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lunes, 17 de julio de 2023

253. El Día de Encontrar y Atosigar a Arley

 

253. El Día de Encontrar y Atosigar a Arley

“Pssst!”

Ese era Papá, medio escondido detrás de unos olmos.

“Tengo que jugar al golf con el abuelo. No puedo llegar tarde, Papá,” dije yo.

“Te sobran diez minutos. Te he estado cronometrando.”

“¡Ay, por el amor de Og! ¿Qué es lo que quieres?”

“¿Te ha hecho una oferta tu abuelito?”

“¿Qué clase de oferta? No, de ninguna clase. No me ha hecho oferta alguna.”

“Va a arruinar tu vida cualquier día de estos. Mira, hijo. Lo intentó con Ati. Pero Ati le falló cuando decidió rendir culto en el Templo del Miau del Gato. Puede que hayas oído a las malas lenguas decir que tu abuelo no quería que Ati se liase con la Gata Negra porque él mismo había sido amante de esa felina.”

“No he oído nada de eso. No hasta que me lo acabas de decir tú.”

“Yo no te he dicho eso. Lo que te estoy diciendo es que eso no es verdad. El viejo ese es muy estrecho. No se lía con nadie que no sea de su misma generación. La gata es la hija de su sobrina, dos ramas por debajo en el árbol de la familia, así que eso ni ha pasado ni va a pasar. Lo que te estoy diciendo es algo totalmente distinto. Cuando era niño, Ati siempre estaba preguntándonos a todos si podía salir de gesta para nosotros. Tu abuelito siempre necesita que alguien haga lo que tendría que hacer él, así que estaba encantado con tu hermano. Antes que con Ati, lo intentó con mi hermano Gen. Le podría haber envuelto en papel de regalo, atado una cinta de seda y habérselo obsequiado a sí mismo. Pero ha tenido pequeñas diferencias con su hijo, que a veces tiene ideas propias y el viejo no tolera la menor oposición. Además, siempre estaba esperando que Gen le dijese a tu abuela Celestial que ella ya no le interesaba como madre. Pero Gen siempre cumplía con su deber filial y  partía para el Alto Norte, con todo lo horrible que eso debía de ser para alguien como él, que no bebe mucha cerveza. AEterno no entiende de lealtades divididas. Jamás perdonará a Gen. Tampoco a Ati. A Vendaval le volvió medio loco, pero sólo pensaba en él como un guardaespaldas para Richi. Ahora parece que se hace ilusiones de que tú aceptarás su chelín. Acaba de mandarte al infierno, ¿no?”

“Pues no. Ha  sido Tito Ricatierra el que me ha llevado ahí. El abuelo sólo me pidió que le enseñase a jugar al golf a Fisipki. Entonces las cosas se complicaron. ¿Qué crees que pasará con Fisipki? Ya no puede plantar demonios. Pero Brana no recuerda que le pidió que fuese su hijo. Y la tía Nectarina dice que Fisipki tiene más años que media docena de  arañas cuatricentenarias juntas. Pasa que ha estado todo ese tiempo enterrado en las profundidades de la tierra, y sin activar, como una bomba extraviada. La tía dice que no se puede tomar como hijo a alguien mayor que uno, así que esa relación no existe.”

“Eso es cierto, pero ya sabes que la verdad no siempre importa. Julio César se empeñó en adoptarme a mí, aunque yo soy mayor que él. No descansó hasta que me convirtió en un romano. Y hasta logró que el hada Morgana me adoptase también. ¿Es terca Brana? Puede que se empeñe en ser la madre del Malasemillas aunque sea siglos mayor que ella.”

“Es bastante razonable, considerando la familia a la que pertenece.”

“¿Y el bushi?”

“¿Qué bushi?”

“Tu heroico tío, Gentillluvia. ¿Va a ayudar a la Dama Araña a controlar su ira? Ya le veo vestido de samurái, listo para destrozar a esa monstrua si no logra deshacer el hechizo que cayó sobre ella. ¿Jugarán a los psiquiatras? Si lo hacen, yo se lo contaré a Titania para que se chive a su mujer. Aunque no creo que Mabel mueva un dedo, porque esa tiene granizado de frambuesa en las venas. No tiene ni idea de cómo fastidiar a un marido. ¿Sabes qué? A veces pienso que tendría que haberme casado con esa.”

“Yo también creo que es la esposa ideal, aunque por otras razones. No, no creo que el tito busque líos con la Dama Hiku. La tía Nectarina le hizo prometer no interferir en ese asunto. Los japoneses no necesitan otro bushi. Pueden controlar  perfectamente a sus propios monstruos. Tita Nekutarin parece tenerle mucho afecto a Tito Gen, ¿no? Hay algo especial entre ellos.”

“Ay, todas las viejas adoran a Gen. Salvo la Anciana del Trapo.”

“¿Y esa quién es?”

“No lo quieras saber. Tú tampoco la caerías bien. Escucha, Arley, es muy difícil espiar a AEterno. Sobre todo cuando está en su club de golf. Esos tres bellacos que regentan el lugar lo hacen casi imposible.”

“¿Qué tres qué?”

“Ruibarbo y Marrubio, para empezar.”

“¿Tengo que cuidarme del cafetero y su hermano?” yo estaba realmente sorprendido.

“Esos lares son de la estirpe de Mercurio. Pueden estar en todas partes a la vez y hacer como cincuenta cosas al mismo tiempo. Además, los mercurianos son  los dioses patrones de los mafiosos.”

“Papá, tienes que estar exagerando. Lo único que hace Ruibarbo es bostezar tras la barra. Si suspira como un esclavo sobrecargado cuando tiene que servir un miserable whiskey. Sin hielo, sin agua, una porquería, y ya pone mala cara.”

“Puro teatro. Tragedia griega. Esos matarían por tu abuelo.”

“¿Y quién es el tercer hombre peligroso?”

 “El gordo que cuida el verde.”

“A ese no le h visto jamás. ¿Seguro que existe?”

“Ah, pero el Señor del Verde te ve a ti, Arley. Tiene más ojitos que tuvo Argos y odia la música. Jamás duerme la siesta. Está por todo el lugar. Tú ten cuidado.”

“¿He de guardarme de un gordo invisible que tiene cien ojos?”

“Se parece a Sileno. Pero en plan mojigato. No bebe. Y no persigue a mujeres. Ni a nada que no sean liebres que podrían fastidiar el campo. Puck le tiene atravesado.”

“Vale. Haré lo que me dices. Me cuidaré de los lares y del sátiro o lo que sea ese. Y de la bruja del trapo, quién quiera que sea esa. Me has asustado mucho y bien, Papá. ¿Puedo irme ya?”

“Es de AEterno del que tendrás que cuidarte. Si te hace una oferta, piensa dos veces antes de aceptarla. Podría arruinar tu vida.”

“¿Yo tengo una vida?”

“Eso es exactamente con lo que cuenta tu abuelo. Con tu falta de satisfacción.”

“¿Puedo preguntarte algo? ¿Por qué te conciernen estas cosas? Nunca haces nada para evitar nada, y siempre dices que eso es lo que hay que hacer.”

“Mi trabajo consiste en no hacer nada, pero también tengo que asegurarme de que los demás no se muevan. Eso incluye a tu abuelo.”

“No te preocupes, Arley,” me dijo el abuelo cuando entré en el campo de golf. “No voy a pedirte que aceptes mi chelín. Hoy no. Tal vez ni siquiera lo haga este verano. Puedes seguir trabajando con el pueril de tu tío Gen. Por cierto, hablando de memos, el No Cambiadito  ese al que vigilas se está quejando vilmente de ti. Quiere saber dónde le vas a llevar este verano. Dice que ya es hora de que te decidas. Anda rondando por la vecindad buscándote y yo no me puedo concentrar con ese crío despotricando como un orate. Hoy no vamos a jugar. Ve y calla a ese desgraciado. Dale lo que pide.”

“Es mi día libre, Abuelo,” protesté.

“Pues conviértele en un nabo hasta mañana. Lo que haga falta. Antes de que te vayas, quiero que saludes a Vertumno, ¿vale? Creo que se me pasó presentarte a Vertumno en su momento. Muéstrate, Verti.”

Vertumno Viridis tenía que ser el individuo rechoncho y dotado de cien ojos del que se había quejado Papá. Era exactamente como Papá lo había descrito. Parecía un Sileno abstemio. Pero no se notaba que tuviese cien ojos.

 “Hola. Encantado de conocerte,” dije yo.  

“Aprecio que vueles por encima de la hierba cuando no te hes necesario pisarla,” dijo Verti. Ahí estaban los cien ojos.

Y me fui para que Alpin me pudiese encontrar. Pero antes que apareciese Alpin, me asaltó otra persona. Yo caminaba lentamente, algo mareado por todo lo que había cotorreado Papá y porque me había puesto nervioso oír que el abuelo nos había estado escuchando, cuando de pronto…

“¡Buuuuu!”

Paré en seco, y mi corazón por poco se paró también.

“¡Ay, por el amor de Og, Tita Jocosa!” exclamé, cuando pude hablar.  Ahí ante mí, riendo como la loca que era porque había podido asustarme, estaba la prima chalada de Mamá. La tía Jocosa es el hada más pálida que conozco, más transparente que muchos fantasmas, y por eso no es de extrañar que logre asustar con sólo aparecer  de golpe y gritar buuuuuuu.

La conocí por primera vez el día de mi fiesta del nombre. Yo estaba en una cola para montar en un carrusel cuando sentí que algo frío se deslizaba por mi espalda. Tía Jocosa había colado un trozo de hielo por el cuello de mi camisa. Yo fingí no haberme enterado y ella tuvo que darme una palmadita en el hombre y decirme, “¡Ja, ja!  Te he colado hielo por la camisa!”

Desde ese día en adelante, siempre he evitado todo lo que he podido a Jocosa. Aun así, ella ha logrado arrancarme la silla de debajo antes de que pudiese sentarme en más de una ocasión. Por lo menos nunca ha llegado a pegarme a una con pegamento, como le hizo una vez a mi hermano Malroso. Ella es, en mi opinión, la persona más corta que conozco. No sé como la permiten circular en libertad. Y la única cuyas bromas son casi tan desagradables como las de Kevin, el bufón de la corte, personaje que sí que debería estar en cautiverio. En justicia he de decir que él tiene peor idea, pero ella tiene una panda de amigos que compiten con él y a veces le superan en maldad. Esa gente sólo es feliz cuando se está desternillando de alguna víctima.

“¿Qué puedo hacer por ti, Tía Jocosa?” la pregunté.

 “Hagamos esto como está mandado,” me respondió. "Primero salúdame con un besito, como un buen sobrino.”

Tal y como yo esperaba, cuando intenté besarla, de su oreja saltó un chorro de agua jabonosa que se metió en mis ojos.

“Muy gracioso,” le dije, frotándome los ojos.

“¿A que lo ha sido? ¡Ja, ja! ¿Quieres saber cómo lo he hecho?” me preguntó tronchándose.

“Ahora mismo no,” y la volví a preguntar que quería de mí.

“¿Cómo está mi Gati? Sé que has estado con ella.”

“Me ha parecido que muy bien.”

“¿Y ese tío bueno está con ella?”

“Si te refieres a Ati, anoche sí estaba con ella. Pero supongo que eso ya lo sabes, o no me lo estarías preguntando para confirmarlo.”

“Ati, sí. ¡Qué mono es! ¿Pero puede Ati soportar una broma? ¿O se ha tragado el palo de una escoba para estar tieso siempre? Puede que tenga que hacer eso para complacer a mi niña. Ella es tan agría.”

“Él es más bien serio, como Gatsabé.”

“Dile que se porte bien con mi hija. Sé que como madre de Gati que soy tendría que leerle la cartilla a ese noviete que tiene, y decirle como ha de tratar a mi niña, si no quiere que le embruje, y quiero hacerlo, pero no puedo. Me reiría en su cara al escucharme a mi misma decir cosas solemnes. Y no todo el mundo me quiere como suegra. No quiero espantarle.”

“No creo que Ati se asuste fácilmente,” dije yo.

“No me quiero arriesgar. He ahuyentado a más de uno de los pretendientes de mi hija sin querer. La echo mucho de menos. Gati se fue de casa para entrar en una secta, ya lo sabrás.”

“A mí me parece que es muy independiente. Vive por su cuenta y la he visto muchas veces rondando por el bosque haciendo lo que la place.”

“De eso iba la secta,” suspiró Jocosa.

“La del miau del gato?” algo así había dicho mi padre.

“El Templo de la Gran Gata. Es un lugar muy mono, sí que lo es. Pero allí no tienen sentido del humor. Sólo muchísima monería. Ella dice que buscó santuario ahí.”

“¿Dónde está ese lugar?” preguntó Alpin, apareciendo de entre unos arbustos. “Yo lo quiero visitar.”

“¿Por qué?” le pregunté. “¿Qué podrías tú aprender ahí? Ya sabes hacer tu santa voluntad.”

“Esa gente sectaria sinvergüenza seguro que reparte comida gratis para captar a nuevos adeptos. Comemos hasta reventar y nos largamos sin que nos hayan robado un hadapenique.”

Y comenzó a reprocharme a gritos, chillando que la mitad del verano ya había pasado y que yo no le había llevado a ninguna parte.

“¿Qué es hoy?” me quejé, perdiendo un poco la paciencia con todos. “¿El Día de Encontrar y Atosigar a Arley?"

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