejarse ver en
Halloween? No puede ir a esa fiesta. ¿Anunciarán su compromiso in ausentia?”
“Para eso están los bátavos.”
“Pero si no pudieron defender a Calígula,”
protesté yo.
“¿Quién querría defender a Calígula? Así
habló la monstrua. La cuestión es que la Abuela Harpía trajo a ese ser horripilante
hasta mí para presentarnos, y yo tenía en una mano mi última bolsa, todavía
cerrada, de crunchitas de esas que compramos en el viaje. Y antes de que yo
pudiese abrir la boca para contar la mentira esa de que estaba encantado de
conocerla, la monstrua va y me arranca la bolsa de la mano y me prohíbe volver a comer algo así nunca más. Verbotten! No
es bueno para mí, me dice. Y antes de que yo pudiese recuperar la bolsa, la
monstrua la lanza al fuego de la chimenea. Y yo estoy tan paralizado por la
serpiente estranguladora esa que ni se me ocurre apagar el fuego de un soplido
para salvar a mi bolsa. ¡Arley! ¡Oberon!
¡Esta boda no se puede celebrar! ¡No puede ser!”
“¿Pero qué quiere Matilde?” preguntó Papá. Yo
le vi la cara. Él no quería que a Matilde se la volviese a partir el corazón.
“¿Pero que puede querer? Si la controlan una arpías infernales conjuradas, la malévola gusana del norte y la guardia bátava
de Calígula?”
“Algo así decía mi madre,” dijo Papá.
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