Tras lanzar unas cuantas docenas de piedras
cada uno, nuestro tíos decidieron que estaban listos para apoderarse del huevo de la gusana.
Mi señora abuela Celestial apareció con refrescos y todos se pusieron a
tomarlos. Mayoritariamente a beber, y no precisamente café o té caliente.
“¿Qué es eso que asoma detrás de ese
arbusto?” me preguntó Alpin.
Yo no sé dónde veía él arbustos. Sólo había
montículos de nieve por todas partes excepto donde habíamos estado practicando.
Bueno, incluso ahí también, aunque muy pisoteados. Yo miré a mi alrededor por
si las gusanas habían decidido atacarnos por sorpresa y luego pensé en mi
hermano Cespuglio. Pero lo que había visto Alpin no tenía nada que ver ni con
las gusanas ni con mi hermano.
Había un arbusto machacado medio debajo de
una piedra, y ahí era a donde yo fui. Y allí me encontré, agazapados y medio
enterrados en la nieve, a Pati la Intrépida y a Perico Cotorro.
“¿Pero que estáis haciendo aquí?” les
pregunté.
“¡Calla!” dijo Intrépida. “Te hemos estado
buscando por todas partes, pero ahora hemos tropezado con noticias más
frescas.”
“No nos traiciones o jamás dejaremos de
acribillarte,” dijo Cotorro.
“Te perseguiremos a muerte a diario,” dijo
Intrépida.
“¿Traicionaros?” dije con sorpresa.
“Delatarnos a tus tíos. Pensamos seguirles y
filmarles mientras cazan el huevo.”
“¿Por qué?” dije yo, todavía más sorprendido.
“Porque nadie sabe que ese huevo existe, y
nos parece que su caza podría ser un tema controvertido, teniendo en cuenta que
Excelso no quiere tomar parte en ella. Esto podría dar que hablar.”
“¿Pensáis que la caza del huevo podría ser un
notición?”
“Tú lo has dicho,” dijo Pati la Intrépida.
“Vamos a arriesgar nuestras vidas
persiguiéndoos al nido. Y enfrentarnos a la ira de tus tíos y tu abuelo,” añadió Cotorro.
Pati la Intrépida fue una niña reportera
humana que se pasó metiendo las narices en las vidas de las hadas de su
vecindario y acabó siendo secuestrada por las hadas. Las autoridades
permitieron que se quedase entre nosotros en lugar de dejarla amnésica porque
tuvo la suerte de salvar a tres hadas que fueron secuestradas por mortales. Fue
sin querer, pero la valió para quedarse en nuestro mundo. Unas hadas que
trabajaban en el mundo de la prensa la adoptaron y ahora es uno de ellos. En
cuanto a Perico Cotorro, es un hada ave que tiene su propia emisora y un
programa que dura veinticuatro horas seguidas como poco cuando está en el aire.
Nadie le escucha, salvo estando en tránsito, como los humanos que encienden la
radio cuando conducen. Pero el habla y habla e intenta meter todo el ruido que
puede y no calla nunca y a veces da noticias como si fuese un rapero. ¿De qué
conozco a esta gente? Pues no les conozco mucho, porque mi niñera y otras hadas
de la prensa mucho más serías me advirtieron que no tuviese nada que ver con
estos dos cuando teniendo yo cinco añitos se acercaron a mí para preguntarme
cómo era mi vida en palacio y si me pegaban con perchas o colgadores de ropa. Ni hoy
tengo idea de que iba eso.
“¿Supongo que no serviría de nada que les
pidiese a mis tíos que os dejasen acompañarnos?” les pregunté.
“¿Quique y Fede y Belti y como se llame ese otro darnos permiso para seguirles? No lo harían jamás,” dijo Pati. “Nos
soltarían a sus lobos si supiesen que estamos aquí.”
“Con los humos que tienen,” dijo Cotorro
sacudiendo la cabeza. “Esos sólo hablan con el Mago Magno,” me explicó,
mencionando un nombre que debía de ser de algún pez gordo de su gremio. “Y le
convocan a una reunión cuando lo hacen.”
“Tal vez si yo les hablase,” empecé a decir,
pero Pati me cortó en seco.
“Lo consideraremos traición y te haremos la vida
imposible.”
“Escuchad, si pensáis que os dejaré calumniar
a mi familia, me habéis juzgado mal. Dejad que hable con mi abuela. Seguro que
llegaremos a un acuerdo.”
“¿Doña Celestial? ¿La madre del mayordomo?”
Y se partían de risa.
“Tampoco os cae bien mi tío Gentillluvia?”
“El repartidor de bufandas,” se burló Pati.
“El recadero de los vejestorios que plantan prímulas. Pues no. No nos gusta
nadie. Sólo nos gusta crear noticias. Y la muerte ronda esas montañas.”
“Puede que no sepa mucho de vuestra
profesión, pero creo que deberíais aceptar unos consejos. Teníais que haber
traído esas bufandas con vosotros, porque aquí hace muchísimo frío. Y más vale
que os volváis invisibles, porque Cotorro tiene un pase, aunque por aquí no hay
mucho verde, pero ese peinado con quiqui que llevas en la cabeza con tus pelos
rosas y amarillos no te va a camuflar mucho, Pati. Es demasiado distinguido. No creo que te tomen ni por
una perdiz.”
“Tú guarda silencio y deja que nos
preocupemos de nuestros asuntos,” me replicó.
“Me tengo que ir,” dije yo, porque Alpin se
estaba acercando a nosotros. Hubiese venido antes de no haber estado zampando
tarta de queso con mermelada de paraguayas. Está buenísima.
Y entonces el tío Enrique silbó y todas las
piedras descomunales se alzaron en el aire, incluso aquella tras la cual se
escondían Pati y Cotorro. Las piedras formaron filas. Pati y Cotorro debieron
hacerme caso porque no se les veía por ninguna parte.
“¡Marchez, marchons!” gritó el tío Enrique y todos, con nuestras raquetas de nieve bien puestas, nos dirigimos hacia los picos de las montañas con los pedruscos volando tras nosotros. No sé si fue por la canción estimulante que cantaba la tropa, pero afortunadamente llegamos mucho antes de lo que yo esperaba a nuestro destino.
Era el mediodía, y aunque pensé que tendríamos que entrar en cavernas y perseguir a las gusanas y ser perseguidos por túneles, también afortunadamente resultó que no. Por lo visto la gusana que pone el huevo lo tiene que poner a la luz del sol. Y ahí estaba, reluciendo con una luz cegadora, descansando sobre un nido de rocas.
El minuto que nos
detectaron las gusanas, empezaron a agarrar tremendas piedras con sus bocas y a
lanzárnoslas. Nosotros comenzamos a saltar para acá y para allá para
evitarlas, volando para no caernos por las laderas de la montaña. Mis tías
fueron las primeras en devolver la lluvia de piedras, y mi tío Enrique silbaba
y silbaba para que volviesen las lanzadas, para no dar más munición a las
gusanas. Me di cuenta de que había un silbido distinto para cada piedra y no
como cuando practicábamos, que volvían todas juntas con otro silbido.
Tras un buen rato de saltos frenéticos, vimos
como las gusanas comenzaban a retirarse. No debe ser fácil ni para monstruos
lanzar piedras de ese tamaño con la boca. Y además no tenían manera de hacer
que lo lanzado retornase como un boomerang. Al ver exhaustas a las gusanas,
Pati la Intrépida apareció de la nada y de un salto se colocó inmediatamente
delante del huevo para tomarle una foto de cerca. Vi como una gusana sacaba
fuerzas para girarse e ir a por ella y yo fui volando hasta Pati y la agarré y
saque de ahí de un tirón antes de que la gusana se la pudiese tragar. Y ese fue
el momento en que el tío Beltrán aprovechó para salir volando con el huevo en
sus brazos.
Y Pati, pues ni gracias.
“¿Dónde está Cotorro?” le pregunté.
“¿Y yo qué sé? ¡Voy tras el huevo!”
Y partió como una loca tras el tío Beltrán.
Mis tías se tiraron a ella. Cada una la cogió de un ala y se la llevaron llamándola ladrona, porque creían que era una de
esas personas mentecatas que llegaban hasta allí para robar el huevo por su
valor en oro. Y yo, feliz de ver que Alpin volaba raudo de vuelta al castillo,
me volví para ver si veía a Cotorro, por si le hubiese pasado algo.
Y sí, le había pasado. Tenía un brazo y un
ala atrapados bajo una de las rocas. No era de las nuestras, que estaban
retornando a casa en fila india. Alcé la piedra para que Cotorro se pudiese
liberar y le cogí del cuello del jersey y salí volando con él a cuestas. Él
pobre seguía intentando filmar el espectáculo con su bola de cristal.
Cuando llegamos al castillo hubo más gritos
que durante la batalla. Yo conseguí exonerar a Pati de la acusación de intento
de latrocinio y por eso no acabó en las mazmorras con las que la habían
amenazado mis tías. Le dimos de comer una pequeña parte de la clara del huevo de gusana a
Cotorro y casi inmediatamente su brazo y su ala quedaron reparados. Pero las
discusiones continuaron.
“Estas montañas están en territorio de mi
padre y si se te ocurre publicar algo que tenga que ver con la cacería no sólo
te vamos a demandar,” amenazó mi tío
Enrique a Pati. “Te devolveremos al mundo de los mortales donde despertarás
siendo octogenaria, treceañera necia y vocinglera.”
“¿Y si
sólo decimos cosas buenas de la cacería?” replicó Pati sin achantarse.
“¿Qué tiene de bueno robar un huevo?” gruñó
el tío Enrique.
“Hasta AEterno es más amable con la prensa
que vosotros,” dijo Pati, cosa que yo creo que era mentira. “Y tu medio hermano es tan dulce que hasta nos regala
bufandas de cachemira y nos invita a bocadillos y café y té. Yo le adoro.”
“Invítales a cenar, Quique,” le dijo mi
señora abuela a su hijo en cuanto oyó eso.
Y Excelso, volviéndose de pronto de donde estaba
sentado junto al fuego dijo, “Diles a los cocineros que no se molesten en
envenenar la sopa.”
Había un montón enorme de virutas de madera
en el suelo junto a su butaca. El abuelo se levantó y con una escoba que había
junto a la chimenea las barrió hasta echarlas a las llamas. Entonces me enseñó
lo que había estado tallando. Era una figurita diminuta de un pelícano. Me
pregunté como eso podía haberle llevado todo el día y producido tanto desperdicio. Sí que dijo que había que
encontrar lo que cada bloque de madera escondía dentro.
“Toma. Para ti,” me dijo, y yo me lo quedé.
Al final, Pati y Cotorro prometieron sólo
utilizar el material que habían conseguido en un documental sobre gusanos, que
sería previamente visionado y aprobado por los tíos. Y después de una cena temprana, se
fueron volando para cubrir el recital de los alumnos de la Escuela Dulce Voz de
Sirena.
Y yo de pronto recordé que había prometido asistir a ese recital.
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