253. El Día de Encontrar y Atosigar a Arley
“Pssst!”
Ese era Papá, medio escondido detrás de unos
olmos.
“Tengo que jugar al golf con el abuelo. No
puedo llegar tarde, Papá,” dije yo.
“Te sobran diez minutos. Te he estado
cronometrando.”
“¡Ay, por el amor de Og! ¿Qué es lo que
quieres?”
“¿Te ha hecho una oferta tu abuelito?”
“¿Qué clase de oferta? No, de ninguna clase.
No me ha hecho oferta alguna.”
“Va a arruinar tu vida cualquier día de
estos. Mira, hijo. Lo intentó con Ati. Pero Ati le falló cuando decidió rendir
culto en el Templo del Miau del Gato. Puede que hayas oído a las malas lenguas
decir que tu abuelo no quería que Ati se liase con la Gata Negra porque él
mismo había sido amante de esa felina.”
“No he oído nada de eso. No hasta que me lo
acabas de decir tú.”
“Yo no te he dicho eso. Lo que te estoy
diciendo es que eso no es verdad. El viejo ese es muy estrecho. No se lía con
nadie que no sea de su misma generación. La gata es la hija de su sobrina, dos
ramas por debajo en el árbol de la familia, así que eso ni ha pasado ni va a
pasar. Lo que te estoy diciendo es algo totalmente distinto. Cuando era niño,
Ati siempre estaba preguntándonos a todos si podía salir de gesta para
nosotros. Tu abuelito siempre necesita que alguien haga lo que tendría que
hacer él, así que estaba encantado con tu hermano. Antes que con Ati, lo
intentó con mi hermano Gen. Le podría haber envuelto en papel de regalo, atado
una cinta de seda y habérselo obsequiado a sí mismo. Pero ha tenido pequeñas
diferencias con su hijo, que a veces tiene ideas propias y el viejo no tolera
la menor oposición. Además, siempre estaba esperando que Gen le dijese a tu
abuela Celestial que ella ya no le interesaba como madre. Pero Gen siempre
cumplía con su deber filial y partía
para el Alto Norte, con todo lo horrible que eso debía de ser para alguien como
él, que no bebe mucha cerveza. AEterno no entiende de lealtades divididas.
Jamás perdonará a Gen. Tampoco a Ati. A Vendaval le volvió medio loco, pero
sólo pensaba en él como un guardaespaldas para Richi. Ahora parece que se hace
ilusiones de que tú aceptarás su chelín. Acaba de mandarte al infierno, ¿no?”
“Pues no. Ha
sido Tito Ricatierra el que me ha llevado ahí. El abuelo sólo me pidió
que le enseñase a jugar al golf a Fisipki. Entonces las cosas se complicaron.
¿Qué crees que pasará con Fisipki? Ya no puede plantar demonios. Pero Brana no
recuerda que le pidió que fuese su hijo. Y la tía Nectarina dice que Fisipki
tiene más años que media docena de
arañas cuatricentenarias juntas. Pasa que ha estado todo ese tiempo
enterrado en las profundidades de la tierra, y sin activar, como una bomba
extraviada. La tía dice que no se puede tomar como hijo a alguien mayor que
uno, así que esa relación no existe.”
“Eso es cierto, pero ya sabes que la verdad
no siempre importa. Julio César se empeñó en adoptarme a mí, aunque yo soy
mayor que él. No descansó hasta que me convirtió en un romano. Y hasta logró
que el hada Morgana me adoptase también. ¿Es terca Brana? Puede que se empeñe
en ser la madre del Malasemillas aunque sea siglos mayor que ella.”
“Es bastante razonable, considerando la
familia a la que pertenece.”
“¿Y el bushi?”
“¿Qué bushi?”
“Tu heroico tío, Gentillluvia. ¿Va a ayudar a
la Dama Araña a controlar su ira? Ya le veo vestido de samurái, listo para
destrozar a esa monstrua si no logra deshacer el hechizo que cayó sobre ella.
¿Jugarán a los psiquiatras? Si lo hacen, yo se lo contaré a Titania para que se
chive a su mujer. Aunque no creo que Mabel mueva un dedo, porque esa tiene granizado
de frambuesa en las venas. No tiene ni
idea de cómo fastidiar a un marido. ¿Sabes qué? A veces pienso que tendría que
haberme casado con esa.”
“Yo también creo que es la esposa ideal,
aunque por otras razones. No, no creo que el tito busque líos con la Dama Hiku.
La tía Nectarina le hizo prometer no interferir en ese asunto. Los japoneses no
necesitan otro bushi. Pueden controlar
perfectamente a sus propios monstruos. Tita Nekutarin parece tenerle
mucho afecto a Tito Gen, ¿no? Hay algo especial entre ellos.”
“Ay, todas las viejas adoran a Gen. Salvo la
Anciana del Trapo.”
“¿Y esa quién es?”
“No lo quieras saber. Tú tampoco la caerías
bien. Escucha, Arley, es muy difícil espiar a AEterno. Sobre todo cuando está
en su club de golf. Esos tres bellacos que regentan el lugar lo hacen casi
imposible.”
“¿Qué tres qué?”
“Ruibarbo y Marrubio, para empezar.”
“¿Tengo que cuidarme del cafetero y su
hermano?” yo estaba realmente sorprendido.
“Esos lares son de la estirpe de Mercurio.
Pueden estar en todas partes a la vez y hacer como cincuenta cosas al mismo
tiempo. Además, los mercurianos son los
dioses patrones de los mafiosos.”
“Papá, tienes que estar exagerando. Lo único
que hace Ruibarbo es bostezar tras la barra. Si suspira como un esclavo
sobrecargado cuando tiene que servir un miserable whiskey. Sin hielo, sin agua,
una porquería, y ya pone mala cara.”
“Puro teatro. Tragedia griega. Esos matarían por tu abuelo.”
“¿Y quién es el tercer hombre peligroso?”
“El
gordo que cuida el verde.”
“A ese no le h visto jamás. ¿Seguro que
existe?”
“Ah, pero el Señor del Verde te ve a ti,
Arley. Tiene más ojitos que tuvo Argos y odia la música. Jamás duerme la siesta.
Está por todo el lugar. Tú ten cuidado.”
“¿He de guardarme de un gordo invisible que
tiene cien ojos?”
“Se parece a Sileno. Pero en plan mojigato. No
bebe. Y no persigue a mujeres. Ni a nada que no sean liebres que podrían
fastidiar el campo. Puck le tiene atravesado.”
“Vale. Haré lo que me dices. Me cuidaré de
los lares y del sátiro o lo que sea ese. Y de la bruja del trapo, quién quiera
que sea esa. Me has asustado mucho y bien, Papá. ¿Puedo irme ya?”
“Es de AEterno del que tendrás que cuidarte.
Si te hace una oferta, piensa dos veces antes de aceptarla. Podría arruinar tu
vida.”
“¿Yo tengo una vida?”
“Eso es exactamente con lo que cuenta tu
abuelo. Con tu falta de satisfacción.”
“¿Puedo preguntarte algo? ¿Por qué te
conciernen estas cosas? Nunca haces nada para evitar nada, y siempre dices que
eso es lo que hay que hacer.”
“Mi trabajo consiste en no hacer nada, pero
también tengo que asegurarme de que los demás no se muevan. Eso incluye a tu
abuelo.”
“No te preocupes, Arley,” me dijo el abuelo
cuando entré en el campo de golf. “No voy a pedirte que aceptes mi chelín. Hoy
no. Tal vez ni siquiera lo haga este verano. Puedes seguir trabajando con el
pueril de tu tío Gen. Por cierto, hablando de memos, el No Cambiadito ese al que vigilas se está quejando vilmente
de ti. Quiere saber dónde le vas a llevar este verano. Dice que ya es hora de
que te decidas. Anda rondando por la vecindad buscándote y yo no me puedo
concentrar con ese crío despotricando como un orate. Hoy no vamos a jugar. Ve y
calla a ese desgraciado. Dale lo que pide.”
“Es mi día libre, Abuelo,” protesté.
“Pues conviértele en un nabo hasta mañana. Lo
que haga falta. Antes de que te vayas, quiero que saludes a Vertumno, ¿vale?
Creo que se me pasó presentarte a Vertumno en su momento. Muéstrate, Verti.”
Vertumno Viridis tenía que ser el individuo rechoncho y dotado de cien ojos del que se había quejado Papá. Era exactamente como
Papá lo había descrito. Parecía un Sileno abstemio. Pero no se notaba que tuviese
cien ojos.
“Hola.
Encantado de conocerte,” dije yo.
“Aprecio que vueles por encima de la hierba
cuando no te hes necesario pisarla,” dijo Verti. Ahí estaban los cien ojos.
Y me fui para que Alpin me pudiese encontrar.
Pero antes que apareciese Alpin, me asaltó otra persona. Yo caminaba
lentamente, algo mareado por todo lo que había cotorreado Papá y porque me
había puesto nervioso oír que el abuelo nos había estado escuchando, cuando de
pronto…
“¡Buuuuu!”
Paré en seco, y mi corazón por poco se paró también.
“¡Ay, por el amor de Og, Tita Jocosa!” exclamé, cuando pude hablar. Ahí ante mí, riendo como la loca que era porque había podido asustarme, estaba la prima chalada de Mamá. La tía Jocosa es el hada más pálida que conozco, más transparente que muchos fantasmas, y por eso no es de extrañar que logre asustar con sólo aparecer de golpe y gritar buuuuuuu.
La conocí por primera vez el día de mi fiesta
del nombre. Yo estaba en una cola para montar en un carrusel cuando sentí que
algo frío se deslizaba por mi espalda. Tía Jocosa había colado un trozo de
hielo por el cuello de mi camisa. Yo fingí no haberme enterado y ella tuvo que
darme una palmadita en el hombre y decirme, “¡Ja, ja! Te he colado hielo por la camisa!”
Desde ese día en adelante, siempre he evitado
todo lo que he podido a Jocosa. Aun así, ella ha logrado arrancarme la silla de
debajo antes de que pudiese sentarme en más de una ocasión. Por lo menos nunca
ha llegado a pegarme a una con pegamento, como le hizo una vez a mi hermano
Malroso. Ella es, en mi opinión, la persona más corta que conozco. No sé como la permiten circular en libertad. Y la única
cuyas bromas son casi tan desagradables como las de Kevin, el bufón de la
corte, personaje que sí que debería estar en cautiverio. En justicia he de decir que él tiene peor idea, pero ella tiene una
panda de amigos que compiten con él y a veces le superan en maldad. Esa gente
sólo es feliz cuando se está desternillando de alguna víctima.
“¿Qué puedo hacer por ti, Tía Jocosa?” la
pregunté.
“Hagamos esto como está mandado,” me
respondió. "Primero salúdame con un besito, como un buen sobrino.”
Tal y como yo esperaba, cuando intenté
besarla, de su oreja saltó un chorro de agua jabonosa que se metió en mis ojos.
“Muy gracioso,” le dije, frotándome los ojos.
“¿A que lo ha sido? ¡Ja, ja! ¿Quieres saber
cómo lo he hecho?” me preguntó tronchándose.
“Ahora mismo no,” y la volví a preguntar que
quería de mí.
“¿Cómo está mi Gati? Sé que has estado con
ella.”
“Me ha parecido que muy bien.”
“¿Y ese tío bueno está con ella?”
“Si te refieres a Ati, anoche sí
estaba con ella. Pero supongo que eso ya lo sabes, o no me lo estarías
preguntando para confirmarlo.”
“Ati, sí. ¡Qué mono es! ¿Pero puede Ati soportar una broma? ¿O
se ha tragado el palo de una escoba para estar tieso siempre? Puede que tenga que
hacer eso para complacer a mi niña. Ella es tan agría.”
“Él es más bien serio, como Gatsabé.”
“Dile que se porte bien con mi hija. Sé que
como madre de Gati que soy tendría que leerle la cartilla a ese noviete que tiene, y decirle como ha de tratar a mi niña, si no quiere que le embruje, y quiero
hacerlo, pero no puedo. Me reiría en su cara al escucharme a mi misma decir
cosas solemnes. Y no todo el mundo me quiere como suegra. No quiero espantarle.”
“No creo que Ati se asuste fácilmente,” dije
yo.
“No me quiero arriesgar. He ahuyentado a más
de uno de los pretendientes de mi hija sin querer. La echo mucho de menos. Gati
se fue de casa para entrar en una secta, ya lo sabrás.”
“A mí me parece que es muy independiente.
Vive por su cuenta y la he visto muchas veces rondando por el bosque haciendo
lo que la place.”
“De eso iba la secta,” suspiró Jocosa.
“La del miau del gato?” algo así había dicho
mi padre.
“El Templo de la Gran Gata. Es un lugar muy mono,
sí que lo es. Pero allí no tienen sentido del humor. Sólo muchísima monería. Ella dice que buscó santuario ahí.”
“¿Dónde está ese lugar?” preguntó Alpin,
apareciendo de entre unos arbustos. “Yo lo quiero visitar.”
“¿Por qué?” le pregunté. “¿Qué podrías tú
aprender ahí? Ya sabes hacer tu santa voluntad.”
“Esa gente sectaria sinvergüenza seguro que reparte comida gratis
para captar a nuevos adeptos. Comemos hasta reventar y nos largamos sin que nos hayan robado un hadapenique.”
Y comenzó a reprocharme a gritos, chillando
que la mitad del verano ya había pasado y que yo no le había llevado a ninguna
parte.
“¿Qué es hoy?” me quejé, perdiendo un poco la
paciencia con todos. “¿El Día de Encontrar y Atosigar a Arley?"
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