209. Y esperaban vivir felices por siempre
jamás
Noviembre es el mes en el que el tío
Ricatierra se va de vacaciones. Sí, hace escapadas a lo largo del año, pero
oficialmente sus vacaciones son en noviembre. Las cosechas han acabado y él no
vuelve a plantar nada hasta los tres primeros días de diciembre, cuando produce
toda clase de vegetación siempre verde que sirve para decorar las fiestas
navideñas. Así que, para que pudiese irse tranquilamente de luna de miel, la
boda se fijó para principios de noviembre.
Y llegó el gran día. Y yo no le había
advertido que algo se estaba cociendo, y no solamente en su cocina. Alpin me
vigilaba como un halcón vigila a su presa, para que no me chivase de Matilde y
Vendaval. Y yo vigilaba a Matilde, y no vi señal alguna de que había comunicado
sus verdaderas intenciones a Tito Ricatierra.
Y ella sabía que yo la vigilaba, así que, llegado
el gran día, se acercó a mí con un sobre en la mano y me pidió que se lo
entregase a Tito Ricatierra cuando viniese a recogerla en la barcaza nupcial.
¿Qué es la barca nupcial? Pues muchas hadas
quieren llegar hasta el lugar en el que van a celebrar su boda por barco.
Concretamente en unas barcas que van desde el mar, bajando por un río, hasta
alguno de los círculos mágicos, que es donde se celebran la mayoría de nuestras
bodas. Otras se casan en un islote que ay en el centro del lago de los cisnes
amorosos, y llegan ahí también por barco. La casa de Tito Ricatierra es tan
magnífica que él quiso celebrar allí su boda. Iba a recoger a Matilde en casa
de mi abuela Divina, donde ella iba a estar para que la vistiesen su madre, su
futura suegra, y un montón de tías y primas. Uno de los ríos de mi hermano
Malroso pasa por esa casa, y también por la plantación de Tito Ricatierra, y por
ahí vendría el novio con una flota de barcas que recogerían a la novia y al
cortejo y a los invitados y los llevarían a la plantación. Ricatierra se había
encargado él mismo de las flores que iban a decorar la boda. La noche antes había
hecho crecer toda clase de flores blancas y aromáticas que lucirían muy bien en
la noche. Había hecho florecer jazmines de distintos tipos, árabes, sumac,
nocturno y crepe entre otros, y muchas clases de lirios, tales como azucenas,
lirios araña, lirios de jengibre, lirios contempla estrellas, y lirios del valle. Había
producido lilas blancas, trompetas de ángel, tuberosa, nicotiana, clematis de
otoño, matiola, narcisos de papel blanco, ylang-ylang, plumeria, magnolias,
frangipani, azahar y falso azahar, dafne, jacintos blancos y violetas blancas,
viburno, osmanto dulce, flores candela, gardenias, puakenikeni, clethra
alnifolia, a la que algunos llaman veranodulce y que huele divinamente a vainilla. En fin, allí
donde el tito nombraba la flor, allí aparecía. Hasta inventó flores nuevas para la
ocasión. El ramo de la novia era una verdadera maravilla, y allí estaba
yaciendo a mis pies, donde Matilde lo había dejado caer.
Como iba diciendo, antes de irse Matilde
intentó darme una carta para que yo se la entregase a Tito Ricatierra en el
momento en que todos se pusiesen a buscar a la novia para que se subiese a la
barca nupcial.
“Esta es una de esas cartas que llaman de
Querido Juan, ¿no es así?” la pregunté muy seriamente.
Y cuando contestó que sí, le dije que yo no
quería entregarla. Yo pensaba que ella y Vendaval tenían que hablar en persona
con Ricatierra, se armase el follón que se armase.
“Tenías que habérselo dicho antes de que
plantase todas esas preciosas flores para ti anoche.”
“¿Quieres cerrar el pico y coger esa carta,
Arley?” bufó Alpin. “Trae para acá, Matilde. Yo se la entregaré a tu Querido
Juanito. Puede que se haya portado muy bien contigo, pero dado su historial, se
merece esto y mucho más. Y tú sigue con la boquita cerrada, Arley. Estoy harto
de decirte que todo va a acabar bien.”
“¿Por qué estás haciendo esto?” le pregunté a
Alpin. “¿Es porque quieres comerte todas las exquisiteces que han preparado
para el banquete? ¿Por eso has dejado que mi pobre tío organizase esta fiesta
enorme que ya no tiene sentido?”
“Pues eso también. Pero tu calla y observa,”
me contestó Alpin.
Y yo observé que Tito Vendaval había aparecido
en la distancia y permanecía ahí de pie y expectante sin atreverse a acercarse
a nosotros.
“Sí,” dijo Matilde, entregándole la carta a Alpin.
“Entiende, Arley, que yo no estoy haciendo esto para hacerle daño a tu tito. Ha sido
muy amable conmigo. Pero tengo otros planes. Y verás como esto no le va a
afectar. Le hará más feliz que nunca. Él solo se iba a casar conmigo para
hacerme un favor. Pero ese favor me lo voy a hacer yo a mí misma.”
Y salió corriendo hasta Vendaval. Y cuando le
alcanzó, los dos salieron volando, envueltos en el viento.
Yo pensaba que ella estaba siendo algo
ingrata, pero callé, porque era lo que ella quería y porque iba a hacer feliz a
mi otro tío, que lo necesitaba más, y porque estaba casi seguro que aunque Tito
Ricatierra montase un drama no tardaría en encontrar consuelo en los brazos de
la primera mujer disponible.
Y así lo hizo.
Tito Ricatierra llegó con el crepúsculo,
flotando río abajo en la barca nupcial más hermosa que yo había visto, seguida
por una flota de barcas semejantes que iban a transportar al cortejo y a sus
invitados hasta su casa. Las barcas eran de caoba y oro macizo, con velas de un
verde claro bordadas con cuentas de oro y de diamante. Así eran también los
uniformes de gala de los barqueros y los pajes que navegaban en las barcas. Las
cuentas relucían a la luz del sol poniente hasta que se hundió en el horizonte.
En el acto se encendieron miles de velas para dar la bienvenida a la luna. Y
allí estaba mi tío Ricatierra, sentado en un trono de oro con forma de
cisne junto a un segundo trono, también de oro y con forma de cisne. Los cuellos
de los cisnes se entrelazaban, como si fuesen a besarse, y yo me entristecí al
pensar que este segundo trono iba a permanecer vacío. En cuanto la nave
capitana entró en ele desembarcadero, todos los que se habían congregado ahí al
verla acercarse comenzaron a aplaudir y vitorear. Tito Ricatierra bajo de su
barca de un salto, saludando y sonriendo, y Alpin, muy decidido, se fue
directamente hacia él con la carta de Matilde.
“¡Vaya!” dijo Tito Ricatierra después de leer
la cartita delante de todos los que se habían reunido allí para ver el espectáculo.
“¿Os lo podéis creer? Señores y señoras, resulta que me han plantado.”
Ula llegó hasta él inmediatamente. Parecía
que estaba haciendo esfuerzos para no desmayarse. Eso tenía que querer decir
que estaba realmente afectada, porque no es de las vaporosas que se desmayan.
“¡No es posible!” exclamó. “No puede andar
lejos. La he visto hace un segundo.”
“No se moleste en buscarla,” dijo Tito
Ricatierra, sonriendo tristemente. “Me ha pedido que no les deje hacerlo. El
viento se la ha llevado. Se ha fugado con mi hermano Vendaval. Ya sabe usted,
el comedor de crunchitas.”
Cuando Ula y la guardia bátava escucharon
eso, empezaron a gritar y alborotar, y parecía que ladraan como una jauría de perros de caza y mi tío tuvo que esforzarse en tranquilizarles,
aunque no pudo del todo, porque eso no era posible.
“Por favor no se alteren,” no hacía más que
decir el tito. “En su carta Matilde me ha pedido que no les deje perseguirla.
No me lo pongan difícil.”
“Estoy tan avergonzada,” no hacía más que
decir Ula.
“Para nada,” la aseguró el tito. “Esto ocurre
siempre. Nunca he dejado a una mujer antes de que ella me dejase a mí. A veces
nos separamos como amigos y otras no. Pero todas se van. Matilde estará bien.
Mi hermano será bueno con ella. Y él llora mucho, pero no es ni tan pobre ni tan
insignificante. Hay oro negro bajo esos páramos. Por eso yo nunca he plantado
nada ahí. Claro que dudo que lo saquen de ahí. Las hadas no usamos petróleo.
Pero es bueno saber que lo hay. Y en cuanto a mí, pues supongo que me merezco
esto. Yo me he portado peor con Vendaval.”
Mi abuela Divina, la tía Cybela y todas las
demás matronas que habían ayudado a Matilde a vestirse decían que ellas eran
las que estaban azaradas por haber apoyado a unos novios tan impresentables.
“¡Eh!” les dijo el tito. “Ojo con los
adjetivos, señoras. Yo no soy impresentable. Me he presentado. ¿O es que no estoy aquí? Y
mi hermano también se ha presentado, para llevarse a Matilde. No hemos
fallado a la novia.”
“¡Así no es cómo se hace, bruto!” gritó
Dulcepluma para sorpresa de todos. "Sois unos príncipes impresentables y
maleducados. ¡Unas ranas lo harían mejor!”
Él y Andaraudo estaban haciendo todo lo
posible por consolar a sus novias, las campanillas azules, que estaban llorando
porque habían vuelto a fracasar en sus cálculos.
“¡Para esto!”
gritó de pronto mi abuelo Aeterno volviéndose contra mi abuela Divina. “Me has
sacado de casa para esto. ¡Estoy hasta la coronilla de esos dos liantes!”
“¿Y ahora con quién vas a casarte?” le
preguntó Alpin a Tito Ricatierra, aprovechando la distracción que estaba
creando mi abuelo. “No puedes dejar que todo este despliegue que has preparado
se desperdicie. Y tienes que hacer que haya valido la pena que tu madre sacase
a tu padre de casa, que la ha costado lo suyo.”
“Tienes razón,” contestó mi tío. “Yo no tendría
consuelo si no encontrase alguien con quien casarme esta noche.”
Y empezó a mirar a su alrededor.
Tito Caelanoche despertó de golpe y se levantó
del sillón en el que siempre parece estar dormitando y se acercó a su hermanito con intención
de llevárselo de allí antes de que hiciese alguna locura. Pero Alpin llegó
primero, y le cogió a Tito Ricatierra del brazo.
“Tengo una hermana mayor. Y es muy guapa.”
“La rubia explosiva con el hijo galletita,” dijo el tito. “Sí. Me encanta. Esa me puede servir.”
“Esa ya tiene dueño. La otra es morenita, pero igual de guapa. Y además es muy
lista. Pero es tímida.”
“También me gustan las tímidas,” dijo el
tito.
De pronto Alpin empujó a Branna ante Tito
Ricatierra. La pobre estaba en estado de shock. Era evidente que no tenía ni
idea de lo que su hermano había estado tramando. En cuanto a Ricatierra, le
encantó Branna.
“¡Sí!” gritó. “¡Sí quiero! ¡Sí! ¡Voy
a casarme con esta mujer!”
“¡Ni hablar!” gritó
mi abuelo. “¡Tú no vas a emparentar con la familia de ese niño abominable!”
“Mire usted, Aeterno,” dijo Alpin. “Su hijo
le ha quitado mucha responsabilidad de las manos. Es cierto que le ha quitado
sus tierras, pero él las trabaja. Y la tierra es para el que la trabaja. No
para vagos como usted. Y no es fácil, porque si lo fuese, usted mismo lo haría. Y su
hijo no le ha quitado a usted su mujer de las manos porque es su madre. ¿Pero dónde iba a
encontrar a otra que le siguiese queriendo si alguien llegase a cortarle la
cabeza con una guadaña? Este pobre
hombre vive con esa amenaza hostigándole. Mi hermana quiere mucho a mi padre,
que tiene un problema similar. Y ella seguirá queriendo a su hijo si algún día
tiene que ir por la vida con su cabeza en la su mano. ¿Dónde más va a encontrar
eso este desgraciado?”
“¡Caray!” exclamó Tito Ricatierra. “Eso sí
que me preocupa de vez en cuando. ¡Amo a esta mujer! ¡Cada minuto que pasa la
quiero más y más! Y resulta que es digna de mi amor.”
“Muestre un poco de gratitud por todo lo que
hace su hijo por nosotros. ¡Dele su bendición y su apoyo, Aeterno!” Alpin le gritó a mi abuelo.
“No te preocupes, querido,” le dijo mi abuela
Divina a mi abuelo. “Los matrimonios de tu hijo no duran nada. Déjale hacer.
¡Qué disfruten de la fiesta!”
“¡Esta boda tiene todo mi apoyo!” anunció de
pronto la Señora Parry, decana de la sociedad feérica y gran amiga de Fiona.
Era ella la que había logrado que la gente olvidase el pasado vampírico de las
chicas Dulajan.
“Querida,” le dijo la tía Cybela a Brana,
abrazándola, “¿tú quieres casarte con Richi? Di que sí, bonita. No encontrarás
un marido más esplendido.”
“No va a encontrar a nadie nunca más. Lo
único que hace es esconderse en su casa jugando con calculadoras y contemplando las
estrellas por la noche.”
“¡Eso es lo que yo quisiera estar haciendo!” gritó
mi abuelo.
“¿Sabes. Alpin? Lo que has dicho de tu
hermana hace que me recuerde a mi cuñada Mabel, que nunca sale de casa. Yo adoro a mi cuñada. Y también
a tu hermana. ¿Dónde has encontrado a esta chica tan hogareña?” preguntó mi
tío.
“Ya te he dicho que es mi hermana. Ese es su
único defecto.”
“Pregúntala si está dispuesta a cargar
contigo, tito,” las gemelas azules instaron a Tito Richi.
“Con una rodilla hincada en el suelo,” le
explicó Dulcepluma. Y Andaraudo asentía con la cabeza.
“Que alguien ponga un trapo limpio o algo ahí
en el suelo para que pueda hacer eso,” dijo Tito Ricatierra. “No estaría bien
que me casase con una mujer tan delicada con barro y hierba machacada en la
rodilla. ¿Verdad?”
“Me gusta,” dijo Brana a las matronas que la
rodeaban. “Siempre le he encontrado muy gracioso. Pero tengo miedo.”
“¿De mí?” el tito no se lo podía creer. “Pero
si nadie me teme. Nadie me toma en serio.”
“Tengo miedo de no agradarte,” dijo Brana.
Tito Richi estalló en carcajadas. Y los demás
también se echaron a reir.
La tía Cybela encontró un vestido de boda
para Brana. Por lo visto siempre va a todas partes con unos cuantos por si hace
falta alguno de emergencia o de repuesto. Tito Ricatierra dijo que iba a
comprar joyas nuevas para Brana. Quería que Matilde se quedase con las que
había comprado para ella. Para Matilde había comprado mayoritariamente zafiros,
porque tenía los ojos de un azul grisáceo. Pero insistía en esmeraldas y
peridotos para Brana. Mi abuela Divi dijo que no había tiempo para compras y le
regaló a Brana un juego de esmeraldas que sacó de su propio joyero. Y yo…Yo la
entregué el ramo tan bello que Matilde había dejado caer a mis pies y que yo
había estado aguantando todo este rato. Y la deseé suerte.
Y Brana llegó a casarse con Tito Ricatierra
con la boda más rumbosa vista jamás. Y no hacía más que llorar de nervios todo
el rato y Ricatierra se reía y le dijo que le iba a comprar también rubíes para
los días que tuviese los ojos rojos. Y ella le contestó que ojalá todas sus lágrimas
fuesen de alegría, como estas. Y él dijo que por él no quedaría. Y Dulcepluma y Andaraudo mostraron su aprobación asintiendo con la cabeza.
Y sorbiendo el mejor espumoso de las bodegas
del tito, tras haber brindado por el novio, Alpin brindó por sí mismo. Me miró
directamente a los ojos y me dijo, “¿Será por cuñado? Yo quería esta conexión,
Arley. Ese es la clase de pariente que me viene bien. ¿Ves cómo ha merecido la
pena que estuvieses calladito? Ahora todos estamos más felices por tu silencio.
Esto te debería enseñar a fiarte de mí.
“¿Cuándo se te ocurrió casar a Brana con
Ricatierra, Alpin?” le pregunté.
“El mismo Richi me dio la idea,” dijo Alpin. “Una
boda trae otra. ¿Te acuerdas como cuando íbamos en el autobús nupcial de
Finisterre Richi dijo que había que mimar más a los hijos menores? Pero tu
abuelo dijo que se mimaba más a los más débiles. Yo soy el menor de mis
hermanos. Pero la más débil de nosotros es Brana. Así que pensé que debía de
hacer algo bueno para ella que también lo sería para mí. He encontrado para
ella alguien que la va a tener en palmitas. Pero más le vale a la feliz pareja
tenerme contento a mí también, porque si no, mis esfuerzos de hada madrina
bonachona se van a tornar en puro vinagre y hiel.”
“Vamos a tener que contratar a este horrible chico,”
le oí a la tía Cybela decirle a sus nietas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario