251. El escondrijo de Gatsabé y la gran bolsa de basura
Si hay un auténtico príncipe entre mis
hermanos, ese es Ator. No es sólo que siempre está dispuesto a combatir
cualquier mal, a ser generoso con los necesitados, a defender a cualquiera que
necesite un campeón y a hacer todo esto de manera muy efectiva. Es que además
sabe ser muy agradable y todas las chicas dicen que es encantador. Sin embargo,
nunca le he visto con aspecto de ser feliz. Sonríe mucho y bien. Pero un algo
de tristeza y de soledad le acompaña siempre. Nunca he pensado mucho en eso,
pero siempre lo he notado.
“¿Es cierto que estás enamorado de Gatsabé?”
me atreví a preguntarle.
“¿Quién te ha dicho eso?”
“El Abuelo Aeterno.”
“Claro. Ese tiene que saberlo todo. Una vez
me echó una bronca por insistir en cortejar a Sabi.”
“¿Cuál de vosotros no le gusta?”
Ator se encogió de hombros.
“Ninguno de los dos, supongo. Creo que sólo
le gusta la gente que no piensa más que en adorarle. Yo le dije que yo podría
alejarme de Sabi, pero nunca podría dejar de amarla. Y que él nunca lograría
interesarme en otra persona. Me temo que soy de esos que no admiten sustitutos.
Le dije al abuelo que si Gatsabé no estuviese siempre sola, yo no la
perseguiría. Si estuviese enamorada de otro, yo no interferiría. Mantendría las
distancias. Pero seguiría amándola en silencio. Yo he elegido servirla, es mi
dama, y eso es lo que hago y siempre haré. El abuelo me dijo que yo era un
atrevido, pero que lo único que sacaría de esto sería pasar a ser el perrito
faldero de una gata loca. Así que supongo que ella tampoco es de su agrado. Y
entonces él me dijo eso que le dice a todos los que se le oponen. Eso de tú
mismo. Así corta con la gente. Y desde ese día yo no existo para él.”
“¿Por qué no te acepta Gatsabé? Todas las chicas
dicen que lo harían encantadas.”
Una vez más mi hermano se encogió de hombros.
“No estoy seguro de que no la guste. Puede
ser estupenda, aunque no lo es siempre. Creo que sólo es que es muy
independiente. Y desconfiada. Y tiene muy poca paciencia con la gente.
Afortunadamente yo tengo suficiente paciencia para los dos. Creo que ella es
como es por su madre y los amigos de su madre. Jocosa nunca se toma nada en
serio y siempre está rodeada de gente que gasta bromas pesadas a los demás. No
todo el mundo encuentra a esta panda graciosa. Cuando se fue haciendo mayor,
Gatsabé se cansó de ellos. Pasaba más y más tiempo escondida, disfrazada de
gata. Se refugiaba en el Bosque Triturado. Entonces nadie iba por ahí. Y nadie
pensó en buscarla en ese lugar y ahora sigue viviendo allí.”
Hacia allí estábamos yendo, Ator, Fisipki y
yo. Al Bosque Triturado para visitar el Escondrijo de Gatsabé.
“Además, es más de mil años mayor que yo,”
continuó Ator, llegando, creo yo, al verdadero problema. “A mi no me importa la
diferencia de edad, pero a ella sí. No es mi culpa que yo no existiese durante
la mayor parte de su vida. ¿A qué no? No es como si la hubiese fallado a
propósito. Juro que en cuanto la vi supe que no iba a haber otra mujer para mí.
Así que hago lo que puedo para tenerla contenta. Y creo que no se me puede
culpar por no haber nacido antes.”
Mientras mi hermano y yo hablábamos, Fisipki
nada decía. Cuando fui a recogerle para llevarle a consultar a Gatsabé, le
pregunté qué tal estaba y él dijo que bien. Le tuve que explicar que no iba a
estar nada bien si no me acompañaba para curar una infección que tenía sin
saberlo pero que pronto daría la cara.
“¿Los cirujanos cometieron un error?” me
preguntó.
“No. Lo hicieron muy bien. Pero se les pasó
la posibilidad de que te infectases, creo,” dije yo. “Pero la señora que vamos
a ver lo va a arreglar todo sin que te des ni cuenta.”
“¿No dolerá?”
No tenía ni idea, pero le dije que no.
“Tal vez tengas que tomar alguna medicina
repugnante, pero yo creo que no pasará nada peor. Tal vez ni ocurra eso.”
Nuestro camino se deslizaba junto a un
arroyo, y Ator paró cuando llegamos a un
pequeño puentecillo de piedra y apuntó a unos árboles que había al otro lado
del puente.
“Tras el denso matorral,” dijo, y empezamos a
cruzar el puente.
“¡Ay!” gritó de pronto mi
hermano cuando estábamos a mitad del puente, y yo vi que una gran gata negra de
ojos verdes había saltado a su hombro. “¡No me claves las uñas, que no estoy
aquí por mí!”
Yo conocía a esa gata. La había visto antes.
Incluso nos habíamos dicho miau en más de una ocasión. Era simpática, pero no demasiado. Se acercaba a mi y me
olisqueaba, pero no dejaba que la tocase.
“Uno de mis primos tiene una infección y le
han dicho a mi hermano que te lo traiga para que le cures. Se lo ha dicho
nuestro abuelo,” le dijo Ati a la gata.
La gata saltó del hombro de Ati y al hacerlo
se convirtió en una dama que parecía ser del antiguo Egipto.
“Conozco a este,” dijo sonriéndome a mí.
“Hemos compartido bizcochos y galletas.
Se ha pasado anos vagando por el bosque, casi siempre solito. Es un solitario,
como yo.”
“Yo también te he reconocido,” la dije, “pero
siempre pensé que eras sólo un gato.”
“No existe un gato que sólo sea un gato,”
dijo Gatsabé frunciendo el ceño. Sonaba enfadada.
“Por supuesto,” aclaré rápidamente, aturdido por su repentino cambio de humor. “No quise
decir que los gatos no son todos especiales. Sólo que no pensé que-”
“¿Que eras pariente de un felino?”
Yo no sabía que decir. No me importaba estar
emparentado con un gato, pero sabía que ella no era realmente una gata. Ni
siquiera era gata como un hombre lobo es lobo. Sólo era un hada que podía
transformarse en gata a voluntad suya. Yo lo podría hacer también si quisiese.
“Entrar en mi choza,” dijo ella, llevándonos
tras los árboles a una pequeña construcción que parecía la clase de lugar que
habitaría una bruja. No porque estuviese sucio. Estaba incluso demasiado limpio.
Desprendía un fuerte olor a timol. Y estaba pintada la casita con los tonos
adecuados de azul brujo, para mantener alejados a insectos y a malos espíritus.
“Me voy a quitar la peluca,” dijo Gatsabé, e
hizo que desapareciese su peluca de antigua egipcia. Yo creía que estaría
calva, con la cabeza rapada, pero cuando se quitó la peluca aparecieron unos
cuantos hojitas enredados en su rizado pelo negro. El grupo de hojitas incluía
a mi amigo Vicentico, y me saludaron alegremente.
“¿Cuál de vosotros dos es hermano de
Timiano?” Gatsabé nos preguntó a Fisipki y a mí. “Tomillo es hermano de Ati,
así que también ha de ser hermano de uno de vosotros.”
“Lo es mío,” dije yo.
“Yo fui la que le enrolló a Timiano en esto
de la cultura Egipcia,” dijo la gata. “Sí, le inicié en ella. Y también le
regale a Padimaahes. ¿Conoces a su gato?” me preguntó.
“Me encanta Padi,” dije yo. “Yo también tengo
un gato. Gatocatcha. Y-”
No me dejó terminar lo que iba a decir.
“¿Por qué me necesitas, primo de mis primos?”
le preguntó a Fisipki.
Fisipki nada dijo, y vi que yo tendría que explicarle a Gatsabé por qué estábamos
ahí. Pero antes de que pudiese hacerlo, alguien salió de la casita arrastrando
una gran maleta muy usada. Y para mi horror, no se trataba de otro que Tanaceto
Camamandrágoras.
“¡No fastidies!” no
pude evitar exclamar.
“Ese sólo está aquí para enmarcar unos
cuadros,” me dijo Ator. “¿O no?” añadió volviéndose a Gatsabé.
“Claro que estoy aquí sólo para eso,”
protestó Tanaceto. “¿Cuántas veces tendré que explicártelo? La enviaría mi
trabajo por correo, pero ella no quiere que se conozca por ahí su dirección.
¡Te juro que vas a tener que hacer algo con este hombre controlador, Gatsabé!”
“¡NO!” grité yo, furioso. “Yo voy a
tener que hacer algo contigo. ¿Por qué nos acosas?”
“¿Yo?” Tanaceto parecía realmente
sorprendido. “¿Pero tú quién eres?”
“¡No finjas que no me conoces!” grité. “¡Te
tengo calado!”
“¡Mira detrás de ti!” dijo Tanaceto.
Tani de pronto parecía muy asustado. Estaba
temblando y todo. Yo sabía que no podía ser porque yo le había gritado. No se
me da bien asustar a gente. Y Ator estaba mirando detrás de mí con cara de no
entender nada. Así que miré detrás de mí también y allí estaba…otra vez
Tanaceto. Pero más sofisticado, con una capa azul añil y un arreglo
floral mas estiloso en el sombrero, de ala más ancha que la de un bombín. El primer Tanaceto
parecía más andrajoso.
Durante un momento, miré de uno a otro. Sí,
había dos Tanacetos. Uno sonriente y el otro aterrado.
“¿Y esto de que va?” preguntó Ator.
“¡Largo de aquí, ambos dos!” gritó
Gatsabé a los dos Tanis.
“Ya lo creo que me voy a largar,” dijo el
Tanaceto sonriente. “Sólo quiero entregarle esta bolsa a Arley.”
Dejo caer una gran bolsa de basura a mis
pies, de esas que se usan en los jardines para recoger ramas podadas y hojas
caducas.
“Es para que tu tío no tenga que venir a por
ellos,” me dijo, y se volvió al otro Tanaceto. “En cuanto a ti,” le dijo, “dale
de una vez su lápiz a Arley. Te lo he vuelto a meter en la maleta. Y ni se te
ocurra llevarte el de Juanito el sireno azul a cambio. Arley se ha ganado los
dos. ¡Qué tengan un buen día, señores! Si así lo desean.” Tras despedirse de
este modo de todos, saludó a Gatsabé diciendo, “Encantado de conocerla, señora.
La besaría la mano, pero ahora mismo no me apetece que me arañen. Otra vez
será.”
Y entonces el segundo Tanaceto desapareció.
En cuanto a la bolsa de basura, como era una
bolsa de basura de jardín, yo pensé que contendría el árbol de los demonios,
que nos lo estaba devolviendo el infierno. Pero no. A través del plástico
traslúcido vi los rostros de los que tenían que ser Elucubro y Metopata
mirándome con esperanza en los ojos.
“¿Y esto?” Gatsabé le espetó al Tanaceto que
seguía entre nosotros. Y cuando vio que él era incapaz de articular palabra y no
podía ni balbucear y sólo hacía muecas
de confusión y desesperación, ella se volvió a mí y me preguntó, “¿Qué ha sido
esto?”
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