Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

sábado, 22 de julio de 2023

254. El Templo de Mayet

 


254. El templo de Mayet

“No te puedo llevar a ninguna parte, porque no sé dónde puedo llevarte,” le dije a Alpin. “Es tan difícil viajar contigo que me has provocado el bloqueo del viajero.”

“Tú piensas demasiado, Arley. Para llegar a alguna parte sólo hay que comenzar a caminar. ¡Venga! ¡Camina!”

“Yo no le pediría al caballo de Atila que echase a andar sin rumbo,” contesté. “Y no pienso pedírtelo a ti tampoco. Tengo que saber contra quién vamos a viajar.”

“Entonces llévame al Templo del Miau del Gato. ¿Cómo se llega hasta allí? ¿Por dónde empezamos a caminar?”

“No lo sé y no pienso preguntárselo a Gatsabé.”

“Pregúntaselo a tu hermanito. Tienes que leerle la cartilla. Se lo prometiste a Jocosa. Así que vas a tener que hablar con él de todas formas.”

“En realidad ya se lo he preguntado a Gatocatcha,” dije yo, “aunque con vistas a no llevarte por ese lugar.”

“En ese caso, ya estás enterado. ¡Empieza a caminar!”

“Gatocatcha me ha dicho que no tiene ni idea de dónde está ese lugar. Dice que ha oído hablar del Templo de Mayet, pero que nunca ha estado ahí.”

“¿Y tú a qué esperas para llevarle? ¿Qué clase de amo de gato no lleva a su minino a recibir la bendición de su diosa?”

“Gatocatcha dice que este templo no es exactamente un lugar de culto para gatos. Es un lugar para cualquiera que ande solo. Y él y yo no andas solos porque nos tenemos el uno al otro.”

“¿Y eso que quiere decir?”

“Es un lugar para gente que no puede contar con nadie. O que no quiere hacerlo.”

“Nadie puede salir adelante sin contar con otros. ¿Qué haría yo si no estuvieseis tú y mi madre a mi servicio?”

Decidí ignorar que me había llamado su criado. Después de todo había incluido a su sufrida madre en el lote.

“Cuando estas personas solitarias se deprimen y sienten que no pueden seguir para adelante, invocan a la diosa Bastet e inmediatamente sienten que pueden volver a caminar solas.”

“Entiendo. Se trata de un lugar para gente que siempre está fuera de lugar o que está loca. Para perdedores y marginales. Pero hasta esa clase de gente tiene que comer, ¿no es así? ¿Con qué les alimenta Bastet?”

“Ni idea. Tal vez con helado.”

Inmediatamente lamenté haber dicho eso.

“¡Pues claro! La gente depresiva come mucho helado. Y tú también. Te he oído decir que es tu comida favorita. Y a los gatos les encanta el helado, así que tiene sentido. Venga, vamos a por ese helado.”

“No sin avisar antes.”

“¡AAAAAAAAAtttttttttiiiiiiiiii!” gritó Alpin.

Y mi pobre hermano apareció con cara de susto.

¿Qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué?

“Nada,” le dije. No quería mencionar el templo, así que decidí hacer lo que le había prometido hacer a Jocosa. “La suegra de tu elección vino a verme y me dijo que te leyese la cartilla y te advirtiese que no dudará en hechizarte si no tratas bien a su hija.”

“Eso tiene que ser una broma de las suyas,” dijo Ati. “De todos es sabido que es su hija la que me trata a mí como basura.”

“¿Te ha vuelto a echar de su casa?” le preguntó Alpin, de momento distraído por los problemas de Ati. “Mi madre dice que tu chica está casi tan trastornada como lo estuvo ella. Pero está de tu parte, Ats. Dice que eres un hombre maravilloso por tratar tan bien a esa pobre mujer. Sí, mi madre te apoya.”

Atí asintió con la cabeza.

“Dale las gracias de mi parte.”

“Ah, esa gata va a volver a llamarte siempre que te eche. Eso dice mi mami. ¿Quién más iba a aguantar a esa caprichosa y a la loca de su madre?”

“Sí que te pide siempre que vuelvas. ¿No es así, Ati?” le pregunté a mi hermano.

Atí volvió a asentir con la cabeza.

“Cada vez me da la impresión de ser la definitiva, pero entonces ella dice que tiene cosas que hacer y me larga para hacerlas sola.”

“Mientras no se largue ella con otro. Y es lo que te he dicho. Esa no va a encontrar a otro que se deje tratar tan fácilmente como un felpudo,” dijo Alpin. Y añadió, para ser amable, “Todo irá bien. No tienes sustituto posible. Cuanto más envejezca, más cascarrabias se volverá, no habrá quién la aguante.” Pero no pudo evitar preguntar, “¿Estás seguro de que no te han embrujado ya, Ats? Es que es muy extraño que vuelvas y vuelvas con esa mujer desagradecida.”

“No, no me han embrujado. Ni Gatsabé ni la pandilla de los Jocosos. Lo primero que hizo mi abuelo fue averiguar eso. Y luego me dijo que sólo era yo, que me estaba portando como un bobo.”

“Pues tal vez lo seas,” dijo Alpin, “porque tengo entendido que puedes tener a casi cualquier tía que quieras. Eso dicen todos. Y en Hadalandia las hay de bandera. Hasta he oído que unas tías te intentaron cazar como a un animal salvaje y que pensaban rifarte entre ellas tras atraparte.”

“No me importa lo que diga o haga la gente. Esto es entre nosotros.”

Hasta yo tenía algo que decir. Se me ocurrió en ese momento.

“¿Cómo es que la Tía Cybela te ha dejado seguir soltero? ¿No han intentado las gemelas encontrar a alguien más adecuado para ti?”

 Uff! Hubo un tiempo en que no me dejaban vivir. No me daban ni tregua ni respiro. Pero al final Tita Cybela se dio cuenta de que no iba a haber otra que Sabi para mí, y se lo dejó claro a las primas. Entonces las tres me felicitaron por amar con tanta fidelidad y hasta me desearon suerte. Y empezaron a darle la tabarra a Sabi. Que por poco las araña. Por meterse en nuestros asuntos.”

“Supongo que no les quedó otra que dejarte escapar. Todo esto es muy romántico si lo miras bien,” dijo Alpin.

Ati asintió.

“Ellas pueden apreciar mi devoción, si es que hay alguien que pueda. Nicolás Dulcepluma hasta dijo que escribiría una novela basada en mi caso. Con un final feliz.”

“Oye, si no estás acosando a tu novia ahora mismo, o tal vez precisamente porque lo estás, ¿podrías llevarnos al Templo del Miau?”

“Claro,” dijo Atí. “¿Pero por qué? ¿Estáis andando solos, uno o los dos? Yo soy bienvenido allí porque casi siempre ando solo.”

“No digas tonterías, Ati,” le dije yo. “Tienes toda una familia dispuesta a darte el apoyo que necesites. No tienes razón alguna para pasarte la vida en un templo para gente que no puede contar con nadie. Puede que el abuelo tenga razón. Estás haciendo el tonto.”

“Yo sé que tengo apoyo. Pero no en este asunto. Y este es el único que me importa. Todo el mundo quiere que me olvide de Sabi. Y yo parezco tan desgraciado cuando paso por el templo persiguiéndola que los gatos no tienen valor para echarme de ahí.”

“¿Has oído eso, Arley? No echan a nadie de allí. Ni a un niñato mimado y cabezota que debería saber mejor que perseguir a una tía que no le merece. Mira, Atí, ardo en deseos de ver ese lugar de gatitos. ¿Admite turistas?”

“No he visto ahí ninguno. Sólo un montón de gatos y de gente solitaria. También acuden amantes de la libertad. Rinden homenaje, dan gracias y rezan pidiendo que siempre puedan ser libres.”

“Ati no va a llevarte ahí, Alpin,” dije yo.

“¿Y por qué no? Suena como si están acostumbrados a recibir a gente egocéntrica. Mira a tu terco hermano y su novieta perturbada. ¿Acaso no están siendo algo egoístas cada uno a su manera?”

Y entonces, antes de que pudiésemos decir más, una niebla nos envolvió y, tras un nanosegundo, se disipó, y nos encontramos ante un pequeño lago con forma de luna creciente en medio del cual se alzaba una especie de templo, pintado de un verde muy joven. El frente del edificio lucía una especie de azulejos con margaritas azuleadas. Y la entrada, que era muy ancha, estaba pintada de un verde siempreverde, bastante más oscuro.

“¿Esto es todo?” preguntó Alpin. “No veo ningún gato.”

“Mira para arriba,” dijo Ati, alzando la barbilla y los ojos.

Había gatos recostados en las nubes que flotaban en redondo.

"Todos esos gatos eran personas?"

"Ya sabéis que aquí los animales pueden ser personas cuando quieren. Y que las personas podemos tomar la forma de animales. Es más fácil mantener una forma cuando esta es el reflejo de lo que eres en tu corazón. ¿Cruzamos en barca o volamos hasta la entrada?” preguntó Ati. 

“Si has sido tú el que acaba de traernos aquí,” no pude evitar reprocharle a mi hermano mayor, “no sabes lo que has hecho por atolondrado. No sé cuántas veces te habrán botado de este templo antes, ni siquiera me consta que lo haya hecho una sola vez, pero me parece que esta sí va a ser la definitiva.”

“¿Qué?” dijo Ati. “¿Acaso no queríais venir?”

Yo estaba empezando a pensar que tal vez Ati, campeón de justas y torneos, que ganaba todo juego al que jugaba y era admirado por todos, hasta por Nono Darcy, que le respetaba tanto que se abstenía de participar en cualquier competición cuando participaba mi hermano para que este pudiese ganar limpiamente, como siempre se merecía, no era tan listo como parecía. “Este hombre es tan tontarra como Tito Richi, puede que casi tanto como su suegra Jocosa, y estoy empezando a entender como puede haber alguien como Epón en nuestra familia.”

 “¿Acaso no sabes quién es Alpin?”

“¡Ay, por Og! No he caído en eso.”

Estábamos ya volando por encima del lago y sus sagrados lotos, y yo me sentí tentado a decirle lo que pensaba de él, pero me contuve porque me pareció que me estaba pareciendo demasiado al abuelo AEterno.

“¿Lo ves?” dijo Alpin. “Este no piensa con claridad. No piensa más que en su problema. Y yo no voy a tener ninguno aquí.”

“Espero que tengas toda la razón,” le contesté.

Cuando pisamos los escalones que había ante el templo, una gran gata naranja y blanca con un tocado egipcio parecido a un nermes o nernes, nunca me acuerdo de cómo se llama eso, salió a recibirnos. Era la sacerdotisa de guardia.

“¿A quién nos has traído, Ati?” le preguntó, cariñosa pero cauta, a mi hermano.

Ati nos presentó a la gata y dijo que se llamaba Neferlili.

“Sentían curiosidad por ver este lugar.”

“Yo siento curiosidad por saber que coméis aquí. Me he dado cuenta de que no hay peces en el estanque.”

Yo iba a decir que gracias, y que ya habíamos visto lo que queríamos ver y que nos íbamos ya mismo cuando la gata soltó una carcajada y preguntó a Alpin si su barriguita tenía hambre, y no sólo su alma.

“Yo siempre tengo hambre,” dijo Alpin.

“No hace falta que le des de comer,” dijo Ati. “Sólo quería enseñarles la vista del templo en el lago.”

“Esperad aquí,” dijo Neferlili.

Volvió con otro gato que cargaba un gran bol de esos que se usan para dar de comer no precisamente a un gatito sino más bien a un gran danés. Tenía compartimentos que rebosaban de dulces ratones de coco y de mazapán y de galletitas saladas con forma de pez.

“¿Esto es todo?” dijo Alpin. “¿Dónde está el helado?”

“¿Tenemos helado, Pedubastis?” preguntó Neferlili al segundo gato.

“A veces, pero hoy no.”

“No me extraña que caminéis solos,” dijo Alpin. Estaba a punto de empezar a insultar a los gatos por su dieta y yo le detuve pellizcándole el brazo.

“¡Ay!” chilló Alpin.

 Y yo dije, “Comienza a caminar. Nuestro viaje del verano acaba de empezar.”

“¿Sobre el agua? ¿Pero a dónde vamos?”

“No tengo ni idea. Es como tú has dicho. Caminaremos y eso nos llevará a alguna parte. Tal vez demos con el Preste Juan.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario