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martes, 4 de abril de 2023

238. Fisipki

 


238. Fisipki

“¿Cuántos años tienes?” le pregunté al no tan mini mini turbio.

 “Dos el sábado que viene,” dijo el chiquillo.

Eso quería decir que tenía casi dos años. Dos años después de que un niño aparece por encanto en nuestro mundo, o tiene padres que lo están educando bien o pertenece al mundo de lo salvaje.

“¿Por qué no parece que seas ni un sólo día mayor de cuarenta?” le pregunté sospechoso.

“Mi tamaño es muy grande para mi edad,” dijo el mini turbio. “Cuando estoy bajo tierra mido dos metros. Y no he tenido tiempo de encogerme a mi tamaño de aquí fuera al aire. Interrumpí mi crecimiento para ver con quién iba a tratar.”

“Es cauto,” dijo Michael, con aprobación.

“¿Lo puedes hacer ahora?”

“Claro.”

De pronto, el mini turbio parecía tener unos siete años. Dijo que ese era su tamaño de al aire.

“¿Por qué parece que tienes siete años?”

“Sé que parezco un niño de siete años, pero tengo dos. No puedo hacerlo mejor que esto. Lo siento.”

“¿Por qué no?”

“Porque así es. ¿Por qué eres tú bajito?”

Podría haber contestado que porque así era también mi padre, pero ignoré ese comentario sobre como estoy más cerca de ser bajo que alto.

“¿Y dónde has estado toda tu vida?” pregunté.

“Casi siempre ahí dentro con mi ex padre.”

El mini turbio apuntó al montículo, que todavía mostraba la cara del turbio viejo por toda su extensión.

“¿Tu ex padre?”

“Ya no me quiere. Mi tamaño le molesta. Ahí abajo los turbios somos enormes. Nunca se está muy cómodo en una caja subterránea, y dos en una es una muchedumbre.”

“Ya son demasiadas preguntas. ¿Queréis que os devuelva a vuestro compañero o no?” gruñó el turbio. “Esa es la única pregunta que importa.”

“Es probable que lo queramos, pero he de saber de qué va la historia de este chico si he de rescatar al secuestrado.”

“Sí que tiene que hacer preguntas,” asintió Michael O’Toora. “Uno ha de ser precavido.”

“No habrá ningún problema,” nos aseguró el mini turbio. “Al menos no por mi parte. Yo soy muy sedentario. Encontradme un túmulo donde pueda dormir y no daré ninguna guerra.”

Cuando Alpin salió del montículo por la oreja izquierda del turbio mayor, yo me lo llevé aparte y le pregunté quién más había ahí abajo.

“Nadie. Y desde luego que no Candela. No hay nada más que tierra y raíces y escarabajos y gusanos y un espacio rectangular donde el turbio reposa como en un ataúd cuando está dentro del montículo. Quiero irme a casa, Arley. ¡AHORA!”

Yo decidí creerle al menos por el momento y no provocar más al turbio invadiendo su túmulo, y los cuatro, el cuarto siendo el niño turbio, nos transportamos a la casa de los Dulajan. De pie ante la puerta principal, Michael nos detuvo antes de llamar.

“Tal vez debimos parar antes en mi casa para que te aseases un poco, primo,” le dijo el léprecan a Alpin. “Tu madre se va a llevar un susto cuando vea todo el polvo que llevas encima.”

Alpin sacudió algo de tierra de su cabello y algo más de su chaqueta y pantalones. “Esto no es nada,” dijo. “El susto se lo va a llevar cuando la cuente que me he pasado la noche bailando con un viejo en un tanga.”

“En taparrabos,” le corrigió Michael rápidamente. “Eso es lo que llevan los ancianos silvestres. Esa indumentaria sólo es indecente en las mentes de los intolerantes. Y Aislene no necesita conocer todos los detalles de nuestra aventura.”

“Se va a quedar de piedra cuando vea que Arley ahora tiene un hijo,” dijo Alpin, examinando al niño turbio de pies a cabeza. “¿Debería felicitarte, Arley?”

“¿Qué? ¡Yo no tengo nada semejante!” protesté yo.

 “Es menor de edad y tú te has comprometido a cuidarle. Le preguntaste si se quería venir con nosotros y él dijo que sí. ¡Ese es tu hijo!” me espetó Alpin. “No intentes evadir tus deberes de padre.”

“Tú mismo lo has dicho. Yo dije con nosotros. No le pregunté si quería venirse a vivir conmigo. Le hemos traído aquí con nosotros por tu culpa. Si ha de ser hijo de alguien, lo será tuyo. Eres el que más papeletas tiene. Te ha tocado.”

“¿Me estás diciendo que tú y yo tenemos un hijo juntos? ¡Verás cuando se enteren mis padres!” gritó Alpin.

“¿Ese niño está disponible?” preguntó una voz ansiosa que venía de arriba. Miramos hacia arriba y ahí estaba Brana, en la ventana de la habitación que había compartido con su gemela cuando vivían con sus padres.

“No os vayáis. Ahora mismo bajo.”

Y eso hizo.

“¿Me lo puedo quedar?”

Yo recordé que había oído decir que Brana estaba desesperada por dar con un hijo para ella y su marido. No se podía creer que estaba casada con un demonio de la fertilidad y que no lograban encontrar un hijo a pesar de que no dejaba una piedra sin remover fuesen donde fuesen.

“Tengo tantas ganas de tener un niño que estaba a punto de encargar uno. Pero ya sabéis que los niños de encargo son más extraños que los que aparecen sin más de la nada. Mi marido fue un niño de encargo, y un poco rarito, pues sí que es. Nada malo. Pero tiene sus cosas. No quiero asustar a este niño. Somos muy buena gente, cariño. Y seremos buenísimos contigo.”

Las hadas que quieren hijos y no tropiezan con ninguno que quiera que sean sus padres pueden encargar hijos a los profesionales, como las cigüeñas parisinas o las hadas de las coles y los repollos o como Lucina. Mi madre le encargó a Lucina un bebé y por un tiempo pensamos que Valentina no era normal, por aquello de que se negaba a hablarnos y no quería decirnos su nombre. Afortunadamente mi hermanita al final nos aceptó y no rechazó a sus padres como han hecho algunos niños de encargo.

“¡Pero si es viejo!” protestó Alpin. “Y probablemente feísimo. No se nota porque tiene tanta suciedad encima que habría que cortársela con un cuchillo. Eso es porque este niño es un turbio.”

“No le hagas caso a mi hermano, tesoro,” Brana le dijo al turbio. “Tiene celos. Sólo necesitas que te frieguen un poco, y seguro que eres tan bonito como ninguno. Ya lo eres para mí. ¿Los turbios no serán alérgicos al agua?”

El niño sacudió la cabeza para decir que no, que los turbios no tienen problemas con el agua.

Brana se volvió hacía la casa y gritó “¡Richi, baja ahora mismo! ¡Sorpresa! ¡Hay aquí un crio al que puedes pedir que sea tu hijo!”

Tito Ricatierra bajo deslizándose por la barandilla de la escalera. Le vimos hacerlo por la puerta entreabierta. Nos miró y vio al chiquillo y se arrodilló ante él y le miró a los ojos.

“Sí a ti no te importa ser un turbio, a mí no me importará que lo seas. A mí no me asusta la tierra. Sé mucho sobre ella. Tengo miles y miles de acres alrededor de mi casa. Seguro que podremos encontrar un montículo adecuado para ti en alguna parte. Y si no, yo lo mandaré construir, uno a tu gusto, donde tú quieras en mi finca.”

“Construirle uno es lo que has de hacer,” dijo Brana. “Justo debajo de la ventana de nuestro dormitorio. Quiero que él esté cómodo, pero tenemos que vigilarle.”

“Estáis cometiendo un error,” advirtió Alpin. “Este niño es viejo. Mirad que tamaño tiene.”

Yo les expliqué a los Ricatierra que el mini turbio solo tenía casi dos años. La verdad es que eso es ser mayor para un crio sin padres, pero se han dado casos como el del turbio. Y yo creo que le hubiesen pedido que fuese su hijo aunque se hubiese sido tan viejo como el más remoto de sus antepasados.

“Pregúntale si se quiere venir con nosotros, Richi,” dijo Brana.

“¿Es qué no lo he hecho ya? ¿No? ¡Ah! Que hay que pedírselo formalmente. Pues claro que lo haré. Yo doy de comer y mantengo a toda la gente de esta isla. ¿Por qué no iba a mantener a este crio? Si ya lo estoy haciendo.”

“¡Qué buena persona eres, hijo!” le dijo la Señora Dulajan a su yerno, apareciendo en la puerta con una de sus preciosas sonrisas. “Me encanta la idea de volver a ser abuela. Tal vez tenga mejor suerte con este niño, porque Ibys sólo tiene ojos para su Valentina y no tiene tiempo para dejarse malcriar por su abuelita.”

 Aislene se acercó al mini turbio y le miró a los ojos con los suyos, tan verdes y penetrantes. Y el turbio quedó encantado. La palabra exacta, me temo, sería embrujado. Ni siquiera esperó a que el tito le preguntase si quería ser su hijo.

“Mi nombre es Fisipki y me gustaría mucho ser parte de su familia,” dijo el pobre.

“Bueno, pues te has deshecho de un hijo conflictivo, Arley,” me dijo Alpin, y antes de que yo pudiese ladrarle, se volvió a su cuñado y le dijo, “Este sábado cumple dos años el nene. Dale una fiesta bien generosa. Y que la tarta de cumpleaños sea de macarrón de coco. Se me antoja esa. Por cierto, Mamá, ¿qué hay de mi desayuno? Prepara algo también para Arley y Michael, que no quiero compartir lo mío.”

“¡Por supuesto!” dijo Aislene, cogiéndome del hombro. 

“Gracias. De verdad. Pero no puedo quedarme,” me excuse. “Me encantaría poder desayunar aquí, pero tengo que irme. Hay algo urgente que ya estoy tardando en hacer.”

 “Ah,” dijo Alpin, “eso. No te preocupes, Arley. Lo haremos durante el desayuno. Mamá, trae el megacuerno de Papá. Vamos a pedirle al mundo entero que busque a Candela Fuegovivo. Ha desaparecido.”

 "¡Alpiiiiiiiiiiiiiiiiiiin!” grité yo.

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