Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

miércoles, 28 de diciembre de 2022

216. El tren verde

216.  El tren verde

Comencé a buscar a Elysio consultando a Telaraña. La encontré en el almuerzo de navidad de su equipo. Los limpiadores estaban muy alegres y me recibieron con brazos abiertos, insistiendo en que me uniese a ellos y cebándome con tacos y margaritas, que era lo que estaban tomando, comida mejicana. También habían contratado a unos mariachis que me presionaron de tal modo que acabé cantando El Rey, canción que no me va nada, siendo yo muy tímido y poquita cosa, pero por lo que aplaudió la muchedumbre presente, o no lo hice del todo mal o ellos se habían pasado con el tequila. Me llevó su tiempo, pero conseguí hablar con todos los que tuvieron que ver con la limpieza del lugar en el que se celebró la fiesta. Tenían mucho que decir sobre cómo Botolfo había despotricado sobre la basura que había caído de las nubes hasta su jardín y sobre cómo les obligó a recoger estos desperdicios volando por encima de la hierba y cómo no pudieron tocar las plantas sin llevar guantes. Pero nadie sabía nada de Elysio. Nadie había visto algo que se pareciese al aplastado cadáver de una pobre polilla. Por un lado, esto me daba esperanza, pero por otro yo desfallecía al pensar que tendría que interrogar uno a uno a todos los que habían asistido a la fiesta. No estaba seguro de por quién empezar, pero Telaraña me aconsejó que interrogase a Polilla la primera. Polilla no es exactamente un hada polilla. No es tan pequeñita como sus tocayas. Es de nuestro tamaño, es decir, el de un mortal corriente. La llaman Polilla porque es muy vistosa, y porque le gusta la vida nocturna. Telaraña me dijo que todas esas hadas pequeñitas conocían a Polilla y la consideraban de su tribu a pesar de su tamaño. Tal vez esas polillas tuviesen información sobre Elysio.

Encontré a Polilla donde no esperaba encontrarla. No estaba en su palacio lunar, su casa ideal forrada de plata pulida hasta relucir blanquísima y que cambia de forma cuando lo hace la luna. Tampoco la hallé en el salón de Lukinotakis, donde trabaja. Estaba en los páramos de Matilde y Vendaval, dando clases de esgrima a Gretel y Botolfa. Al principio no la reconocí, porque llevaba puesta la indumentaria propia de los esgrimistas, con la careta de alambre de acero inoxidable. Ese había sido su regalo para las niñas, uniformes de esgrimistas y lecciones gratis.

“¡Polilla!” exclamé. “No tenía ni idea de que supieses manejar una espada.”

“Soy la campeona del mundo de las hadas,” me dijo. “Gracias a Shakespeare. Sabrás que en su obra dice que yo soy un chico, para que el actor masculino  que en aquel entonces me iba a interpretar estuviese cómodo con ese papel. Y también sabrás que Guille dijo que yo era hábil con la espada. Pues yo pensé, ¿y por qué no? Y me puse a aprender esgrima y llegué a ser la campeona.”

“¡Enhorabuena!” le dije. 

Polilla me puso en contacto con Saturnina, emperatriz de las polillas, que habita en un enorme árbol plagado de capullos y estuches de estos insectos. Este hada diminuta, envuelta en gasas y sedas y de extensas alas grises y negras, me recibió con sorpresa, porque no se podía creer que una pequeña polilla, a la que ni ella conocía, pudiese ser objeto del interés de hadas de mayor tamaño. Yo le expliqué la relación tan especial que había entre Lucerna y Elysio y ella quedó conmovida. Así que invocó a la Polilla Bruja Negra, de nombre Melaniona, que era su consejera en asuntos ocultos. La bruja apareció también envuelta en gasas y sedas, pero sus alas eran de tonos violetas y negros y azules oscuros. Melaniona me dijo que ella sí había  oído de Elysio, pero que yo tendría que hablar con mi tío Gentillluvia si quería encontrarlo. También me dijo donde podría encontrar a mi tío, concretamente en el palacio de mi abuelo materno. Y allí fui y allí le encontré.

“¡Este gnomo va a acabar conmigo!” murmuró Tito Gen. “Mira lo que tiene aquí ahora. A saber lo que acabará haciendo con esto.”

Estábamos de pie en la galería de columnas corintias que rodea el palacio ovalado de mi abuelo y, cuando yo miré hacía donde me indicó el tito, vi algo de un verde distinto al de la hierba y con grandes patrones con forma de diamante que resplandecían. Aquello parecía una enorme serpiente.

“¡Uy, no puede ser!” exclamé. “¿Es que Botolfo ahora pretende que los merodeadores sean estrangulados y engullidos por ese monstruo?”

Tito Gen sacudió la cabeza.

“Ya quisiera ese,” dijo. “Y no te quepa duda de que eso haría si le dejasen funcionar a su antojo. Pero para eso estoy yo aquí. Y eso que estás viendo es un tren. Tu abuela Divi le ha estado dando la tabarra a tu abuelo Aeti, para que haga algo respecto a Botolfo por lo del veneno en el jardín del día de la fiesta de las nenas de Val. Y Papá ha convencido al gnomo de que ha de dejar que un trenecito circule por estos jardines cargado de las visitas que vienen a ver a Papá. Cree que cuando vean desde el tren la esplendorosa belleza de estos jardines hasta los niños más salvajes no querrán entrar en ellos y pisotearlos y dañarlos.  Cuando yo intenté hablar con Papá sobre la tarde de la fiesta, él estaba tan ilusionado con esta idea que no hubo manera de hacerle considerar otras. Como la de botar a Botolfo.”

“¿Es esta idea nueva una idea buena o una idea mala?” pregunté yo.

El tito se encogió de hombros.

“Mírame y no me toques. ¿Qué es este lugar? ¿Un museo o un hogar? Yo lo solía llamar mi hogar.”

Circula por ahí una historia sobre como Tío Gen, poco antes de cumplir los siete años, le dijo a su padre que había de elegir entre Botolfo o él. Y se dice que Aeterno eligió a Botolfo porque Gen iba a ser bienvenido en muchos sitios y el gnomo en ningún otro. Poco después, Tito Gen cumplió con su amenaza de largarse de la casa paterna casándose precipitadamente a los siete años  y mudándose a su casa ideal con Mabel. Aunque volvía al palacio a diario para ocuparse de un montón de asuntos porque nadie allí podía prescindir de él.

Yo le conté al tito por qué yo necesitaba verle  y él me dijo que ya se lo imaginaba.

“He hablado yo también con la Polilla Bruja Negra,” dijo. “Fue lo primero que hice cuando supe que había desaparecido Elysio. Y sí, le hemos localizado. Pero el asunto es un poco delicado porque involucra a tu hermano Epón.”

Todo lo que tiene que ver con mi hermano Epón es un asunto delicado. Tan delicado que es sólo por una escueta casualidad que yo sé que Epón existe. Casi nadie sabe esto. La mayoría de mis hermanas y hermanos no saben que somos uno más. Y se rumorea que tampoco lo sabe mi madre.

“Mira,” dijo mi tío, “te voy a pedir que me hagas un favor. Tiene que ver con los niños que fueron sherbananos y que viven ahora con los faunos en las montañas. Esas gentes de montaña tienen muy poco. Ellos lo quieren así. Insisten en que no necesitan más. Pero es época de hacer regalos y estoy seguro de que esos niños sabrán apreciar unos presentes. Tengo aquí un saco lleno de juguetes y un cesto lleno de comida que no se puede conseguir en esos montes. Puede que haya mucho bueno que decir de la vida pastoral. Sin embargo, yo creo que el campo está bien para pasar un fin de semana cuando el tiempo es soleado. Pero quedarse ahí para siempre con las vacas y las ovejas, eso  está sobrevalorado. Podría haber citado a Hesíodo o al mismísimo Teócrito o a cualquiera de su multitud de seguidores, pero una vieja canción de los locos años veinte refleja mejor mi opinión personal sobre la vida bucólica.”

Más tarde, yo busqué la canción a la que se había referido el tito. Se llama algo así como Una chica de las doce en un pueblo de las nueve.  

Tito Gen apuntó a un saco y un cesto que aparecieron a sus pies. Parecían estar totalmente vacíos pero yo sabía que estaban repletos de cosas para los niños de Mari y para Eleuterio y sus hermanos. Parecían vacíos para que yo pudiese cargarlos con más facilidad.

“Repartir esto no te llevará mucho tiempo,” dijo Tito Gen. “Y los Espino te llevarán a donde mora Epón. Ellos están enterados. Y yo te deberé dos favores si resuelves estos dos asuntos para mí. Ahora, escucha atentamente, Arley. Bajo ningún pretexto debe acompañarte Alpin en este viajecito. Ya no es un hombre joven y servicial, aunque hechizado, ni tampoco es ya una manzanita maldecida pero razonable. Los sherbananos no tienen ni idea de quién es Alpin en realidad. Le consideran su héroe nacional. Dejémoslo estar. Y no quiero que Alpin se acuerde para nada de esta gente, que no necesitamos vernos involucrados en otro follón desagradable. Y además, Alpin no debe enterarse de que Epón existe. A tu hermano no le haría ninguna gracia. Y ahora tengo que comprobar que no hay arsénico en la pintura verde que ha utilizado el gnomo aspirante a asesino este para cambiar el color del tren por dentro y por fuera. El tren era escarlata llameante cuando llegó aquí ayer.”  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario