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viernes, 16 de diciembre de 2022

214. Diamantes Negros

214. Diamantes Negros

Cuando terminó la fiestecita de las niñas de Matilde y Vendaval, Alpin me dijo que iba a prescindir de mis servicios el miércoles, el jueves y el viernes, pues pensaba pasar esos días en casa de Ricatierra y Brana y ya le vigilaría ella. Al principio yo creí que estaba mosqueado porque yo le había dicho que había que ser muy mala persona para lanzarles galletas cuquis a unas niñas muy pequeñitas que no podían cazar nada al vuelo debido a un hechizo. Pero enseguida me di cuenta de que algo tramaba. Pero  yo no podía auto-invitarme a  casa de Brana y Ricatierra, así que tuve que dejarle ir. Intenté hacer lo que él me aconsejó, y disfrutar del fin de semana largo que iba a tener, pues a partir del viernes por la noche siempre libro hasta el lunes por la mañana, pero esta vez tenía casi tres días enteros más para mí. Ya el lunes me ocuparía de los problemas que Alpin fuese a poner a cocer durante el finde. El miércoles, la verdad es que me lo pasé durmiendo como una marmota. Y cuando me desperté el jueves, por la mañana, bajé corriendo al comedor donde sirven el desayuno para ver como estaban mis padres. Me encontré con Papá, que en vez de una corona llevaba una venda en la cabeza.

“¡Qué horror!” dije yo. “¿Cómo estás? ¿Y Mamá?”

“Tu madre sigue durmiendo. Al menos a ella no la abolló Vendaval, o es que resulta ser lo que siempre he dicho, que es que ella es más dura que yo.”

“No, Papá. Más resiliente.”

“Lo que sea. Dile a ese amigo liante tuyo que esta se la pienso devolver. Claro que lo más probable es que no lo haga, porque en cuanto se me pase el dolor de cabeza seguro que prefiero ni pensar en el chiquillo sinvergüenza ese, y por eso no me vengue.”

“Seguro que Mamá está bien?”

“Sí, hijo, sí. Tu madre y sus hermanos parecen mucho más endebles que los míos y que yo, pero cuando se sueltan el moño, se convierten en monstruos que no se detienen ante nada. ¡Qué espanto el Vendaval, jolín!

“Entiéndelo Papa. Se trataba de sus hijas.”

“Sí, si ya lo entiendo, ya. ¡Mira!” dijo Papá, apuntando hacia los ventanales que dan a la entrada del palacio. “Por ahí viene tu tío Gentillluvia. El más civilizado de mis cuñados en apariencia. Digo en apariencia, porque ya sabes para quién trabaja. Él que le viese ayer no podría dar credito.”

“Yo creía que el más civilizado era Tito Caelanoche.”

“Ese no es un hombre, es un sueño. Pues tu Tito Gen también ha debido de cobrar ayer, porque viene cojeando. ¡Anda!” dijo Papá, encogiendo los ojos para ver mejor a mi tío que estaba caminando lentamente hacia la puerta del palacio. “Creo que lleva una mano vendada. Le habrá mordido Val cuando intentó taparle la boca. ¿Tú sabes la que se hubiese liado ahí si tu tío llega a soplar? Todo el mundo cayendo como cerca al jardín envenenado del psicopata ese que se empeña en emplear tu abuelo.”

“¡Hola, Arley! ¿Cómo estás, Obi?” dijo Tito Gentillluvia cuando llegó hasta nosotros.

“¿Cómo estás tú?”

“Esperando estar mejor mañana.”

“Pues yo también. ¿Vienes a verme a mí o a tu hermana?”

“Vengo a deciros que bajo ningún concepto debemos permitir que la fiesta del solsticio se celebre en casa de tu suegro.”

“Eso lleva ya años celebrándose en la gran casa de Ricatierra.”

“Pero ahora está casado, y tal vez a su mujer no le apetezca montar un tinglado ahí. Después de lo ocurrido ayer, no me extrañaría que se negase.”

“¡Bah! Sería muy mala suerte que tuviésemos otra movida como esta dos veces tan seguidas. Además, creo que sólo hemos salido trasquilados tú, Vendaval, Titania y yo. ¿No habrá habido más heridos?”

“Uy, sí. Me parece que nos hemos quedado sin electricista.”

“¿Cómo?”

“A la pobre Lucerna, que intentó cazar para las niñas las galletas que lanzaba el Nocambiado, le dio en toda la frente el primer martillo que lanzaron. Cayó ahí al suelo, a los pies de las niñas, y nadie se dio cuenta hasta que Cae despertó a los que había dormido y la gente se puso a recoger los regalos que habían rebotado. Lucerna estaba enterrada bajo un montón de ellos. Pobrecita, con todas sus luces apagadas.”

“¿Pero tan mal está que no va a poder encargarse de la iluminación?”

La tía Lucerna, tan brillante ella,  siempre se encarga de las luces en las fiestas familiares, cosa muy importante. Me quedé de piedra al enterarme de lo que le había pasado.

“Henny está haciendo todo lo que puede para que se recupere, pero dice que no va a bastar con árnica y valeriana. De los moratones se repondrá pronto, pero del susto, pues ni toda la tila del mundo se lo quita. A lo mejor tu hijo nos va a tener que dar el número de su psiquiatra.”

“¿El Doctor Freud?” dije yo. “Hace años que no sé nada de él, pero si hace falta, pues lo busco.”

“He hablado con Fuegovivo, que siempre se ocupa de la calefacción. Pero me ha dicho que si se ocupa también de las luces, serán de fuego natural, con velas y eso, y con lo descuidada que es la gente puede haber un incendio. El pobre Vendaval se ha ofrecido a generar electricidad, pero tampoco es plan que se pase la navidad soplando.”

¡Ese que ni respire!”gritó Papá. Y luego dijo más bajito, “Menuda fiera.”

“Navidad entre tinieblas, entonces.”

“Ya encontrarás solución, Gen. Tú siempre lo haces.”

En estas bajó Mamá, todavía en camisón y bata y con aspecto de medio sonámbula. 

“¡Qué agujetas tengo!” bostezó. Intentó estirarse diciendo ay, ay, ay. 

Ella y Gen se pusieron a hablar del lugar de celebración de las siguientes fiestas, y estando en ello pusieron verdes, posiblemente no sin razón, al Abuelo Aeterno y al gnomo de jardín Botolfo.

“A Papá, cuando se trata de Botolfo, yo no sé qué llamarle sin insultar,” dijo Tito Gen. “Llevo siglos diciéndole que da igual lo hermosísimos que estén sus jardines, el gnomo ese se tiene que ir.”

“Ya recuerdo la primera vez que discutiste con Papá sobre eso. Fue en Pascua Florida. Mamá había llamado a la liebre Eastra, que se molestó en venir personalmente a sembrar los jardines de huevos pintados preciosísimos, para que los niños pudiésemos buscarlos. Ahí estábamos todos con nuestras cestitas de paja, emocionadísimos, esperando a que diesen la señal para que pudiésemos corretear y saltar  por el jardín como conejillos, en busca de los huevos. ¡Éramos tan pequeñitos! ¿Estabas tú ahí, Obi?

“Sí, vomitando,” dijo Papá. “Como él que más.”

“El loco ese esperó todo la noche a que Eastra terminase de esconder los huevos y al alba se puso a fumigar. Y no le dijo nada a nadie. Luego, cuando los niños empezaron a ponerse malísimos, dijo muy enfadado que ese día tocaba fumigar. No pudo posponer sus planes ni un par de horas.”

“No pudo o no quiso, Gen. Tú tuviste suerte, porque como eras el mayor, dejaste pasar primero a los niños más chicos, y no llegaste a enfermar. Tú le decías a Papá que los niños tienen que poder jugar en el jardín de su casa. Y él te contestaba que en esos jardines mandaba Botolfo y que todo el mundo le tenía que obedecer. O algo horrible nos pasaría.”

“Ya estaba pasando,” dijo mi padre. “Por lo menos me pasaba a mí.”

“Eso es muy de Papá, decirle a la gente que si no se porta bien algo horrible va a suceder. ¿No le oísteis ayer mismo decirle al pobre Val que su hija iba a ser como Botolfo por su culpa?” dijo Tito Gen.

“Sí que le dijo algo de eso,” respondió Mamá, mientras Papá sacudía su dolorida cabeza en desesperación. “Le dijo a Val que por haberse reído de Botolfo, ahora tenía una hija llamada Botolfa. Oye, que también os amenazó a los demás con justicia divina por llegar.”

“Y el pobre Val, que está preocupadísimo pensando en cómo van a salir sus hijas, ha tenido que entender que la semejanza entre su hija mayor y el gnomo loco puede no quedarse sólo en el nombre. ¡Cómo si fuese culpa de Val que ese tío esté loco! Es cierto que Papá nunca nos ha pegado ni castigado, pero nos hacia polvo psicológicamente diciéndonos que tarde o temprano algo espantoso nos iba a pasar si nos portábamos mal. Y lo decía con tal convicción que nosotros nos quedábamos ahí helados, esperando que se abriese el cielo y nos partiese un rayo. ”

“Aquí siempre se ha asustado mucho a los críos con cocos diversos. ¿Pero por qué os creíais los presagios de infortunio que hacía Papá? ¿No veíais que luego no pasaba nada?”

“¡Sí que pasaba! Siempre acababa pasando algo. Él decía que él no había tenido nada que ver, pero aunque no se podía demostrar lo contrario, la cosa no quedaba clara. Y todos esos cocos existen. Más o menos controlados, pero ahí están. Lo sé, porque mi trabajo consiste en controlarlos.”

“Pues ayer,” dije yo tímidamente, “Botolfo no se portó del todo mal con su tocaya y con Gretel. Les regaló unas semillas maravillosas, que ya las quisiera yo para mí, y unos colgantes de serpentina, para protegerlas de serpientes.”

“Serpientes que suelta él mismo en sus jardines. Que no son sus jardines, son los de Papá, por mucho que le ceda el mando de esos lugares al loco ese,” insistió el tito.

“Es que a Botolfo le gustan más las niñas que los niños,” dijo Mamá.  “Cuando yo era pequeña, nuestra queja era que no podíamos coger flores de ese jardín, ni cazar mariposas ahí. Pero el gnomo nos dejaba jugar a tomar el té en el pabellón ese tan bonito que parece hecho de encaje verde limón siempre que llegásemos hasta allí volando o por el sendero de piedras. Y se ocupaba de decorar nuestra mesita con floreritos con flores que había elegido él. Vosotros rompíais y pisoteabais plantas al jugar, según él.”

“Pues me parece que estas niñas de nueva ola no van a jugar mucho a las merienditas,” dijo Tito Gen.

“A lo que no van a jugar es a la pelota. No mientras todo lo que les lancen rebote,” dijo Papá.

 “¿Habéis  visto la pareja de tiburones australianos que se le ha ocurrido a Richi regalarles a las niñas como mascotas? Dijo que era  para que viviesen en el foso que piensa construir Matilde alrededor de su casa. Eso les trajo de su luna de miel a las pequeñas. Tienen unos dientes que dejan-”

“¡Ay, no nos cuentes historias de miedo!” interrumpió Papá. “¡Eres más agorero que tu padre! Sí luego nunca pasa nada.”

“Habló el hombre con la venda en la cabeza.”

“Lo que me ha pasado es mi culpa por haber caído presa del pánico. Sí, al veros a ti y a mi mujer liándoos a patadas y manotazos con Vendaval.”

“Yo le daba y le daba en el coco con mi bolso,” dijo Mamá, “pero no lograba dejarlo inconsciente.”

“Y al verle contraatacar  me asusté y pensé que ibais a necesitar ayuda para reducirle y me lancé al ruedo,” explicó Papá.

“Y te dio una coz en toda la frente,” dijo Tito Gen. “Pero no, según tú, nunca pasa nada.”

“Porque perdimos los papeles. Mira como Caelanoche lo solucionó todo en un cerrar de ojos.”

“A Vendaval no le contuvo él, pero para ti la perra gorda.”

Entonces, yo, que me sentía culpable por no haber evitado que Alpin lanzase esas  galletas de la discordia, quise disculparme por ello.

“¡Pero qué tontería! Nada de pedir perdón, niño!” exclamó Tito Gen. “Lo sucedido fue el resultado de un cúmulo de desafortunadas circunstancias. ¡Si le has estado controlando a ese cafre de maravilla! ¡Anda que lo que has soportado este verano! Precisamente tengo algo para ti.”

El tito metió la mano en uno de sus bolsillos y extrajo un sobre de papel manila que me entregó.

“¿Te acuerdas que te dije que te pagaríamos? Siempre pagamos a fin de año. Pues esto es todo tuyo. Libre de impuestos porque gracias a mí no existen y con devolución de todos los gastos que hayas tenido que hacer porque no se puede trabajar bien de otra manera.”

Abrí el sobre, que iba bastante abultado, y dejé caer sobre la mesa del desayuno un montoncito de relucientes piedras negras.

“Este año estamos pagando en diamantes negros,” dijo el tito. “Espero que no te importe.”

“¡Qué bonitos, Arley!” dijo Mamá. “Te puedes hacer una corona preciosa.”

“Sí que son bonitos. Pero te los daré a ti ya que te gustan,” le dije a mi madre.

“Ni hablar. Sólo aceptaré uno como regalo de navidad. Y eso por ser la primera vez que te pagan y porque sé que vas a insistir.”

“Os haré una sortija a ti y otra a Papá,” dije yo. “Y otra para el tito.”

“No, para mí no, que yo he cobrado en lo mismo,” dijo mi tío.

“Pues ahora me queda visitar a Tita Lucerna y decirle que deseo que se mejore,” dije yo. “Le llevaré dos de estas piedras para que se haga pendientes. Le gustarán, creo yo, aunque absorben la luz, porque son algo muy especial. Y espacial. Vienen del espacio.”

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