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jueves, 6 de abril de 2023

239. Los Maneta, proveedores de pócimas para pazguatos

 239. Los Maneta, proveedores de pócimas para pazguatos

“¡Pero, Alpin!” exclamó la Señora Dulajan, al oírme gritar  el nombre de su hijo con desesperación, “¿Qué le has hecho ahora al dulce Arley?”

“¿Y yo qué sé? ¡Si se queja por todo!” contesto Alpin a su madre.

“¡Por favor,” les pedí a los presentes, “escuchadme todos!”

Brana se había ido con su hijo y con el propósito de bañarlo para ver qué aspecto tenía estando limpito. Pero la Señorita Aislene y su yerno, y Michael y Alpin, estaban todavía presentes, y todos callaron para escuchar lo que yo tenía que decir. Yo les expliqué que la desaparición de Candela era un secreto, y tenía que seguir siéndolo. Según el abuelo, había que guardar este secreto al menos de los tíos Fuegovivo y Gentillluvia, y por lo tanto de cualquiera que pudiese contárselo a ellos. Cuando les di todos los detalles que yo conocía del asunto, Tito Ricatierra me puso una mano en el hombro y me dijo, “Sobrino, puedo entender que no involucres en esto a mis hermanos, pues Fuegovivo y Vendaval son casi siempre precipitados y a veces irreflexivamente violentos, y Gentillluvia puede ser como una apisonadora cuando decide que quiere resolver un problema rápidamente. ¿Pero por qué no has acudido a mí? Yo hago las cosas de otra manera. Soy civilizado. Bien, ahora dime, ¿tienes alguna idea de quién se ha podido llevar a la niña?”

“Sólo sé que Tita Perla estaba chismorreando con una de las vecinas de Mabel y que se fueron al jardín trasero de la casa de esa mujer y que Candela se quedó delante de la casa, revoloteando alrededor del montículo del turbio con el que vivía tu hijo.”

“Pues hay que interrogar a ese viejo inmediatamente,” dijo la Señorita Aislene, a la que se veía preocupadísima. Parecía que en cualquier momento iba a estallar en lágrimas y gritos y pedirle socorro al mundo entero. Esta señora, si tuviese que ganarse la vida trabajando, podría haber sido una magnífica plañidera de oficio.

“Ya he interrogado al turbio viejo,” les expliqué. “Dijo que tenía que hablar con la maneta, Y luego dijo que tenía que hablar con el mortero. No quiso decir más, y yo no tengo ni idea qué me ha querido decir con eso.”

Tito Ricatierra y la ex Novia Diabólica se miraron. Ella estaba blanca como una sábana.

Mortero y Maneta,  Caldopollo e Incansable Tejedora, te alimentarán con raíz amarilla y arroz negro y manzanita blanca por ahora,” recitó la Señorita Aislene.

Todo condimentado con heces de roja araña, te volverás delgado y más delgado, y ansiando más, en el basurero rebuscarás,” concluyó Tito Ricatierra.

“¡Oh, Arley! Tu tío Gen tiene los peores vecinos,” susurró la ex Novia Diabólica con voz temblorosa. “Vendedores de trastienda de pócimas grises y negras, tienen de fachada una tienda de inocentes, aunque casi siempre malolientes,  hierbajos. Toda poción preparada por los Maneta te arregla una cosa pero te fastidia otra. Yo le he advertido a tu tío que se largue de ese barrio, que le puede pasar cualquier cosa ahí, pero él cree que puede controlarlo todo y se queda para vigilarles.”

Que la ex Novia Diabólica tuviese miedo de alguien no auguraba nada bueno.

“Gen tiene una especie de reserva de monstruos en potencia alrededor de la apacible mansión de Mabel,” me explicó Tito Ricatierra, “Ha puesto esas casas y la suya ahí a propósito, por la vista. Pero no la preciosa vista del mar, esa es para disfrute de Mabel. Lo que él contempla son los trajines que se traen seres que ya no deberían vivir en Isla Manzana pero que no pueden ser expulsadas con justicia porque llevan ahí desde tiempos inmemoriales y fueron los primeros en poblarla. Y porque no hacen demasiado daño evidente, aunque les sobra capacidad para hacerlo. Gen está esperando como una araña que se pasen de la raya y tiren del hilo de la tela para largarlos de aquí. Mientras no lo hagan, les tolerará, porque cree que es lo justo. Pero se pasa la vida en vilo, y eso no es plan.”

“El día menos pensado los Maneta venderán algo a quién no deben y tu tío irá a por ellos,” dijo la Señorita Aislene, cada vez más angustiada. “Esa gente es muy taimada, y peligrosa como los cuchillos de doble filo. Podrían hacerle un daño al lanzado de tu tío. Será más fuerte de lo que parece, pero repito que esa gente sabe mucho, por vieja y por mala.”

“Escuchad, todos, voy a recuperar a Candela,” dijo Tito Ricatierra. “Esperadme aquí.”

Pero tras discutir mucho con mi tío y la Señorita Aislene, Michael y yo y hasta Alpin logramos que nos permitiesen acompañar a Ricatierra.

“¡Ten mucho cuidado, hijito!” le dijo su suegra a  mi tío, y él contesto. “Lo tendré. ¡Qué remedio, Mami!”

Desaparecimos y reaparecimos en la playa que hay delante de la casa de Tito Gentillluvia. Tito Ricatierra miró hacia la casa intentando asegurarse de que no nos estaba viendo su hermano. Lo que era seguro era que nosotros no veíamos a Gen. Entonces Tito Ricatierra miró hacia la casa de las personas que habíamos venido a ver.

“Los Mortero son residentes tan antiguos, tan arraigados aquí, que cuando les ofrecieron elegir entre una compensación por irse de la isla o una casa ideal si preferían quedarse, sólo pidieron una choza muy primitiva, pensando que era una gran mejora comparada con la cueva en la que habían habitado hasta entonces. No tenían ni idea de que existen cosas mejores.”

Se alzaba, no mucho, pero si algo, una choza muy rudimentaria ante nosotros, hecha de piedras apiladas y con un techo que parecía de hierba. Delante de la choza había un terreno rocoso poblado solamente por malas hierbas. Un poco más allá estaba el montículo del turbio viejo. El lugar no parecía ofrecer mucho más, pero más sí que había.

“Mortero se llamó a sí mismo así porque nació el día que inventaron el mortero. Eso os debería dar una idea de lo viejo que es este hada," nos explicó Tito Ricatierra.


"A Maneta la llaman así porque nadie sabe cómo se llama realmente ni de donde procede. Ha sido pareja de Mortero durante milenios. Es tan vieja que nadie se atreve a preguntarla qué edad tiene.”

“¡Jolín! ¡Qué canicas!” dijo Alpin.

Tito Ricatierra apuntó hacia la casa y nos dijo que aunque no lo pareciese, ahí había más de una habitación. 


“La choza tiene un intento de ático o altillo, ahí arriba, donde está la ventana. Y los Mortero tienen una hija que vive encerrada en el ático. Se llama Incansable Tejedora.”

El tito apuntó hacia la otra ventana que tenía la choza. Esta estaba al ras de la tierra.

“La choza también tiene un sótano, y los Maneta tienen un hijo en su sótano, de nombre Caldopollo. Ese entra y sale a diario, porque va al mundo humano, a un matadero donde compra pies y pescuezos de pollo. Aquí no matamos a ningún animal y tú tío quiere prohibir la importación de casquería y comida muerta, pero los más ancianos se oponen.  Puede que Caldopollo aproveche estos viajecitos para vender porquerías a humanos imbéciles, pero ahí no nos podemos meter. Las ventas ocurren en territorio de los mortales. Es cosa de ellos defenderse de nuestros maleantes.”

Nos acercamos a la choza y un hombre que no parecía tan viejo como tenía que ser, salió de ella para recibirnos.

“¡Príncipe Ricatierra!” exclamó alegremente.

“¡Don Mortero!” saludó el tito, sonriendo muy benigno él.

“¿A qué se debe tanto honor?”

Tito Richi nunca había visitado a los Mortero sin la compañía de Henbedestyr Parry, que le servía de asesor. Henny decidía lo que Richí podía comprar y lo que no debía de comprar a esta gente, porque cuando Richi aparecía por ahí sólo era para adquirir algún potingue de los que vendían los Mortero. Los compuestos preparados por esta gente y que vendían a la vista de todos solían ser aptos para consumo de hadas, y también preparaban pesticidas y abonos y remedios caseros más o menos fiables. Casi todo lo que producían salía de su jardín trasero, donde cultivaban muchas clases de plantas, algunas difíciles de obtener en otra parte porque nadie quería hierbas peligrosas en su jardín.

“He venido para comprar de vuelta a mi sobrina. ¿Cuánto se pide por ella?”

Me sorprendió escuchar eso. ¿Sabía el tito que Candela  había sido vendida a esta gente? ¿O que estos se la habían vendido a otros?” Me parecía que no.

 “Ah,” dijo Mortero, su cara volviéndose muy sería. “Es por la niña desaparecida. Será mejor que hable de eso con mi señora.”

Y nos llevó al jardín de atrás. Era muy bonito. Era la clase de lugar donde el tiempo siempre es bueno para las plantas, incluso durante una tormenta de nieve. El granizo jamás lo acosaba, la lluvia caía siempre en la dosis propicia y el viento jamás noqueaba a las plantas. Las plantas eran muchas y muy variadas, y crecían en pequeños lotes que hacían que el jardín pareciese una hermosa colcha de parches. No había mucho de ninguna de las plantas, pero yo sabía que allí, cuando alguna era cosechada, enseguida volvía a crecer un repuesto.

Hallé ahí aquellas tres plantas que figuraban en los versos sobre los Mortero. Estaban la llamada raíz amarilla y el arroz negro. Este último se vuelve más bien morado cuando se cocina, y ambas plantas son llaves al mundo de las hadas. Cuando los humanos las consumen, pueden acceder a nuestro mundo, o tendrán al menos visiones o sueños del mismo. Lo difícil para ellos es retroceder y volver al suyo sin tristes consecuencias. Cuando las hadas que han sido expulsadas de nuestro mundo intentan volver, utilizan también estas plantas, pero en cuanto su presencia entre nosotros es detectada, son cazadas y expulsadas y vuelven al mundo mortal en peores condiciones que la primera vez que fueron largadas. Este jardín trasero estaba cercado en tres direcciones por cadenas de árboles frutales. Hay en Isla Manzana tres clases de manzanas blancas. Son la Gran Dama Manzana Blanca, que sabe a espuma de mar, la Dulce Doncella Manzana Blanquita, que es de tamaño mediano y sabe a azúcar de algodón, y las Manzanitas Blancas, que, si las comes, te hacen ansiar y desear algo que tienes delante y olvidar lo que realmente deseas. Las flores de estas manzanas, añadidas a un perfume, un incienso, un aceite de quemar o un ambientador son las responsables de que hasta las mismas hadas más cabezotas tengan dificultad en abandonar los círculos feéricos cuando están de fiesta ahí. Y sí, los frutos se utilizan con éxito en posiblemente crueles filtros de amor.

Doña Maneta le dijo a Tito Ricatierra que sólo sabía lo mismo que Perla sobre la desaparición de la niña Candela. Perla la había seguido al jardín trasero para comprar algo de cúrcuma, que se había acabado en la cocina de los Gentillluvia. La niña había permanecido en el terreno que había delante de la casa, revoloteando y jugando cerca del montículo. Y cuando Perla quiso recoger a la chiquilla, está ya no estaba por ninguna parte.

Yo no me fiaba ni un pelo de los Maneta, por muy amables que intentasen parecer. Así que mientras la pareja hablaba con el tito sobre la desaparición, yo me hice invisible y me colé en la choza para buscar ahí a mi prima.

La planta baja era una sola habitación, y casi todas las posesiones de los Maneta estaban ahí, desde sus mesas de trabajo hasta su comedor y su gran cama. Había varios arcones, abiertos todos. Candela no estaba ahí.

El ático era más como un altillo. No había escalera, había que subir volando y entrando por un agujero en un techo muy endeble. Allí arriba encontré a una mujer tejiendo como loca. Había pilas de hilos y de material parecido a la gasa por todas partes, y también muchísimas telarañas infestadas de arañitas rojas que no hacían más que reproducirse. De ahí venían las heces que figuraban en la cancioncilla infantil sobre la familia Mortero-Maneta. Yo busque y rebusque con mucho cuidado y sigilo. Y me sentí aliviado al ver que Candela no estaba ahí.

Entonces volví a la planta baja y de ahí descendí al sótano. Ahí hallé a un joven haciendo sopa de pollo en un enorme caldero. El lugar y el caldero estaban plagados de cuellos y de pies de pollos y había también trozos de verduras que él iba echando en la sopa. Lo que el joven Caldopollo preparaba era sopa japi-japi, algo que curaba enfermedades y mejoraba depresiones, haciendo que quién lo tomase se sintiese ligero y frívolo y físicamente fuerte. Pero no lograba satisfacer la mente, ni curar sus enfermedades. Se supone que es muy sano y muchos se lo dan a los convalecientes, pero es muy difícil lograr que dejen de pedirlo cuando ya no lo necesitan. Hay quienes subsisten únicamente de este caldo, que no pueden dejar de tomar desde que lo ingieren por primera vez.

Ni el joven Caldopollo ni su hermana Incansable Tejedora me percibieron, y me fui sin ser descubierto.

Fuera, me enteré de que Tito Richi acababa de comprar todas las existencias de Pasta Pésima disponibles. Eso es un compuesto que se puede añadir a bebidas o a comida o frotar en el cuerpo o en las alas, pero nunca para un buen propósito y jamás sin efectos secundarios.

“¿A que eso ha sido amable por mi parte?” dijo Tito Richi, muy satisfecho consigo mismo y enseñándonos unos paquetes que contenían docenas de tarritos redondos. “Acabo de retirar toda esta porquería del mercado. Sólo es legal porque es receta muy antigua y los ancianos y sus adeptos unos bordes que se niegan a que se prohíba. Y he quedado bien con los Maneta, que ahora intentarán localizar a mi sobrinita.”

Y de pronto,  en mi mente escuche la voz de mi abuelo espetar, “¡Ya te dije que acudieses a tu tío Caelanoche, desobediente! Ricatierra no puede solucionar esto.”

Y supe que gastase lo que gastase el tito en retirar del mercado las existencias de Pasta Pésima producidas por los Maneta, estos sólo utilizarían el dinero ganado para volver a invertir en esa basura.

Y entonces, el remate, cuando el tito añadió, “Esta gente conoce a muchísima gentuza que debería estar detenida en la cárcel, sólo que no tenemos de eso. De cárceles, que de impresentables, pues nunca faltan de esos en ninguna parte. Ahora que saben que estoy dispuesto a pagar, sólo toca esperar tranquilamente a que algún sinvergüenza  venga a pedirme un rescate y tendremos localizada a la nena. No necesitamos buscarla a ella, sus secuestradores me buscarán a mí. Venga, todo el mundo a mi casa a tomar  julepe de menta.”

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