207. Cercando al viento
Después de nuestro viaje a Nueva York, volví
a intentar encontrar a Matilde para averiguar cuáles eran sus intenciones. Iba
a ser complicado, porque no me atrevía a preguntar abiertamente. La cosa se
puso todavía más difícil porque no hubo manera de encontrarla. Así que fui a
ver cómo seguía el tío Vendaval. Él y Tito Ricatierra estaban picados, aunque
Tito Richi insistía en que no era culpa suya. Val solo le había advertido de lo
mandona que era Ula, pero cuando Richi se había reído de los temores de Val, y
dicho que lo fácil era decir que sí a todo y luego hacer lo que a uno le
viniese en gana, Tito Val le había acusado de no tomar en serio las señales de
que había grandes conflictos por venir. Entonces es cuando Val se había largado
a sus tierras muy airado. Y allí es donde le visitamos Papá, Ces y yo, porque no había dado señales de
vida desde la discusión con su hermano. Tampoco había dado señales de vida
después de nuestra visita a los páramos. Y por eso fui a ver cómo estaba.
No me quedó otra que llevarme a Alpin
conmigo, y encontramos al tito con cara de estar mohíno exactamente donde le
dejamos, o sea, sentado en el único árbol que había en uno de sus campos.
“¿Qué cómo estoy? ¿Cómo se supone que debo
estar? Me sorprende que hayáis venido a verme. Eso sí que os puedo decir. Nadie
más se ha acercado por aquí para nada. No importo.”
Yo le
estaba intentando convencer de que se tenía que bajar del árbol y volver con
nosotros a la civilización, cuando Matilde apareció de la nada, cargada con una
enorme mochila. Junto a ella aparecieron también dos dragones. A uno yo le
conocía. Era Neidy, el que había sido su guardián en el bosquecillo de las
flores bien escondidas. El otro, y esto lo llegué a saber mucho después, se
llamaba Siegie. Y la mochila resultó estar llena de piedras del tamaño de mi
puño o así. Ella las dejó caer junto a las que ya había junto al árbol de Tito
Val.
“Así que has sido tú la que has traído aquí
estas piedras,” dijo Tito Val. “¿Por qué?”
“Calla y espera,” dijo Matilde. “Observa y
aprenderás por ti mismo. ¿Dónde empieza la tierra a ser tuya y dónde termina de
serlo?”
El tito no parecía demasiado contento con esa
pregunta, pero ella insistió y él sacó su bola de cristal y la enseñó dónde
empezaban y acababan sus tierras.
Matilde cogió una de las piedras y la lanzó a
millas de distancia, hasta donde el tito había dicho que empezaba a ser suya la
tierra. En su bola de cristal vimos como la piedra comenzó a crecer hasta
convertirse en una gran roca. Y seguía creciendo.
“¡Jopeta!” dijo Alpin. “¡Tu brazo sí que es
fuerte, Matilde!”
“¿Tú crees que es fácil cargar al alma de un
soldado muerto en pleno vuelo?” preguntó Matilde.
Parece ser que estas almas pesan incluso más
que los cuerpos mortales que han quedado yaciendo en los campos de batalla, con
la armadura puesta y todo.
Matilde continuó lanzando piedras. Cuando la
preguntamos si es que estaba cercando las tierras de Tito Val, ella respondió
que sí.
“¿Pero por qué?” preguntó Tito Val.
Matilde sacó una bolsa de pretzels de queso
de un bolsillo de su mochila y se la lanzó al tito.
“Come y calla,” dijo. “No sé quién es tu
proveedor de crunchitas. Confórmate con pretzels por ahora.”
Y siguió lanzando piedras.
El tito sacudió la cabeza y nos hizo gestos
de no poder creer lo que estaba pasando. Volvió a su árbol con la bolsa de
pretzels, pero no se los comió.
“Te dije que esta gente acabaría con
nosotros, Arley,” dijo Tito Val.
“¿Qué vas a hacer para detener esto?”
preguntó Alpin.
“Todavía no lo sé,” respondió el tito. “No tengo
ni idea de por qué está esa mujer haciendo lo que está haciendo. Y está claro
que no serviría de nada preguntárselo.”
“¿Crees que Tito Richi la ha mandado aquí?”
pregunté yo.
“No. Esto no es cosa de Richi. Supongo que
como ya no le estoy cuidando, Papá me ha quitado las tierras y se las ha dado a
mi hermano. Esta mujer se ha debido de enterar de eso y ha venido a reclamarlas
porque ya son propiedad de su futuro esposo.”
“¡Sería una guarrada!” exclamé yo. “No puedo
creer que Matilde esté haciendo eso. Era tan amable. Voy a hablar de esto con
Tito Richi.”
“¡Para nada!” gritó el tito. “Tú deja las
cosas como están. Yo reclamaré mi casa ideal y me iré a vivir allí donde la
planten. No necesito nada de esto.”
Para mayor sorpresa, los dragones también
estaban moviendo piedras. Pero parecía que lo que hacían era construir algo,
tal vez un fuerte. No era un muro, como el de Matilde.
Le pregunté a Neidy qué era lo que estaban
haciendo y él me dijo que lo sabría cuando hubiesen acabado.
“Ven con nosotros a ver a Mamá, Tito Val,”
dije yo. “Ella no va a consentir que te quiten estas tierras. Nunca jamás.”
“Como si me importase. No. Voy a ver al Conde
y a Ludovica. Ya es hora de que reclame mi casa. Cuando la tenga, me mudaré
allí. Me llevaré lo que tengo dentro del árbol y pasaré por casa de Richi para
llevarme cosas que tengo allí.”
“Voy a hablar de esto con Mamá, lo quieras o
no,” dije yo.
“¡Qué cara tiene esta mujer!” suspiró el
tito, estudiando la bolsa de pretzels. “Se ha dado cuenta de que me molestó que
me quitasen mis crunchitas y me ha traído esto para deshacerse de mí. Es como
cuando los franceses le mandaron bolas de tenis a Enrique V de Inglaterra para
que renunciase a los ducados que se disputaban.”
“Voy a hablar con Mamá,” insistí yo.
“Pues yo voy a hacer las maletas,” dijo Tito
Val, dejando la bolsa de pretzels bajo el árbol.
Pero no llegué a hablar con Mamá, porque si
el tito se sentía como Enrique V, yo me sentía como Hamlet. Estaba lleno de
dudas. Y esto en parte porque Alpin me aconsejó que no hablase con nadie.
Normalmente no sigo los consejos que me da Alpin, pero esta vez parecía saber
algo que yo ignoraba. Y algo me decía que podría tener razón.
“Espera, Arley. Hasta que sepas que está
pasando. Haz lo que dice Matilde. Tú no eres de los que actúa por impulso.
Observa cómo se comporta la gente en la fiesta de Halloween de Michael. Está al
caer. Fíate de mí, Arls.”
En la fiesta de Halloween, me sentí todavía
más como Hamlet, plagado de dudas. Una de mis sombras se convirtió en la de
Matilde y la otra en la de su madre. Siguieron a estas mujeres por todas partes
pero no notaron nada raro. Ambas parecían alegres y sonreían a todo el mundo,
comportándose como las anfitrionas perfectas. Habían suplantado del todo a
Michael en su función de anfitrión, pero me dijo que no podía negar que se
sentía agradecido por ello. Todos los presentes temían a Ula y a la guardia de
Calígula, así que por una vez los invitados se estaban portando muy bien. Es
posible que los invitados disfrutasen del miedo que sentían. Después de todo,
era Halloween.
Tito Ricatierra, al que perseguí por todas
partes yo personalmente, se estaba portando muy bien también. Esta era su
primera fiesta de Halloween y aunque parecía más una Oktoberfest que una fiesta
de ánimas, se veía que estaba encantado de estar ahí. Sí que me fijé en que
miraba por todas partes algo más de lo que debería, incluso para ser novato y
curioso. Pronto me enteré de que estaba buscando a Tito Val. Porque por fin me
preguntó directamente, “¿Dónde está tu tío Vendaval? ¿Por qué no está aquí?
Quiero pedirle que sea mi padrino de boda.”
Me alegró escuchar esto, porque estaba
pensando que miraba por todas partes esperando ser atacado. Mi padre estaba en
guardia, esperando algo así también, supongo, porque tampoco le quitaba ojo al
tito. Pero parecía que Tito Richi no esperaba que su hermano apareciese con una
guadaña y le cortase la cabeza. Nada parecía más lejos de su mente.
“Se lo iba a pedir en cuanto Ula anunciase
nuestro compromiso. Papá tenía que haber sido el que lo anunciase. Pero Mami no
ha podido sacarle de casa para eso. ¿No crees que Val se está pasando con su última
rabieta? Cuando se enfada, suele desaparecer durante unos días, pero han pasado
semanas. Tendré que ir a verle yo, a ese horrible lugar desangelado donde se
esconde. ¡Qué rabia!”
No sonaba como alguien que acaba de robar las
tierras de otro. Pero con Tito Richi nunca se sabe lo que está pensando cuando
se trata de negocios.
Supongo que este era el momento de contarle que
Matilde estaba construyendo la Gran Muralla China en los páramos. Pero sentí
que no lo era, y no lo hice. Solo dije,
“Creo que Tito Val se ha ido a reclamar su casa ideal. Tal vez lo haya hecho ya
y esté viviendo allí.”
“Me pregunto cómo será esa casa,” dijo Tito
Richi. “No me puedo imaginar a Val dentro de una casa. Una propia, quiero decir.
Solo vagando por sus páramos. Eso es lo suyo. ¿Crees que yo debería ir a su árbol
y aclarar este malentendido?”
“¿Qué malentendido?” pregunté, pensando que
iba a decir algo sobre las tierras, algo como que Matilde se había puesto a
construir allí una fortaleza para los bátavos.
“Sobre las crunchitas. Es tan infantil. Ha
pataleado como un crio por esa bolsa. ¿Cómo puedes ponerte así porque alguien
te ha quitado una bolsa de chuches?”
“Supongo que es un símbolo de otras cosas que
le pueden quitar a uno también.”
“¡Bah!” dijo Tito Richi. “¿Qué tiene ese que
querría tener nadie? ¿Su libertad? No, creo que no.”
Y vi claramente que no tenía ni noción sobre la
muralla y las piedras y Matilde y sus dragones.
“Ni se os ocurra a ninguno de los dos decir
nada,” dijo Alpin. “Da siete vueltas a la llave de tu pico, Arley. Y usted
también, ricohombre. Dejad que las cosas fluyan. Siento que hay un buen rollo
en el aire. Algo bueno se acerca. Vete a anunciar tu compromiso, Ricatierra.
Por ahí viene tu futura suegra buscándote.”
Los acordeones tocaron um-pa-pa y tra-la-la y
la-di-da-di-ay y los tambores redoblaron y Ula se hizo con un cuerno de
megafonía y dijo lo que tenía que decir. Y todo el mundo aplaudió muchísimo y
la parejita de novios parecía estar embelesada.
“No entiendo nada,” le dije a Alpin. “¿Y tú?”
“Yo sí,” dijo Alpin. “O eso creo. Pero es
pronto para saber seguro. Tú chitón, porque yo creo que las cosas van por donde
deben. Toda clase de cosas buenas le llegan al que sabe esperar, Arley.”
No es que se pueda confiar en Alpin. Pero
realmente me sentía como Hamlet. Sin flores de lo que hacer para no empeorar
las cosas. Así que seguí sin hacer nada.
Pero de pronto, viendo lo resplandeciente que
estaba Matilde y como se iluminaban sus celestes ojos al mirar a Tito Ricatierra,
se hizo una luz algo más fría en mi mente. Y pensé, “Esta ha emparedado a Tito
Vendaval dentro de su finca para que no venga a por su prometido con una
guadaña.”
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