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sábado, 21 de enero de 2023

226. Bregando con sorpresas

 

227. Bregando con sorpresas

“Ve al jardín antes de que salga la luna,” dijo el abuelo. “Y lleva estos amuletos contigo.”

Me dio un llavero del que colgaban cinco piedras, una de ellas bezoar, un hueso quemado y una espina de pez globo.

“Estos te protegerán de los siete venenos que utiliza Botolfo para hacer que el jardín sea intransitable. Cuando te encuentres con el gnomo, no empieces tú a negociar. Escucha lo que te vaya a decir. Primero escucha lo que quiere y si suena razonable, tú se lo concedes. No hagas la primera oferta tú.”

Almorcé con el abuelo y luego me fui al jardín. Debían ser las cuatro de la tarde cuando llegué ahí. Miré al sol, y parecía confirmar mi estimación. Sobrevolé el parque buscando a Botolfo, pero no había ni rastro de él. Así que decidí intentar buscarle en la casita del jardinero, pues suponía que viviría ahí. Tal vez estuviese durmiendo la siesta.

Me situé delante de la puerta de la casita y llamé a Botolfo. No apareció. La puerta estaba abierta y yo entré en la casa. Esperaba encontrar un desorden tremendo, tierra por todas partes, macetas y maceteros rotos, bolsas de semillas y fertilizante y basura de tipo más personal, como comida pudriéndose y platos sucios, pero el lugar no podía estar más pulcro. No había mucho ahí dentro, solo unos pocos muebles. Una mesa, cuatro sillas, una cama, una alacena y un ropero vacío. Un calendario a-un-tiempo-con-el-tiempo colgaba en la parte interior de la puerta del ropero. Esa es la clase de calendario que se renueva solo cada mes y cada año. Si tienes uno de esos, no te hace falta cambiar de calendario cada año. Y además, apretando ciertos botones, puedes ver cualquier fecha de cualquier año del pasado o del futuro. La fecha de ese mismo día en el que estábamos destacaba por estar señalada con un círculo. Y junto al ropero había cuatro maletas de piel de serpiente o de cocodrilo.    

Y entonces apareció Botolfo chillando maldiciones.

“Estoy aquí para hablar,” intenté explicarle. “No voy a causarte problema alguno.”

“¡Si te crees que vas a conseguir que me quede, vas de ****! ¡En cuanto salga la luna, salgo yo por esa puerta y si os he visto, no os conozco, niñato! Espero no veros nunca jamás, alimañas.”

“Sí que no me conoces. Y no sé si me has visto alguna vez. No he pisado nunca el parque,” intenté explicarle. “Nunca me he enfrentado a ti. ¿Pero qué has querido decir con eso de que te vas?”

“Estoy viendo un pañuelo en el ropero. Se me habrá pasado por alto empacarlo. ¿Te importaría pasármelo?” dijo Botolfo cambiando de pronto de tono.

El ropero, enorme y de madera, estaba a mis espaldas. Me volví y vi el pañuelito y antes de que pudiese cogerlo, Botolfo me empujó dentro del ropero y trancó la puerta detrás de mí.

“¿Y esto por qué?” grité yo. “¡Abre ahora mismo!”

Vaya que si lo intenté, pero no había manera de salir del ropero. Debía llevar encima más hechizos de clausura que los recopilados en el Libro de Nudos. Y yo no podía pedir socorro, porque mi bola de cristal estaba en mi mochila, y mi mochila en el suelo, fuera del ropero.

“Esto porque ni tú ni nadie va a evitar que yo me vaya. No sé cuántas lunas he estado aquí, cuidando de esa porquera de jardín, pero antes de que Aeterno trastocase mi memoria y me hiciese olvidar ciertas cosas, yo marqué en un calendario el día que volvería a ser libre. Y hoy es ese día. Y saldré por la puerta en cuanto salga la luna.”

“¿Pero a dónde vas?”

“A la isla de las serpientes. Queimada Grande, en Brasil. Pero ni se te ocurra perseguirme allí. No va a haber manera de hacerme volver. Se acabó para siempre lo de trabajar aquí.”

“En primer lugar, no puedo perseguir a nadie porque me has encerrado en el ropero. Y en segundo lugar, vine para pedirte que te fueses.”

“No me importa a que viniste. Pero no vas a poder salir del ropero hasta que salga el sol mañana por la mañana. Yo estaré al otro lado de la barrera mortal para entonces.”

“¿Podrías por lo menos decirme de que va esto? ¿Qué te ha hecho optar por irte? ¿La trompeta, o es que me he perdido algo?”

“Pues te lo voy a contar, ya que tengo tiempo para hacerlo. Y porque así te enterarás de qué clase de **** de **** es tu líder.”

“¿Mi líder? ¿Te refieres a mi abuelo? ¿Aeterno?”

“El mismo que viste y calza. Me voy a sentar aquí al lado del ropero y voy a esperar a que la luna salga. Pero no puedo contarte todo lo que ha habido, solo las partes que puedo recordar.”

Le oí tirar de una silla. La debió colocar junto al ropero, y tras sentarse se puso a hablar.

“Hace cientos de lunas el muy estupendo Aeterno cayó en una de las trampas que yo por aquel entonces tendía para incautos. No te puedo decir cuál, ni de que iba, ni como pasó esto. Todo eso él lo ha borrado de mi memoria porque se sentía avergonzado de haber sido tan torpe. De saberse eso, la gente se hubiese reído de él. No podía salir de la trampa igual que tú no puedes salir del ropero. Le tenía en mis garras y entonces él sugirió que nos jugásemos su libertad. Así que hicimos un pacto complicadísimo estipulando lo que cada uno podría ganar o perder. Y entonces jugamos a piedra-papel-tijera.”

“¿Mi abuelo se jugó su libertad a piedra-papel-tijera?”

“Me privaba ese juego. Yo siempre formaba una roca cuando jugaba. Me encantan las rocas. Pero tu abuelo siempre forma papel.”

No me molesté en decirle al gnomo que no sueles ganar si siempre formas el mismo objeto y tu oponente sabe que eso vas a hacer. Que supongo que fue lo que ocurrió.

“Jugamos tres veces. Tu abuelo ganó las tres veces. Primero, yo prometí soltarle. Segundo, prometí trabajar en su jardín durante un número fijo de lunas, y finalmente, prometí dejarle borrar de mi memoria cualquier cosa que pudiese dejarle en ridículo ante su pueblo. Sé que le hice parecer tonto, pero no me acuerdo cómo, y nada puedo demostrar. No tengo pruebas de ello. Es su palabra contra la mía. Así que no merece la pena hablar de esto. Es mejor olvidarlo del todo ahora que voy a poder.”

“Yo te creo,” dije yo. “Esto explica un montón de cosas.”

“Cuando empecé a trabajar en el jardín, tuve un encontronazo con los hijos de Aeterno. No me dejaban trabajar como está mandado. Así que decidí envenenarles.”

“Pues claro. Eso tendría que haberte sacado de aquí.”

“Pero su padre no podía expulsarme, porque rompería nuestro pacto, y si lo hiciese, mis recuerdos me volverían. Los que le dejarían en ridículo delante de los suyos.”

“¡Vaya historia!”

“Así que me obligó a quedarme aquí trabajando en su jardín y se peleó con todo el mundo antes que hacer el ridículo. Dices que este Aeterno es tu abuelo?”

“Sé que es una persona de difícil trato. Yo también he tenido problemas con él.”

“Te quedas corto al decir eso,” dijo Botolfo. “¿Entonces uno de esos demonios menores es tu padre? ¿Cuál?”

“¡Ninguno!” me alegró muchísimo poder decir. “Soy hijo de Titania. Creo que ella no se llevaba tan mal contigo. Dice que la dejabas organizar merienditas en el jardín y hasta ponías floreritos con florecitas monísimas en la mesa.”

“Ya,” dijoBotolfo. “Mejor. Porque a sus hermanos los odio. Todos ellos son odiosos. El sabelotodo lluvioso, el bruto ventoso, el que parece que no hace más que dormir pero siempre se las arregla para chinchar por lo bajo, el cantarín absolutamente impresentable que va dejando malas hierbas por donde pisa, y el canijo chulito. Ese pequeñajo, el menor, no medía ni un palmo aun y yo le gritaba que ni se atreviese a poner un pie en mi jardín, y alzaba su piececito tembleque y lo plantaba dentro del jardín. `¡Fuera!´ le gritaba yo, y él se reía y me chillaba `¡Fuera!´ de vuelta. De todo lo que yo le gritaba se hacía eco ese muñecón tentetieso asqueroso. Y ahora que es un hombre lo sigue haciendo. Como le diga algo, no veas como se pone.”

“Yo no soy así. Yo me parezco a mi madre,” le dije al gnomo, con la esperanza de que me dejase salir del ropero. “¿Me podrías dejar salir? Te prometo que no intentaré retenerte. Me alegra que vayas a ser libre. ¡Ojalá lo pudieses haber sido antes!”

Hablamos durante un par de horas o así, pero Botolfo era demasiado desconfiado para dejarme salir del ropero. Y de pronto dijo que al fin había salido la luna y me dijo adiós y salió por la puerta. Sí que me deseó suerte antes de irse, y me aseguró que sería libre al amanecer.

Antes de que eso ocurriese, antes de la medianoche, oí llover. Me imaginé que era Tito Gentillluvia, y le llamé, pero la trompeta de Epón empezó a sonar y él seguro que llevaba tapones. Y luego, pasada la medianoche, escuché una voz.

“¿Arley, estás en el ropero?"

“¿Abuelo? ¡Abuelo!” grité.

“Sí, soy yo. ¿Qué tal lo llevas?”

“Bien, considerando que llevo aquí encerrado horas.”

“¿Estas experimentando la soledad del mando?”

“¿Qué si estoy experimentando el qué? Sácame de aquí, abuelo, que no he hecho nada más que lo que me has pedido que haga.”

Yo estaba empezando a pensar que Botolfo no se había ido a ninguna parte y que este encierro era parte de alguna maquinación que tendría que ver con la guerra del abuelo.

“La soledad del mando,” dijo el abuelo. “Yo he sufrido eso.”

“Yo no estoy liderando nada ni tampoco a nadie, Abuelo. Si crees que he estado conspirando contra ti y liderando a tus hijos conjurados, puedes estar seguro de que no hay nada de eso. Pregúntale a la abuela. ¿Es que estás paranoico? ¡No lo quiera el hado!¡Sácame de aquí!”

“¿El gnomo te ha contado por qué ha trabajado aquí tanto tiempo?”

“Me ha contado todo salvo lo que no recuerda. Que es la mayor parte de este asunto. Así que no sé lo suficiente como para poder hacerte daño, cosa que jamás te haría. No me dejes encerrado aquí para siempre. No diré ni mu. ¡Venga, Abuelo, por favor!”

“¿Pero por quién me tomas? Me estas juzgando mal otra vez. ¿Cómo puedes pensar que yo he hecho que el gnomo te encierre? ¿O que mantendría a mi nieto favorito encerrado en un ropero?”

“¡Tú me mandaste aquí! Y  ya sabías que Botolfo se iba a ir.”

“Escucha atentamente, niño. Hay que aprender a bregar con las sorpresas que da la vida. Pero no vas a estar encerrado mucho más tiempo. Saldrás antes de que salga el sol. Tus tíos están camino de aquí. Querían consultarte sobre un plan descabellado de esos que tienen, y Gentillluvia te buscó con su bola de cristal para ver si estabas despierto y disponible. Y ha visto que estás encerrado aquí. Cree que Botolfo te ha secuestrado y que ahora le van a poder, porque eso es muy gordo. Yo me he hecho invisible, y no quiero que me oigan hablar contigo. En cuanto lleguen aquí y Fuegovivo se cargue la puerta del ropero, debes decirles que tú convenciste al gnomo para que se fuese. Quedó convencido y se fue, y entonces, al ir a salir tú de la casa, tropezaste con el ropero, que te engulló. El gnomo no te encerró. Fue un accidente. No digas que se fue porque le tocaba irse. Diles que le buscaste al gnomo un empleo mejor en la isla de las serpientes. Le contaste como es aquello, él se emocionó, y se fue para allá. Di que te escuchó porque eras la única persona en toda su vida que se había dirigido amablemente a él. Pero ni menciones el pacto entre el gnomo y yo. Y no digas que te mandé yo aquí. Disfruta de la gloria de ser el hombre del momento. Eres mejor hombre que tus tíos y hasta que tu abuelo. ¡Tú eres el héroe que por fin ha logrado echar al envenenador del jardín!”

 “¡ABUELO!” grité yo, indignado.

“¡Sí, tuya será la gloria, pequeño! Para que luego digan que no apoyo a mi familia.”

“¡SÁCAME DE AQUÍ!” le grité.

“Chist!”

Y entonces escuché en la no tan lejanía un ruido. Era como si se acercase una manada de lobos hambrientos. La trompeta de Epón sonó y paró de sonar repentinamente. Se oían sirenas, pero no de las melodiosas. Y tiré del calendario que colgaba de la pared  y lo metí en mi chaquetón para que mis tíos no viesen el círculo alrededor del día de la liberación de Botolfo.

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