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domingo, 19 de febrero de 2023

231. La butaca queda coja


 231. La butaca queda coja 

Pati  y Cotorro  nos dijeron que la mejor manera de evitar a la prensa era perseguirla en lugar de dejar que le persiguiese a uno. Sugirieron que Alpin y yo asistiésemos al recital de la escuela Dulce Voz de Sirena en su compañía. Podríamos sentarnos en el palco de la prensa junto a ellos. Yo, sin embargo, pensé que eso iba a parecer pretencioso por nuestra parte, y aunque me beneficiaría a mí, porque al estar tan disponible ya no resultaría tan interesante, podría perjudicar a Alpin por aquello de recordar a todos la existencia del no cambiadito de forma tan flagrante. Así que, como el recital se iba a celebrar en el auditorio de Isla Manzana, yo invité a Pati y a Cotorro al palco de mis padres. Allí había mucho espacio, porque sólo mis hermanas Cardo y Brezo iban a asistir.

Marina apareció en escena dentro de una enorme concha rosada que surgió de un océano que ocupaba casi todo el escenario. Montada en un hipocampo, abrió el recital diciendo, muy melodiosamente dichas, unas pocas palabras sobre su fabulosa escuela y sus maravillosos alumnos. Acto seguido, veinticuatro niñas no tan pequeñas entraron nadando en escena, todas envueltas en gasa flotante de tonos verdes y azules. Pensé que probablemente fue un error iniciar el recital cantando ¡Ven, ven, que sólo a ti te quiero! porque parte del público se puso en pie y se hubiese lanzado al escenario si no hubiese justo ante el mismo una barrera invisible donde todas estas personas quedaron suspendidas, golpeando y pataleando como moscas ante el cristal de una ventana en su intento de llegar hasta las sirenas. Yo pude quedarme en el palco porque me agarré como una fiera a mi asiento, tan fuertemente que casi lo arrancó de cuajo del suelo al que estaba clavado, pero Alpin estuvo entre los primeros que se estamparon contra la barrera invisible, y ahí quedó, golpeando y pateando silenciosamente esa pared transparente. Pati y Cotorro no se vieron afectados por las voces, y continuaron filmando el espectáculo inmunes al cantar de las sirenas y demostraron de este modo que su verdadero amor era para su profesión. Cuando la música cesó, la mayor parte del público estaba demasiado mareada para aplaudir, y los que se habían alzado volvieron arrastrándose y tambaleándose y resbalándose a sus asientos. Y yo me volví a sentar en mi butaca, que ahora temblaba y cojeaba y amenazaba con soltarse del todo del suelo. Me dio mucha guerra durante el resto de la función, y estuve incomodísimo, pero eso no era culpa del pobre asiento. Yo no dejé de decirme a mí mismo que cuando acabase la función tendría que avisar que lo reparasen.

Marina volvió a hablar, esta vez sobre el poder de una voz bien entrenada. Supongo que había demostrado su tesis, así que tal vez no fue un error comenzar con un número tan excitante. Pero creo que todos quedamos algo aturdidos tras la canción y no se nos pasó el aturdimiento durante el resto de la función y no nos pudimos concentrar demasiado bien en las lecturas tan hermosas que hicieron los alumnos de pasajes de La Tempestad de Shakespeare y otras obras que tenían que ver con el mar, ni en las interpretaciones de los solistas y duetistas. El número de la apoteosis final fue “Ella llevaba plumas rojas y una cola verde esmeralda.” Los alumnos y alumnas lanzaron sus gorras de plumas rojas típicas de las sirenas de los mares del norte al aire al final de la canción. Ya se habían despojado espectacularmente mucho antes de sus abrigos de piel de foca.

“Menos mal que no está aquí mi cuñado,” dijo Alpin, refiriéndose a mi tío Ricatierra. “Se hubiese enamorado de la Marina está seguro.”

“¿El demonio de la fertilidad, eh?” dijo Pati. “Supongo que cuando eres uno, no puedes evitar ser fogoso. De todas formas, seguro que es un buen partido para tu hermana, precisamente por eso y también a pesar de ello.”

“¿Todas estas chicas realmente son merrows?” preguntó Cotorro.

“No lo creo,” dije yo. “Pero pregúntaselo a mis hermanas. Conocen a un par de ellas por lo menos.” Yo había reconocido entre las alumnas a dos o tres amigas de mis hermanas, y me constaba que esas chicas eran más bien espíritus del aire o de la tierra que del mar. Aun así, sus imitaciones de sirenas habían resultado ser muy convincentes.

“Yo quiero una novia que sea una auténtica merrow,” dijo Alpin. “Para que me cante nanas por la noche. Esas tías son todas unas ricachonas. ¿O no? Las damas del océano. Dueñas de tesoros hundidos. Así no tendría yo que matarme a trabajar para mantener a una mujer.”

"¡Pero sí aquí eso no lo hace nadie!" protestó Pati.

“Lo que hacen las merrows es ayudar a sus novios pescadores mortales a conseguir buena pesca. Esa es su aportación material a la unión,” dijo Cotorro.

“¡Nah! ¡Nada que ver con apestoso pescado no cocinado!” dijo Alpin. “Mi sirena ha de ser tan rica como Lira. Supongo que su hija la bella Marina ya estará tomada. Sería imposible lo contrario.”

“Los dientes de estas mujeres se vuelven muy puntiagudos cuando se enfadan. ¿Lo sabes o no?” dijo Pati. “Es como casarse con un tiburón.”

Pero nos fuimos a visitar los camerinos para saludar y felicitar a la maestra y tal vez a conocer a algunas de sus alumnas. Probablemente podría acabar siendo un error hacer esto, pero no lo pudimos evitar. Yo no podía pasar el resto de la noche abrazado a mi butaca coja.

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