Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

viernes, 26 de mayo de 2023

244. Generoso y Dadivosa

 

244. Generoso y Dadivosa

Yo sabía que lo que tenía que hacer era ir a hablar con los Melocotones, pero sentía más curiosidad que un gato.

“Tito Gen,” le dije a mi tío, “puedo ir con vosotros? No estoy buscando un regalo, yo sólo…”

“¿Te has picado, eh?” sonrío el tito. “Claro que puedes venir. Tus tíos abuelos Generoso y Dadivosa estarán encantados de recibirte.”

“¿Por qué no les conozco yo ya?” preguntó Candela. “He estado en unas cuantas fiestas. ¿Los conoces tú, Arley?”

“De oídas,” dije yo.

“Hace tiempo que no van a ninguna parte. Siempre mandan algún regalo, eso sí,” dijo Tito Gen, “pero sólo suelen salir de casa cuando se requiere su ayuda. Bien, pues vamos a tener que abandonar la isla. Así que lleva a Pillín bien agarradico, Candela. No debe caerse al mar o acabar en otra dimensión. Tal vez yo debería llevaros de la mano a los dos.”

“Se llama Puín. Pillín es lo que le llamo a mi perro Crispín.”

“Entiendo,” dijo Tito Gen. “Lo siento. No sabía que llamas Pillín a Crispín. ¿Por qué no está contigo? Puede venir con nosotros también.”

Candela metió dos dedos en su boquita y silbó débilmente. Un pequeño corgi apareció inmediatamente ante nosotros.

“Vamos de paseo, Pillín,” dijo Candela a Crispín. “No sé si deberías venir tú con nosotros pero este hombre dice que puedes.”

Crispín saludo al tito sacudiendo la cabeza y meneó la cola sin demasiado entusiasmo. No parecía que se fiase mucho de Candela. Y estaba claro que no se llevaba bien con Puín, que le miró con asco.

Tras mucha discusión sobre quién debería sujetar a quién de la mano, pudimos partir, yo con Crispín en brazos, aunque tenía alitas, para que no se cansase. Los perros no tienen correas en el mundo de las hadas. Sólo fingen ir atados a una cuando sus hadas se mueven con ellos por el mundo de los mortales, y eso es para disimular y evitar líos. A mí me dejaron cargar al corgi porque Candela por fin cedió a agarrar a Puín de las dos manitas.

“Eres  realmente un exagerado,” le dijo mi primita al tito. “No hay necesidad de que yo haga esta pachotada. He llevado a Puín a Hawái y lo he traído de vuelta sin agarrarle ni del dedo pequeño de un pie.”

“Eso porque probablemente tenía muchas ganas de ir a Hawái,” dijo Tito Gen. No dijo que Puín no parecía tener ganas de visitar a los Generosos. Ni que decir tiene que Crispín estaba más domesticado que Puín.

Pero por fin salimos volando y cruzamos el mar y aterrizamos donde menos lo esperaba. El Señor y la Señora Generosos eran vecinos de los Dulajan.

“Siempre me he preguntado quienes serían los dueños de esa casa,” dije yo. “Son gente muy agradable. Cuando están fuera, siempre saludan. Buenos días, buenas noches y a veces me preguntan si todo va bien y si necesito algo. Son tremendamente amables, los señores que viven ahí.”

Yo no dije más, pero esta gente era tan amable que parecían muy raros. Quizás por eso nunca me había presentado ni había hablado con ellos a parte de saludar. También influía que la Señorita Aislene desconfiaba de todos sus vecinos, aunque decía de los Generosos que eran los únicos que jamás se habían quejado de Alpin, ni siquiera cuando este se comía toda la fruta de los árboles de su jardín.

“¿Esa es su casa?” dijo Candela. “Podrían haber sido más generosos con la pintura.”

La casa sí que parecía necesitar otra mano de pintura verde lima y lavanda. Se veía muy limpia, pero algo extraña. Por ejemplo, esta gran casa no tenía cristales en todas sus muchas ventanas.

“Alguien probablemente necesitaba los cristales y ellos los donaron,” dijo Tito Gen. “Esta casa tiene la mar de habitaciones, porque los dueños quieren que haya espacio para todos los que quieran quedarse en ella.”

“Nunca he visto a mucha gente por aquí,” dije yo.

“La mayoría de la gente evita a los Generosos,” asintió Tito Gen. “Resultan demasiado amables para aquellos que no lo son tanto. La gente piensa que tiene que haber algún motivo oculto al ver tanta generosidad. Pero no la hay. Sólo es que hacen que los demás nos sintamos inadecuados.”

“¿Y estos son tus padrinos? ¿Por qué no viven en un palacio en Isla Manzana? Si son buena gente,” preguntó Candela.

“Tenían un palacio maravilloso ahí, pero lo regalaron,” dijo Tito Gen. “Acabó transportado al mundo mortal. Ludovica  perdió la paciencia con mis padrinos y dijo que ni ella ni el conde  construirían otra casa para Generoso y Dadivosa, porque seguro que la volverían a regalar. Mabel y yo les hemos pedido que se muden a vivir con nosotros muchas veces, aunque todos nos advierten que acabaríamos perdiendo nuestra casa también si les acogíamos. Pero ellos son muy considerados y no han querido perjudicarnos. Llevan ya siglos viviendo es esta casa.”

Lo que la casa sí tenía eran un montón de flores, silvestres y cultivadas, y hasta las silvestres parecían estar cuidadas. Y arriba en el tejado, junto a un ático a dos aguas, había una terraza con una barandilla de hierro forjado y un arco también de hierro forjado que sostenía un rosal trepador con rosas de un rosa muy oscuro. A los lados de la casa había enormes manzanos muy frondosos con unas pocas manzanas rojas.


Llamamos a la enorme doble puerta, parecida  a esas que se ven en teatros e iglesias y otros lugares que reciben gran público. Una señora muy delgada y casi transparente, tanto como algunos fantasmas, abrió la puerta. Sí, yo la había visto antes. Creo que una vez debió ser un hada azul o lila. Tal vez había donado su color. ¿Eso se puede hacer?

“¡Sorpresa!” exclamó Tito Gen.

“¡UY! ¡Geni!” exclamó también ella. “¡Baja, Gene, que Geni está aquí!”

Y Generoso bajó cuando le llamó su esposa Dadivosa para recibir a su ahijado Gentillluvia. Yo reconocí al hombre regordete de barba rizada que llevaba gafas que se mantenían de una pieza gracias a cinta aislante negra.

Era ya mediodía, así que nos invitaron a almorzar. El problema era – ellos no dijeron que había un problema – que no había nada que comer. Bueno, casi nada. Yo encontré la manera de preguntarle discretamente a Tito Gen porque no hacía aparecer buena comida, pero él me susurró que no iba a insultar a sus anfitriones.  Al principio parecía que íbamos a poder comer las pocas manzanas que colgaban de los manzanos. Pero resultaron ser de cera. Alguien se había llevado la primera cosecha de manzanas del año el día anterior, incluso las que todavía no estaban maduras. Pero esta gente organizaba bazares de caridad en Navidad y algo que no habían podido vender en el último eran unas manzanas de cera.   

“Cranberry Zorrojuguetón donó una cesta muy bonita con esas manzanas que están ahí arriba ahora. Una señora de Paramo Malva compró la cesta pero no quiso llevarse las manzanas, que le daban grima. Así que cuando se fueron nuestras manzanas, decidimos colgar estas para alegrar los árboles. Los árboles de aquí no son como los de la isla. No reponen la fruta en el acto. Tardan su tiempo. No demasiado. Tendremos nueva cosecha este verano, sin  tener que esperar hasta el otoño. Bien, si miráis este primer árbol cuidadosamente, veréis que ahí, muy arriba, quedan dos manzanas verdes. Son de verdad. No han debido verlas. Las bajaré, y las comeremos con sal. Afortunadamente tengo una bolsa de sal, y la fruta que no está madura sabe mejor si las salas.”

Tito Gen subió al árbol sin dudarlo. “Las bajaré para ti, Tita Dadi,” dijo. Luego me dijo a mí que le constaba que el Tío Generoso había prestado sus alas a alguien que no encontraba el momento de devolvérselas, y por eso se había subido él mismo al árbol. Lo siguiente en lo que me fijé fue que cuando Puín voló hacía las manzanas tras Tito Gen, Tita Dadi se fijó en que el niño no llevaba zapatos. Y entonces Tito Gen se fijó en que ella se había fijado, porque la mujer no hacía más que echar miraditas nerviosas a los pies del bebé espinoso.

“No pasa nada, madrinita,” dijo Tito Gen, “yo le daré los míos.”

“¡Oh! ¡Ay, eres muy amable, ahijado! La tierra aquí no es como la de Isla Manzana. Los niños que andan descalzos pueden coger lombrices. Y mis zapatillas japonesas son de fabricación mortal. Supongo que tus sandalias son mágicas y se encogerán para servirle al niño.”

“Por supuesto,” dijo Tito Gen. Sus estilosas sandalias volaron de sus pies y comenzaron a iluminarse y a brillar y a encogerse hasta que parecían otras y nuevas. Entonces volaron hasta los pies de Puín, y alzándole en el aire, le calzaron. ¡Talla perfecta!

“¿Tú sí sabes lo que hacer si ahora coges lombrices tú?” preguntó Dadivosa, ahora preocupada por el tito. “No creo que Gene tenga un par de zapatos de sobra, pero tenemos una medicina que expulsa a las lombrices. Sabe a cerezas.”

Tito gen se rió.

“No te preocupes, madrina, que no voy a pisar el suelo.”

Y el resto del rato que pasamos ahí, flotó un poco por encima del mismo.

“¿Tenemos algún hueso?” preguntó Dadivosa a Generoso.

“Él del falso jamón lo echamos en el caldero para hacer sopa,” contestó su esposo.

“Vaya. ¿Qué le daremos al perrito?”

 “Tendremos que robar al can del vecino. Pero ya le compensaremos. ¿Tú comes huesos enterrados?” le preguntó Tito Generoso a Crispín. Y le enseñó el lugar donde el perro de algún vecino enterraba huesos para esconderlos.

Crispín se puso a cavar hasta que encontró un hueso. Siendo un perro bien educado, no se puso a mordisquearlo hasta que nos sentamos todos a comer en el comedor de la cocina. Bueno, comer es un decir.

Entramos en la cocina y nos sentamos a la mesa que había ahí. Dadivosa partió cada una de las dos manzanas verdes en seis pedazos, muy iguales todos, y los sazonó con sal gruesa.

Dio el corazón de una manzana a Candela y el otro a Puín, y también dio dos pedazos  de las manzanas a cada uno de los niños.

“Comed también las semillas,” dijo, “que os ayudarán a crecer como árboles, preciosos.”

Los otros  pedazos de las manzanas los  repartió entre los demás.

Además de eso, nos sirvió una galleta de esas que se llaman crackers de agua a cada uno, y también nos dio a cada uno un bol con una sopa fría hecha con bledos de hierba en vez de fideos.

“Tenemos la suerte de tener nuestro propio pozo,” dijo Tito Abuelo Generoso. “Nos da agua dulce en gran cantidad.”

De postre compartimos un mini tarro de miel de esos que se reparten en las bodas de los mortales como recuerdo. Este llevaba todavía una etiqueta con el nombre de los novios, Pablo y Graciela. Nosotros, los cuatro invitados, recibimos cada uno una cucharita de café. Los anfitriones pasaron de tomar miel para que nos tocase más. He de decir que las cucharitas de café eran muy monas, y parecían ser de plata. No sé cómo habían logrado permanecer en esa casa, donde todo lo bueno había sido regalado. La vajilla que quedaba estaba cascada, los vasos rayados, los cubiertos, muy limpios, pero viejísimos. La mesa y las sillas, cojas. En fin, que ahí quedaba lo que no se podía regalar.

Mientras comíamos, yo me preguntaba cómo podía tener barriga Tito Generoso. ¿Tenía ese efecto la hierba o se había hinchado por el hambre? ¿O es qué tenía lombrices por andar descalzo? Sus zapatillas japonesas  también seguían  de una pieza gracias a cinta aislante.

“¡Me duelen los pies!” de pronto gritó Puín.

“¡Imposible!” le dijo Tito Gen, creo que mordiéndose el labio para esconder una sonrisa. “Esas son las sandalias mejores y  más caras que hay en el mundo de las hadas. Uno ni siente que las lleva puestas. Yo trabajo, y me muevo mucho, y por eso necesito calzado cómodo.”

“¿Vas en sandalias a trabajar?” preguntó Candela.

“A veces,” respondió el tito.

Puín dejó de respirar. Se puso más colorado que cuando le quemó el sol de Hawái. Apretó los puños con fuerza feroz.

“Ahora no te vaya a dar una pataleta,” dijo Tito Gen, con demasiada tranquilidad. “Tú no sabes la maravilla que llevas en los pies, nene. Esas sandalias te pueden transportar a cualquier parte a la que desees ir. Con la velocidad de un rayo.”

Y en cuanto dijo eso, con la velocidad de un rayo Puín desapareció de la cocina.

“¡Ay, por favor!” gritó Candela. “¿Dónde ha ido mi niño?”

“A donde le haya dado la gana,” dijo tranquilamente el tito.

“¿Qué le has hecho?”

“¿Yo? Yo le he regalado un tesoro mágico. ¿No quería buenos regalos? Pues ya tiene uno. Y lo acaba de utilizar.”

“¡Pues ya le estás buscando! ¡Saca tu bola de cristal ahora mismo!” ordenó Candela al tito.

“Aquí no funcionará,” mintió el tito. “No hay cobertura.”

Dadas las circunstancias, esa mentira era fácil de creer.

“¿Dónde crees que se ha podido ir?”

“¿Dónde querría estar?”

“¿En Hawái?” preguntó Candela.

“¿Tú le has dicho que hay volcanes en Finlandia?” preguntó Tito Gen. 

“¡No! ¿Hay volcanes en  Finlandia?”

“¿Y el Etna? ¿Le has hablado de ese? ¿En Italia?”

“No iría a Italia sin mí.”

“Pues se acaba de ir a algún lado sin ti. Tal vez al este de Java.”

“¡Tú le has hecho desaparecer!” acusó Candela al tito.

“¿Y por qué iba a querer yo hacer eso?”

“¡Para fastidiarme!”

“¡No! Tú hijo se ha largado sin decir a donde. Acepta eso. Ahora harás que yo le busque por todos los mundos. ¿Por qué iba yo a querer tener un problema como ese? Y no podemos esperar a la siguiente noche sin luna para consultar al Mugroso, porque ese no tiene nada que ver con esta desaparición. Tal vez deberíamos bajar al culo del mundo e ir subiendo. A lo mejor le encontramos en menos de ochenta días. ¿Hay volcanes activos en Australia, Candi?”dijo Tito Gen.

Y cuando el tito estaba a punto de llevarnos a las Islas MacDonald, yo sentí lástima por Candi y dije, “Preguntemos a Tito Caelanoche. Ese lo ve todo cuando viaja por el cielo a diario en su sillón. Bueno, si no está dormido. Tal vez podamos consultar a su gato. Ese sabe muchas cosas.”

“No,” dijo Candi. “Os odio a los dos. Me voy solita.”

Y Tita Mabel apareció en ese momento y tras saludar brevemente a los Generosos, que estaban estupefactos ante el número que se había montado, se volvió a Gen.

“¡Vergüenza te debería dar, Gen! ¡A las Islas MacDonald! ¡Eres peor que tu padre, mala bestia de Lemnos! Yo sé dónde está ese niño, Candi,” le dijo Mabel a Candela. “Ha vuelto con los Espinosos del Campamento Espinoso. Tú quédate aquí, Gen, y explícales esto a tus padrinos lo mejor que puedas. No, hijita, yo no he tenido nada que ver con la desaparición del niño, y, en realidad, tu tío tampoco. Tu niño se ha ido porque ha querido. Yo nunca salgo de casa, pero te llevaré al campamento yo misma, si lo encuentro. Para que nos pueda escupir a las dos ese nene.”

Mientras Tita Mabel hablaba con Candela, Tito Gen me hacía señales para que yo acompañase a estas dos. Yo sabía que lo hacía porque Mabel no tiene sentido de la orientación y siempre se pierde cuando va a cualquier parte. Así que era probable que Puín finalmente también me escupiese a mí.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario