Fui al pub de la Sirena Celosa. Siempre
está abierto hasta muy pasado el amanecer. Hasta se puede desayunar ahí. Me
puse a conversar con Lira de esto y aquello y pregunté cómo les iba a sus
hijos. La hija mayor de Finbar y Lira se llama Marina, acaba de cumplir veinte
años y les salió muy guapa, con una cabellera como el sol y una voz como la
miel. Los criticones dicen que es demasiado ancha de hombros, como lo son
muchas nadadoras, pero la verdad es que es imponente.
“¿Y dónde exactamente está la escuela de sirenas
y sirenos de Marina?” le pregunté tan casualmente como pude a Lira.
La sirena celosa estaba encantada de hablar
de esto. Estuvimos de palique un rato más, yo preguntando por cada uno de sus
hijos e hijas para que no se notase lo que realmente me interesaba.
Y después me dirigí a la costa. La escuela,
llamada Dulce Voz de Sirena, estaba en un paseo marítimo. Era un edificio
pequeño y blanco que parecía un pastelito. Marina se sorprendió un poco de
verme, pero me recibió con amabilidad.
Una vez más yo hablé de trivialidades hasta
que surgió la oportunidad de preguntar si algunas o algunos de sus alumnos
llevaban tapones para poder nadar en las grandes profundidades. Yo creía que
ella enseñaba a nadar a hadas que querían la experiencia de ser como sirenas.
No todas las hadas saben nadar, y menos en las profundidades. Yo tengo suerte,
porque se me da bien, aunque hace tiempo que no lo hago.
“No sé por qué la gente se cree que yo enseño
a los vagos de playa a convertirse en gentes de mar. Lo que yo enseño es a
utilizar bien la voz. Como modularla para hablar bien, como cantar tan dulce y
cautivadoramente como las sirenas.”
“¡Ay!” pensé. “He perdido el tiempo.”
“Pero
sí que vendo tapones para los oídos en la tiendecita de la escuela. Algunos de
mis alumnos y alumnas tienen voces tan chillonas o tan retumbantes que sus familias
no soportan escucharles cuando ensayan en casa. Así que compran tapones para
los sufridores.”
“¡Alegría sin fin, el tesoro hallado al fin!”
pensé.
Antes de que Marina me pudiese preguntar
porque había mencionado los tapones, la pregunté que más vendía en la tienda. Y
luego pedí ver la tienda. Y entonces allí compre como cincuenta cosas que no
iba a necesitar en la vida, haciendo como que me maravillaba todo lo que había
allí, especialmente los suvenires hechos de conchas con forma de corazón.
“Deberíamos vernos más a menudo,” dijo ella,
cuando yo me estaba despidiendo. “Mis alumnos van a dar un recital en el auditorio
de Isla Manzana el día de San Valentín.”
Prometí asistir al recital. Creo que Marina
se pensó que yo hacía todo esto porque estaba quedado con ella, y que ella estaba
haciendo planes para enrollarme con una de sus hermanas menores, porque yo no
la interesaba, pero a las de mi edad, podría ser. Esto de que quieran ligar
disimuladamente con ella personas tímidas le debe pasar mucho a Marina. En cuanto a mí, tiempo
tendría yo para preocuparme por cosas así cuando fuese al recital.
Cuando llegué a casa, quise volcar todo lo
que había en mi mochila en mi cama, pero vi que allí ya había algo.
Concretamente, como cincuenta cajitas de
tapones para los oídos.
Así que mi siguiente preocupación era saber
quién las había puesto ahí. ¿Se estaría burlando de mí el abuelo? ¿Sabía Henny
que yo había intentado robarle?
Afortunadamente para mí, no tuve que perder
mucho tiempo elucubrando. Escuché unos golpecitos en la ventana y cuando me
volví para ver de qué iban, ahí estaba Vicentico. Abrí la ventana para que
entrase y él voló hasta mi cama.
“Fuiste demasiado honrado para llevarte los
tapones,” me dijo. “Así que nosotros los hemos mangado para ti. No te
preocupes. No pensamos que eres un gallina. Solo un novato. Y hemos dejado el
monóculo encima de las cajitas para que lo vea Henny nada más abrir el arcón.
Claro que puede que no lo abra jamás. Pero ahí ha quedado.”
Yo no tenía valor para decirle a Vicentico
que esto era lo último que yo quería. Le di las gracias profusamente y él se
fue muy orgulloso de lo que él y los suyos habían hecho por mí.
Procedí a volcar el contenido de mi mochila
en la cama, y tras hacerlo, comencé a llenar la mochila otra vez, ahora solo
con todos los tapones, tanto los que compré, como los que habían mangado los
hojitas. Mi plan era darle al abuelo los comprados y volver a colarme en la
apoteca, devolver los robados a su lugar y llevarme el monóculo. Si es que
Henny ya no estuviese al loro de lo que estaba sucediendo, claro.
Pero entonces alguien llamó a la puerta de mi
cuarto y yo fui a abrirla y allí estaba mi Abuela Divina.
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