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miércoles, 18 de enero de 2023

225. Negociador

 


225. Negociador

La persona que nos vio juntos fue Tito Gen. Estaba nevando suavemente sobre el jardín del abuelo. Epón duerme de día.

“Hola, Mamá. Arley, quiero hablar contigo.”

“¡Deja en paz a mi nieto!” le gritó mi abuela, obviamente sin intención de consentir que hablásemos. “Y deja de nevar en el jardín. Cuando llegue la primavera y se derrita la nieve, este lugar se va a convertir en un pantano. Se tragará mi casa. Y yo no quiero ser la reina de las ranas.”

“La fauna se ha ido de aquí, Mamá. No hay pájaros en los árboles, ni topos que hagan agujeros, ni conejos que se coman las plantas. No creo que haya ranas tampoco.”

La abuela se puso a regañar a Tito Gen por armar ruido por las noches.

“Mamá, yo no soy el responsable de la trompeta. No le di la rompetímpanos cananea esa al hijo de Lucerna. Y tampoco puedo quitársela a Epón, porque le partiría el corazón.”

Dijo que él  no había provocado ninguna tormenta antes de que Epón le provocase a él tocando la trompeta. Y que intentaría no volver a hacerlo a no ser que le tocasen mucho las narices, que ya hacía bastante aguantando que le tocasen la trompeta.  

“Vale,” dijo la abuela. “Estás siendo un pelín razonable. Puedes hablar con mi nieto. Pero no oses liarle en una sábana, que no quiero que participe en esta guerra. Le he dicho exactamente lo mismo a tu padre. Este niño y yo somos neutrales. Y queremos seguir siéndolo.”

“Vale. Es ficha tuya. Lo respeto.”

“¡Qué no! ¡No lo queréis entender! ¡Qué es neutral porque es independiente!”

Tito Gen no insistió en que los independientes también son un colectivo, por mal organizados que estén. Se limitó a prometer no intentar alistarme y la abuela se fue. ¿Y adivinas qué, querido lector?

El tito sacó una caja de tapones de la nada y me la entregó.

“La dichosa trompetita me pilló por sorpresa. Sólo estallé porque creía que la trompeta era idea de tu abuelo. Pensé que él se había creído que me iba a ahuyentar con ese ruido. Pero ahora ya me he enterado de que no ha sido Papá. La gente que vive aquí no tiene por qué aguantar esto. Llevan siglos trabajando para Papá y viviendo aquí. No sabrían dónde ir si  quisiesen largarse. Nunca le han hecho daño a nadie, solo bien. Dale estos tapones a Aeterno el  Soberbio y dile que los comparta con sus vasallos. Pero bajo ningún pretexto debes decirle que yo te los di. Porque igual no los acepta. No lo estoy haciendo por él. Lo hago por su gente. Si no los acepta él, ellos tampoco querrán.  Incondicionales suyos, son la clase de gente que se hunde con el barco porque el capitán es idiota y quiere hundirse con él y ellos no quieren abandonarle, en lugar de cogerle por los pelos y arrastrarle a tierra. Lo hago porque nadie debería tener que escuchar ese ruido infernal. ¿Sabes qué? Cuando vengo por aquí por la noche, yo también llevo tapones.”

“La ha fabricado Fu y la entrega la hizo Henny. ¿Es así?”

Pregunté para estar seguro antes de actuar. El tito asintió con la cabeza.

“La fabricó Fu, pero el encargo lo hizo Henny, para regalársela a Epón. Pero tú no digas nada.”

“No. Pero me parece que el abuelo ya lo sabe.”

“Ese sabe todo menos retractarse. Seguro que no le quitó la trompeta a Epón en cuanto se la dieron para pegarme un susto a mí.”

Y yo entré en casa del abuelo para entregarle tapones.

No estaba en casa. Tuve que ir a su campo de golf. Y allí tuve que esperar a que dejase de jugar para tomar un aperitivo en el bar. Interrumpirle no hubiese sido buena idea.

“Gracias, mi buen nieto,” dijo cuándo le di tres cajas de tapones. “Has hecho bien en traer muchos. Esto lo voy a compartir con mi gente. Y no se sabe lo que van a durar los disturbios. Por cierto, dejaste el monóculo en la apoteca?”

“Allí quedó,” dije yo. “Aunque no sé si lo habrá visto Henny.”

“Ya lo verá. ¿Qué quieres tomar? Rhabarbarum,” le dijo el abuelo al lar que regenta el bar del club del abuelo,  “Esté es mi nieto bueno. Me place, cosa nada fácil. No sé si habrá venido por aquí antes. ¿No le has visto nunca? Pues ahora le verás con frecuencia. Le voy a enseñar a jugar al golf.”

“¿Así, sin preguntarme si quiero aprender, Abuelo?” dije yo sonriendo.

“Claro que quieres. No seas impertinente tú también.”

Mientras tomábamos el aperitivo, yo decidí quejarme porque no me había dicho lo que significaba el monóculo cuando me mandó a la apoteca con él.

“Creí que lo cazarías al vuelo, pero bueno, no está mal. Al final lo has entendido. ¿Te lo ha dicho alguien o fue cosa tuya?”

“Me di cuenta cuando iba a depositar el monóculo ahí. Pero no estaba seguro de que quería que me utilizases para amenazar a Henny.”

“¿Amenazarle? ¿Yo? ¿Cómo si fuese un pandillero?”

“Él iba a saber que tú mandaste el monóculo, para decirle que lo sabías todo y que en su tienda podía entrar cualquiera y hacer ahí lo que le diese la gana.”

“¡Madre mía! ¡Yo amenazando con destrozar un local! No, nietecito, no. Menudo concepto tienes de tu abuelo. Lo que quise decir con el monóculo era que sí, sabía que había sido él el responsable de la entrega de la trompeta, y que no iba a hacerle nada, pero me debía unos tapones. El allanó mi parque, y eso me permitía a mí allanar su apoteca. Nada de romper nada. Bueno, él a nosotros casi nos rompe los tímpanos, si queremos ser exactos. Todavía puede que ocurra. Si te nombrásemos árbitro, Arley, ¿a quién le darías la razón? ¿A tus tíos o a tu pobre abuelito?”

“No tiene fácil arreglo este asunto, porque nadie parece saber ceder. Si fuese juez, tendría que aplicar la ley y como  propietario de ese parque…”

Se me iba a notar que había estado hablando con la abuela por lo de decir parque. Todos los demás decían jardín. Empecé otra vez.

“Pues verás. Como propietario, tú decides quién entra y quién sale de ese lugar. Y hasta puedes hacer detener a los intrusos, solo que nosotros no tenemos cuerpo de policía, así que tú tendrías que convertirles en estatuas de piedra o algo así, y estarías en tu derecho siempre que dejases las estatuas in situ, decorando el jardín y funcionando como advertencia a los intrusos. Pero tú no le harías eso a tus hijos.”

“Ganas no me faltan. Así que me das la razón.”

“No he terminado. Corres un riesgo si eres dueño de algo peligroso. Como propietario también eres responsable de lo que ocurre dentro de tu jardín. Nuestras costumbres dictan que puedes tener ahí dentro lo que quieras, hasta un envenenador desquiciado. Pero si se te cuela gente que ignora que la entrada está prohibida y les sucede algo, tendrías que responder por no advertirles a tiempo de los peligros.”

“Todo el mundo sabe que hay un envenenador en mi jardín. Es vox populi.”

“La abuela no lo sabía cuándo organizó la búsqueda de huevos de Pascua. Y los invitados tampoco. Botolfo no avisó a nadie que iba a fumigar esa mañana. Pero tú no debiste darle carta blanca. Podrían pedirte una indemnización por daños y perjuicios.”

“Todo ese daño ya se compensó en su momento. Me sigues dando la razón a mí.”

“Yo no. Te la da la ley.”

“¡Ah! ¿Y tú que dices?”

“Que también existe la opinión pública. La opinión de Tito Gen, por ejemplo, es que nos esforzamos por sacar de nuestro entorno a los que no saben convivir con nosotros y tú estás dando un ejemplo pésimo al proteger a un envenenador, cuando deberías ser el primero en dar buen ejemplo.”

“Ya empezamos. ¿Tú estás de acuerdo con él?”

“Yo quiero pensar que tú tienes tus razones para proteger a Botolfo. Pero queda muy feo que tus hijos y tus nietos no puedan jugar en el jardín de tu casa. Puedes llevarte a Botolfo a otra parte. Tú puedes.”

“Y ellos tienen el mundo entero para jugar en él.”

“Pero la gente te juzga y habla mal de ti. Te ponen verde. Porque tú eres su padre y su abuelo, y no apoyas a tu familia.”

“Ya te he dicho que te enseñaré a jugar al golf. Pero aquí. No en el jardín de mi casa.”

“Esto tiene mal arreglo,” dije yo. “Aplicando la ley nadie quedaría contento. Ni siquiera tú.”

“¿Y qué otra opción hay?”

“Un arreglo amistoso.”

“¿Y en qué consistiría?”

“En que alguien ceda.”

“¿Yo, por ejemplo?”

“No va a ser Botolfo. ¿Verdad? Está loco. Él no dejará nunca de envenenar el jardín. Y es muy borde.”

El abuelo se río.

“Yo, más.”

“Pues alguien tendría que hablar con Botolfo,” dije yo.

“Yo, no. ¿Lo quieres hacer tú?”

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