Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

martes, 1 de noviembre de 2022

208. La casa desolada con luz en el interior



208. La casa desolada con luz en el interior

“Alpin,” le dije al amigo del que me hacía cargo,  “lo siento, pero tenemos que dejar la fiesta. Tenemos que rescatar a mi tío Vendaval.”

Le expliqué a Alpin cómo yo sospechaba que Matilde había emparedado al tito dentro de sus páramos. Parecía una sospecha muy razonable, dadas las circunstancias.

“Eres tonto,” dijo Alpin. “Matilde nunca haría algo así. Y no hay manera de que yo vaya a irme de esta fiesta. Todavía  no he acabado de comer.”

“Mi abuela, la Dama Celestial, le hizo algo así a ella. Para proteger a mi padre. La madre de mi padre metió a Matilde en un contenedor de cristal situado en medio de una arboleda bien escondida y la hizo dormir durante siglos con hierbas acres y narcóticas y un hechizo túrbido. Durante siglos, Alpin. Matilde seguro que se ha trastornado por eso y puede que piense que así es cómo se hacen las cosas cuando quieres proteger a tus seres amados. Si no me crees, pregunta al dragón. ¿Dónde está Neidy? Él era el encargado de velar el sueño de Matilde.”

“Tú abuela paterna puede que esté majareta porque la locura puede ser hereditaria y en ti es manifiesta. Hoy en día no solemos dormir ni emparedar a la gente. Si no, ¿acaso no me hubiese dormido alguien a mí?”

Me costó, pero al final logré que Alpin me acompañase a los páramos del tito. Aunque un muro enorme rodeaba todo ese terreno, no alcanzaba el cielo y pudimos volar hasta su árbol sin obstáculos aéreos. Yo creía que estarían patrullando los dragones por ahí arriba, pero no.

“¿Lo ves? Hemos entrado con la llave de mía y podemos andar por aquí como Pedro por su casa. No sé por qué nos hemos molestado en venir hasta aquí. Simplemente tendrías que haber preguntado a  esa mujer si había recluido a tu tío. Si ella cree que ha hecho algo bueno, no negará haberlo hecho.”

La noche era bastante oscura pero pude ver claramente que el tito no estaba sentado en su árbol.

“No veo al tito en el árbol. Y no parece que esté dentro.”

No lo estaba. No había ni rastro del tito ni de los dragones.

“Lo habrá metido en una mazmorra,” dije, ojeando la fortaleza que habían construido los dragones.

“¿A quién han metido en una mazmorra?”

Tito Vendaval me preguntó eso. Nos dimos la vuelta y ahí estaba, detrás de nosotros.   

“¿Te hiciste invisible?” pregunté. “¿Por qué?

“Por si Ricatierra viene a matarme.”

“¿Qué? Pero…¿por qué? ¿Qué le has hecho?”

“Creo que todavía no mucho. Veréis, Matilde dice que nadie va a conseguir que ella se case con Richi.”

¿Qué? Si venimos de la pedida de mano y parecía encantada con la idea. Ni señal de que quisiese romper con él.”

Tito Vendaval se encogió de hombros.

“Dijo que no rompería con él hasta que hubiese acabado de fortificar este lugar a su entera satisfacción.”

“No entiendo nada,” dije yo. Pero Alpin probablemente sí, porque estaba sonriendo muy ufano. Yo diría que hasta se frotaba las manos.

“Se va a mudar aquí. Va a hacerse con este lugar. Dice que yo puedo quedarme si quiero porque soy fácil de alimentar. Se cree que solo como crunchitas.”

El tito apuntó a una pila de bolsas de crunchitas de queso que se hallaba exactamente donde antes habían estado las piedras. Ninguna de ellas estaba abierta.

“Ahora lo entiendo todavía menos,” dije yo.

“Arley, imbécil, ¿es qué no ves que Matilde se va a casar con este hombre en lugar de con el otro?” dijo Alpin.

“¿Eso es verdad?” le pregunté al tito.

Tito Vendaval se encogió de hombros.

“Ella dice que se dio cuenta de que yo era una víctima de abusones como ella el mismo momento en que su madre me arrebató la bolsa de crunchitas y yo no hice nada salvo advertir a mi hermanito de que le iban a avasallar. Se te van a subir a la chepa, le dije. Y él se carcajeó en mi cara.”

“Ya veo,” dije yo, porque estaba empezando a hacerme una idea de lo que pasaba.

“Ella dice que va a convertir mis tierras en inexpugnables y nadie podrá venir por aquí a acosarnos. Dice que los dos tenemos muchas razones para estar resentidos. Así que vamos a vivir en un microcosmos y no hacer nada más que vagar por los páramos el resto de nuestros días, siendo tan huraños  y antipáticos como nos dé la gana.”

“¿Tú quieres eso?” pregunté yo.

“Pues no lo sé. Tal vez tenga razón Matilde y yo no sepa lo que quiero. Por cierto, vosotros podéis venir a visitarnos cuando queráis. Ella dice que nos caes bien, Arley, porque nunca has intentado acosarnos.”

“¿Por qué iba yo a hacer eso?”

“Ella dice que los abusones no necesitan de razones. Solo son abusones y basta. Ella dice que cuando tu abuela Celestial le aconsejó que se alejase de Oberon, ella respondió que no la importaba lo poderoso que era tu padre. Se casaría con él aunque fuese el más débil de las hadas. Y tu abuela sonrió y dijo que ese era exactamente el problema. Entonces ella no entendió lo que la dama Celestial estaba diciendo, pero ahora ya sí.”

“¿Todo esto tiene algo que ver con Papá?”

“No. Dice que como tu padre tardó siglos en buscarla y rescatarla, ella se dio cuenta de que no la convenía, que nunca la había tomado en serio. No quiere tener nada que ver con él. No está enfadada con él. Pero ya no le interesa.”

 “Creo que deberías hablar con Tito Richi ya mismo,” dije yo. “El pobre se cree que Matilde le adora.”

“Matilde dice que como  él me quito a mi mujer, yo tengo derecho a quitarle la novia sin sentir culpa ni remordimiento. Claro que a mí no me gustaba demasiado mi mujer. Por no decir que nada. ¿Tú crees que yo estoy haciendo algo malo? ¿Le interesará realmente Matilde a Richi, Arley? Ella quiere vivir aquí. ¿Qué debo hacer? ¿Echarla de un soplido?”

“Yo no creo que estéis haciendo algo malo. Creo que estáis como cabras.”

Entonces Alpin pensó que había llegado el momento de intervenir. Y lo hizo.

“Mira, Arley. Da la casualidad de que yo tengo gran interés en lo que está  pasando aquí. No te diré por qué todavía. Pero si fastidias mis planes haciendo que este memo se sienta culpable, o cualquier otra estupidez semejante, jamás te lo perdonaré.”

“¿Pero a ti que puede importarte todo esto?” dije estupefacto.

“Eso es lo que te digo que no te voy a decir. Pero si estropeas las cosas para mí, yo no me voy a apartar del mundo y encerrar en un agujero como este para lamentarme por los restos como estos lloricas piensan hacer. Voy a hacer de tu vida un infierno.”

A estas alturas empecé a preguntarme si era yo el loco. ¿Por qué no lograba entender nada de lo que estaba pasando?

“¿Y si Matilde solo quiere venganza y está manipulando a mis dos tíos?”

“¿Por qué iba a querer hacer daño a tus tíos? Es tu abuela paterna la que ha hecho daño a Matilde. No la madre de tu madre. No la madre de estos fatuos.”

“Es posible que tengas razón al decir que Matilde nos está manipulando. Pero yo voy a esperar a ver qué pasa,” dijo Tito Val. “No tengo ni idea de cómo va a acabar esto, pero no pienso hacer nada de momento. Creo que aceptaré lo que la fortuna me otorgue.”

“¿Lo ves? Tu tío está siendo sensato por primera vez en su vida. Se toma esto con calma. Tú espera también, Arley. No quieras actuar a ciegas. Te aseguro que las cosas acabarán bien, y bien está lo que bien acaba.”

“¿Qué os parece mi casa ideal?” dijo Tito Vendaval. “La reclamé por fin y Matilde dijo que podía ponerla ahí mismo. ¡Oh, perdón! Se me olvidó que la había vuelto invisible.”

Y Tito Val hizo que apareciese un caserón delante de nosotros. Tenía todo el aspecto que debe tener una casa situada en los páramos. Era un poco grotesca, con estrechas pero fortísimas ventanas y sus esquinas estaban protegidas por grandes piedras que sobresalían. Tenía todo lo que hacía falta para que pareciese un lugar frío y desolado. Pero había algo de luz en su interior. Y Matilde la había pintado de azul, lo que la hacía parecer menos siniestra.

“También he reclamado mis ovejas y mis ponis,” dijo el tito, haciendo visibles también a dos ponis grises muy bonitos y a una manada de ovejas con lana muy esponjosa.  

“¿Puedo quedarme con esas bolsas de crunchitas?” preguntó Alpin. “¿Antes de que las descubran las ovejas? Y los enamorados no piensan en comer.”

“Sí,” dijo Tito Vendaval. “Y os invitaré a té y a tostadas con queso y tartaletas de melocotón y nata. Venga, pasar para dentro, que hace algo de frío y está muy oscuro aquí fuera.”

“Ni te molestes en invitarnos. Vamos a volver ya mismo a la fiesta de Halloween. No he terminado de comer lo que hay ahí. Estas bolsas son para el camino. Pero prometo volver a por las tostadas y las tartaletas en otra ocasión no muy lejana. ”

“Vale. Pero no le digas a Matilde que te has comido tú las crunchitas. Ha tenido que ir a por ellas literalmente al fin del mundo, al pueblucho ese de pescaderos donde las fabrica el churrero local. Donde viven Clepeta y Finito.”

“Está bien. ¡Qué pase lo que sea!” dije yo. Y nos fuimos de ahí. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario