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miércoles, 4 de enero de 2023

218. Epón


 218. Epón

Por fin llegamos a una zona algo plana, una especie de meseta no muy grande, pero tampoco tan pequeña como para no poder moverse por ahí con cierta comodidad. Se respiraba de otra manera ahí arriba, y daban ganas de cazar los retales de nubes que pasaban flotando.

“Aquí te dejo,” dijo Fons. “Es más probable que se enfade si ve a dos personas que si ve sólo  una. No va a pasar nada, pero si nos necesitas, llama.”

Yo pensé que no era a los faunos a los que llamaría, con lo que le había costado a Fons llegar hasta allí, pero le di las gracias y me despedí de él.

“No te asustes veas lo que veas. No consta que Epón le haya hecho daño a nadie,” dijo Fons antes de largarse. Pero no parecía muy confiado.

Desde donde estábamos se veía un establo y un corral. Yo me fui hacia ellos. Al llegar al corral, casi me doy media vuelta. No era por la media docena de calaveras que había pinchadas en algunas de las estacas que lo formaban. Ni por las cuatro yeguas que había ahí alojadas. Ni porque el agua de su bebedero era roja. Era por los  brazos y piernas que había esparcidos en la tierra, medio cubiertos de nieve.

“Ni **** caso le hagas a ese montaje de ******.”

Me di media vuelta, pero no para salir corriendo, sino para ver al Tío Fuegovivo detrás de mí.

“Plástico, como las ***** Barbies. Y salsa de tomate barata.”

Yo no sabía si creérmelo.

“¿Qué no me crees?” dijo el tito. “Pues más te vale creerme. Un día alguien se le va a tirar al **** cuello a Epón por tener esa bazofia ahí. No todos somos unos ******* que salen corriendo al ver porquerías como esta. Un día alguien se va a envalentonar y le dará un disgusto al asno ese.”

“¿Qué haces aquí, tito?” le pregunté.

“Me ha dicho Gen que has venido a por Elysio. Y quiero asegurarme de que el ****** de Epón te lo entregue. Estoy hasta las narices de la idea de tener que ocuparme yo de la iluminación durante las fiestas. El memo de Elysio va a volver con nosotros sí o sí. Y la Lucerna se va a levantar. ¡EPOOOOOOOON!” gritó de pronto Tito Fu. “¡Sal del establo, terco de ******, o lo quemo contigo dentro!”

“¡Soy tu hermano!” grité yo al ver que no salía nadie. “Estoy con nuestro tío Fuegovivo. Sólo queremos preguntarte una cosa.”

Me volví al tito y le pedí que no quemase nada todavía.

“¿Es que no podemos entrar nosotros?”

“Si quieres que te muerda alguna araña y no te molesta el heno.”

No había caído yo en que en los establos suele haber heno. ¿Me daría un espantoso ataque de alergia? Podría ser.

“¡Qué salgas o prendemos fuego a esto!” grité yo.

“Vaya,” dijo el tito sonriendo, “aprendes rápido.”

“No lo vamos a hacer,” susurré. “¿Verdad?”

“Ya veremos,” dijo el tito. “Tú quédate aquí fuera, que ya sé yo que el **** heno no es lo tuyo. Ni lo mío. Se quema demasiado rápido.”

El tito entró. Se escucharon unos gritos y volvió a salir tirando de un saco que se movía.

“¿Le has metido en un saco?” pregunté. No sabía ya de qué o de quién debía de asustarme.

“¡¿Pero qué dices?! ¿De qué voy a meter yo a alguien en un saco? ¿Tú me ves como un **** coco? Síiiii. Eso haces.”

“¡No!” le aseguré yo. “Es que el saco se mueve.”

“Pues claro. Ese es Epón. Pero yo no lo he metido ahí.”

“Epón,” dije yo dirigiéndome al saco. “No queremos molestar. Sólo queremos encontrar a Elysio y llevárnoslo a casa con nosotros.”

“Y eso vamos a hacer,” dijo Tito Fu al saco. “Así que más te vale entregárnoslo.”

El saco se estiró y se puso muy recto. Era de una gruesa tela beige que estaba toda bordada con cuentas de coral, turquesa y lapislázuli. Parecía una tienda india, un tipi, con la parte de arriba puntiaguda.

“No sé qué haces dentro de esa tela, Epón,” le dije yo, intentando tranquilizarle, aunque al no verle, no podía saber si estaba nervioso. “Soy tu hermano Arley. No sé por qué no vives con nosotros. Si es por Mamá, seguro que te acoge. Acoge a cualquiera. Y sé que Papá quería llevarte a casa hace siglos. Dinos donde está Elysio y nos vamos los cuatro a cenar en palacio, que es muy tarde.”

Epón no dijo nada, pero el tito dijo mucho.

“No es tu **** hermano. Ni de madre ni de padre. Ni una quimera de tu padre, como dicen los malpensados.”

“Pero Papá le encontró,” dije yo. “Y quería traérselo a  casa. Eso he oído murmurar a los caballos en los establos de Darcy. Él es el que no quiso venirse con nosotros. Mira, Epón, yo soy muy corrientito. Pero te aseguro que entre nosotros hay muchísima gente extraña. No vas a destacar por raro. ”

¿Lo ves?” le gritó mi tío al tipi. “Toda esta tontería que tienes no ha traído más que ****confusión e ideas delirantes. Y pasto para las malas lenguas. Pero de mi hermana no va a hablar mal nadie. Y menos porque tu quieras.”

El tito se volvió hacia mí y dijo, “Y no empieces a sacar conclusiones tú, que no es lo que te piensas.”

Se volvió otra vez hacia el tipi y arrancó la tela de cuajo de un tirón.

Yo creía que debajo iba a encontrar a un ser con aspecto de asno, o algo así. Pero no.


“¡Pero…si eres igual que Lucerna!” dije yo, asombrado.

Porque sí, el hombre joven que había ahí de pie era igual que la Tía Lucerna.

El hombre me dio una sonrisa malévola pero no dijo nada.

“Y ahora no vayas a pensar tú mal de tu padre,” dijo Tito Fu. “Qué a este se lo encontraron en mala hora Lucerna y Elysio. No tu padre. Tu padre se lo encontró poco después, cuando este se largó de casa de Lucerna y se sentó en un campo entre unos borricos. Tu padre pasó por ahí, vio al crío, y pensando que no era de nadie se acercó y le preguntó de quién era. Este dijo que de nadie y tu padre intentó hacerse cargo de él. Pero este idiota no se dejaba ayudar. Y ahora todo el mundo piensa que mi cuñado tiene un hijo que es como un asno y que lo esconde de su mujer. O peor. ¿A qué tú mismo estabas pensando mal?”

No dije nada, pero sí, algo había sospechado.

“¿Dónde está tu padre?” le pregunté a Epón.

Tito Fu no esperó una respuesta. Entró en el establo a buscar a Elysio, dando gritos de “¡Elysio! ¡******* polilla de ******! ¡Sal de donde estés, pringao!”

Y Epón sacó un tarro de cristal del bolsillo de su chaqueta. Parecía estar vacío, pero su etiqueta decía que era de salsa pomodoro.

“Se ha vuelto loco. Se cree que es un tábano y muerde. Nos muerde a mí y a mis yeguas.”

“¡Socorrooooo!” gritó Elysio, desde dentro del tarro,  si es que aquel pequeño ruidito tembleque  podía llamarse un grito.

“A los asnos no nos gusta nada que nos muerdan,” dijo Epón.

“¿De verdad te crees que eres un asno? ¿No me tomas a mí por uno y me estás vacilando? ¿Es que no te has visto nunca en un espejo?”

“Sí, que me he mirado, pero veo un asno. Dicen que soy peor que las anoréxicas.”

Yo no sabía lo que hacer ni decir. Pero tenía que hacerme con el tarro.

“Anda, dame el tarro,” le dije. “Tu madre está desesperada porque ha desaparecido Elysio. Deberías ir a verla. Tendrías que haber ido con este tarro.”

“¿Os estoy fastidiando las fiestas?”

“¿Eso te gusta?”

Antes de que me respondiese Epón, yo grité hacia el establo, “¡Sal, Tío Fu! ¡Elysio está aquí fuera!”

“¡Toma!” dijo Epón. “Prefiero darte el tarro a ti que a ese.”

Yo cogí el tarro con ganas, pero sin estar seguro de que hacer con él. Quería soltar a Elysio, pero si era verdad que había perdido la cordura, podría salir volando y tendríamos que volver a buscarle.

“Aguanta, Elysio,” le dije. “Te voy a llevar con Lucerna.”

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