215. Animando a la luz
“Uno de nosotros debería ir a ver a Lucerna,
Titania,” le dijo Papá a Mamá. “Si prefieres volver a la cama, adelante. Tus
tías probablemente estarán allí velando por su sobrina accidentada y yo
entiendo que no sería agradable para ti escuchar todo lo que te querrán decir
por no haberte comportado como una señorita ayer.”
“¿Qué?” dijo Mamá. “¿Qué se supone que debía
de haber hecho? Esos bebés tienen una madre y esa no movió un dedo para evitar
que su marido se cargase el local de la fiesta, ni tampoco para salvar a sus
hijas de la lluvia de objetos lanzados contra ellas. Además, toda esta movida no duró ni dos minutos. Lo que tardo Cae en dormir a los salvajes.”
“Nadie podía llegar hasta las niñas,” dije
tristemente. “Por eso Vendaval quería eliminar de un soplido a los que se
interponían en su camino. Yo intenté socorrerlas, pero cada vez que me lanzaba,
rebotaba, como los objetos lanzados. La única persona a la que pude ayudar fue,
irónicamente, Alpin. Le di un empujón, se cayó al suelo y rodó hasta debajo de
una mesa. Ahí quedó a salvo. Yo no le empujé para salvarlo. Lo hice para que
dejase de lanzar galletas.”
“Hiciste lo que pudiste, Arley, cielo. No me
avergüenzo de lo que hice yo. La ocasión lo exigía. Pero sí que me gustaría
volver a la cama. Si Henny está con Lucerna, ella está en buenas manos. Tal vez
vaya a verla esta tarde. Vosotros decidle eso a ella.”
“Me encantaría acompañaros, muchachos, pero
tengo demasiadas cosas que hacer ahora mismo,” dijo Tito Gen, haciendo una
mueca de dolor al alzar la mano vendada de la mesa en la que reposaba y
levantarse de la silla en la que estaba sentado pisando el suelo con su pierna
mala. “Decidle a Lucerna que yo también pasaré a verla esta tarde, chicos. Allí
nos encontraremos, Titania.”
“Dime, Arley, ¿qué puedo hacer para esconder
esta venda que llevo en la cabeza para que nadie piense que soy un gamberro? ¿Debería
disfrazarme de hindú, con un turbante? Tu hermano Devin seguro que me puede
prestar uno.”
“Lleva tus heridas de guerra a la vista y con
orgullo, Papá,” le aconsejé. “Mira al pobre títo, como avanza cojeando.”
“Hmm,” dijo Papá. “Ese siempre se las arregla
para parecer un mártir. Sólo le falta la palma.”
Decidimos ir a casa de la tía Lucerna dando
un paseo porque hacía un día muy bonito a pesar de que estábamos a las puertas
del invierno. Mientras estábamos paseando por las Praderas de Miel de Isla
Manzana, Papá dejó de tararear Fiel
Espada Triunfadora y me dijo a mí, “Espero que hayas aprendido algo de todo
lo que has escuchado de tus mayores durante el desayuno, Arley.”
“¿Aprendido?”
“Sí. Hay tantas cosas que uno puede aprender
de lo que ahí se dijo. Quizás hayas aprendido que tu abuelo es un desalmado
capaz de dejar que un envenenador de niños florezca en sus jardines como la más
hermosa de sus plantas. O que tú tío Gen es un alma cándida. Un pobre infeliz.”
“¿Tito Gen?”
Yo no
podía creer que mi tío no fuese una persona sofisticada, ni siquiera en la
opinión de mi padre.
“¿Acaso no escuchabas cuando tu madre contó
la anécdota de como el niñito Gen a sus cuatro tiernas primaveras, se contuvo y
no entró corriendo en el jardín envenenado por el gnomo grillado para dejar
pasar a bebecillos que apenas sabían andar sin tambalearse?”
“Claro que estaba escuchando.”
“¿Y tú que crees que esa historia nos da a
entender?”
“Pues que Tito Gen era un caballero nato. ¿O
no?”
“¿Y que consiguió con no entrar el primero en
ese jardín?”
“Creo haber escuchado que él no enfermó.”
“Así fue. ¿Pero es que su propósito era
evitar hacerse daño? No, Arley. Lo que pretendía era que los niños más
vulnerables tuviesen la oportunidad de hacerse con algunos huevos. Pero como
fueron de los primeros que entraron, fueron de los primeros en enfermar. El
noble gesto de Gen sólo les perjudicó.”
“Pero no fue por su culpa. Él hizo lo que
debía hacer.”
Papá asintió con la cabeza.
“Intentó ayudar y salió beneficiado por su
bondad. No se envenenó. Pero no pudo ayudar a los demás, Arley. Esto demuestra
que no hay manera de controlar lo que ocurre en este mundo.”
“¿Entonces por qué intentaste tú ayer detener
a Tito Vendaval cuando quiso despedir de un soplido a todos los presentes en
las nubes? Tú entraste en la gresca, Papá.”
“Mi mujer estaba de rodillas en el suelo
tratando de dejar inconsciente a su hermano a base de bolsazos mientras también
intentaba esquivar las patadas y manotazos que daban las dos fieras esas que
son sus hermanos. Este era un problema social, Arley. ¿Qué hubiese dicho de mí la sociedad si
yo no hubiese intentado poner fin a ese espectáculo?”
“¡Venga ya, Papá! No me puedo creer que los
cotillas te motivaron a interferir, es decir, a intervenir en esa pelea.”
Papá sonrío.
“Será mejor que te lo creas,” dijo. “O
tendrás que vivir toda tu vida lejos del mundanal chismorreo. ¿Sabes qué Arley?
Tú tito se la tiene jurada a Botolfo el Atroz, o como se llame ese duende
desgraciado. Lleva desde los cuatro años intentando sacar a ese loco de los
jardines de tu abuelo sin el menor éxito. Él pobre se empeña en que Botolfo
tiene que conocer algún secreto oscuro del abuelo y lo está chantajeando. Pero
la razón por la que Gen no logra descubrir ese secreto es porque el tal secreto
no existe. Cuando Virbono contrató a ese tío endemoniado le debió prometer que
podría hacer lo que le diese la gana en esos jardines. Y el Virbono no quiere
faltar a su palabra. No es otra cosa. ¡Si no conoceré yo a mi suegro! Si te
contase como conseguí que me dejase casarme con tu madre alucinarías.”
“¡Cuenta!” dije yo, de pronto muy interesado.
Pero Papá sacudió la cabeza.
“Me llevaría todo el día. Puede que en otro
momento. Lo que te quiero decir ahora es que está bien que trabajes con tu tío
si te hace feliz intentar que este mundo sea más seguro. Y parece que no lo
estás haciendo nada mal. Pero no te desencantes o te pongas de los nervios si
algo no sale a pedir de boca. El resultado de tus nobles esfuerzos no va a
depender solamente de ti nunca. Y la verdad es que ese resultado siempre será
el que él mismo quiera ser, ganes o pierdas tú.”
Habíamos llegado a la casa de Tita Lucerna,
una amplia casa blanca y amarilla con un jardincillo lleno de margaritas y
ásteres y otras flores con forma de estrellas o de soles. En el portón dorado siempre
te encontrabas con abejitas zumbando y revoloteando muy ocupadas que
dificultaban la entrada más que un perro ladrador. Pero ahora estaban todas
amontonadas en el alfeizar de una ventana, mirando hacia el interior de la casa
a través de las vidrieras de colores. Aunque el cielo estaba muy azul y la casa
tenía un aspecto alegre, ese era un mal presagio.
Fue Henbedestyr Parry el que nos abrió la
puerta cuando tocamos el timbre. Dentro, todo estaba bastante oscuro. Sólo
había el poco de luz que se filtraba por las ventanas que tenían las persianas
a más de medio bajar. Las muchas lámparas con cantidad de prismas que decoraban
el lugar casi no reflejaban esa poca luz, y las paredes no estaban plagadas de
pequeños arcos iris como en otras ocasiones.
“¿Cómo está?” preguntó Papá.
Henny sacudió la cabeza.
“Hazme un favor y consigue que sus tías se
larguen de esta casa si puedes. Llevo intentando echarlas de aquí toda la
mañana.”
Antes de que Papá pudiese preguntar qué
estaba pasando, la Señora Aureabel Parry bajo por las escaleras.
“¡Dile a tu paciente que se levante ya mismo,
Henny!” ordenó la Señora Parry a su hijo. “La has curado, y tiene que admitir
que lo has hecho. Mira, ahí tenemos a Oberón con una venda en la cabeza igual
que la de ella. Y eso no le avergüenza.”
“Sí que me avergüenza,” dijo Papá. “Me da
aspecto de gamberro del fútbol.”
“Lo que debería avergonzarte, al menos según
la opinión pública, es haber sido incapaz de poner fin al escándalo que se
montó anoche sin recurrir a la violencia. Aunque personalmente creo que hiciste
bien en intentar retirar a tu esposa de esa agarrada indecente. Y ahora tú,
Henny, saca a Lucerna de la cama de una vez. Has reparado su frente. ¿Por qué
ha de estar tumbada ahí como una invalida? Y haz algo por Oberón también, para
que se pueda quitar ese ridículo vendaje que dificulta olvidar lo que pasó
ayer.”
“Deja descansar a Lucerna, Madre. Necesita
tiempo para reponerse.”
“Pues no dispone de él. Tiene que volver al
trabajo. Muchos la necesitan.”
Entonces la Señora Parry se volvió hacia mí,
estudió mi rostro y me dijo, como si yo tuviese algo que ver con todo esto,
“Entérate, muchacho, cuando alguien se siente deprimido, zanganear no ayuda
nada. ¡Levántate y ponte a trabajar!”
“Tengo el día libre,” dije yo, sin saber por
qué me estaba justificando.
“¿Te han dado el día libre para que puedas
ver a tu tía? La actitud cobarde de esta chica está interfiriendo con el normal
progreso de nuestros asuntos. ¡Saca a esa llorica de la cama, Henny!”
“¡Mamá, que ha muerto Elysio!”
Henny espetó de pronto.
“¿Qué?” dijo la Señora Parry. “¿Y ese quién es?”
“El admirador de Lucerna. El hada polilla.”
“¿El insecto repugnante que no dejaba de
revolotear alrededor de la cabeza de esta chica? ¡Pues ya era hora!” dijo la
Señora Parry.
"¡Bruja!" gritó Henny.
Papá tomó la arriesgada pero afortunadamente acertada decisión de colocarse
entre los dos y preguntarle a Henbedestyr si
Lucerna estaba enterada de eso.
“Sabe que no está cerca de ella. Cree que es
porque hubo un corto circuito cuando sufrió el golpe y se apagaron sus luces y
ha perdido su luminosidad, así que la polilla ya no la quiere. Dice que no se
puede concentrar en arreglar las luces que lleva en la cabeza para que él
vuelva. Pero ese no va a volver nunca porque está muerto.”
“¿Cómo puede estar muerto?” preguntó Papá.
“¿Se electrocutó? Eso no nos pasa. Es decir, puede pasar, pero nos
recuperamos.”
“Otra posibilidad es que le haya aplastado
alguno de eso objetos voladores. Su cuerpo machacado probablemente quedó pegado
al objeto hasta que alguien recogió la cosa esa y lo retiró pensando que sólo era
suciedad. O puede que se haya caído al suelo desmayado del susto y alguien le
pisotease dejándole irreconocible. Y muerto.”
“¿Pero dónde están sus restos? ¿No puedes
devolverle a la vida?” preguntó Papá. “Tal vez mi hijo Timiano pueda ser de
ayuda. Ha hecho cosas bizarras para cadáveres
y para insectos.”
“Nadie se dio ni cuenta de que Elysio nos
había dejado hasta que Lucerna preguntó por él esta mañana. Cuando recogieron
los regalos y limpiaron el lugar, nadie debió reparar en él. Porque nadie pensó
en buscarle. Le habrán barrido al limpiar el suelo. Ahora tengo que decirle a
ella que él está muerto y odio dar malas noticias a mis pacientes. ¡No sé cómo
hacerlo!”
“¿Sabe Tito Gen que esto ha ocurrido?”
pregunté. “No mencionó a Elysio para nada cuando desayunó con nosotros.”
“No creo que sepa nada. Yo no se lo he dicho.
Cuando hablé con él, yo no lo sabía, porque Lucerna todavía no había preguntado
por la polilla.”
“Tal vez Telaraña se haya ocupado de la
limpieza. Puede que sepa algo,” dije yo.
“Las arañas que lleva esa en el pelo se lo
habrán comido,” dijo Henny, muy negativo.
“¡No! Seguro que no.”
Yo estaba decidido a encontrar al pobre hada
diminuta, viva o muerta. Y así lo dije.
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