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martes, 24 de enero de 2023

227. El Mnemosino aconseja a Antídotos

 227. El Mnemosin0 aconseja a Antídotos

“¡Arley! ¿Estás bien?” gritó mi tío Gentillluvia.

“¡Estoy vivo! ¡Pero encerrado en el ropero!” grité yo.

Tito Caelanoche me dijo que me echase al lado contrario al del cerrojo, que Fuegovivo iba a derretir la cerradura.

“¡Vuela hacia arriba!” gritó Tito Cae.

“¿Dónde está ese psicópata?” me preguntó Tito Vendaval en cuanto se abrió la puerta del ropero.

“Ha sido un accidente,” les expliqué, antes incluso de salir del ropero y cruzando los dedos detrás de mi espalda. “No vayáis a por Botolfo, que ya se ha ido para siempre. Esto no tiene que ver con él. Tropecé con el ropero al ir a salir de aquí y me engulló.”

“Caray con el roperito,” dijo Tito Ricatierra. “Bueno, ¿qué se puede esperar del ropero de un loco?” 

“¿Necesitas un calmante?” me preguntó Henbedestyr, que había venido con mis tíos.

Yo sacudí la cabeza.

“Pero gracias.”

“¿Cómo es qué se ha ido el ****** ese?” dijo Tito Fu. “¿A dónde?”

“Os lo digo si me prometéis no ir a por él. Que ese ya no va a volver. Os lo garantizo. Lo ha jurado.”

“¿Tú le has convencido para que se vaya?” me preguntó Tito Gen.

“Primero, prometedme que no le vais a perseguir.”

Todos prometieron no perseguir a Botolfo siempre que fuese cierto que no tenía intención de volver.

“Estuvimos hablando de la isla de las serpientes.”

“Queimada Grande,” dijo Tito Gen. “En Brasil.”

“Un lugar horrible,” dijo Tito Cae, estremeciéndose.  Era la primera vez en años que le veía sin su sillón.

“Eso. Le dije que allí él viviría una vida más rica y plena. Que estaba perdiendo el tiempo y desperdiciando su talento aquí.”

“¡Jolín!” dijo Tito Vendaval. “Así de fácil. El gnomo se lo ha creído y se ha largado para allá.”

“Natural,” dijo Tito Richi. “Era un tonto compra habas.”

“Tuviste que venderle ese lugar muy bien. ¿Cómo es que te ha escuchado?” preguntó Tito Gen.

“Tuve que renegar de vosotros. Empecé por decirle que yo no tenía nada que ver con vosotros. Le dije que era hijo de Titania, que Mamá le recordaba con cariño porque ponía floreritos con rositas y margaritas en la mesa que hay en la pérgola verde cuando ella jugaba ahí a las merienditas con sus amiguitas y muñequitas.”

“Siempre os lo he dicho,” dijo Tito Richi. “Era muy corto. ¡Pero os empeñabais en que era muy listo y muy malo!”

“Me dijo que nunca nadie le había hablado amablemente antes,” dije yo.

“Pues yo sí,” dijo Tito Richi. “Pero como era corto, no se enteraba.”

“El corto eres tú, que no te enteras de que aborrecía el sonido de tu voz,” dijo Tito Val. “por muy dulcemente que entonases. ¡Te quería muerto!”

“Tacitas, floreritos y muñequitas. No me lo puedo creer,” dijo Tito Gen. “Pero sí que es verdad que nunca hablé directamente con él. Sólo con Papá.”

“Ya te dije que tenías que haberle amenazado para que se fuese,” dijo Tito Fu.

“Bueno, parece que ya se ha largado. Larguémonos todos de aquí también,” dijo Tito Cae.

“¿Qué hacéis todos aquí, titos?” pregunté yo, como si no lo supiese y para darle más realismo al asunto.

“Te busqué con mi bola de cristal porque Cae y yo queríamos acusar a Botolfo de haber ahuyentado a toda la fauna del jardín. La idea me la dio la abuela cuando dijo que no quería ser la reina de las ranas. ¿Te acuerdas? Yo le dije a ella que aquí no quedaban animales. Tu tío Cae dice que él recogió a los primeros que cayeron envenenados para curarles y advirtió a los demás que lo mejor era largarse. Queríamos que tu testificases, como persona imparcial, que no quedaban animales aquí.”

“Ya. Pues no va a hacer falta.”

“Vi que estabas encerrado en el ropero y pensé que el gnomo se había pasado de loco y te había secuestrado. Avisamos a los demás y aquí estamos.”

“Os lo agradezco de verás.”

“El caso es que tuve la sensación de que algo iba mal. Bueno, en realidad algo ha ido bien. Pero yo sentí que pasaba algo raro. Esta noche, cuando empecé a llover aguanieve, Papá apareció en la azotea de su casa y se puso a pasear por ella, para adelante y para atrás, regiamente, con un paraguas abierto apoyado con elegancia en el hombro. Es raro que se deje ver por la noche. Como la trompeta de Epón estaba sonando, pensé que había salido para que yo viese que ya no le importaba el ruido porque había conseguido tapones para los oídos.”

“¡Qué me mangó a mí!” dijo Henny. “¿Os he dicho que yo estuve a punto de envenenar a Botolfo la otra noche? Si no llega a ser por el juramento del apotecario, voy y lo hago.”

“Calla, Henny, que tú no harías eso. Venga, vámonos ya de aquí. Si lo que dice el sobrinillo es cierto, el Botolfo ha cogido puerta para siempre,” dijo Tito Cae. “Tiene sentido. Si yo fuese él también sería más feliz en la isla de las serpientes. Aunque allí sólo será una culebra más. Yo te acompaño a casa, Arley, que estarás en shock.”

“Algo sí,” dije yo.

Salimos de la casita y ahí fuera había tres ambulancias del PHP aparcadas, y dos helicópteros también. Epón estaba sentado en un banco del jardín. Tenía muy mala cara. Le habían quitado la trompeta y colocado una manta alrededor de los hombros, y el dragón Taffy le estaba secando el pelo, húmedo de lluvia, aguanieve y rocío, con una toalla. Tito Cae se empeñó en llevarme a casa en ambulancia. Había que justificar el follón que había montado Tito Gen, me dijo, y dar por gusto a los histéricos del PHP. Hasta tuve que tumbarme en la camilla.   

El abuelo tenía razón. Dormí durante veinticuatro horas seguidas y cuando me levanté la mañana siguiente me había convertido en el hombre del momento. Todo el mundo decía que mis tíos eran tontos, que parecía mentira que no hubiesen sabido sacar a Botolfo del jardín tras siglos de intentarlo, cuando yo había resuelto el problema en media hora. Y que mi abuelo era un borde esculpido en piedra que no sabía ceder. Yo de pronto era el listo y el bueno. Todas las ancianas y los ancianos estaban encantados conmigo y me regalaban cosas. Las mamás decían a sus hijos pequeños que me besasen por haber hecho del mundo un lugar más seguro para ellos. La prensa – es raro que tengamos noticias así, la mayoría de los noticiones son sobre los avances de los mortales que nos acosan - me quería entrevistar y me esperaba a la salida del palacio de mis padres. No podía dar dos pasos sin que alguien dijese eso de “¡Mira! Por ahí va el chico que largó al envenenador. Pobre, si hasta estuvo encerrado en un armario.”

Mi abuela estaba orgullosísima de mí, quería llevarme con ella a todas partes. Y el abuelo…él no dejaba de guiñarme un ojo cuando nadie estaba mirando. Y de decirles a sus hijos, “¿Lo veis? Hay que hablarle bien a la gente.”

“No será a ti, cazurro,” le contestaba Fuegovivo a su padre. “Que Gen siempre lo ha hecho y nunca te has apeado del burro, canica.” Afortunadamente Fu luego se volvía a mí y me decía, “No te preocupes, Arley. No vamos a odiarte por esto.” También me dijo que su mujer, Perla, la nieta favorita de la Abuelita Sopitas con leche, quería que fuese a comer con ellos y sus hijos un día de esos.

Mamá y los titos me preguntaban cómo se me había ocurrido ir a ver al gnomo, y yo respondía que me había parecido conveniente. Sólo Papá me preguntó, y con sigilo y cautela, si me había mandado hacer esto el abuelo. “Papá, me pareció conveniente,” le dije yo a él también. “Deja al abuelo fuera de esto.”

“Sí, será mejor. Porque menudo borde es el Aeterno, que ha dejado en ridículo a sus hijos y ahora todo el mundo le tiene mucho más miedo,” dijo Papa. "Y eso le gusta."  

En fin, que yo estaba desesperado. Y llegó el sábado, y fui a trabajar a casa de Gen y Mabel perseguido por la prensa. Él no estaba cuando llegué, y ella me sorprendió siendo de gran ayuda.

Nada más llegar, me dijo, “Ven, Arley, que quiero enseñarte algo.”

Y recorrimos un pasillo larguísimo que nos llevó hasta el final del  caserón. Y allí abrió la mirilla de una puerta azul que había en la pared y me dijo, “Mira por aquí. Ahí vive mi padre.”

Yo miré y no vi nada. Sólo hierba, arena, unas rocas y el mar.

“¿Tú padre vive en el mar?”

“En una nave invisible. Que tan pronto navega por el mar como vuela por el aire. Mi padre a veces arriba delante de esta puerta. Y viene a verme. Él es nuestro Ojo, Arley. El que todo lo ve. Él visita los cuatro miradores de Isla Manzana y recoge allí en su mente toda la información de este mundo y del de los mortales. Todo lo que ha ocurrido se queda grabado en su mente. Es el historiador que todo lo recuerda. El vaticinador que todo lo prevé. Luego se lo cuenta a Aeterno. O no. Ve más que Aeterno, porque no hace otra cosa que mirar para ver lo que está pasando, mientras que tu abuelo está en otras cosas, y solo mira cuando siente interés. Cuando a Aeterno se le ha pasado por alto algo importante, Papá se lo cuenta. O no. Pero a mí me cuenta todo lo que le preocupa. Porque soy la única con la que puede hablar. Y Belvedere el Mnemosino me ha dicho, `Mabel, dile al chaval ese que se  vaya de vacaciones.´”

“¿Vacaciones? ¿Yo?”

“Él sabe que a ti no te gusta recibir tanta atención. Eres reservado, como él y como yo. Dice que te vayas un par de semanas sin decir adonde y la peor parte de esto habrá pasado cuando regreses. Claro que siempre serás el Botavenenos, es un título que te has ganado, Arley Antídotos. Pero ya no te agobiarán tanto como ahora que eres la novedad.”

“No me puedo ir de vacaciones. Estoy trabajando. Y Alpin está hecho una fiera. Dice que le debo días, por haber faltado al trabajo para reponerme por no haber dormido.”

“Llévate a Alpin contigo. Vete a ver a tu otro abuelo. Aeterno no se ofenderá. Te lo debe.”

“¿Puedo preguntarte una cosa? Si tu padre lo ve todo, él tiene que saber por qué se fue realmente Botolfo. ¿O no?”

Mabel asintió con la cabeza.

“Tu abuelo le ha regalado una finca en Queimada Grande. ¿Me estás preguntando si sabemos lo del pacto de las muchas lunas en el jardín?”

“No me atrevía.”

“Sabemos hasta lo de la trampa en la que cayó tontamente tu abuelo. Una bobada donde las haya. Pero el orgullo es el orgullo. Y los fuertes tienen que parecerlo. No te enfades con él por no contártelo. Él tampoco recuerda lo que pasó. Lo ha borrado también de su memoria. No soportaba recordarlo. Solo recuerda lo suficiente para saber que tenía que retener a Botolfo en el jardín mientras pudiese y fuera de aquí ahora. Y esa es otra de las razones por las que mi padre no habla con nadie. Él ni puede ni debe olvidar nada. Pero tiene que ser discreto. Pero tú no le digas nada de lo de la trampa del gnomo a Gen. Él no debe saber nada de rocas ni piedras ni tijeras. Si supiese que se lo llevo escondiendo siglos, igual se divorcia de mí. Por dos o tres días, que las pataletas no le suelen durar más. Yo le decía que ya largaría al gnomo su padre cuando lo viese oportuno, pero él erre que erre que era un peligro. Y vale, sí, tenía razón. Serlo lo era. Pero ni Papá ni yo podíamos hablar. Como tú ahora. Mira, ya ha llegado Gen. Le oigo ahí fuera invitando a la prensa a pasar al salón grande para tomar café y té y bocadillos, que hace mucho frío.”

Yo afiné los oídos. Gen estaba explicándoles a los periodistas que aunque era cierto que al llevar dos helicópteros parecía haberse pasado, los entrañables y ancianitos miembros del PHP pensaban que podría haber habido bajas si el gnomo no se hubiese largado voluntariamente, que los ánimos estaban muy caldeados y es mejor prevenir que curar. Y, cortesía de los Plantadores de Hermosas Prímulas, repartió bufandas de cachemira entre los presentes para que no pillasen una pulmonía.

Y yo estallé en llanto.

Tita Mabel me abrazó fuertemente y enseguida, y vi que ella también tenía lágrimas en los ojos.

“¡Vacaciones!” dijo. 

Antes de irme, dejé solucionado el problema de Epón. El abuelo Aeterno me preguntó que quería yo hacer con el jardín, que me había ganado el derecho a decidir eso. Le dije que me parecía que lo mejor sería que sus nietos y bisnietos pudiesen jugar allí, al menos un par de días a la semana, si eso no le molestaba demasiado a él. Dijo que podrían hacerlo a diario porque él se iba a pasar la vida en su campo de golf. Tener ahí a los niños le haría ilusión a la abuela Divina, y también poder celebrar fiestas ahí en fechas señaladas. Le pedí que no echase a Epón. Que pudiese seguir de guardián ahí por las noches, ya que sería rarísimo que ahora alguien lo invadiese. Que Títo Fu modulase la trompeta, para que su sonido no fuese tan terrible. Él  abuelo dijo que sí, y que para que Epón no se aburriese, le dejaría  tocar la trompeta tres veces seguidas, todas las tardes, para despedir al sol, para dar la bienvenida a la luna, y para que los niños supiesen que era hora de que se fuesen a cenar. Pero yo iba a tener que aprender a jugar al golf en cuanto volviese de donde fuese que me iba.


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