Estábamos sentados en un árbol del Bosque
Triturado. Alpin y yo.
Alpin estaba aburrido y yo estaba intentando
pensar en algo que le distrajese sin causar nuevos problemas. Y estaba
bloqueado y no se me ocurría nada.
“Creo que está feo que tú no hagas nada por
tu primo Epón. Ya ni siquiera tiene la compañía de las yeguas. Probablemente
esté sentado solico en la cima de su montaña carcomiéndose el alma.”
“Él lo quiere así.”
“Pues yo sigo pensando que está feo por tu
parte. Deberías llamar a los loqueros y que se lo lleven con una camisa de
fuerza si es necesario a un sanatorio. Tú no sueles tirar la toalla, Arley.
¿Por qué no avisas al Dr. Freud? ¿Acaso no quieres que Epón esté entre
nosotros? ¿Temes que brille más que tú si se cura? ¿O es que te da miedo que os
avergüence a ti y a tu familia? La gente
todavía está hablando sobre él, aunque ahora las malas lenguas están divididas.
La mayoría ya no cree que Epón es hijo de tu madre.”
“Di que eres parte de esa mayoría, ****
niñato, o te abraso vivo.”
La persona que dijo eso era, por supuesto, mi
tío Fuegovivo. Apareció ante nosotros con su caballera en llamas que
rápidamente apagó para no provocar un incendio en el bosque. Su pelo se volvió
normal otra vez, pero seguía recordando llamas.
“Por supuesto que lo soy,” dijo Alpin. “Yo
mismo he oído decir al papá de Arley que él era demasiado gallina para gastar
una broma como la de tú-amas-a-un-asno a su mujercita. Y demasiado celoso
también. ¿Qué? ¿Ya estás contento?”
“Si no lo estuviese te estaría asando en un
palo como la ****gallina que tú eres.”
Yo estaba pensando cómo podía alejar a Alpin
de mi tío antes de que aquel ambiente se caldease más. Pero Tito Fu habló antes
de que yo pudiese decir palabra.
“Venid conmigo. Los dos.”
Y antes de que alguien dijese algo más, el
tío nos transportó al hogar de Epón. El establo seguía ahí, y también el
corral. Pero este último ahora estaba vacío. No había rastro de las figuras de
cera tampoco. Ni de Epón.
“Tu padre me ha pedido que construya una muralla
de hierro impenetrable alrededor de este lugar para que no se acerquen a Epón
los lobos depredadores que tanto teme, al no estar protegido por una manada. Y
también tendría que hacer el lugar invisible. Pero no estoy aquí para eso.
Tengo una idea mejor.”
“¿Qué clase de idea podría ser mejor?”
preguntó Alpin. “¿Inmolarás a Epón en su establo y pondrás fin a toda esta
miseria de una vez por todas?”
Títo Fu no se molestó en contestarle. Empezó
a gritar, “¡Epón, aprendiz de borrico! ¡Sal de donde estés, tarado!”
Cuando Epón salió del establo arrastrando sus
pies, el tío le dijo que tenía planes para él.
“¿Un cambio de residencia? ¿Me mandarás al
infierno o entre los humanos? No sé si quiero eso,” dijo Epón.
“Claro que no lo quieres, so tonto. Eso no lo
quiere nadie. Y no me confundas con Pedro Botero, que estoy harto de que me
tomen por quién no soy. Yo no tengo contacto alguno en el infierno y no podría
mandarte ahí aunque quisiera. Y hace falta el **** voto de más de una persona
para enviar a alguien a tomar por saco entre los *****humanos. ¿Entonces a
donde te voy a llevar? Lo verás en cuanto lleguemos.”
Y de pronto los cuatro estábamos de pie en la
galería que rodea la morada del mi Abuelo Aeterno.
“¿Aeterno me quiere ver?” preguntó Epón,
maravillado.
“Ni lo sueñes, desgraciado. Lo último que
querría mi padre es verte a ti, así que no pienses que eres importante para él.
Pero se va a enterar de quién eres. Ya lo creo que sí. De eso me ocupo yo. Vas
a aparecer en primera plana en todos los periódicos. Verás, los burros no
quieren ni que te les acerques. En este mundo ellos son todos libres y se pasan
la vida mordisqueando violetas en campos de primavera eterna. No trabajan salvo
para hacerle un favor a alguien y ese alguien no vas a ser tú. Así que olvídate
de soñar con convertirte en un asno entre asnos y enfréntate a la cruda
realidad de que estás solo, mierdecilla.”
“Tito, no lo aguanto más. No le hables así a
Epón,” dije yo. “No está bien.”
“¿Por qué? ¿Acaso miento?”
“Es que al decirle esas cosas es como si él
no pudiese ponerle remedio a sus problemas y sí que puede.”
“Ya lo creo que puede. ¿Tú sabes para qué
sirven los que son como este? Para convertirse en héroes. Da un paso al frente
y baja de aquí al jardín, Epón. Y ponte a tarascar las flores de invierno que
tan valerosamente florecen en este jardín sin par, loco de ******. Hazlo. Mira, las
hay por todas partes. Por encima y por debajo de la nieve.”
Era cierto. El jardín estaba cuajadito de
flores invernales.
“¡Pero Botolfo las habrá envenenado!” exclamé
yo.
“Y verás como cuando caiga fulminado este
infeliz, Botolfo tendrá –¡¡¡por fin!!! –
que dejar estos jardines. Y los habremos recuperado para nosotros. ¿Qué? ¡Victoria!
¿No ves cómo estoy matando dos pájaros de un tiro?”
Yo estaba horrorizado y así lo dije.
“No te preocupes, Arley. Ni este loco va a
ser tan tonto como para hacer lo que sugiere tu tito,” se burló Alpin.
“¡Hazlo ya!” gritó Tito Fu, pegándole un
empujón a Epón que le bajo al jardín.
Yo le tiré del brazo a Epón, que estaba
todavía a nuestro alcance, y le volví a subir a la galería.
“No, Arley,” dijo mi tío. “No tenemos tiempo para titubeos.
Él tiene que hacerlo ahora. Yo no sé dónde el pusilánime de tu Tito Gen
encuentra tiempo para llover o nevar sobre estos jardines, desintoxicándolos
dos veces al día, pero lo hace. Epón tiene que comer antes de que Gen vuelva a
limpiar este lugar.”
“Estoy pensando que a lo mejor sí que quiero
hacer esto,” Epón me dijo a mí. “Así que no te metas, primo.”
“¡Claro que quieres!” Tito Fu le animó a
Epón. “¡Conocerás el sonido de la tumultuosa trompeta de la fama durante un día
o dos! Y no creo que vayas a morir,
porque ya se ocupará alguien de salvarte la vida. Arley mismo, por ejemplo.
Venga, Arley, sólo tienes que esperar hasta que Epón esté al borde de palmarla
y mientras yo voy a filmar este drama. Entonces apareces tú y te filmamos
rescatándole. Mandaremos lo filmado a las no tan caballerosas personas de la
prensa amarilla. Verás el lío que se arma.”
Yo intenté razonar con Epón y con Tito Fu,
diciendo que Epón podría caer en un estado comatoso que podría durar para
siempre. Lo de morirse es difícil para las hadas, pero esto otro sí que ha
sucedido con cierta frecuencia. Pero Tito Fu dijo que de pasar eso, Epón se
convertiría en un mártir para la causa contra Botolfo. Levantaríamos un
monumento en ese mismo jardín, un gran túmulo, y guardaríamos ahí su cuerpo
durmiente y todo el mundo iba a querer venir a poner flores en ese monumento y
Botolfo no iba a poder negar la entrada a nadie, porque si no le echase Aeterno
de una vez, la gente llegaría hasta aquí reunida en tropel, venga a venir y
venga a venir hordas, porque menuda es la indignación pública cuando uno sabe
manipularla. Claro que una vez que Aeterno hubiese expulsado a Botolfo, la
popularidad de Epón decaería, pero nosotros siempre vendríamos a ponerle flores
una vez al año.
“Claro,” dijo Alpin. “Yo ya veo esto claro.
Todos los niñitos que van a poder venir a jugar aquí, generación tras generación,
mantendrán decorada tu tumba, Epón, con primor y sus delicadas manitas. Dulce y decoroso es-”
“¿Te quieres callar, Alpin?” grité yo. “¡Tú
no sabes a lo qué le estás incitando!”
“¿Pero por qué no quieres darle a este ser insignificante
la posibilidad de hacer algo importante para el mundo de las hadas, Arley?” me
preguntó Tito Fu.
“¡Por que le puede ir mejor! Ya encontraremos
algo bueno que pueda hacer que no le destroce la vida.”
“¡No se hablé más!” grito Epón. “¡Lo voy a
hacer!”
Y saltó al jardín. Se puso a cuatro patas y
comenzó a mordisquear las rosas de eléboro navideñas que crecían en el jardín,
y también el brezo invernal.
“¡Detente!” grité yo bien fuerte, mientras
Alpin se tronchaba de risa y el tito intentaba filmar aquello.
Entré de un salto en el jardín y cogí a Epón
de un brazo. Él le pegó un mordisco al mío. “¡Ayyyyyyyy” grite yo, que el
mordisco de un hombre que se cree un burro no es para menos, y Epón se puso a
rebuznar como un loco. Yo volví a saltar a la galería cuando se abrió una
ventana del piso de arriba y se asomó el Abuelo Aeterno preguntando, “¿Pero qué
está pasando ahí abajo?”
“¡******* ***!” siseo Tito Fu. “¿Por qué has tenido que
intervenir tan pronto, Arley?”
“¡BOTOLFO!” gritó el abuelo. “¡BOTOOOOOOLFO!”
El gnomo, muy mal encarado, apareció frente a la ventana.
“¿Y ahora que se te antoja?” gruñó Botolfo a
mi abuelo.
“Todavía no lo sé,” dijo el abuelo. “¿Quién
es ese que está acabando con mis rosas?”
Yo le informé al abuelo que ese era Epón,
hijo de Lucerna, y que no estaba bien de la cabeza.
“¿Pero por qué se está cargando mi jardín? ¿Qué
razón hay para que esté aquí?”
Yo no quería contarle al abuelo el plan del
tito, así que tartamudeando dije, “Él…es que…él no tiene un lugar decente…eso…
en el que vivir, y le gustan las flores, así que…. cuando ha visto este
jardín…por favor, haz que deje de comérselas. Pero hazlo amablemente, por
favor, abuelo.”
El abuelo se volvió al gnomo y le preguntó muy dulcemente. “Dime, Botolfo, ¿has envenenado mi jardín?”
“¡Por supuesto!” rugió Botolfo, como si la
duda le ofendiese.
“Pues dale a esa pobre criatura lo que sea
que te tomas tú para no envenenarte cuando aplicas venenos. Ten paciencia con
él, porque va a ser tu ayudante. Puedes usarlo como mozo de alerta o lo que
haga falta. Deja que viva en el refugio que hay junto a tu casa.”
“¡Tú sabrás lo que haces, jefe!” dijo
Botolfo, y se llevó a Epón del brazo.
“He sido amable, ¿no?” me dijo el abuelo
desde arriba.
“Supongo que sí,” dije yo.
“¡Bien!” dijo el abuelo, y se retiró hacia
dentro y cerró la ventana.
“¡Será cínico!” espetó Tito Fuegovivo. “No sé
cómo lo hace este hombre, pero siempre consigue que todo vaya a peor.”
“¿Tú crees que Epón va a poder trabajar aquí?
Quiero decir, puede que no se entienda con Botolfo.”
“¡Uy, sí que se entenderá!” dijo Tito Fu. “Puedes
apostar tu **** que le va a encantar vivir aquí. ¿Tú crees que tu abuelo no
sabe lo que hace? Queríamos largar a un loco del jardín y ahora tendremos dos ocupados
en emponzoñarlo. ¡******! ¡******! ¡Y requete******! ”
El tito estalló en llamas y yo me asusté.
“¡No te pongas así, tito, que te vas a
consumir!” le dije.
El tito dejó de arder.
“El que va a jurar en arameo cuando se entere de esto es tu tío Gen.”
“Mirémoslo así, al menos de momento: le has
encontrado un hogar y un trabajo a Epón. Uno que tú crees que le va a gustar. Y
no has tenido que molestarte en construir el muro de hierro ese que le iba a aislar. Quizás no lo
hayas hecho tan mal.”
“¡Bah!” dijo el tito. “Oye, ¿quieres que te
cauterice esa herida?”
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