239. Los Maneta, proveedores de pócimas para pazguatos
“¡Pero, Alpin!” exclamó la Señora Dulajan, al
oírme gritar el nombre de su hijo con
desesperación, “¿Qué le has hecho ahora al dulce Arley?”
“¿Y yo qué sé? ¡Si se queja por todo!”
contesto Alpin a su madre.
“¡Por favor,” les pedí a los presentes, “escuchadme
todos!”
Brana se había ido con su hijo y con el
propósito de bañarlo para ver qué aspecto tenía estando limpito. Pero la
Señorita Aislene y su yerno, y Michael y Alpin, estaban todavía presentes, y
todos callaron para escuchar lo que yo tenía que decir. Yo les expliqué que la
desaparición de Candela era un secreto, y tenía que seguir siéndolo. Según el
abuelo, había que guardar este secreto al menos de los tíos Fuegovivo y
Gentillluvia, y por lo tanto de cualquiera que pudiese contárselo a ellos.
Cuando les di todos los detalles que yo conocía del asunto, Tito Ricatierra me
puso una mano en el hombro y me dijo, “Sobrino, puedo entender que no involucres
en esto a mis hermanos, pues Fuegovivo y Vendaval son casi siempre precipitados
y a veces irreflexivamente violentos, y Gentillluvia puede ser como una
apisonadora cuando decide que quiere resolver un problema rápidamente. ¿Pero
por qué no has acudido a mí? Yo hago las cosas de otra manera. Soy civilizado. Bien,
ahora dime, ¿tienes alguna idea de quién se ha podido llevar a la niña?”
“Sólo sé que Tita Perla estaba chismorreando
con una de las vecinas de Mabel y que se fueron al jardín trasero de la casa de
esa mujer y que Candela se quedó delante de la casa, revoloteando alrededor del
montículo del turbio con el que vivía tu hijo.”
“Pues hay que interrogar a ese viejo
inmediatamente,” dijo la Señorita Aislene, a la que se veía preocupadísima.
Parecía que en cualquier momento iba a estallar en lágrimas y gritos y pedirle
socorro al mundo entero. Esta señora, si tuviese que ganarse la vida
trabajando, podría haber sido una magnífica plañidera de oficio.
“Ya he interrogado al turbio viejo,” les
expliqué. “Dijo que tenía que hablar con la maneta, Y luego dijo que tenía que
hablar con el mortero. No quiso decir más, y yo no tengo ni idea qué me ha
querido decir con eso.”
Tito Ricatierra y la ex Novia Diabólica se
miraron. Ella estaba blanca como una sábana.
“Mortero y Maneta, Caldopollo e Incansable Tejedora, te
alimentarán con raíz amarilla y arroz negro y manzanita blanca por ahora,”
recitó la Señorita Aislene.
“Todo condimentado con heces de roja araña,
te volverás delgado y más delgado, y ansiando más, en el basurero rebuscarás,”
concluyó Tito Ricatierra.
“¡Oh, Arley! Tu tío Gen tiene los peores
vecinos,” susurró la ex Novia Diabólica con voz temblorosa. “Vendedores de
trastienda de pócimas grises y negras, tienen de fachada una tienda de
inocentes, aunque casi siempre malolientes, hierbajos. Toda poción preparada por los Maneta te arregla una cosa pero te fastidia otra. Yo le he advertido a tu tío que se
largue de ese barrio, que le puede pasar cualquier cosa ahí, pero él cree que
puede controlarlo todo y se queda para vigilarles.”
Que la ex Novia Diabólica tuviese miedo de
alguien no auguraba nada bueno.
“Gen tiene una especie de reserva de
monstruos en potencia alrededor de la apacible mansión de Mabel,” me explicó
Tito Ricatierra, “Ha puesto esas casas y la suya ahí a propósito, por la vista.
Pero no la preciosa vista del mar, esa es para disfrute de Mabel. Lo que él
contempla son los trajines que se traen seres que ya no deberían vivir en Isla
Manzana pero que no pueden ser expulsadas con justicia porque llevan ahí desde
tiempos inmemoriales y fueron los primeros en poblarla. Y porque no hacen
demasiado daño evidente, aunque les sobra capacidad para hacerlo. Gen está
esperando como una araña que se pasen de la raya y tiren del hilo de la tela para largarlos de aquí.
Mientras no lo hagan, les tolerará, porque cree que es lo justo. Pero se pasa
la vida en vilo, y eso no es plan.”
“El día menos pensado los Maneta venderán
algo a quién no deben y tu tío irá a por ellos,” dijo la Señorita Aislene, cada
vez más angustiada. “Esa gente es muy taimada, y peligrosa como los cuchillos
de doble filo. Podrían hacerle un daño al lanzado de tu tío. Será más fuerte de
lo que parece, pero repito que esa gente sabe mucho, por vieja y por mala.”
“Escuchad, todos, voy a recuperar a Candela,”
dijo Tito Ricatierra. “Esperadme aquí.”
Pero tras discutir mucho con mi tío y la
Señorita Aislene, Michael y yo y hasta Alpin logramos que nos permitiesen
acompañar a Ricatierra.
“¡Ten mucho cuidado, hijito!” le dijo su
suegra a mi tío, y él contesto. “Lo
tendré. ¡Qué remedio, Mami!”
Desaparecimos y reaparecimos en la playa que
hay delante de la casa de Tito Gentillluvia. Tito Ricatierra miró hacia la casa
intentando asegurarse de que no nos estaba viendo su hermano. Lo que era seguro
era que nosotros no veíamos a Gen. Entonces Tito Ricatierra miró hacia la casa
de las personas que habíamos venido a ver.
“Los Mortero son residentes tan antiguos, tan arraigados aquí, que cuando les ofrecieron elegir entre una compensación por irse de la isla o una casa ideal si preferían quedarse, sólo pidieron una choza muy primitiva, pensando que era una gran mejora comparada con la cueva en la que habían habitado hasta entonces. No tenían ni idea de que existen cosas mejores.”
Se alzaba, no mucho, pero si algo, una choza
muy rudimentaria ante nosotros, hecha de piedras apiladas y con un techo que
parecía de hierba. Delante de la choza había un terreno rocoso poblado
solamente por malas hierbas. Un poco más allá estaba el montículo del turbio
viejo. El lugar no parecía ofrecer mucho más, pero más sí que había.
“Mortero se llamó a sí mismo así porque nació el día que inventaron el mortero. Eso os debería dar una idea de lo viejo que es este hada," nos explicó Tito Ricatierra.
"A Maneta la llaman así porque nadie sabe cómo se llama realmente ni de donde procede. Ha sido pareja de Mortero durante milenios. Es tan vieja que nadie se atreve a preguntarla qué edad tiene.”
“¡Jolín! ¡Qué canicas!” dijo Alpin.
Tito Ricatierra apuntó hacia la casa y nos dijo que aunque no lo pareciese, ahí había más de una habitación.
El tito apuntó hacia la otra ventana que tenía la choza. Esta estaba al ras de la tierra.
“La choza también tiene un sótano, y
los Maneta tienen un hijo en su sótano, de nombre Caldopollo. Ese entra y sale
a diario, porque va al mundo humano, a un matadero donde compra pies y
pescuezos de pollo. Aquí no matamos a ningún animal y tú tío quiere prohibir la
importación de casquería y comida muerta, pero los más ancianos se oponen. Puede que Caldopollo aproveche estos
viajecitos para vender porquerías a humanos imbéciles, pero ahí no nos podemos
meter. Las ventas ocurren en territorio de los mortales. Es cosa de ellos defenderse de nuestros maleantes.”
Nos acercamos a la choza y un hombre que no
parecía tan viejo como tenía que ser, salió de ella para recibirnos.
“¡Príncipe Ricatierra!” exclamó alegremente.
“¡Don Mortero!” saludó el tito, sonriendo muy
benigno él.
“¿A qué se debe tanto honor?”
Tito Richi nunca había visitado a los Mortero
sin la compañía de Henbedestyr Parry, que le servía de asesor. Henny decidía lo
que Richí podía comprar y lo que no debía de comprar a esta gente, porque
cuando Richi aparecía por ahí sólo era para adquirir algún potingue de los que
vendían los Mortero. Los compuestos preparados por esta gente y que vendían a
la vista de todos solían ser aptos para consumo de hadas, y también preparaban
pesticidas y abonos y remedios caseros más o menos fiables. Casi todo lo que
producían salía de su jardín trasero, donde cultivaban muchas clases de plantas,
algunas difíciles de obtener en otra parte porque nadie quería hierbas peligrosas en su jardín.
“He venido para comprar de vuelta a mi
sobrina. ¿Cuánto se pide por ella?”
Me sorprendió escuchar eso. ¿Sabía el tito
que Candela había sido vendida a esta
gente? ¿O que estos se la habían vendido a otros?” Me parecía que no.
“Ah,”
dijo Mortero, su cara volviéndose muy sería. “Es por la niña desaparecida. Será
mejor que hable de eso con mi señora.”
Y nos llevó al jardín de atrás. Era muy bonito. Era la clase de lugar donde el tiempo siempre es bueno para las plantas, incluso durante una tormenta de nieve. El granizo jamás lo acosaba, la lluvia caía siempre en la dosis propicia y el viento jamás noqueaba a las plantas. Las plantas eran muchas y muy variadas, y crecían en pequeños lotes que hacían que el jardín pareciese una hermosa colcha de parches. No había mucho de ninguna de las plantas, pero yo sabía que allí, cuando alguna era cosechada, enseguida volvía a crecer un repuesto.
Hallé ahí
aquellas tres plantas que figuraban en los versos sobre los Mortero. Estaban la
llamada raíz amarilla y el arroz negro. Este último se vuelve más bien morado
cuando se cocina, y ambas plantas son llaves al mundo de las hadas. Cuando los
humanos las consumen, pueden acceder a nuestro mundo, o tendrán al menos
visiones o sueños del mismo. Lo difícil para ellos es retroceder y volver al
suyo sin tristes consecuencias. Cuando las hadas que han sido expulsadas de nuestro mundo intentan volver, utilizan también estas plantas, pero en cuanto su presencia entre nosotros es detectada, son cazadas y expulsadas y vuelven al mundo mortal en peores condiciones que la primera vez que fueron largadas. Este jardín trasero estaba cercado en tres
direcciones por cadenas de árboles frutales. Hay en Isla Manzana tres clases de
manzanas blancas. Son la Gran Dama Manzana Blanca, que sabe a espuma de mar, la
Dulce Doncella Manzana Blanquita, que es de tamaño mediano y sabe a azúcar de
algodón, y las Manzanitas Blancas, que, si las comes, te hacen ansiar y desear
algo que tienes delante y olvidar lo que realmente deseas. Las flores de estas
manzanas, añadidas a un perfume, un incienso, un aceite de quemar o un
ambientador son las responsables de que hasta las mismas hadas más cabezotas
tengan dificultad en abandonar los círculos feéricos cuando están de fiesta
ahí. Y sí, los frutos se utilizan con éxito en posiblemente crueles filtros de amor.
Doña Maneta le dijo a Tito Ricatierra que
sólo sabía lo mismo que Perla sobre la desaparición de la niña Candela. Perla
la había seguido al jardín trasero para comprar algo de cúrcuma, que se había
acabado en la cocina de los Gentillluvia. La niña había permanecido en el
terreno que había delante de la casa, revoloteando y jugando cerca del
montículo. Y cuando Perla quiso recoger a la chiquilla, está ya no estaba por
ninguna parte.
Yo no me fiaba ni un pelo de los Maneta, por
muy amables que intentasen parecer. Así que mientras la pareja hablaba con el
tito sobre la desaparición, yo me hice invisible y me colé en la choza para
buscar ahí a mi prima.
La planta baja era una sola habitación, y
casi todas las posesiones de los Maneta estaban ahí, desde sus mesas de
trabajo hasta su comedor y su gran cama. Había varios arcones, abiertos todos.
Candela no estaba ahí.
El ático era más como un altillo. No había
escalera, había que subir volando y entrando por un agujero en un techo muy
endeble. Allí arriba encontré a una mujer tejiendo como loca. Había pilas de
hilos y de material parecido a la gasa por todas partes, y también muchísimas
telarañas infestadas de arañitas rojas que no hacían más que reproducirse. De
ahí venían las heces que figuraban en la cancioncilla infantil sobre la familia
Mortero-Maneta. Yo busque y rebusque con mucho cuidado y sigilo. Y me sentí aliviado
al ver que Candela no estaba ahí.
Entonces volví a la planta baja y de ahí
descendí al sótano. Ahí hallé a un joven haciendo sopa de pollo en un enorme
caldero. El lugar y el caldero estaban plagados de cuellos y de pies de pollos
y había también trozos de verduras que él iba echando en la sopa. Lo que el
joven Caldopollo preparaba era sopa japi-japi, algo que curaba enfermedades y mejoraba
depresiones, haciendo que quién lo tomase se sintiese ligero y frívolo y
físicamente fuerte. Pero no lograba satisfacer la mente, ni curar sus
enfermedades. Se supone que es muy sano y muchos se lo dan a los convalecientes,
pero es muy difícil lograr que dejen de pedirlo cuando ya no lo necesitan. Hay
quienes subsisten únicamente de este caldo, que no pueden dejar de tomar desde
que lo ingieren por primera vez.
Ni el joven Caldopollo ni su hermana
Incansable Tejedora me percibieron, y me fui sin ser descubierto.
Fuera, me enteré de que Tito Richi acababa de
comprar todas las existencias de Pasta Pésima disponibles. Eso es un compuesto
que se puede añadir a bebidas o a comida o frotar en el cuerpo o en las alas,
pero nunca para un buen propósito y jamás sin efectos secundarios.
“¿A que eso ha sido amable por mi parte?”
dijo Tito Richi, muy satisfecho consigo mismo y enseñándonos unos paquetes que
contenían docenas de tarritos redondos. “Acabo de retirar toda esta porquería
del mercado. Sólo es legal porque es receta muy antigua y los ancianos y sus
adeptos unos bordes que se niegan a que se prohíba. Y he quedado bien con los
Maneta, que ahora intentarán localizar a mi sobrinita.”
Y de pronto, en mi mente escuche la voz de mi abuelo
espetar, “¡Ya te dije que acudieses a tu tío Caelanoche, desobediente!
Ricatierra no puede solucionar esto.”
Y supe que gastase lo que gastase el tito en
retirar del mercado las existencias de Pasta Pésima producidas por los Maneta,
estos sólo utilizarían el dinero ganado para volver a invertir en esa basura.
Y entonces, el remate, cuando el tito añadió,
“Esta gente conoce a muchísima gentuza que debería estar detenida en la cárcel,
sólo que no tenemos de eso. De cárceles, que de impresentables, pues nunca
faltan de esos en ninguna parte. Ahora que saben que estoy dispuesto a pagar,
sólo toca esperar tranquilamente a que algún sinvergüenza venga a pedirme un rescate y tendremos
localizada a la nena. No necesitamos buscarla a ella, sus secuestradores me
buscarán a mí. Venga, todo el mundo a mi casa a tomar julepe de menta.”
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