214. Diamantes Negros
Cuando terminó la fiestecita de las niñas de
Matilde y Vendaval, Alpin me dijo que iba a prescindir de mis servicios el
miércoles, el jueves y el viernes, pues pensaba pasar esos días en casa de
Ricatierra y Brana y ya le vigilaría ella. Al principio yo creí que estaba
mosqueado porque yo le había dicho que había que ser muy mala persona para
lanzarles galletas cuquis a unas niñas muy pequeñitas que no podían cazar nada
al vuelo debido a un hechizo. Pero enseguida me di cuenta de que algo tramaba.
Pero yo no podía auto-invitarme a casa de Brana y Ricatierra, así que tuve que
dejarle ir. Intenté hacer lo que él me aconsejó, y disfrutar del fin de semana
largo que iba a tener, pues a partir del viernes por la noche siempre libro
hasta el lunes por la mañana, pero esta vez tenía casi tres días enteros más
para mí. Ya el lunes me ocuparía de los problemas que Alpin fuese a poner a
cocer durante el finde. El miércoles, la verdad es que me lo pasé durmiendo
como una marmota. Y cuando me desperté el jueves, por la mañana, bajé corriendo
al comedor donde sirven el desayuno para ver como estaban mis padres. Me
encontré con Papá, que en vez de una corona llevaba una venda en la cabeza.
“¡Qué horror!” dije yo. “¿Cómo estás? ¿Y
Mamá?”
“Tu madre sigue durmiendo. Al menos a ella no
la abolló Vendaval, o es que resulta ser lo que siempre he dicho, que es que
ella es más dura que yo.”
“No, Papá. Más resiliente.”
“Lo que sea. Dile a ese amigo liante tuyo que
esta se la pienso devolver. Claro que lo más probable es que no lo haga, porque
en cuanto se me pase el dolor de cabeza seguro que prefiero ni pensar en el
chiquillo sinvergüenza ese, y por eso no me vengue.”
“Seguro que Mamá está bien?”
“Sí, hijo, sí. Tu madre y sus hermanos parecen
mucho más endebles que los míos y que yo, pero cuando se sueltan el moño, se
convierten en monstruos que no se detienen ante nada. ¡Qué espanto el Vendaval, jolín!”
“Entiéndelo Papa. Se trataba de sus hijas.”
“Sí, si ya lo entiendo, ya. ¡Mira!” dijo Papá,
apuntando hacia los ventanales que dan a la entrada del palacio. “Por ahí viene
tu tío Gentillluvia. El más civilizado de mis cuñados en apariencia. Digo en
apariencia, porque ya sabes para quién trabaja. Él que le viese ayer no podría
dar credito.”
“Yo creía que el más civilizado era Tito
Caelanoche.”
“Ese no es un hombre, es un sueño. Pues tu
Tito Gen también ha debido de cobrar ayer, porque viene cojeando. ¡Anda!” dijo
Papá, encogiendo los ojos para ver mejor a mi tío que estaba caminando lentamente
hacia la puerta del palacio. “Creo que lleva una mano vendada. Le habrá mordido
Val cuando intentó taparle la boca. ¿Tú sabes la que se hubiese liado ahí si tu
tío llega a soplar? Todo el mundo cayendo como cerca al jardín envenenado del
psicopata ese que se empeña en emplear tu abuelo.”
“¡Hola, Arley! ¿Cómo estás, Obi?” dijo Tito
Gentillluvia cuando llegó hasta nosotros.
“¿Cómo estás tú?”
“Esperando estar mejor mañana.”
“Pues yo también. ¿Vienes a verme a mí o a tu
hermana?”
“Vengo a deciros que bajo ningún concepto
debemos permitir que la fiesta del solsticio se celebre en casa de tu suegro.”
“Eso lleva ya años celebrándose en la gran casa
de Ricatierra.”
“Pero ahora está casado, y tal vez a su mujer
no le apetezca montar un tinglado ahí. Después de lo ocurrido ayer, no me
extrañaría que se negase.”
“¡Bah! Sería muy mala suerte que tuviésemos
otra movida como esta dos veces tan seguidas. Además, creo que sólo hemos
salido trasquilados tú, Vendaval, Titania y yo. ¿No habrá habido más heridos?”
“Uy, sí. Me parece que nos hemos quedado sin
electricista.”
“¿Cómo?”
“A la pobre Lucerna, que intentó cazar para
las niñas las galletas que lanzaba el Nocambiado, le dio en toda la frente el
primer martillo que lanzaron. Cayó ahí al suelo, a los pies de las niñas, y
nadie se dio cuenta hasta que Cae despertó a los que había dormido y la gente
se puso a recoger los regalos que habían rebotado. Lucerna estaba enterrada
bajo un montón de ellos. Pobrecita, con todas sus luces apagadas.”
“¿Pero tan mal está que no va a poder
encargarse de la iluminación?”
La tía Lucerna, tan brillante ella, siempre se encarga de las luces en las fiestas
familiares, cosa muy importante. Me quedé de piedra al enterarme de lo que le
había pasado.
“Henny está haciendo todo lo que puede para que
se recupere, pero dice que no va a bastar con árnica y valeriana. De los
moratones se repondrá pronto, pero del susto, pues ni toda la tila del mundo se
lo quita. A lo mejor tu hijo nos va a tener que dar el número de su
psiquiatra.”
“¿El Doctor Freud?” dije yo. “Hace años que
no sé nada de él, pero si hace falta, pues lo busco.”
“He hablado con Fuegovivo, que siempre se
ocupa de la calefacción. Pero me ha dicho que si se ocupa también de las luces,
serán de fuego natural, con velas y eso, y con lo descuidada que es la gente puede
haber un incendio. El pobre Vendaval se ha ofrecido a generar electricidad,
pero tampoco es plan que se pase la navidad soplando.”
“¡Ese que ni respire!”gritó Papá. Y
luego dijo más bajito, “Menuda fiera.”
“Navidad entre tinieblas, entonces.”
“Ya encontrarás solución, Gen. Tú siempre lo
haces.”
En estas bajó Mamá, todavía en camisón y bata
y con aspecto de medio sonámbula.
“¡Qué agujetas tengo!” bostezó. Intentó estirarse diciendo ay, ay, ay.
Ella y Gen se pusieron a hablar del lugar de
celebración de las siguientes fiestas, y estando en ello pusieron verdes,
posiblemente no sin razón, al Abuelo Aeterno y al gnomo de jardín Botolfo.
“A Papá, cuando se trata de Botolfo, yo no sé
qué llamarle sin insultar,” dijo Tito Gen. “Llevo siglos diciéndole que da
igual lo hermosísimos que estén sus jardines, el gnomo ese se tiene que ir.”
“Ya recuerdo la primera vez que discutiste
con Papá sobre eso. Fue en Pascua Florida. Mamá había llamado a la liebre Eastra,
que se molestó en venir personalmente a sembrar los jardines de huevos pintados
preciosísimos, para que los niños pudiésemos buscarlos. Ahí estábamos todos con
nuestras cestitas de paja, emocionadísimos, esperando a que diesen la señal
para que pudiésemos corretear y saltar por el jardín como conejillos, en busca de los
huevos. ¡Éramos tan pequeñitos! ¿Estabas tú ahí, Obi?
“Sí, vomitando,” dijo Papá. “Como él que
más.”
“El loco ese esperó todo la noche a que
Eastra terminase de esconder los huevos y al alba se puso a fumigar. Y no le
dijo nada a nadie. Luego, cuando los niños empezaron a ponerse malísimos, dijo
muy enfadado que ese día tocaba fumigar. No pudo posponer sus planes ni un par
de horas.”
“No pudo o no quiso, Gen. Tú tuviste suerte,
porque como eras el mayor, dejaste pasar primero a los niños más chicos, y no
llegaste a enfermar. Tú le decías a Papá que los niños tienen que poder jugar
en el jardín de su casa. Y él te contestaba que en esos jardines mandaba
Botolfo y que todo el mundo le tenía que obedecer. O algo horrible nos
pasaría.”
“Ya estaba pasando,” dijo mi padre. “Por lo
menos me pasaba a mí.”
“Eso es muy de Papá, decirle a la gente que
si no se porta bien algo horrible va a suceder. ¿No le oísteis ayer mismo
decirle al pobre Val que su hija iba a ser como Botolfo por su culpa?” dijo
Tito Gen.
“Sí que le dijo algo de eso,” respondió Mamá,
mientras Papá sacudía su dolorida cabeza en desesperación. “Le dijo a Val que
por haberse reído de Botolfo, ahora tenía una hija llamada Botolfa. Oye, que
también os amenazó a los demás con justicia divina por llegar.”
“Y el pobre Val, que está preocupadísimo
pensando en cómo van a salir sus hijas, ha tenido que entender que la semejanza
entre su hija mayor y el gnomo loco puede no quedarse sólo en el nombre. ¡Cómo
si fuese culpa de Val que ese tío esté loco! Es cierto que Papá nunca nos ha
pegado ni castigado, pero nos hacia polvo psicológicamente diciéndonos que tarde
o temprano algo espantoso nos iba a pasar si nos portábamos mal. Y lo decía con
tal convicción que nosotros nos quedábamos ahí helados, esperando que se
abriese el cielo y nos partiese un rayo. ”
“Aquí siempre se ha asustado mucho a los
críos con cocos diversos. ¿Pero por qué os creíais los presagios de infortunio
que hacía Papá? ¿No veíais que luego no pasaba nada?”
“¡Sí que pasaba! Siempre acababa pasando
algo. Él decía que él no había tenido nada que ver, pero aunque no se podía
demostrar lo contrario, la cosa no quedaba clara. Y todos esos cocos existen.
Más o menos controlados, pero ahí están. Lo sé, porque mi trabajo consiste en
controlarlos.”
“Pues ayer,” dije yo tímidamente, “Botolfo no
se portó del todo mal con su tocaya y con Gretel. Les regaló unas semillas
maravillosas, que ya las quisiera yo para mí, y unos colgantes de serpentina,
para protegerlas de serpientes.”
“Serpientes que suelta él mismo en sus
jardines. Que no son sus jardines, son los de Papá, por mucho que le ceda el
mando de esos lugares al loco ese,” insistió el tito.
“Es que a Botolfo le gustan más las niñas que
los niños,” dijo Mamá. “Cuando yo era
pequeña, nuestra queja era que no podíamos coger flores de ese jardín, ni cazar
mariposas ahí. Pero el gnomo nos dejaba jugar a tomar el té en el pabellón ese
tan bonito que parece hecho de encaje verde limón siempre que llegásemos hasta
allí volando o por el sendero de piedras. Y se ocupaba de decorar nuestra
mesita con floreritos con flores que había elegido él. Vosotros rompíais y
pisoteabais plantas al jugar, según él.”
“Pues me parece que estas niñas de nueva ola no
van a jugar mucho a las merienditas,” dijo Tito Gen.
“A lo que no van a jugar es a la pelota. No
mientras todo lo que les lancen rebote,” dijo Papá.
“¿Habéis visto la pareja de tiburones australianos que
se le ha ocurrido a Richi regalarles a las niñas como mascotas? Dijo que era para que viviesen en el foso que piensa
construir Matilde alrededor de su casa. Eso les trajo de su luna de miel a las
pequeñas. Tienen unos dientes que dejan-”
“¡Ay, no nos cuentes historias de miedo!”
interrumpió Papá. “¡Eres más agorero que tu padre! Sí luego nunca pasa nada.”
“Habló el hombre con la venda en la cabeza.”
“Lo que me ha pasado es mi culpa por haber
caído presa del pánico. Sí, al veros a ti y a mi mujer liándoos a patadas y
manotazos con Vendaval.”
“Yo le daba y le daba en el coco con mi
bolso,” dijo Mamá, “pero no lograba dejarlo inconsciente.”
“Y al verle contraatacar me asusté y pensé que ibais a necesitar ayuda
para reducirle y me lancé al ruedo,” explicó Papá.
“Y te dio una coz en toda la frente,” dijo
Tito Gen. “Pero no, según tú, nunca pasa nada.”
“Porque perdimos los papeles. Mira como
Caelanoche lo solucionó todo en un cerrar de ojos.”
“A Vendaval no le contuvo él, pero para ti la
perra gorda.”
Entonces, yo, que me sentía culpable por no
haber evitado que Alpin lanzase esas galletas de la discordia, quise disculparme
por ello.
“¡Pero qué tontería! Nada de pedir perdón,
niño!” exclamó Tito Gen. “Lo sucedido fue el resultado de un cúmulo de desafortunadas
circunstancias. ¡Si le has estado controlando a ese cafre de maravilla! ¡Anda
que lo que has soportado este verano! Precisamente tengo algo para ti.”
El tito metió la mano en uno de sus bolsillos
y extrajo un sobre de papel manila que me entregó.
“¿Te acuerdas que te dije que te pagaríamos?
Siempre pagamos a fin de año. Pues esto es todo tuyo. Libre de impuestos porque
gracias a mí no existen y con devolución de todos los gastos que hayas tenido
que hacer porque no se puede trabajar bien de otra manera.”
Abrí el sobre, que iba bastante abultado, y
dejé caer sobre la mesa del desayuno un montoncito de relucientes piedras
negras.
“Este año estamos pagando en diamantes
negros,” dijo el tito. “Espero que no te importe.”
“¡Qué bonitos, Arley!” dijo Mamá. “Te puedes
hacer una corona preciosa.”
“Sí que son bonitos. Pero te los daré a ti ya
que te gustan,” le dije a mi madre.
“Ni hablar. Sólo aceptaré uno como regalo de
navidad. Y eso por ser la primera vez que te pagan y porque sé que vas a
insistir.”
“Os haré una sortija a ti y otra a Papá,”
dije yo. “Y otra para el tito.”
“No, para mí no, que yo he cobrado en lo
mismo,” dijo mi tío.
“Pues ahora me queda visitar a Tita Lucerna y
decirle que deseo que se mejore,” dije yo. “Le llevaré dos de estas piedras
para que se haga pendientes. Le gustarán, creo yo, aunque absorben la luz,
porque son algo muy especial. Y espacial. Vienen del espacio.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario