252. Tira, Acerca y Atrae
Yo estaba que se me llevaban los demonios.
Pensaba que el Demonio tenía muy mala idea. ¿O no la tenía? Claro que me había
ahorrado ir al infierno a por Elucubro y Metopata, ¿pero acaso hubiese llegado a
hacerlo? Yo era consciente de que tenía un problema, porque tenía que evitar
que mi tío Ricatierra visitase ese terrible lugar para recuperarlos, pero no
había tenido tiempo de pensar en cómo evitar eso. Y desde luego no esperaba
encontrarme con una bolsa de plástico que contuviese a estos dos impresentables.
“¿Quiénes son esos tipos?” me preguntó mi
hermano. “¿Quieres que los devuelva al infierno? Puedo arrastrar la bolsa al
Pozo del Odiador y lanzarla dentro. La corriente hará el resto.”
Yo le miré pero nada dije. No estaba preparado para responder.
“Arley, ¿estás en un trance?” Gatsabé me
preguntó. “¡Sal de él!”
Salí, y les expliqué quiénes eran Elucubro y
Metopata y cómo yo no tenía ni idea de qué hacer con ellos. Me fue más difícil
explicar quién era realmente Tani porque yo no estaba seguro de saberlo.
“Y este individuo que enmarca cuadros para
ti, Gatsabé, pues podría ser sólo un
pobre diablo que no es un auténtico demonio, sino sólo un artista desafortunado
que se ha visto envuelto en las patrañas del Maligno. Pero también podría ser
el mismísimo Demonio.”
“¿El Demonio no era ese fulano que acaba de
irse?” preguntó la gata.
“Tal vez. Pero también podría ser este,
dándonos gato por liebre por partida doble.”
“¡Largo de aquí los dos!” gritó de pronto
Gatsabé, dando una patada a la abultada maleta de Tanaceto. “¡Nadie me toma el
pelo! ¡Esto es lo que ganas intentando cachondearte de nosotros!” y le dio una
patada en cada espinilla a Tanaceto.
Cuando dio el puntapié a la maleta, está se
abrió, y algunos de los materiales de arte que llevaba dentro cayeron fuera.
Entre estos estaba el conflictivo lápiz que Tani tenía que darme. Fue lo primero que
él recogió y me lo tiró a la cara sin decir palabra. Pensé que lo mejor que
podía hacer era quedármelo, pues tal vez así se rompería la conexión entre
nosotros. Así que lo mande directamente a mis habitaciones en palacio.
“Gracias,” murmuré.
Tanaceto
no dijo nada. Termino de recoger y desapareció.
Yo me di cuenta de que me estaba sintiendo
mal por él. ¿Y sí realmente era sólo un desgraciado que había caído en las
redes de demonios y estaba siendo utilizado por ellos? Pensando en redes, me acordé del problema de Fisipki.
“Lo siento de veras pero no puedo curar a
nuestro extraño primo,” dijo Gatsabé. “He examinado el iris de cada uno de sus
ojos y veo claro que esta criatura no tiene una infección. Es otra cosa. Quizás
una alergia o una intolerancia al hilo ese de araña de cuatrocientos años con
el que decís que le han cosido.”
“¿Van a tener que descoser lo cosido? ¿Retirar
el hilo?”
Gatsabé sacudió la cabeza con tristeza.
“Me encantaría poder ser de ayuda, pero lo
único que puedo hacer es recomendar que habléis con alguien que entienda de
esta clase de hilo y las reacciones que puede provocar.”
Y entonces, cuando pensaba que esto me iba a
superar, la Tía Nectarina vino al rescate.
“Perdonarme por haber estado espiando,” dijo,
“pero sospechaba que ibais a necesitar mi ayuda.”
“¡Sí!” exclamé yo, “¡Por favor!”
Así son las hadas mayores. Más que estar en
sus asuntos, siempre están espiando a las hadas jóvenes por si necesitan ayuda.
Y de vez en cuanto, los jóvenes lo agradecemos.
“Michi michi, Sabi San,” le saludó la tía a Gatsabé.
Esta se acercó a la anciana y le puso una patita, digo, una mano, en el hombro. "Nyan, nyan," dijo Gatsabé. Era obvio que se conocían bien.
“No
os preocupéis por el hilo,” prosiguió la tía Nekutarin. “Eso tiene arreglo. El
problema que tenemos tiene que ver con esos dos tontos que hay en la bolsa.
Llama a tu tío ahora mismo, Arley. A Gentillluvia, no a Ricatierra.,” me
aconsejó, “y entrégale esa bolsa a Augusto San antes de que Demetrio San decida
salir a buscar a estos secuestradores.”
“Pensé en hacer eso, pero es que el abuelo se
puede enfadar. A él no le gusta nada que Tito Gen resuelva sus problemas. ¿No
debería ser yo quién de solución a esto?”
“¿Qué puedo hacer para ayudar?” se ofreció
Ator. “Tal vez no necesitemos pedir ayuda a nadie.”
“Tú puedes abstenerte de actuar, hombre de acción,” le dijo
Tita Nekutarin a mi hermano. “Mucho ayuda quién no estorba. Arley va a llamar a
Augui San. Tú abuelo ya estará enterado de esto. Seguro que está partiendo sus
palos de golf sobre su rodilla. Da igual, ellos se recomponen en un segundo.
Cuando está realmente enfurecido, puede romperlos hasta cincuenta veces, todas
las que quiera, sin que se pierdan.”
“Conociendo al abuelo, yo diría que estará
maldiciendo a los demonios por haberse atrevido a devolverle a estos mierdas.
Tenemos que actuar antes de que él lo haga él, Arley, que puede pasarse,”
dijo mi hermano.
“Sólo tenéis que convertir a esos dos en
ratones y yo me los zamparé sin dudarlo,” dijo Gatsabé, estudiando con sus grandes ojos de gata a los dos secuestradores
que estaban temblando en la bolsa.
“¡Ni hablar!” protestó Ator. "¡Tú no comes comida de gatos! Deja de asustarles, que bastante tienen que estarlo ya."
“Si ya tenemos una solución, no busquéis otra,” dijo la tía
Nekutarin, muy decidida. “Llama ahora mismo a tu tío o lo haré yo misma, Arley.
Él hará desaparecer a esta gente. Tú trabajas con él. Tendrás una línea
directa, un teléfono rojo o algo así que te comunique con él.”
Lo tenía, y ya estaba llamando, esperando que
no fuese un mal momento para hacerlo.
Tito Gen apareció antes de que yo pudiese
hablar con él. Debió traer consigo a un ayudante invisible o dos, porque la
bolsa se alzó horizontalmente en el aire, y se fue como si la cargasen por las
dos puntas.
“Por lo menos esto lo hemos quitado de en
medio,” dijo. “Tita, ahora voy para Jigoku a por el Dr. Matasano. Le traeré
aquí ya mismo.”
“¡NO!” dijo Tita Nekutarin. “Tú
has hecho tu parte. Ahora vete de aquí y llévate a tu sobrino contigo.
¡Rápido!”
“¿Qué?¿Por qué?”
“Porque aquí no puedes estar.”
“Ven,
Arley,” empezó a decir Tito Gen.
“¡Arley no! ¡Ati!”
“¿Y yo por qué yo?” preguntó Ator, muy
sorprendido.
“Prometer los dos que no vais ni a mirar por
bola de cristal lo que aquí vayamos a estar haciendo.”
Tito Gen y Ator
se miraron nada convencidos.
“¡Prometedlo!” ordenó Tita Nekutarin. “Sé lo
que hago. No me lo pongáis difícil.”
Tito Gen asintió con la cabeza y él y Ati
desaparecieron.
“Tú tampoco deberías estar aquí,” me dijo la
tita. Se volvió hacia los hojitas que estaban en el pelo de Gatsabé y les dijo,
“y vosotros tampoco. Los que estáis ahí sois todos varones, ¿no?”
Una vocecita de pronto se alzó y preguntó, “¿Vas
a llamar a la Liante Recién Casada?”
“¡Chitón!” le indicó la tita al pequeño
Dolfitos. Como se tomaba muy en serio lo de ser intelectual, pudo adivinar de
que iban los planes de Nectarina. La tita se volvió a mí y me preguntó, “¿Tú
qué sabes de mujeres?”
“¿Qué? ¡Ah! Bueno, pues, el pasado febrero,
aprendí…algo… y-”
“Ya veo,” dijo la tita, y se volvió a
Gatsabé. “Voy a llamar a la Dama Hiku. ¿Tienes algún inconveniente?”
“No,” dijo Gatsabé. “¿Pero no podríamos pasar
de ella?”
La tita sacudió la cabeza.
“Escucha, Arley,” me dijo a mí, “Hiku siempre
va a todas partes con lo que parece ser un niño precioso. Se leve tan sanote y bonito que todos estarían orgullosos de que fuese su hijo. En cuanto Hiku ve a un
hombre al que se quiere comer, le dice bien fuerte al niño, para que todos lo
oigan, que ese hombre es su padre y que vaya a darle un beso.”
“¿Comer?”
No estaba yo seguro de haber oído bien.
Tita Nekutarin asintió.
“El nene no es hijo ni de ella ni de nadie. Ni siquiera es un niño. Es una hábil manera de disfrazar sus glándulas hiladoras. Aquel al que abraza
el niño acaba envuelto en un capullo de tela de araña. Si su víctima es mortal,
ella se beberá su sangre en el momento que la apetezca, y si es de los
nuestros, se quedará envuelto hasta que alguien lo rescate, puesto que nuestra sangre no la vale para alimentarse. Es demasiado verdosa y transparente. He sacado de aquí a
tu hermano y a tu tío porque seguro que intentan defenderse y al hacerlo
ofenden a Hiku, que es lo último que queremos hacer. Estos caballeros vegetales
también deben irse, porque si Hiku les lía en su seda, se perderán para siempre en esa
maraña. No habrá quién los encuentre. Si os queréis quedar para ver lo
que pasa aquí, debéis prometer no dudar ni por un minuto sobre la paternidad de
ese niño,” nos advirtió.
“Yo no tengo dudas,” dije yo.
“Un solo segundo de confusión llevaría a un
resultado fatal. Mi consejo es que tú, Arley, intentes parecer lo más joven e
inocente que puedas, para que no se fije en ti la Hiku. Y los hojitas deberíais
esconderos dentro de la casa y mirar por las ventanas sin que se note que lo
estáis haciendo.”
“¿Por qué vamos a invocar a este ser
peligroso?” pregunté yo.
“Porque no conozco a nadie más que esté en
posesión del antídoto al veneno que impregna el hilo de las arañas de más de
cuatro siglos de edad.”
“¿Y Fisipki no correrá peligro?”
“Ese sabe instintivamente que sus hijos no se parecen en nada al niño reluciente que va a
aparecer por aquí. Y ella lo sabrá también, nada más verle. Pero será mejor que
se esconda dentro de la casa y ni mire.”
“Yo me quedaré fuera y miraré desde aquí,”
dije. “Daré la cara, porque si intento mirar por la ventana y me detecta igual se ofende.”
“Tienes que prometer que dejarás que la tía
sea la que maneje este asunto,” dijo Gatsabé.
“Lo prometo. Y me convertiré en un niño de
tres años para que su supuesto kodomo no pueda pensar en hacerme creer que soy su padre.”
Y eso hice. Adquirí el aspecto de un niño de
tres años.
“¿Así valdrá?”
“Sí. Las glándulas parecen un niño de cinco
años, así que supongo que servirá que tú tengas tres. Pero no vayas tú a pensar ahora que él es padre tuyo. ¿Nos vale así, tía?” le preguntó Gatsabé a Tita
Nekutarin, que me dio su aprobación.
“La Dama Hiku no se come a los que ha conocido siendo niños siempre que
no la ofendan mucho. Por eso yo he decidido dejar que tú sigas aquí. Si salimos
airosos, ya estarás a salvo de ella para siempre. Si la vuelves a ver, sólo tendrás que recordarla que la conociste hoy.”
Y entonces la Tía Nekutarin comenzó a trazar
una tela de araña en el suelo con su vara de madera de melocotonero, como si de
un círculo mágico se tratase. Pero ni ella ni nosotros estábamos dentro de él. Lo que sí colocó en el centro de la tela fue un hilito que sacó de una bolsita negra. Mientras trabajaba, canturreaba. Y cuando acabó
su dibujo, dijo bien claro, “Tira,
acerca y atrae, ven para acá en
el acto. Recuerda, fiel amiga, que nosotras hicimos un pacto. Sé que lo vas a
honrar, porque yo lo hice así. Escucha, fiel amiga, y acude ante mí.”
El hilito empezó a trazar la red que había dibujado la tita. Cuando acabó, se alzo hacía el cielo y se formó una nube muy densa a partir del hilito, y una joven de aspecto muy delicado comenzó a
descender de la nube por el hilo. Agarrado a su
delantal venía también un niño muy hermoso de unos cinco años.
“¿Qué puedo hacer por usted, honorable y muy
estimada Doña Nekutarin?” preguntó la dama, haciendo una profunda reverencia en
cuanto tocó tierra, justo en el centro de la tela.
Mientras la tita le explicaba a esa señorita lo que necesitaba, los ojos de la Dama Hiku recorrían el lugar a toda velocidad, observándolo todo como si tuviese ocho en vez de dos ojos. Con todo, parecía algo miópe.Y entonces la dama se transmogrificó en una especie de semi-araña.
Le crecieron ocho patas, y al niño también. Y sus colmillos aparecieron y relucieron. El niño
comenzó a volar hacía nosotros, flotando, alejándose del cuerpo de su madre.
Llegó ante mí y yo estaba a punto de dar un salto atrás y desaparecer cuando me
percaté de que sólo quería darme unos palitos negros que parecían de madera
quemada y unas bolas amarillas y esponjosas. La Tía Nekutarin saltó delante de
mí y cogió estas ofrendas antes de que yo las tocase. Dio gracias profusamente
a Hiku, que dijo que eso no era nada, pues ella todavía le debía muchos favores
a la tita. Entonces la dama araña desapareció.
En cuanto la Liante Recién Casada se fue,
Tito Gen y mi hermano Ati se manifestaron. La tita, que se había agachado para recoger su hilito, sacudió la cabeza nada más verlos.
“¡Ah! Habéis llegado demasiado pronto. Mentirosos. Prometisteis no mirar,” les regañó la tita.
“Me tienes que contar la historia de
esta mujer, tita,” dijo Tito Gen. “¿Desde cuándo está recién casada?”
“Está recién casada siempre que tiene hambre. Aléjate de ella, y no hagas el tonto con este asunto."
"Sólo quiero saber por qué es como es," dijo el tito. "Es deformación profesional. ¿Ella nació así o le pasó algo malo?"
"Ya has tenido disgustos antes por estudiar monstruos de cerca. ¡Olvídate de la araña y de su pasado! Aprende del tuyo."
"¿Tú también quieres saber más sobre Hiku?" Gatsabé le preguntó a Ator.
"¡No!" dijo mi hermano.
"Ahora le voy a enseñar a
Gatsabé como preparar un antídoto para el mal que trae el hilo de araña de
cuatro siglos. ¿Querrás aprender, no, Sabi?”
Todos queríamos aprender eso, hasta los
hojitas, y sobre todos ellos, Dolfitos.
Así es
cómo aprendí a esterilizar hilo de araña de cuatrocientos años. Por supuesto,
lo difícil es conseguir los ingredientes para el preparado. No todos pueden
convencer a la dama araña para que suelte los palos negros y las bolas
amarillas, así que espero no necesitar este tipo de antídoto nunca más. La tita no nos quiso decir que exactamente eran esos ingredientes. Y casi me alegro de no conocer a nadie más que pueda decírmelo.
Cuando acabamos de elaborar el antídoto, Tita
Nekutarin lo metió en una botellita de cristal y plata y me dijo que Fisipki
debía tomar un sorbo en ayunas, mejor nada más despertarse por la mañana. Eso
durante ocho días, uno por cada una de las glándulas tejedoras de la araña.
Cuando ya nos íbamos todos, con Ator, el último de
nuestra fila, arrastrándose tristemente, Gatsabé le dijo que podía quedarse a
cenar. “Sólo tengo un par de ratones en la nevera, pero menos da una piedra,”
dijo la gata negra. Luego, al ver nuestras caras, se río y añadió, “Que no se
asuste nadie, que son de coco.”
Al
irnos, yo miré hacia atrás. Vi no uno, sino dos grandes gatos negros bañándose en la luz de la luna.
Ah, y mis hermanas pueden dar la receta de ratones de coco al que la quiera.
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