Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

martes, 18 de octubre de 2022

205. El hacendado toma esposa


 205. El hacendado toma esposa 

Nunca antes había visto a mi padre parecer preocupado. Como he dicho antes, él cree que es mejor dejar que las cosas fluyan cual un río, aunque a veces yo he sospechado que en realidad él deja que parezca que no está haciendo nada para hacer lo que quiere hacer subrepticiamente. Esta vez no era así. Parecía no saber qué hacer sobre los planes de boda de Ricatierra y Matilde. Creo que ni sabía si debía de hacer algo o no. Como yo no soy como mi padre, y me paso la vida preocupado por lo que toque,  me moría de ganas de saber que estaba pensando Papá.  Camino a casa estuvo muy callado, pero cuando llegamos a palacio, y justo antes de entrar en sus jardines, él dijo, “Arley, ¿cuál de tus tíos crees que está más loco? ¿Vendaval o Ricatierra?”

“Tito Ricatierra a veces parece estar más chalado,” dije yo.

“¡Correcto!” exclamó Papá. “Lo has dicho tal y como es. Parece estar más loco, pero puede que no lo esté. Mete más ruido. ¿Qué opinas tú, Ces?” Papá preguntó a mi hermano, que estaba a punto de perderse entre los oleandros.

 “¿Yo? Pues no creo que ninguno de los dos esté loco,” dijo Ces, con su voz ronca y tras toser un poquito. “Yo creo que a Tito Richi le gusta divertirse y eso le pone de los nervios a Tito Val porque él es más bien taciturno y rara vez se muestra juguetón. Pero dicen que sarna con gusto no pica.”

“Bien, muchachos, alguno de vosotros, o tal vez los dos, creéis que hay que reventar esta boda como sugiere vuestro tío Vendaval?”

“Yo creo que lo único que hay que hacer de inmediato es quitar de en medio a Kevin, el bufón. Recuerdo que un junio Tito Ricatierra y Kevin se fueron juntos de vacaciones y sus descabelladas aventuras casi acaban con Vendaval.”

“¡Ay, porras!” exclamó Papá. “Yo también lo recuerdo. Tu abuelo tuvo que salir de su santuario para arreglar ese follón. Estuvo del hígado durante meses. Casi destierra a Kevin para siempre. Creo que no sabe que el bufón ha vuelto. Te agradezco que hayas dicho eso, Ces. Voy a quitar a Kevin de en medio antes de que se entere de que hay planes que fregar. ¿Qué se oye entre los matorrales, Ces?”

“Nada todavía. No estoy seguro, pero creo que lo mejor será esperar a ver por dónde sopla el viento.”

“¿El viento? ¿Te refieres a Vendaval? Siempre me persigue la molesta idea de que va a ser él quien se harte de Richi y le rebane la cabeza con una hoz. Odio tener esta sospecha, pera la tengo.”

“No, eso no va a pasar,” Ces le aseguró a Papá. “Tito Val nunca le haría daño a Tito Richi si ya no lo ha hecho. Y no ha estado ni cerca de hacérselo.”

“Se zarandean un poco de vez en cuando, y eso es todo, ¿no?” dijo Papá. “Peleítas entre hermanos.”

Yo me acordé de como se habían agarrado del cuello fuera del monasterio y como Mamá había puesto fin a aquella reyerta atizándoles con su bolsa de viaje para cosméticos extra-grande. 

 “¿Val nunca haría algo como cortarle la cabeza a Richi para prevenir esta boda y poder seguir comiendo crispitas? ¿No, verdad? Por cierto, ¿están buenas? ¿Las crispitas?”

“Crunchitas,” le corregí yo.

“¿No estarán como para matar a alguien por ellas?”

“Espero que no,” dije yo. “En cualquier caso, no creo que Tito Val las come porque están buenas. Creo que lo hace porque necesita destrozar algo.”

“¡Ay, porras!” dijo Papá, y se fue volando a mandar a Kevin a freír espárragos en la China continental.

Ces se encogió de hombros antes de desaparecer entre los oleandros y yo me fui directamente a advertir a Michael O’Toora que su fiesta de Halloween iba a ser invadida por el norte. Para eso están los amigos, ¿no? Así que le conté toda esta historia.

“Gracias por decírmelo,” dijo Michael, intentando no morderse las uñas por ansiedad, “pero la verdad es que ya sabía algo de todo eso. Ula vino a preguntarme si podía usar mi fiesta para sus propósitos. No es fácil decirle que no a esa mujer.”

“¿Pero lo hiciste?

“Por supuesto que no lo hizo. Los caballeros no dicen que no a damas que piden educadamente a no ser que no tengan otro remedio,” dijo Don Alonso, y añadió, “pero si yo fuese tú, a la que mantendría vigilada es a la joven Matilde. Ella vino a advertirnos sobre los planes de su madre antes de que esa señora viniese a pedir a Michael autorización. Incluso vestida como una guerrera, la chiquilla es tan dulce como una torta de azúcar. ¿Pero por qué iba a chivarse de su madre? Sugiero que te enteres en qué anda esa niña.”

No le hizo falta decir más. Me fui volando a ver a Matilde, preguntándome si sería correcto exigir que me aclarase cuales eran sus intenciones. No lo sería. No, creo que sería impertinente.

Mi bola de cristal me dijo que Matilde y Ula se alojaban en casa de Tito Ricatierra, y que allí las encontraría. Volé hasta allí, pero cuando llegué, Matilde y su madre se habían ido a encargar las invitaciones de boda.

Me recibió el tito, que parecía necesitar hablar con alguien porque eso fue lo que hizo en lugar de hacer preguntas como suele hacer. Paseamos por la galería cubierta que cubre el camino desde el portón de la finca y rodea la gran casa de estilo griego clásico por aquello de que allí llovizna con frecuencia para tener feliz a la vegetación. Y  me contó lo siguiente:

“Acabo de volver del Valhalla, Arley. Fui allí a ver a Wolfi. Wolfi es el padre de Matilde. La tía Cybela dijo que lo formal era que yo hablase con él antes de casarme con Matilde. Un gran lugar, el Valhalla. Pero no es para mí. Cuando llegué ahí, lo primero que me preguntaron en la entrada era que a cuantos reyes había traído conmigo. Yo dije que a ninguno. Yo me considero rey de mi casa, y mi casa es mi castillo y todo ese rollo, pero no creo que ellos entendiesen eso. Son muy de andar en manadas. Claro que yo hubiese podido aparecer por ahí con grande acompañamiento, con mis hermanos y mi cuñado vestidos de gala  y con gaiteros gaiteando y tamborileros tamboreando y pífaneros pifaneando. Hasta podría haber sacado a la vieja gloria que es tu abuelo de su madriguera arrastras para que me ayudase a impresionar a esa gente. Pero fui como realmente soy yo. Un simple hacendado vestido de blanco. Fui a ala. Ni siquiera llevé un caballo. Casi me derriban a flechazos. Supongo que por invadir su espacio aéreo. Supongo que tendría que haber llamado y pedido cita antes de aparecer por ahí. Bueno, el caso es que pregunté si podía ver a Wolfi y  me dijeron que el lobo sangriento estaba disponible. Le hallé sentado fuera, frente al salón, disfrutando del hermoso paisaje, que es realmente espectacular, no hay quién lo niegue, con esas montañas y brumas y todo ese aire vigorizante que huele a coníferas por cientos. Wolfi también disfrutaba de la menos agradable vista y aroma de tiarrones entrenándose para la llegada del fin del mundo. Están convencidos de que tendrán que pelear contra un lobo espeluznante el día menos pensado. Y lo que hacen para prepararse para esa contienda es atizarse entre sí. Yo le expliqué a Wolfi que me había acercado a verle porque quería casarme con Matilde. No dijo ni que sí ni que no, pero creo que no estaba muy conforme con la idea. Me preguntó si me apetecía participar en las luchitas como si de jugar al golf se tratase. Yo he soportado mi porción de trifulcas con maridos celosos, Arley. Aguantado muchos duelos caballerescos. De milagro sigo de una pieza. Pero luchar no es mi idea de un deporte entretenido. Soy un agricultor, Arley."

De pronto, el tito comenzó a cantar con su magnífica voz.

"¡Yo soy un labrador, más claro que la luz, y en mis tratos no hay malicia!" 

Estas palabras, del famoso dueto de Vidal y Carolina de la zarzuela Luisa Fernanda, al brotar de su boca hicieron brotar de la tierra doce árboles cargados de granadas.

"Hago crecer, no destruyo. Y para hacer ejercicio, me pongo a caminar. Camino por la campiña cantando. Ni siquiera labro la tierra como otros labradores. Eso ocurre por su cuenta cuando canto y camino. ¿Cómo podría explicarle esto a Wolfi sin que pareciese que le estaba criticando? ¿Me llamarían pacifista de m***** y me echarían de ahí? Mejor no tentar a la suerte. Así que le dije al gigantón ese que yo preferiría ver el interior del famoso salón, y él se avino a enseñármelo. Ahí dentro había unas mujeres desnudas limpiando el lugar. Volaban hasta el techo para pulir los escudos de oro macizo que lo recubrían. Al verlas, me sentí como un mojigato, mucho más estrecho que esta gente. Luego me ofrecieron aguamiel, y probablemente la suya sea la mejor de cualquier mundo. No lo discuto. Pero me acordé de que Odín solo bebe vino y decidí mandarles lo mejor de mis bodegas. Y eso acabo de hacer, les he mandado toneladas del mejor vino, suficiente para que celebren mi compromiso con Matilde hasta que caigan en plancha. Eso debería hacerme algo más popular con Wolfi, ¿no? Bueno, si se acuerda de algo cuando amanezca tras haber dormido la mona.  Pues al final solo dijo que no hay quién le diga que no a Ula, así que supongo que eso era un sí. Yo le había dejado desde el primer momento muy claro a esa señora que mi padre me mataría o se moriría él del disgusto si yo me fuese a vivir al Valhalla. La única condición que yo he puesto es que Matilde y yo nos quedemos a vivir aquí. No le dije nada de esto al señor ese. No creo que su padre eche mucho de menos a Matilde. Ha estado ausente durante siglos y no le parece haber importado a nadie. Si yo tuviese una hija y esta desapareciese de pronto, yo no dejaría piedra sin remover buscándola. Me dirás que tal vez sabían dónde estaba. ¿Pues que se supone que debía hacer ahí? ¿Conservarse como fruta en un frigorífico? No quiero ser criticón. No juzgo. Sólo digo que somos diferentes. ¿Sabes lo que voy a hacer ahora? Voy a invitarte a almorzar en Nueva York. Es tarde para desayunar allí. Voy a comprarle a Matilde un vestuario que quite el hipo. Tú puedes ayudarme a elegirlo. Le dije a Matilde que se comprase toda la ropa y joyas que le diese la gana, pero su madre dijo que eso era un capricho tonto  y que no iba a consentir que yo  despilfarrase mi dinero. Pues lo siento, pero yo no quiero que mi mujer ande por nuestra casa embutida en una armadura. Y tampoco quiero que salga al huerto a recoger tomates para una ensalada  in albis delante de los recolectores. La elegancia es importante, Arley. Como las bellas artes. Nunca desdeñes una vasija griega, niño. Es una alegría eterna, un gozo eterno. Voy a comprarle a mi esposa todo lo que le haría feliz a cualquier mujer. Porque puedo hacerlo, y porque me gusta hacer feliz a la gente. Y porque a mí también me hace feliz.”

“¿Y yo qué?” dijo Alpin. “¿Por qué no me haces feliz a mí invitándome también a almorzar en Nueva York, tío espléndido?”

Apareció de la nada acusándome de faltar a mi trabajo y diciendo que yo no me podía ir a Nueva York sin él. Yo estaba a punto de rehusar la invitación del tito para poder ocuparme de Alpin cuando Tito Ricatierra contó hasta diez y luego hizo extensiva la invitación a mi amigo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario