208. La casa desolada con luz en el interior
“Alpin,” le dije al amigo del que me hacía
cargo, “lo siento, pero tenemos que
dejar la fiesta. Tenemos que rescatar a mi tío Vendaval.”
Le expliqué a Alpin cómo yo sospechaba que
Matilde había emparedado al tito dentro de sus páramos. Parecía una sospecha
muy razonable, dadas las circunstancias.
“Eres tonto,” dijo Alpin. “Matilde nunca
haría algo así. Y no hay manera de que yo vaya a irme de esta fiesta. Todavía no he acabado de comer.”
“Mi abuela, la Dama Celestial, le hizo algo así a ella. Para
proteger a mi padre. La madre de mi padre metió a Matilde en un contenedor de
cristal situado en medio de una arboleda bien escondida y la hizo dormir
durante siglos con hierbas acres y narcóticas y un hechizo túrbido. Durante
siglos, Alpin. Matilde seguro que se ha trastornado por eso y puede que piense
que así es cómo se hacen las cosas cuando quieres proteger a tus seres amados.
Si no me crees, pregunta al dragón. ¿Dónde está Neidy? Él era el encargado de
velar el sueño de Matilde.”
“Tú abuela paterna puede que esté majareta
porque la locura puede ser hereditaria y en ti es manifiesta. Hoy en día no
solemos dormir ni emparedar a la gente. Si no, ¿acaso no me hubiese dormido
alguien a mí?”
Me costó, pero al final logré que Alpin me
acompañase a los páramos del tito. Aunque un muro enorme rodeaba todo ese
terreno, no alcanzaba el cielo y pudimos volar hasta su árbol sin obstáculos
aéreos. Yo creía que estarían patrullando los dragones por ahí arriba, pero no.
“¿Lo ves? Hemos entrado con la llave de mía y
podemos andar por aquí como Pedro por su casa. No sé por qué nos hemos
molestado en venir hasta aquí. Simplemente tendrías que haber preguntado a esa mujer si había recluido a tu tío. Si ella
cree que ha hecho algo bueno, no negará haberlo hecho.”
La noche era bastante oscura pero pude ver
claramente que el tito no estaba sentado en su árbol.
“No veo al tito en el árbol. Y no parece que
esté dentro.”
No lo estaba. No había ni rastro del tito ni
de los dragones.
“Lo habrá metido en una mazmorra,” dije,
ojeando la fortaleza que habían construido los dragones.
“¿A quién han metido en una mazmorra?”
Tito Vendaval me preguntó eso. Nos dimos la
vuelta y ahí estaba, detrás de nosotros.
“¿Te hiciste invisible?” pregunté. “¿Por qué?
“Por si Ricatierra viene a matarme.”
“¿Qué? Pero…¿por qué? ¿Qué le has hecho?”
“Creo que todavía no mucho. Veréis, Matilde
dice que nadie va a conseguir que ella se case con Richi.”
“¿Qué? Si venimos de la pedida de
mano y parecía encantada con la idea. Ni señal de que quisiese romper con él.”
Tito Vendaval se encogió de hombros.
“Dijo que no rompería con él hasta que
hubiese acabado de fortificar este lugar a su entera satisfacción.”
“No entiendo nada,” dije yo. Pero Alpin
probablemente sí, porque estaba sonriendo muy ufano. Yo diría que hasta se
frotaba las manos.
“Se va a mudar aquí. Va a hacerse con este
lugar. Dice que yo puedo quedarme si quiero porque soy fácil de alimentar. Se
cree que solo como crunchitas.”
El tito apuntó a una pila de bolsas de
crunchitas de queso que se hallaba exactamente donde antes habían estado las
piedras. Ninguna de ellas estaba abierta.
“Ahora lo entiendo todavía menos,” dije yo.
“Arley, imbécil, ¿es qué no ves que Matilde
se va a casar con este hombre en lugar de con el otro?” dijo Alpin.
“¿Eso es verdad?” le pregunté al tito.
Tito Vendaval se encogió de hombros.
“Ella dice que se dio cuenta de que yo era
una víctima de abusones como ella el mismo momento en que su madre me arrebató
la bolsa de crunchitas y yo no hice nada salvo advertir a mi hermanito de que
le iban a avasallar. Se te van a subir a la chepa, le dije. Y él se carcajeó en mi
cara.”
“Ya veo,” dije yo, porque estaba empezando a
hacerme una idea de lo que pasaba.
“Ella dice que va a convertir mis tierras en
inexpugnables y nadie podrá venir por aquí a acosarnos. Dice que los dos
tenemos muchas razones para estar resentidos. Así que vamos a vivir en un
microcosmos y no hacer nada más que vagar por los páramos el resto de nuestros
días, siendo tan huraños y antipáticos como
nos dé la gana.”
“¿Tú quieres eso?” pregunté yo.
“Pues no lo sé. Tal vez tenga razón Matilde y
yo no sepa lo que quiero. Por cierto, vosotros podéis venir a visitarnos cuando
queráis. Ella dice que nos caes bien, Arley, porque nunca has intentado
acosarnos.”
“¿Por qué iba yo a hacer eso?”
“Ella dice que los abusones no necesitan de
razones. Solo son abusones y basta. Ella dice que cuando tu abuela Celestial le aconsejó que se alejase de Oberon, ella respondió que no la importaba lo
poderoso que era tu padre. Se casaría con él aunque fuese el más débil de las
hadas. Y tu abuela sonrió y dijo que ese era exactamente el problema. Entonces
ella no entendió lo que la dama Celestial estaba diciendo, pero ahora ya sí.”
“¿Todo esto tiene algo que ver con Papá?”
“No. Dice que como tu padre tardó siglos en
buscarla y rescatarla, ella se dio cuenta de que no la convenía, que nunca la había
tomado en serio. No quiere tener nada que ver con él. No está enfadada con él.
Pero ya no le interesa.”
“Creo
que deberías hablar con Tito Richi ya mismo,” dije yo. “El pobre se cree que
Matilde le adora.”
“Matilde dice que como él me quito a mi mujer, yo tengo derecho a
quitarle la novia sin sentir culpa ni remordimiento. Claro que a mí no me
gustaba demasiado mi mujer. Por no decir que nada. ¿Tú crees que yo estoy
haciendo algo malo? ¿Le interesará realmente Matilde a Richi, Arley? Ella
quiere vivir aquí. ¿Qué debo hacer? ¿Echarla de un soplido?”
“Yo no creo que estéis haciendo algo malo.
Creo que estáis como cabras.”
Entonces Alpin pensó que había llegado el
momento de intervenir. Y lo hizo.
“Mira, Arley. Da la casualidad de que yo
tengo gran interés en lo que está
pasando aquí. No te diré por qué todavía. Pero si fastidias mis planes
haciendo que este memo se sienta culpable, o cualquier otra estupidez
semejante, jamás te lo perdonaré.”
“¿Pero a ti que puede importarte todo esto?”
dije estupefacto.
“Eso es lo que te digo que no te voy a decir.
Pero si estropeas las cosas para mí, yo no me voy a apartar del mundo y
encerrar en un agujero como este para lamentarme por los restos como estos
lloricas piensan hacer. Voy a hacer de tu vida un infierno.”
A estas alturas empecé a preguntarme si era
yo el loco. ¿Por qué no lograba entender nada de lo que estaba pasando?
“¿Y si Matilde solo quiere venganza y está
manipulando a mis dos tíos?”
“¿Por qué iba a querer hacer daño a tus tíos?
Es tu abuela paterna la que ha hecho daño a Matilde. No la madre de tu madre. No
la madre de estos fatuos.”
“Es posible que tengas razón al decir que Matilde
nos está manipulando. Pero yo voy a esperar a ver qué pasa,” dijo Tito Val. “No
tengo ni idea de cómo va a acabar esto, pero no pienso hacer nada de momento.
Creo que aceptaré lo que la fortuna me otorgue.”
“¿Lo ves? Tu tío está siendo sensato por
primera vez en su vida. Se toma esto con calma. Tú espera también, Arley. No
quieras actuar a ciegas. Te aseguro que las cosas acabarán bien, y bien está lo
que bien acaba.”
“¿Qué os parece mi casa ideal?” dijo Tito
Vendaval. “La reclamé por fin y Matilde dijo que podía ponerla ahí mismo. ¡Oh,
perdón! Se me olvidó que la había vuelto invisible.”
Y Tito Val hizo que apareciese un caserón
delante de nosotros. Tenía todo el aspecto que debe tener una casa situada en
los páramos. Era un poco grotesca, con estrechas pero fortísimas ventanas y sus
esquinas estaban protegidas por grandes piedras que sobresalían. Tenía todo lo
que hacía falta para que pareciese un lugar frío y desolado. Pero había algo de
luz en su interior. Y Matilde la había pintado de azul, lo que la hacía parecer menos siniestra.
“También he reclamado mis ovejas y mis
ponis,” dijo el tito, haciendo visibles también a dos ponis grises muy bonitos
y a una manada de ovejas con lana muy esponjosa.
“¿Puedo quedarme con esas bolsas de
crunchitas?” preguntó Alpin. “¿Antes de que las descubran las ovejas? Y los enamorados no piensan en comer.”
“Sí,” dijo Tito Vendaval. “Y os invitaré a té
y a tostadas con queso y tartaletas de melocotón y nata. Venga, pasar para
dentro, que hace algo de frío y está muy oscuro aquí fuera.”
“Ni te molestes en invitarnos. Vamos a volver
ya mismo a la fiesta de Halloween. No he terminado de comer lo que hay ahí. Estas
bolsas son para el camino. Pero prometo volver a por las tostadas y las
tartaletas en otra ocasión no muy lejana. ”
“Vale. Pero no le digas a Matilde que te has
comido tú las crunchitas. Ha tenido que ir a por ellas literalmente al fin del
mundo, al pueblucho ese de pescaderos donde las fabrica el churrero local.
Donde viven Clepeta y Finito.”
“Está bien. ¡Qué pase lo que sea!” dije yo. Y nos fuimos de ahí.
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