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miércoles, 5 de julio de 2023

251. El escondrijo de Gatsabé y la gran bolsa de basura


 251. El escondrijo de Gatsabé y la gran bolsa de basura

Si hay un auténtico príncipe entre mis hermanos, ese es Ator. No es sólo que siempre está dispuesto a combatir cualquier mal, a ser generoso con los necesitados, a defender a cualquiera que necesite un campeón y a hacer todo esto de manera muy efectiva. Es que además sabe ser muy agradable y todas las chicas dicen que es encantador. Sin embargo, nunca le he visto con aspecto de ser feliz. Sonríe mucho y bien. Pero un algo de tristeza y de soledad le acompaña siempre. Nunca he pensado mucho en eso, pero siempre lo he notado.

“¿Es cierto que estás enamorado de Gatsabé?” me atreví a preguntarle.

“¿Quién te ha dicho eso?”

“El Abuelo Aeterno.”

“Claro. Ese tiene que saberlo todo. Una vez me echó una bronca por insistir en cortejar a Sabi.”

“¿Cuál de vosotros no le gusta?”

Ator se encogió de hombros.

“Ninguno de los dos, supongo. Creo que sólo le gusta la gente que no piensa más que en adorarle. Yo le dije que yo podría alejarme de Sabi, pero nunca podría dejar de amarla. Y que él nunca lograría interesarme en otra persona. Me temo que soy de esos que no admiten sustitutos. Le dije al abuelo que si Gatsabé no estuviese siempre sola, yo no la perseguiría. Si estuviese enamorada de otro, yo no interferiría. Mantendría las distancias. Pero seguiría amándola en silencio. Yo he elegido servirla, es mi dama, y eso es lo que hago y siempre haré. El abuelo me dijo que yo era un atrevido, pero que lo único que sacaría de esto sería pasar a ser el perrito faldero de una gata loca. Así que supongo que ella tampoco es de su agrado. Y entonces él me dijo eso que le dice a todos los que se le oponen. Eso de tú mismo. Así corta con la gente. Y desde ese día yo no existo para él.”

“¿Por qué no te acepta Gatsabé? Todas las chicas dicen que lo harían encantadas.”

Una vez más mi hermano se encogió de hombros.

“No estoy seguro de que no la guste. Puede ser estupenda, aunque no lo es siempre. Creo que sólo es que es muy independiente. Y desconfiada. Y tiene muy poca paciencia con la gente. Afortunadamente yo tengo suficiente paciencia para los dos. Creo que ella es como es por su madre y los amigos de su madre. Jocosa nunca se toma nada en serio y siempre está rodeada de gente que gasta bromas pesadas a los demás. No todo el mundo encuentra a esta panda graciosa. Cuando se fue haciendo mayor, Gatsabé se cansó de ellos. Pasaba más y más tiempo escondida, disfrazada de gata. Se refugiaba en el Bosque Triturado. Entonces nadie iba por ahí. Y nadie pensó en buscarla en ese lugar y ahora sigue viviendo allí.”

Hacia allí estábamos yendo, Ator, Fisipki y yo. Al Bosque Triturado para visitar el Escondrijo de Gatsabé.

“Además, es más de mil años mayor que yo,” continuó Ator, llegando, creo yo, al verdadero problema. “A mi no me importa la diferencia de edad, pero a ella sí. No es mi culpa que yo no existiese durante la mayor parte de su vida. ¿A qué no? No es como si la hubiese fallado a propósito. Juro que en cuanto la vi supe que no iba a haber otra mujer para mí. Así que hago lo que puedo para tenerla contenta. Y creo que no se me puede culpar por no haber nacido antes.”

Mientras mi hermano y yo hablábamos, Fisipki nada decía. Cuando fui a recogerle para llevarle a consultar a Gatsabé, le pregunté qué tal estaba y él dijo que bien. Le tuve que explicar que no iba a estar nada bien si no me acompañaba para curar una infección que tenía sin saberlo pero que pronto daría la cara.

“¿Los cirujanos cometieron un error?” me preguntó.

“No. Lo hicieron muy bien. Pero se les pasó la posibilidad de que te infectases, creo,” dije yo. “Pero la señora que vamos a ver lo va a arreglar todo sin que te des ni cuenta.”

“¿No dolerá?”

No tenía ni idea, pero le dije que no.

“Tal vez tengas que tomar alguna medicina repugnante, pero yo creo que no pasará nada peor. Tal vez ni ocurra eso.”

Nuestro camino se deslizaba junto a un arroyo, y  Ator paró cuando llegamos a un pequeño puentecillo de piedra y apuntó a unos árboles que había al otro lado del puente.

“Tras el denso matorral,” dijo, y empezamos a cruzar el puente.

“¡Ay!” gritó de pronto mi hermano cuando estábamos a mitad del puente, y yo vi que una gran gata negra de ojos verdes había saltado a su hombro. “¡No me claves las uñas, que no estoy aquí por mí!”


Yo conocía a esa gata. La había visto antes. Incluso nos habíamos dicho miau en más de una ocasión. Era simpática,  pero no demasiado. Se acercaba a mi y me olisqueaba, pero no dejaba que la tocase.

“Uno de mis primos tiene una infección y le han dicho a mi hermano que te lo traiga para que le cures. Se lo ha dicho nuestro abuelo,” le dijo Ati a la gata.

La gata saltó del hombro de Ati y al hacerlo se convirtió en una dama que parecía ser del antiguo Egipto.


“Conozco a este,” dijo sonriéndome a mí. “Hemos compartido bizcochos  y galletas. Se ha pasado anos vagando por el bosque, casi siempre solito. Es un solitario, como yo.”

“Yo también te he reconocido,” la dije, “pero siempre pensé que eras sólo un gato.”

“No existe un gato que sólo sea un gato,” dijo Gatsabé frunciendo el ceño. Sonaba enfadada.

“Por supuesto,” aclaré rápidamente, aturdido por su repentino cambio de humor. “No quise decir que los gatos no son todos especiales. Sólo que no pensé que-”

“¿Que eras pariente de un felino?”

Yo no sabía que decir. No me importaba estar emparentado con un gato, pero sabía que ella no era realmente una gata. Ni siquiera era gata como un hombre lobo es lobo. Sólo era un hada que podía transformarse en gata a voluntad suya. Yo lo podría hacer también si quisiese.

“Entrar en mi choza,” dijo ella, llevándonos tras los árboles a una pequeña construcción que parecía la clase de lugar que habitaría una bruja. No porque estuviese sucio. Estaba incluso demasiado limpio. Desprendía un fuerte olor a timol. Y estaba pintada la casita con los tonos adecuados de azul brujo, para mantener alejados a insectos y a malos espíritus.

“Me voy a quitar la peluca,” dijo Gatsabé, e hizo que desapareciese su peluca de antigua egipcia. Yo creía que estaría calva, con la cabeza rapada, pero cuando se quitó la peluca aparecieron unos cuantos hojitas enredados en su rizado pelo negro. El grupo de hojitas incluía a mi amigo Vicentico, y me saludaron alegremente.


“¿Cuál de vosotros dos es hermano de Timiano?” Gatsabé nos preguntó a Fisipki y a mí. “Tomillo es hermano de Ati, así que también ha de ser hermano de uno de vosotros.”

“Lo es mío,” dije yo.

“Yo fui la que le enrolló a Timiano en esto de la cultura Egipcia,” dijo la gata. “Sí, le inicié en ella. Y también le regale a Padimaahes. ¿Conoces a su gato?” me preguntó.

“Me encanta Padi,” dije yo. “Yo también tengo un gato. Gatocatcha. Y-”

No me dejó terminar lo que iba a decir.

“¿Por qué me necesitas, primo de mis primos?” le preguntó a Fisipki.

Fisipki nada dijo, y vi que yo tendría  que explicarle a Gatsabé por qué estábamos ahí. Pero antes de que pudiese hacerlo, alguien salió de la casita arrastrando una gran maleta muy usada. Y para mi horror, no se trataba de otro que Tanaceto Camamandrágoras.

“¡No fastidies!” no pude evitar exclamar.

“Ese sólo está aquí para enmarcar unos cuadros,” me dijo Ator. “¿O no?” añadió volviéndose a Gatsabé.

“Claro que estoy aquí sólo para eso,” protestó Tanaceto. “¿Cuántas veces tendré que explicártelo? La enviaría mi trabajo por correo, pero ella no quiere que se conozca por ahí su dirección. ¡Te juro que vas a tener que hacer algo con este hombre controlador, Gatsabé!”

¡NO!” grité yo, furioso. “Yo voy a tener que hacer algo contigo. ¿Por qué nos acosas?”

¿Yo?” Tanaceto parecía realmente sorprendido. “¿Pero tú quién eres?”

“¡No finjas que no me conoces!” grité. “¡Te tengo calado!”

“¡Mira detrás de ti!” dijo Tanaceto.

Tani de pronto parecía muy asustado. Estaba temblando y todo. Yo sabía que no podía ser porque yo le había gritado. No se me da bien asustar a gente. Y Ator estaba mirando detrás de mí con cara de no entender nada. Así que miré detrás de mí también y allí estaba…otra vez Tanaceto. Pero más sofisticado, con una capa azul añil y un arreglo floral mas estiloso en el sombrero, de ala más ancha que la de un bombín. El primer Tanaceto parecía más andrajoso.

Durante un momento, miré de uno a otro. Sí, había dos Tanacetos. Uno sonriente y el otro aterrado.

“¿Y esto de que va?” preguntó Ator.

“¡Largo de aquí, ambos dos!” gritó Gatsabé a los dos Tanis.

“Ya lo creo que me voy a largar,” dijo el Tanaceto sonriente. “Sólo quiero entregarle esta bolsa a Arley.”

Dejo caer una gran bolsa de basura a mis pies, de esas que se usan en los jardines para recoger ramas podadas y hojas caducas.

“Es para que tu tío no tenga que venir a por ellos,” me dijo, y se volvió al otro Tanaceto. “En cuanto a ti,” le dijo, “dale de una vez su lápiz a Arley. Te lo he vuelto a meter en la maleta. Y ni se te ocurra llevarte el de Juanito el sireno azul a cambio. Arley se ha ganado los dos. ¡Qué tengan un buen día, señores! Si así lo desean.” Tras despedirse de este modo de todos, saludó a Gatsabé diciendo, “Encantado de conocerla, señora. La besaría la mano, pero ahora mismo no me apetece que me arañen. Otra vez será.”

Y entonces el segundo Tanaceto desapareció.

En cuanto a la bolsa de basura, como era una bolsa de basura de jardín, yo pensé que contendría el árbol de los demonios, que nos lo estaba devolviendo el infierno. Pero no. A través del plástico traslúcido vi los rostros de los que tenían que ser Elucubro y Metopata mirándome con esperanza en los ojos.

“¿Y esto?” Gatsabé le espetó al Tanaceto que seguía entre nosotros. Y cuando vio que él era incapaz de articular palabra y no podía  ni balbucear y sólo hacía muecas de confusión y desesperación, ella se volvió a mí y me preguntó, “¿Qué ha sido esto?”

 

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