Cuando volvimos de perseguir a Puín, que había vuelto al campamento de los Espinosos y como
esperábamos nos escupió a los tres y a mí casi me muerde por recriminarle, dejamos
a Candela que ahora estaba furiosa con él por desagradecido, con su abuela en
la cocina de Casa Gentil para que comiese algo y se tranquilizase, porque
estaba que echaba chispas y no quería ni ver a su tío, por si la decía eso de que ya-te-lo-advertí, que si ella le oía decir eso, la niña no podría contenerse y le daría una patada en una espinilla. Tita Mabel fue a la
galería, donde su marido estaba merendando, y se puso a echarle la bronca que
había estado amenazando con echarle durante toda nuestra pequeña excursión.
“¡Vaya ocurrencia! ¡Llevar a dos bebés hasta
las islas McDonald con el estómago vacío!”
“Pero sí ahí tiene que haber un McDonald’s.
¿No sería lo suyo? Ahora tienen cosas vegetarianas.”
“¿Para qué te metes? ¡Haz como tu padre, que
pasa de todo!”
“No de todo. De fastidiarme a mí no pasa. Es que esa niña es muy pequeña, aunque sea
una fiera,” se justificaba el tito.
“¡Imponerle el contrato social a una cría que
apenas tiene dos años! Estarás contento. Has reventado su amistad con el
espinoso.”
“No eran amigos. Ella sólo quería dominarle.”
“¿Y tú le has liberado, o qué?”
“No. Ese, por lo que me interesa te quiero,
Andresa. Es una sanguijuela. Sólo quería sangrar a Candela. Aun así, yo sólo quería que ella viese que criar un
hijo no es fácil.”
“¡Qué sabrás tú, qué no te has ocupado de las
nuestras!”
“Porque nuestras hijas tenían otros
intereses. Ni tú ni yo hubiésemos podido meterlas a trabajar con nosotros en la biblioteca. Sólo Nicolasín Dulcepluma puede lograr que lean algo. Los hijos tienen voluntad propia. Y
algunos críos nacen ya con muy malas pulgas. Te
cuento. Yo ya había tenido un encontronazo con el Puín ese antes de que se
acercase a Candela. Tendría el mengue cosa de tres meses cuando Fuegovivo y yo
nos topamos con él. Estábamos tomando
café y donuts en el jardín de la forja de Fu, cuando el crío apareció
subido a un árbol. Nos preguntó si le convidábamos a un donut. Nosotros lo
íbamos a hacer, pero primero le preguntamos quiénes eran sus padres, por si se
oponían, y nos escupió en las narices. Entonces Fu quiso convidarle a un par de
tortas. Y me tocó detener a mi hermano.”
“¡Por favor, tormenta y fuego contra un bebé
de tres meses!”
“Sí,
tú ríete, pero piensa que si yo hubiese tenido que mojar a Fu para que no le
calentase al nene, Fu me hubiese hervido. Casi nos enfrenta el chiquillo del
demonio ese. Estoy harto de tratar con espinosos. No tienen arreglo. Son
indómitos y ya está. El que los sabe tratar es Caelanoche. Les ayuda cuando se
lo permiten, pero les deja hacer lo que les sale del moño. Créeme, Mabel, ese
niño nos hubiese traído un sinfín de problemas a todos, incluida su madre. Es
decir, incluida la niña Candela. Es mejor así. Ella es lista, estoy seguro de que ya lo
ha visto claro. No podía ser de otra manera.”
“¿Y este perrito tan mono?” dijo Mabel,
porque Crispín se había puesto a lamerle los tobillos.
“Es Crispín. Era de los Fuegovivo, pero ahora
quiere ser nuestro.”
“Pero…bueno. No sólo separas a Candela de su
amigo inconveniente, ahora también le robas el perro a la niña. ¿En serio, Gen?”
“¡Qué no! Aquí los animales deciden con quien
prefieren estar. Y este me prefiere a mí, que le llamo por su nombre, y no por
un mote inadecuado. ¿Qué tiene este de Pillín? Y a ti también te querrá, porque
hoy estás alborotada, pero sueles estar tan aplatanada como él. Crispín solo
quiere vivir tranquilo, y eso es imposible en casa de mi hermano. Este perro es
un cuidador nato, de los que siempre están pendientes de si hay un peligro
acechando. Está en su naturaleza mantener a salvo a los suyos, ya se trate de
vacas, ovejas, otros perros o sus hadas. En casa de los Fu, todos siempre están sobresaltados. ¡Ha desaparecido la niña! ¡Ha explotado la nevera! ¡Mirad como me arde
el pelo! ¿Quién ha quemado las cortinas y por qué ha volado el tejado? ¡Y qué
si ahora estallo a gritos porque me apetece rabiar a lo grande! No me
extraña que el pobre Crispín esté desbordado. Ya les compensaré a mis sobrinos. Les buscaré algún perro fogoso,
bien broncas, que ladre más fuerte que ellos y asuste a las sanguijuelas antes
de que alguien salga mal parado. ¿No han de parecerse los perros a sus amos?”
“O sea, que me he casado con un corgi. A ti también te voy a dejar por imposible, bonito mío,” dijo Tita Mabel.
Entonces la tita miró debajo de la mesa y dijo, “¡Sal, Agapetón!” Su perro labrador negro, que estaba descansando ahí tranquilamente, asomó la cabeza. La tenía un poco torcida de haber estado largo rato tumbado de un mismo lado. “¿Y tú qué me dices, Agapetón?” le preguntó la tita “¿Te parece bien que este perrito se quede a vivir con nosotros?”
Agapetón asintió con la cabeza y ese asunto
quedó resuelto.
“Será mejor que Arley meriende contigo, Gen.
Estará muerto de hambre. ¿Te ha sentado mal la sopa verde, Arley? ¿Se
digiere bien la hierba hervida en agua salada, Gen?” nos dijo la tita.
“No sé. No me gusta la clorofila ni la sal en
exceso. Prefiero la vitamina C y el azúcar,” dijo el tito. “Venga, sírvete té
con limón, Arley. A partes iguales, que es como me gusta. Ya lleva azúcar. Y
cómete esos emparedados de queso con tomate, que he hecho yo, que ya llegará algo más de la cocina de la abuelita.”
“Oye, mañana mandamos un cargamento de comida
a los Munificentes, para que hagan lo que quieran con eso,” le interrumpió
Mabel a Gen.
“Lo acabo de hacer,” dijo el tito. "Nada más llegar."
Tras la merienda, el tito y yo salimos a
pasear al jardín.
“Voy a buscar el árbol en el que nació
Melisa,” me dijo Tito Gen. “Quiero hablar con las abejas que la acogieron. Ya
he hablado con tu madre. Mi idea es trasladar el árbol con las colmenas a uno
de los jardines de Titania, uno que ella le ha cedido a Melisa para que juegue
a jardinera ahí. Las abejas son muy útiles, y no quiero que Melisa pierda la
conexión con ellas. No todo el mundo se entiende con las abejas. Es una ventaja
que tiene la chiquilla y conviene que la conserve.”
“Esas colmenas darán buena miel. Tú perderás
un árbol útil.”
“Ni sabía que estaba ahí. De haberlo sabido, seguro
que hubiese descubierto a Melisa el día
que nació.”
Complació a las abejas mudarse de jardín, y
pudimos llevar el árbol al de Melisa. La niña y las abejas se mostraron muy
felices al reencontrarse. Así que eso al menos fue bien. Mamá invitó al tito a
cenar, y el aceptó, pero dijo que primero él y yo pasaríamos por el campo de
golf de su suegro para hablar con los Melocotones. Sólo llevaría un minuto.
Los Melocotones son quintillizos, hijos de una hermana de Belvedere el Mnemosino y de un espíritu embrujador japonés que es poeta y fabricante de papel. Nosotros le llamamos Momo San, queriendo decir Honorable Señor Melocotón. Momo San vino a mi fiesta del día del nombre y me regaló un escritorio para escribir en japonés y una gran caja lacada para guardar documentos con ciento trece hojas de papel de distintos colores y tamaños, todos ellos exigentes. El papel exigente no deja que escribas ni dibujes, ni pintes ni imprimas algo que no sea de calidad en él. Un poema curioso, un dibujo exquisito, eso sí. Cosas vulgares o indecorosas, no. Es un papel algo antipático y muy censor, pero te anima a dar lo mejor de ti.
El Honorable Melocotón suele estar callado porque tiene un
problema parecido al de Tito Fu, aunque no igual. A los dos les cuesta
comunicar. Tito Fu no habla con cierta gente porque no puede evitar decir
palabrotas o expresar opiniones que no son populares y esto siempre le trae
problemas. Momo San habla diecisiete idiomas, pero apenas consigue hacerse
entender en ninguno. Esto pasa porque Momo San no puede regular el tono de su
voz. O grita como un loco y asusta a todo el mundo, y salen corriendo y le
dejan solo, o susurra tan bajito que nadie capta lo que está diciendo. La gente
se impacienta y también en este caso le dejan solo tan pronto como educadamente
pueden. El caso es que Momo San y yo nos
entendemos bien, pero a veces a base de muecas y señas y eso que yo puedo
presumir de tener el oído tan fino como el de una polilla.
Por alguna razón, Momo San sí puede susurrarle clara y dulcemente a su mujer, que
es la única que puede convivir con él. Debe ser por el poder del amor. Pero sus
hijos se mudaron a la casa de al lado, que es la del padre de Mabel, para estar
tranquilos. Los abuelos de Mabel regalaron a sus cuatro hijas e único hijo un
terrenazo en Isla Manzana. En el centro del terreno construyó su casa el
Memorión. Sus hermanas viven una al norte de esa casa, otra al sur, otra al
oeste, y la cuarta, que es la esposa de Momo San, al este. Más adelante tendré
más que decir sobre el Memorión y sus hermanas, pero de momento me centraré en
los Cinco Melocotones.
Todos estos chicos tienen nombres
rimbombantes de los que no se acuerdan los que no aprecian la poesía, porque son
nombres larguísimos, un haiku entero en sí, cada uno de ellos, y aunque los chicos
no se parecen en nada, la mayoría de la gente se lía y no sabe distinguir a uno
de otro. Así que responden cuando se les llama Ichiro, Jiro, Saburo, Shiro y
Goro, o sea, Uno, Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Yo, como soy tiquismiquis, me
molestaré algún día, que creo que está cercano, en aprenderme sus verdaderos
nombres, pero hasta que me entere van por número. Tienen una hermana menor a la
que todos llamamos Cami, porque su nombre es un haiku que va de una camelia.
Ese ya me lo he aprendido.
Camelia profundamente rosa
Que se torna púrpura al ser besada
por el dios de la luna.
Los Melocotones me recibieron muy bien,
porque aunque no he tenido mucho trato con estos chicos, nos hemos encontrado
en alguna que otra fiesta y también hemos coincidido en partidos de fútbol y
competiciones de tiro con arco.
Ellos y su padre me enseñaron el campo de
golf, que está muy bien, y aunque no es tan grandioso como el de mi abuelo,
resulta más acogedor y menos distante y estirado. Hablaron con el portón del campo y con todas
las demás puertas que había allí para ordenarlas que se abriesen siempre que yo
quisiese entrar.
“¿Quién es este Fisipki?” me preguntaron.
“No lo sé bien, pero ahora es hijo de
Demetrio Ricatierra.”
“¡Ah! ¡De Deme San!” susurró roncamente el honorable Sr. Melocotón.
“Estuvimos en la boda de Tito Richi," dijo Goro, "¿Así que ahora tiene un hijo?”
“Es muy reciente. Fisipki parece… un poco…
mayor, para ser un hijo nuevo. Y es algo… rarito. Pero bueno, ya le iréis
conociendo. Y yo también, porque no le he tratado mucho. Es que prometí a mi
abuelo darle clases de golf y supongo que será la ocasión de llegar a
conocernos mejor.”
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