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domingo, 15 de enero de 2023

223. Dulce voz de sirena

223.  Dulce Voz de Sirena

Fui al pub de la Sirena Celosa. Siempre está abierto hasta muy pasado el amanecer. Hasta se puede desayunar ahí. Me puse a conversar con Lira de esto y aquello y pregunté cómo les iba a sus hijos. La hija mayor de Finbar y Lira se llama Marina, acaba de cumplir veinte años y les salió muy guapa, con una cabellera como el sol y una voz como la miel. Los criticones dicen que es demasiado ancha de hombros, como lo son muchas nadadoras, pero la verdad es que es imponente. 

“¿Y dónde exactamente está la escuela de sirenas y sirenos de Marina?” le pregunté tan casualmente como pude a Lira.

La sirena celosa estaba encantada de hablar de esto. Estuvimos de palique un rato más, yo preguntando por cada uno de sus hijos e hijas para que no se notase lo que realmente me interesaba.

Y después me dirigí a la costa. La escuela, llamada Dulce Voz de Sirena,  estaba en un paseo marítimo. Era un edificio pequeño y blanco que parecía un pastelito. Marina se sorprendió un poco de verme, pero me recibió con amabilidad.

Una vez más yo hablé de trivialidades hasta que surgió la oportunidad de preguntar si algunas o algunos de sus alumnos llevaban tapones para poder nadar en las grandes profundidades. Yo creía que ella enseñaba a nadar a hadas que querían la experiencia de ser como sirenas. No todas las hadas saben nadar, y menos en las profundidades. Yo tengo suerte, porque se me da bien, aunque hace tiempo que no lo hago.

“No sé por qué la gente se cree que yo enseño a los vagos de playa a convertirse en gentes de mar. Lo que yo enseño es a utilizar bien la voz. Como modularla para hablar bien, como cantar tan dulce y cautivadoramente como las sirenas.”

“¡Ay!” pensé. “He perdido el tiempo.”

 “Pero sí que vendo tapones para los oídos en la tiendecita de la escuela. Algunos de mis alumnos y alumnas tienen voces tan chillonas o tan retumbantes que sus familias no soportan escucharles cuando ensayan en casa. Así que compran tapones para los sufridores.”

“¡Alegría sin fin, el tesoro hallado al fin!” pensé.

Antes de que Marina me pudiese preguntar porque había mencionado los tapones, la pregunté que más vendía en la tienda. Y luego pedí ver la tienda. Y entonces allí compre como cincuenta cosas que no iba a necesitar en la vida, haciendo como que me maravillaba todo lo que había allí, especialmente los suvenires hechos de conchas con forma de corazón.

“Deberíamos vernos más a menudo,” dijo ella, cuando yo me estaba despidiendo. “Mis alumnos van a dar un recital en el auditorio de Isla Manzana el día de San Valentín.”

Prometí asistir al recital. Creo que Marina se pensó que yo hacía todo esto porque estaba quedado con ella, y que ella estaba haciendo planes para enrollarme con una de sus hermanas menores, porque yo no la interesaba, pero a las de mi edad, podría ser. Esto de que quieran ligar disimuladamente con ella personas tímidas le debe pasar mucho a Marina. En cuanto a mí, tiempo tendría yo para preocuparme por cosas así cuando fuese al recital.

Cuando llegué a casa, quise volcar todo lo que había en mi mochila en mi cama, pero vi que allí ya había algo. Concretamente, como  cincuenta cajitas de tapones para los oídos.

Así que mi siguiente preocupación era saber quién las había puesto ahí. ¿Se estaría burlando de mí el abuelo? ¿Sabía Henny que yo había intentado robarle?

Afortunadamente para mí, no tuve que perder mucho tiempo elucubrando. Escuché unos golpecitos en la ventana y cuando me volví para ver de qué iban, ahí estaba Vicentico. Abrí la ventana para que entrase y él voló hasta mi cama.

“Fuiste demasiado honrado para llevarte los tapones,” me dijo. “Así que nosotros los hemos mangado para ti. No te preocupes. No pensamos que eres un gallina. Solo un novato. Y hemos dejado el monóculo encima de las cajitas para que lo vea Henny nada más abrir el arcón. Claro que puede que no lo abra jamás. Pero ahí ha quedado.”

Yo no tenía valor para decirle a Vicentico que esto era lo último que yo quería. Le di las gracias profusamente y él se fue muy orgulloso de lo que él y los suyos habían hecho por mí.

Procedí a volcar el contenido de mi mochila en la cama, y tras hacerlo, comencé a llenar la mochila otra vez, ahora solo con todos los tapones, tanto los que compré, como los que habían mangado los hojitas. Mi plan era darle al abuelo los comprados y volver a colarme en la apoteca, devolver los robados a su lugar y llevarme el monóculo. Si es que Henny ya no estuviese al loro de lo que estaba sucediendo, claro.

Pero entonces alguien llamó a la puerta de mi cuarto y yo fui a abrirla y allí estaba mi Abuela Divina.

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