227. Bregando con sorpresas
“Ve al jardín antes de que salga la luna,”
dijo el abuelo. “Y lleva estos amuletos contigo.”
Me dio un llavero del que colgaban cinco
piedras, una de ellas bezoar, un hueso quemado y una espina de pez globo.
“Estos te protegerán de los siete venenos que
utiliza Botolfo para hacer que el jardín sea intransitable. Cuando te
encuentres con el gnomo, no empieces tú a negociar. Escucha lo que te vaya a
decir. Primero escucha lo que quiere y si suena razonable, tú se lo concedes. No
hagas la primera oferta tú.”
Almorcé con el abuelo y luego me fui al
jardín. Debían ser las cuatro de la tarde cuando llegué ahí. Miré al sol, y
parecía confirmar mi estimación. Sobrevolé el parque buscando a Botolfo, pero
no había ni rastro de él. Así que decidí intentar buscarle en la casita del
jardinero, pues suponía que viviría ahí. Tal vez estuviese durmiendo la siesta.
Me situé delante de la puerta de la casita y
llamé a Botolfo. No apareció. La puerta estaba abierta y yo entré en la casa.
Esperaba encontrar un desorden tremendo, tierra por todas partes, macetas y
maceteros rotos, bolsas de semillas y fertilizante y basura de tipo más
personal, como comida pudriéndose y platos sucios, pero el lugar no podía estar
más pulcro. No había mucho ahí dentro, solo unos pocos muebles. Una mesa,
cuatro sillas, una cama, una alacena y un ropero vacío. Un calendario a-un-tiempo-con-el-tiempo
colgaba en la parte interior de la puerta del ropero. Esa es la clase de
calendario que se renueva solo cada mes y cada año. Si tienes uno de esos, no
te hace falta cambiar de calendario cada año. Y además, apretando ciertos
botones, puedes ver cualquier fecha de cualquier año del pasado o del futuro. La
fecha de ese mismo día en el que estábamos destacaba por estar señalada con un
círculo. Y junto al ropero había cuatro maletas de piel de serpiente o de
cocodrilo.
Y entonces apareció Botolfo chillando
maldiciones.
“Estoy aquí para hablar,” intenté explicarle.
“No voy a causarte problema alguno.”
“¡Si te crees que vas a conseguir que me
quede, vas de ****! ¡En cuanto salga la luna, salgo yo por esa puerta y si os
he visto, no os conozco, niñato! Espero no veros nunca jamás, alimañas.”
“Sí que no me conoces. Y no sé si me has
visto alguna vez. No he pisado nunca el parque,” intenté explicarle. “Nunca me
he enfrentado a ti. ¿Pero qué has querido decir con eso de que te vas?”
“Estoy viendo un pañuelo en el ropero. Se me
habrá pasado por alto empacarlo. ¿Te importaría pasármelo?” dijo Botolfo
cambiando de pronto de tono.
El ropero, enorme y de madera, estaba a mis
espaldas. Me volví y vi el pañuelito y antes de que pudiese cogerlo, Botolfo me
empujó dentro del ropero y trancó la puerta detrás de mí.
“¿Y esto por qué?” grité yo. “¡Abre ahora
mismo!”
Vaya que si lo intenté, pero no había manera
de salir del ropero. Debía llevar encima más hechizos de clausura que los
recopilados en el Libro de Nudos. Y yo no podía pedir socorro, porque mi bola
de cristal estaba en mi mochila, y mi mochila en el suelo, fuera del ropero.
“Esto porque ni tú ni nadie va a evitar que
yo me vaya. No sé cuántas lunas he estado aquí, cuidando de esa porquera de
jardín, pero antes de que Aeterno trastocase mi memoria y me hiciese olvidar
ciertas cosas, yo marqué en un calendario el día que volvería a ser libre. Y
hoy es ese día. Y saldré por la puerta en cuanto salga la luna.”
“¿Pero a dónde vas?”
“A la isla de las serpientes. Queimada
Grande, en Brasil. Pero ni se te ocurra perseguirme allí. No va a haber manera
de hacerme volver. Se acabó para siempre lo de trabajar aquí.”
“En primer lugar, no puedo perseguir a nadie
porque me has encerrado en el ropero. Y en segundo lugar, vine para pedirte que
te fueses.”
“No me importa a que viniste. Pero no vas a
poder salir del ropero hasta que salga el sol mañana por la mañana. Yo estaré
al otro lado de la barrera mortal para entonces.”
“¿Podrías por lo menos decirme de que va
esto? ¿Qué te ha hecho optar por irte? ¿La trompeta, o es que me he perdido
algo?”
“Pues te lo voy a contar, ya que tengo tiempo
para hacerlo. Y porque así te enterarás de qué clase de **** de **** es tu
líder.”
“¿Mi líder? ¿Te refieres a mi abuelo? ¿Aeterno?”
“El mismo que viste y calza. Me voy a sentar
aquí al lado del ropero y voy a esperar a que la luna salga. Pero no puedo
contarte todo lo que ha habido, solo las partes que puedo recordar.”
Le oí tirar de una silla. La debió colocar
junto al ropero, y tras sentarse se puso a hablar.
“Hace cientos de lunas el muy estupendo
Aeterno cayó en una de las trampas que yo por aquel entonces tendía para
incautos. No te puedo decir cuál, ni de que iba, ni como pasó esto. Todo eso él
lo ha borrado de mi memoria porque se sentía avergonzado de haber sido tan
torpe. De saberse eso, la gente se hubiese reído de él. No podía salir de la
trampa igual que tú no puedes salir del ropero. Le tenía en mis garras y
entonces él sugirió que nos jugásemos su libertad. Así que hicimos un pacto
complicadísimo estipulando lo que cada uno podría ganar o perder. Y entonces
jugamos a piedra-papel-tijera.”
“¿Mi abuelo se jugó su libertad a
piedra-papel-tijera?”
“Me privaba ese juego. Yo siempre formaba una
roca cuando jugaba. Me encantan las rocas. Pero tu abuelo siempre forma papel.”
No me molesté en decirle al gnomo que no
sueles ganar si siempre formas el mismo objeto y tu oponente sabe que eso vas a
hacer. Que supongo que fue lo que ocurrió.
“Jugamos tres veces. Tu abuelo ganó las tres
veces. Primero, yo prometí soltarle. Segundo, prometí trabajar en su jardín
durante un número fijo de lunas, y finalmente, prometí dejarle borrar de mi
memoria cualquier cosa que pudiese dejarle en ridículo ante su pueblo. Sé que
le hice parecer tonto, pero no me acuerdo cómo, y nada puedo demostrar. No
tengo pruebas de ello. Es su palabra contra la mía. Así que no merece la pena
hablar de esto. Es mejor olvidarlo del todo ahora que voy a poder.”
“Yo te creo,” dije yo. “Esto explica un
montón de cosas.”
“Cuando empecé a trabajar en el jardín, tuve
un encontronazo con los hijos de Aeterno. No me dejaban trabajar como está
mandado. Así que decidí envenenarles.”
“Pues claro. Eso tendría que haberte sacado
de aquí.”
“Pero su padre no podía expulsarme, porque
rompería nuestro pacto, y si lo hiciese, mis recuerdos me volverían. Los que le
dejarían en ridículo delante de los suyos.”
“¡Vaya historia!”
“Así que me obligó a quedarme aquí trabajando
en su jardín y se peleó con todo el mundo antes que hacer el ridículo. Dices
que este Aeterno es tu abuelo?”
“Sé que es una persona de difícil trato. Yo
también he tenido problemas con él.”
“Te quedas corto al decir eso,” dijo Botolfo.
“¿Entonces uno de esos demonios menores es tu padre? ¿Cuál?”
“¡Ninguno!” me alegró muchísimo poder decir.
“Soy hijo de Titania. Creo que ella no se llevaba tan mal contigo. Dice que la
dejabas organizar merienditas en el jardín y hasta ponías floreritos con
florecitas monísimas en la mesa.”
“Ya,” dijoBotolfo. “Mejor. Porque a sus
hermanos los odio. Todos ellos son odiosos. El sabelotodo lluvioso, el bruto
ventoso, el que parece que no hace más que dormir pero siempre se las arregla
para chinchar por lo bajo, el cantarín absolutamente impresentable que va
dejando malas hierbas por donde pisa, y el canijo chulito. Ese pequeñajo, el
menor, no medía ni un palmo aun y yo le gritaba que ni se atreviese a poner un
pie en mi jardín, y alzaba su piececito tembleque y lo plantaba dentro del
jardín. `¡Fuera!´ le gritaba yo, y él se reía y me chillaba `¡Fuera!´
de vuelta. De todo lo que yo le gritaba se hacía eco ese muñecón tentetieso
asqueroso. Y ahora que es un hombre lo sigue haciendo. Como le diga algo, no
veas como se pone.”
“Yo no soy así. Yo me parezco a mi madre,” le
dije al gnomo, con la esperanza de que me dejase salir del ropero. “¿Me podrías
dejar salir? Te prometo que no intentaré retenerte. Me alegra que vayas a ser
libre. ¡Ojalá lo pudieses haber sido antes!”
Hablamos durante un par de horas o así, pero
Botolfo era demasiado desconfiado para dejarme salir del ropero. Y de pronto
dijo que al fin había salido la luna y me dijo adiós y salió por la puerta. Sí
que me deseó suerte antes de irse, y me aseguró que sería libre al amanecer.
Antes de que eso ocurriese, antes de la medianoche, oí llover. Me imaginé que era Tito Gentillluvia, y le llamé, pero la trompeta de Epón empezó a sonar y él seguro que llevaba tapones. Y luego, pasada la medianoche, escuché una voz.
“¿Arley, estás en el ropero?"
“¿Abuelo? ¡Abuelo!” grité.
“Sí, soy yo. ¿Qué tal lo llevas?”
“Bien, considerando que llevo aquí encerrado
horas.”
“¿Estas experimentando la soledad del mando?”
“¿Qué si estoy experimentando el qué? Sácame
de aquí, abuelo, que no he hecho nada más que lo que me has pedido que haga.”
Yo estaba empezando a pensar que Botolfo no
se había ido a ninguna parte y que este encierro era parte de alguna
maquinación que tendría que ver con la guerra del abuelo.
“La soledad del mando,” dijo el abuelo. “Yo
he sufrido eso.”
“Yo no estoy liderando nada ni tampoco a
nadie, Abuelo. Si crees que he estado conspirando contra ti y liderando a tus
hijos conjurados, puedes estar seguro de que no hay nada de eso. Pregúntale a
la abuela. ¿Es que estás paranoico? ¡No lo quiera el hado!¡Sácame de aquí!”
“¿El gnomo te ha contado por qué ha trabajado
aquí tanto tiempo?”
“Me ha contado todo salvo lo que no recuerda.
Que es la mayor parte de este asunto. Así que no sé lo suficiente como para
poder hacerte daño, cosa que jamás te haría. No me dejes encerrado aquí para siempre.
No diré ni mu. ¡Venga, Abuelo, por favor!”
“¿Pero por quién me tomas? Me estas juzgando
mal otra vez. ¿Cómo puedes pensar que yo he hecho que el gnomo te encierre? ¿O
que mantendría a mi nieto favorito encerrado en un ropero?”
“¡Tú me mandaste aquí! Y ya sabías que Botolfo se iba a ir.”
“Escucha atentamente, niño. Hay que aprender
a bregar con las sorpresas que da la vida. Pero no vas a estar encerrado mucho
más tiempo. Saldrás antes de que salga el sol. Tus tíos están camino de aquí.
Querían consultarte sobre un plan descabellado de esos que tienen, y Gentillluvia
te buscó con su bola de cristal para ver si estabas despierto y disponible. Y
ha visto que estás encerrado aquí. Cree que Botolfo te ha secuestrado y que
ahora le van a poder, porque eso es muy gordo. Yo me he hecho invisible, y no
quiero que me oigan hablar contigo. En cuanto lleguen aquí y Fuegovivo se
cargue la puerta del ropero, debes decirles que tú convenciste al gnomo para
que se fuese. Quedó convencido y se fue, y entonces, al ir a salir tú de la
casa, tropezaste con el ropero, que te engulló. El gnomo no te encerró. Fue un
accidente. No digas que se fue porque le tocaba irse. Diles que le buscaste al
gnomo un empleo mejor en la isla de las serpientes. Le contaste como es
aquello, él se emocionó, y se fue para allá. Di que te escuchó porque eras la
única persona en toda su vida que se había dirigido amablemente a él. Pero ni
menciones el pacto entre el gnomo y yo. Y no digas que te mandé yo aquí.
Disfruta de la gloria de ser el hombre del momento. Eres mejor hombre que tus
tíos y hasta que tu abuelo. ¡Tú eres el héroe que por fin ha logrado echar al
envenenador del jardín!”
“¡ABUELO!”
grité yo, indignado.
“¡Sí, tuya será la gloria, pequeño! Para que
luego digan que no apoyo a mi familia.”
“¡SÁCAME DE AQUÍ!” le grité.
“Chist!”
Y entonces escuché en la no tan lejanía un
ruido. Era como si se acercase una manada de lobos hambrientos. La trompeta de
Epón sonó y paró de sonar repentinamente. Se oían sirenas, pero no de las
melodiosas. Y tiré del calendario que colgaba de la pared y lo metí en mi chaquetón para que mis tíos
no viesen el círculo alrededor del día de la liberación de Botolfo.
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