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miércoles, 31 de mayo de 2023

245. El Honorable Señor Momo y los Cinco Melocotones


245. El Honorable Sr. Momo y los Cinco Melocotones

Cuando volvimos de perseguir a Puín, que había vuelto al campamento de los Espinosos y como esperábamos nos escupió a los tres y a mí casi me muerde por recriminarle, dejamos a Candela que ahora estaba furiosa con él por desagradecido, con su abuela en la cocina de Casa Gentil para que comiese algo y se tranquilizase, porque estaba que echaba chispas y no quería ni ver a su tío, por si la decía eso de que ya-te-lo-advertí, que si ella le oía decir eso, la niña no podría contenerse y le daría una patada en una espinilla. Tita Mabel fue a la galería, donde su marido estaba merendando, y se puso a echarle la bronca que había estado amenazando con echarle durante toda nuestra pequeña excursión.

“¡Vaya ocurrencia! ¡Llevar a dos bebés hasta las islas McDonald con el estómago vacío!”

“Pero sí ahí tiene que haber un McDonald’s. ¿No sería lo suyo? Ahora tienen cosas vegetarianas.” 

“¿Para qué te metes? ¡Haz como tu padre, que pasa de todo!”

“No de todo. De fastidiarme a mí no pasa. Es que esa niña es muy pequeña, aunque sea una fiera,” se justificaba el tito.

“¡Imponerle el contrato social a una cría que apenas tiene dos años! Estarás contento. Has reventado su amistad con el espinoso.”

“No eran amigos. Ella sólo quería dominarle.”

“¿Y tú le has liberado, o qué?”

“No. Ese, por lo que me interesa te quiero, Andresa. Es una sanguijuela. Sólo quería sangrar a Candela. Aun así,  yo sólo quería que ella viese que criar un hijo no es fácil.”

“¡Qué sabrás tú, qué no te has ocupado de las nuestras!”

“Porque nuestras hijas tenían otros intereses. Ni tú ni yo hubiésemos podido meterlas a trabajar con nosotros en la biblioteca. Sólo Nicolasín Dulcepluma puede lograr que lean algo. Los hijos tienen voluntad propia. Y algunos críos nacen ya con muy malas pulgas. Te cuento. Yo ya había tenido un encontronazo con el Puín ese antes de que se acercase a Candela. Tendría el mengue cosa de tres meses cuando Fuegovivo y yo nos topamos con él. Estábamos tomando  café y donuts en el jardín de la forja de Fu, cuando el crío apareció subido a un árbol. Nos preguntó si le convidábamos a un donut. Nosotros lo íbamos a hacer, pero primero le preguntamos quiénes eran sus padres, por si se oponían, y nos escupió en las narices. Entonces Fu quiso convidarle a un par de tortas. Y me tocó detener a mi hermano.”

“¡Por favor, tormenta y fuego contra un bebé de tres meses!”

 “Sí, tú ríete, pero piensa que si yo hubiese tenido que mojar a Fu para que no le calentase al nene, Fu me hubiese hervido. Casi nos enfrenta el chiquillo del demonio ese. Estoy harto de tratar con espinosos. No tienen arreglo. Son indómitos y ya está. El que los sabe tratar es Caelanoche. Les ayuda cuando se lo permiten, pero les deja hacer lo que les sale del moño. Créeme, Mabel, ese niño nos hubiese traído un sinfín de problemas a todos, incluida su madre. Es decir, incluida la niña Candela. Es mejor así. Ella es lista, estoy seguro de que ya lo ha visto claro. No podía ser de otra manera.”

“¿Y este perrito tan mono?” dijo Mabel, porque Crispín se había puesto a lamerle los tobillos.

“Es Crispín. Era de los Fuegovivo, pero ahora quiere ser nuestro.”

“Pero…bueno. No sólo separas a Candela de su amigo inconveniente, ahora también le robas el perro a la niña. ¿En serio, Gen?”

“¡Qué no! Aquí los animales deciden con quien prefieren estar. Y este me prefiere a mí, que le llamo por su nombre, y no por un mote inadecuado. ¿Qué tiene este de Pillín? Y a ti también te querrá, porque hoy estás alborotada, pero sueles estar tan aplatanada como él. Crispín solo quiere vivir tranquilo, y eso es imposible en casa de mi hermano. Este perro es un cuidador nato, de los que siempre están pendientes de si hay un peligro acechando. Está en su naturaleza mantener a salvo a los suyos, ya se trate de vacas, ovejas, otros perros o sus hadas. En casa de los Fu, todos  siempre están sobresaltados. ¡Ha desaparecido la niña!  ¡Ha explotado la nevera! ¡Mirad como me arde el pelo! ¿Quién ha quemado las cortinas y por qué ha volado el tejado? ¡Y qué si ahora estallo a gritos porque me apetece rabiar a lo grande! No me extraña que el pobre Crispín esté desbordado. Ya les compensaré a mis  sobrinos. Les buscaré algún perro fogoso, bien broncas, que ladre más fuerte que ellos y asuste a las sanguijuelas antes de que alguien salga mal parado. ¿No han de parecerse los perros a sus amos?”

“O sea, que me he casado con un corgi. A ti también te voy a dejar por imposible, bonito mío,” dijo Tita Mabel. 

Entonces la tita  miró debajo de la mesa y dijo, “¡Sal, Agapetón!” Su perro labrador negro, que estaba descansando ahí tranquilamente, asomó la cabeza. La tenía un poco torcida de haber estado largo rato tumbado de un mismo lado. “¿Y tú qué me dices, Agapetón?” le preguntó la tita “¿Te parece bien que este perrito se quede a vivir con nosotros?”

Agapetón asintió con la cabeza y ese asunto quedó resuelto.

“Será mejor que Arley meriende contigo, Gen. Estará muerto de hambre. ¿Te ha sentado mal la sopa verde, Arley? ¿Se digiere bien la hierba hervida en agua salada, Gen?” nos dijo la tita.

“No sé. No me gusta la clorofila ni la sal en exceso. Prefiero la vitamina C y el azúcar,” dijo el tito. “Venga, sírvete té con limón, Arley. A partes iguales, que es como me gusta. Ya lleva azúcar. Y cómete esos emparedados de queso con tomate, que he hecho yo, que  ya llegará algo más de la cocina de la abuelita.”

“Oye, mañana mandamos un cargamento de comida a los Munificentes, para que hagan lo que quieran con eso,” le interrumpió Mabel a Gen.    

“Lo acabo de hacer,” dijo el tito. "Nada más llegar."

Tras la merienda, el tito y yo salimos a pasear al jardín.

“Voy a buscar el árbol en el que nació Melisa,” me dijo Tito Gen. “Quiero hablar con las abejas que la acogieron. Ya he hablado con tu madre. Mi idea es trasladar el árbol con las colmenas a uno de los jardines de Titania, uno que ella le ha cedido a Melisa para que juegue a jardinera ahí. Las abejas son muy útiles, y no quiero que Melisa pierda la conexión con ellas. No todo el mundo se entiende con las abejas. Es una ventaja que tiene la chiquilla y conviene que la conserve.”

“Esas colmenas darán buena miel. Tú perderás un árbol útil.”

“Ni sabía que estaba ahí. De haberlo sabido, seguro que hubiese descubierto a  Melisa el día que nació.”

Complació a las abejas mudarse de jardín, y pudimos llevar el árbol al de Melisa. La niña y las abejas se mostraron muy felices al reencontrarse. Así que eso al menos fue bien. Mamá invitó al tito a cenar, y el aceptó, pero dijo que primero él y yo pasaríamos por el campo de golf de su suegro para hablar con los Melocotones. Sólo llevaría un minuto.

Los Melocotones son quintillizos, hijos de una hermana de Belvedere el Mnemosino y de un espíritu embrujador japonés que es poeta y fabricante de papel. Nosotros le llamamos Momo San, queriendo decir Honorable Señor Melocotón. Momo San vino a mi fiesta del día del nombre y me regaló un escritorio para escribir en japonés y una gran caja lacada para guardar documentos con ciento trece hojas de papel de distintos colores y tamaños, todos ellos exigentes. El papel exigente no deja que escribas ni dibujes, ni pintes ni imprimas algo que no sea de calidad en él. Un poema curioso, un dibujo exquisito, eso sí. Cosas vulgares o indecorosas, no. Es un papel algo antipático y muy censor, pero te anima a dar lo mejor de ti. 

El Honorable Melocotón suele estar callado porque tiene un problema parecido al de Tito Fu, aunque no igual. A los dos les cuesta comunicar. Tito Fu no habla con cierta gente porque no puede evitar decir palabrotas o expresar opiniones que no son populares y esto siempre le trae problemas. Momo San habla diecisiete idiomas, pero apenas consigue hacerse entender en ninguno. Esto pasa porque Momo San no puede regular el tono de su voz. O grita como un loco y asusta a todo el mundo, y salen corriendo y le dejan solo, o susurra tan bajito que nadie capta lo que está diciendo. La gente se impacienta y también en este caso le dejan solo tan pronto como educadamente pueden. El caso es que Momo San y  yo nos entendemos bien, pero a veces a base de muecas y señas y eso que yo puedo presumir de tener el oído tan fino como el de una polilla.    

Por alguna razón, Momo San  sí puede susurrarle clara y dulcemente a su mujer, que es la única que puede convivir con él. Debe ser por el poder del amor. Pero sus hijos se mudaron a la casa de al lado, que es la del padre de Mabel, para estar tranquilos. Los abuelos de Mabel regalaron a sus cuatro hijas e único hijo un terrenazo en Isla Manzana. En el centro del terreno construyó su casa el Memorión. Sus hermanas viven una al norte de esa casa, otra al sur, otra al oeste, y la cuarta, que es la esposa de Momo San, al este. Más adelante tendré más que decir sobre el Memorión y sus hermanas, pero de momento me centraré en los Cinco Melocotones.

Todos estos chicos tienen nombres rimbombantes de los que no se acuerdan los que no aprecian la poesía, porque son nombres larguísimos, un haiku entero en sí, cada uno de ellos, y aunque los chicos no se parecen en nada, la mayoría de la gente se lía y no sabe distinguir a uno de otro. Así que responden cuando se les llama Ichiro, Jiro, Saburo, Shiro y Goro, o sea, Uno, Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Yo, como soy tiquismiquis, me molestaré algún día, que creo que está cercano, en aprenderme sus verdaderos nombres, pero hasta que me entere van por número. Tienen una hermana menor a la que todos llamamos Cami, porque su nombre es un haiku que va de una camelia. Ese ya me lo he aprendido.  

Camelia profundamente rosa

Que se torna púrpura al ser besada

 por el dios de la luna.

Los Melocotones me recibieron muy bien, porque aunque no he tenido mucho trato con estos chicos, nos hemos encontrado en alguna que otra fiesta y también hemos coincidido en partidos de fútbol y competiciones de tiro con arco.

Ellos y su padre me enseñaron el campo de golf, que está muy bien, y aunque no es tan grandioso como el de mi abuelo, resulta más acogedor y menos distante y estirado.  Hablaron con el portón del campo y con todas las demás puertas que había allí para ordenarlas que se abriesen siempre que yo quisiese entrar.

“¿Quién es este Fisipki?” me preguntaron.

“No lo sé bien, pero ahora es hijo de Demetrio Ricatierra.”

“¡Ah! ¡De Deme San!” susurró roncamente el honorable Sr. Melocotón.

 “Estuvimos en la boda de Tito Richi," dijo Goro, "¿Así que ahora tiene un hijo?”

“Es muy reciente. Fisipki parece… un poco… mayor, para ser un hijo nuevo. Y es algo… rarito. Pero bueno, ya le iréis conociendo. Y yo también, porque no le he tratado mucho. Es que prometí a mi abuelo darle clases de golf y supongo que será la ocasión de llegar a conocernos mejor.”

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