Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

jueves, 8 de diciembre de 2022

212. Invitaciones

212. Invitaciones

Mi madre y sus primas, las Siete Hadas, decidieron que el 13 de diciembre era día favorable para dar la fiesta del nombre de mis primitas, las niñas de Matilde y Vendaval. Aunque yo le había dicho a Mamá que Mati y Val iban a preferir una fiestecita  íntima y familiar en vez de un fiestorro pretencioso y descontrolado, los organizadores de eventos siempre tienen compromisos y acaban invitando a gente que se creen obligados a invitar, y ocho organizadoras, como era el caso,  traen a muchos imprescindibles que realmente no tienen nada que ver con el motivo de la fiesta en cuestión. Alpin y toda su familia, por ejemplo, acabó  siendo invitada porque eran contraparientes, es decir, porque eran la familia de la mujer de Tito Ricatierra. Y yo estaba en casa de Alpin cuando, tempranito por la mañana, llegó Alegría O. Tristeza, la cartera, con sus invitaciones.

“¡Vaya, vaya!” bufó Aislene. “Ahora se acuerdan de nosotros. ¿Sabes que, Alegría? Gracias por traer estas invitaciones, pero no creo que vayamos a hacer acto de presencia.”

 “¿Pero por qué no? Seguro que será una fiesta preciosa. Es época festiva, y todos compiten para lucirse. Resultará muy divertido. Seguro que tienen preparada una fiesta estupenda.”

“No me invitaron a la boda de mi propia hija,” sollozó Aislene. “Claro que nadie sabía que mi niña iba a ser la novia. Ni siquiera ella lo sabía. Pero aun así, tengo esa espinita clavada en el corazón, la de no haer asistido a la boda de mi niña. ¿Por qué he de negarlo? Me ha sentado fatal.”

“¿Cómo que no te invitaron a la boda de Ricatierra?” preguntó Alegría, muy sorprendida. “Me acuerdo perfectamente de haber traído invitaciones para todos y cada uno de los miembros de tu familia.”

“Imposible,” dijo Aislene, sacudiendo la cabeza y secando una lágrima. “Sólo Alpin y Brana recibieron invitaciones. A Alpin le invitaron para que pudiese asistir Arley. Y a Branna para que vigilase a Alpin para que Arley pudiese disfrutar un poco de la boda. Yo pensé que los Buenosvecinos estaban siendo muy cutres.”

“¿Me estás diciendo que no sé cómo hacer mi trabajo? Porque recuerdo cada carta y cada paquete que entrego,  cuándo, dónde y a quién. Recuerdo perfectamente haberle entregado a tu hijo Alpin las invitaciones porque insistió en que así lo hiciese. Fue aquí fuera. Él estaba debajo de ese árbol, como si me estuviese esperando., ahora que lo pienso. Era un lunes, y la hora, las once menos diez. Hasta me pidió las invitaciones de Fiona y el hada vasca. ¿Sabes qué? Creo que deberíamos preguntarle a Alpin que pasó con las invitaciones en lugar de estar especulando aquí. ¿Dónde está?”

“Acaba de despertar y se está vistiendo. Arley está esperando que desayune antes de irse por ahí con él. ¿Arley, tienes idea de que fue de esas invitaciones?”

Yo tenía mis sospechas, pero elegí callar y sacudí la cabeza vehementemente.

“Sí, por supuesto,” dijo Alpin cuando se le encaró Alegría. “Había invitaciones para todos vosotros y esta mujer me las entregó. Eso debería enseñarte a no entregar el correo a cualquiera, Alegría.”

Alegría hizo ademán de atizar a Alpin con la bolsa del correo, pero yo me metí por medio y se cortó.

“Creo que le debes una explicación a tu madre, Alpin,” le dije.

“¿Acaso perdiste nuestras invitaciones, hijo?” preguntó la Señora Dulajan, algo consternada.

“No. Están debajo de mi cama. Deberías barrer ahí debajo de vez en cuando. Encontrarías cosas muy interesantes, Mamá.”

 “¡Ah! Se te olvidó dárnoslas. Pero si hablamos de esto, Alpin. Yo comenté lo cutre que fue Ricatierra al no invitarnos.”

“Y yo te dije que no te preocupases por Ricatierra, que pronto te hartarías de verle. ¿Acaso no dije eso?”

 “Y yo no entendía porque decías eso.”

“Mira Mamá. Yo no me avergüenzo de mi familia. Estoy orgulloso de pertenecer a gente a la que todos temen y a la que es imposible decir que no. ¿Cómo podría ser de otro modo? Pero hubiese sido mucho más difícil conseguir que ese creído cabeza hueca se casase con Brana estando vosotros presentes. Su papi engreído y soplado estuvo a punto de fastidiar mis planes, pero la tonta de su mujer consiguió que se lo tranquilizase y cuando la tirana esa que es tan amiga de Fiona, la Señora Parry, se puso de nuestra parte, aquello quedó hecho. Créeme. Cuando intercepté las invitaciones, estaba haciendo lo mejor para nuestra familia. Y tal y como te dije, vas a ver más a Ricatierra de lo que casi cualquiera podría tolerar. Sólo espero que Brana sea capaz de aguantar a ese fatuo más que sus otras mujeres. Porque si se harta de él, eso no sería en interés de nuestra familia.”

“¡Eres un cínico descomunal!” espetó Alegría, dejando caer su bolsa.

Yo la devolví su bolsa y la aseguré que nada de esto era culpa suya y que lo mejor era olvidar todo el asunto cuando antes.

“Bueno, pues si sí que nos invitaron a la boda de Ricatierra, supongo que no tengo pleito contra los suegros de Brana. Y soy yo la que debe un buen regalo a mi hija y a su marido. Voy a empezar a compensar dándole a las hijas de ese otro cabeza hueca un regalo monísimo. Voy a hacer a cada una de esas niñas un vestidito que crecerá con ellas para que se lo puedan poner toda la vida y que cambie de color y hasta de tono para que siempre luzca precioso. ¿Son dos tus primitas, Arley? Pues dos vestiditos confeccionaré. Y te pido disculpas por haber llamado cabeza hueca a tu tío Vendaval. Lo que pasa es que siempre que me ve, ese chico se evapora en el aire. ¡Cómo si yo fuese a acosarle, pobre chiquillo! Siempre pienso en él como el hermanito asustado de Gentillluvia. Pero no es la única persona que me rehúye, pobrecillo. ¿Son guapas sus niñas? Él es  guapito. Y tengo entendido que su mujer es un bellezón.”

 “Monísimas son. Sí, mucho,” dije yo.

“¿Y cómo se llaman?”

Yo no quería decir que Botolfa. Y decir Richenda, más que provocar una carcajada, podría alzar cejas. Así que sólo dije que no estaba seguro y que habría que esperar a que las niñas se pronunciasen durante la fiesta para saber sus nombres.

“¿Acaso son muditas, como lo fue tu hermana Valentina? Ella está perfectamente bien. Una niña estupenda. ¿Por qué no quería hablar?”

“Valentina no podía pensar más que en su novio,” dije yo. “Supongo que era el nombre de él el que tenía en la cabeza y por eso no podía darnos el suyo.”

“Ah, ya recuerdo. Era esa mujer que fue guardaespaldesa de Alpin la que logró que hablase. Sí.”

“Gregoria. Todavía se ocupa de mi hermana.”

“No me sorprende. Se llevaba mucho mejor con esa niña que con mi Alpin,” suspiró Aislene, “pero no importa porque ahora te tiene a ti vigilándole. Y a toda esa red de histéricos con los que trabaja tu tío Gentillluvia.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario