254. El templo de Mayet
“No te puedo llevar a ninguna parte, porque
no sé dónde puedo llevarte,” le dije a Alpin. “Es tan difícil viajar contigo
que me has provocado el bloqueo del viajero.”
“Tú piensas demasiado, Arley. Para llegar a
alguna parte sólo hay que comenzar a caminar. ¡Venga! ¡Camina!”
“Yo no le pediría al caballo de Atila que
echase a andar sin rumbo,” contesté. “Y no pienso pedírtelo a ti tampoco. Tengo
que saber contra quién vamos a viajar.”
“Entonces llévame al Templo del Miau del
Gato. ¿Cómo se llega hasta allí? ¿Por dónde empezamos a caminar?”
“No lo sé y no pienso preguntárselo a Gatsabé.”
“Pregúntaselo a tu hermanito. Tienes que
leerle la cartilla. Se lo prometiste a Jocosa. Así que vas a tener que hablar
con él de todas formas.”
“En realidad ya se lo he preguntado a
Gatocatcha,” dije yo, “aunque con vistas a no llevarte por ese lugar.”
“En ese caso, ya estás enterado. ¡Empieza a
caminar!”
“Gatocatcha me ha dicho que no tiene ni idea
de dónde está ese lugar. Dice que ha oído hablar del Templo de Mayet, pero que
nunca ha estado ahí.”
“¿Y tú a qué esperas para llevarle? ¿Qué
clase de amo de gato no lleva a su minino a recibir la bendición de su diosa?”
“Gatocatcha dice que este templo no es
exactamente un lugar de culto para gatos. Es un lugar para cualquiera que ande
solo. Y él y yo no andas solos porque nos tenemos el uno al otro.”
“¿Y eso que quiere decir?”
“Es un lugar para gente que no puede contar
con nadie. O que no quiere hacerlo.”
“Nadie puede salir adelante sin contar con
otros. ¿Qué haría yo si no estuvieseis tú y mi madre a mi servicio?”
Decidí ignorar que me había llamado su
criado. Después de todo había incluido a su sufrida madre en el lote.
“Cuando estas personas solitarias se deprimen
y sienten que no pueden seguir para adelante, invocan a la diosa Bastet e
inmediatamente sienten que pueden volver a caminar solas.”
“Entiendo. Se trata de un lugar para gente
que siempre está fuera de lugar o que está loca. Para perdedores y marginales.
Pero hasta esa clase de gente tiene que comer, ¿no es así? ¿Con qué les
alimenta Bastet?”
“Ni idea. Tal vez con helado.”
Inmediatamente lamenté haber dicho eso.
“¡Pues claro! La gente depresiva come mucho
helado. Y tú también. Te he oído decir que es tu comida favorita. Y a los gatos
les encanta el helado, así que tiene sentido. Venga, vamos a por ese helado.”
“No sin avisar antes.”
“¡AAAAAAAAAtttttttttiiiiiiiiii!”
gritó Alpin.
Y mi pobre hermano apareció con cara de susto.
“¿Qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué?”
“Nada,” le dije. No quería mencionar el
templo, así que decidí hacer lo que le había prometido hacer a Jocosa. “La
suegra de tu elección vino a verme y me dijo que te leyese la cartilla y te
advirtiese que no dudará en hechizarte si no tratas bien a su hija.”
“Eso tiene que ser una broma de las suyas,”
dijo Ati. “De todos es sabido que es su hija la que me trata a mí como basura.”
“¿Te ha vuelto a echar de su casa?” le
preguntó Alpin, de momento distraído por los problemas de Ati. “Mi madre dice
que tu chica está casi tan trastornada como lo estuvo ella. Pero está de tu parte, Ats. Dice que eres un hombre maravilloso por tratar tan bien a esa pobre mujer. Sí,
mi madre te apoya.”
Atí asintió con la cabeza.
“Dale las gracias de mi parte.”
“Ah, esa gata va a volver a llamarte siempre
que te eche. Eso dice mi mami. ¿Quién más iba a aguantar a esa caprichosa y a la
loca de su madre?”
“Sí que te pide siempre que vuelvas. ¿No es
así, Ati?” le pregunté a mi hermano.
Atí volvió a asentir con la cabeza.
“Cada vez me da la impresión de ser la
definitiva, pero entonces ella dice que tiene cosas que hacer y me larga para
hacerlas sola.”
“Mientras no se largue ella con otro. Y es lo
que te he dicho. Esa no va a encontrar a otro que se deje tratar tan fácilmente
como un felpudo,” dijo Alpin. Y añadió, para ser amable, “Todo irá bien. No
tienes sustituto posible. Cuanto más envejezca, más cascarrabias se volverá, no habrá quién la aguante.” Pero no pudo evitar preguntar, “¿Estás seguro de que
no te han embrujado ya, Ats? Es que es muy extraño que vuelvas y vuelvas con
esa mujer desagradecida.”
“No, no me han embrujado. Ni Gatsabé ni la pandilla de los Jocosos. Lo primero que hizo
mi abuelo fue averiguar eso. Y luego me dijo que sólo era yo, que me estaba
portando como un bobo.”
“Pues tal vez lo seas,” dijo Alpin, “porque tengo
entendido que puedes tener a casi cualquier tía que quieras. Eso dicen todos. Y en Hadalandia las hay de bandera. Hasta he oído que unas tías te intentaron cazar como a un animal salvaje y que
pensaban rifarte entre ellas tras atraparte.”
“No me importa lo que diga o haga la gente.
Esto es entre nosotros.”
Hasta yo tenía algo que decir. Se me ocurrió
en ese momento.
“¿Cómo es que la Tía Cybela te ha dejado
seguir soltero? ¿No han intentado las gemelas encontrar a alguien más adecuado
para ti?”
“Uff! Hubo
un tiempo en que no me dejaban vivir. No me daban ni tregua ni respiro. Pero al
final Tita Cybela se dio cuenta de que no iba a haber otra que Sabi para mí, y
se lo dejó claro a las primas. Entonces las tres me felicitaron por amar con tanta fidelidad y hasta me
desearon suerte. Y empezaron a darle la tabarra a Sabi. Que por poco las araña. Por meterse en nuestros asuntos.”
“Supongo que no les quedó otra que dejarte escapar. Todo esto es
muy romántico si lo miras bien,” dijo Alpin.
Ati asintió.
“Ellas pueden apreciar mi devoción, si es que
hay alguien que pueda. Nicolás Dulcepluma hasta dijo que escribiría una novela
basada en mi caso. Con un final feliz.”
“Oye, si no estás acosando a tu novia ahora
mismo, o tal vez precisamente porque lo estás, ¿podrías llevarnos al Templo del
Miau?”
“Claro,” dijo Atí. “¿Pero por qué? ¿Estáis
andando solos, uno o los dos? Yo soy bienvenido allí porque casi siempre ando
solo.”
“No digas tonterías, Ati,” le dije yo.
“Tienes toda una familia dispuesta a darte el apoyo que necesites. No tienes
razón alguna para pasarte la vida en un templo para gente que no puede contar con nadie.
Puede que el abuelo tenga razón. Estás haciendo el tonto.”
“Yo sé que tengo apoyo. Pero no en este
asunto. Y este es el único que me importa. Todo el mundo quiere que me olvide
de Sabi. Y yo parezco tan desgraciado cuando paso por el templo persiguiéndola
que los gatos no tienen valor para echarme de ahí.”
“¿Has oído eso, Arley? No echan a nadie de
allí. Ni a un niñato mimado y cabezota que debería saber mejor que perseguir
a una tía que no le merece. Mira, Atí, ardo en deseos de ver ese lugar de
gatitos. ¿Admite turistas?”
“No he visto ahí ninguno. Sólo un montón de
gatos y de gente solitaria. También acuden amantes de la libertad. Rinden
homenaje, dan gracias y rezan pidiendo que siempre puedan ser libres.”
“Ati no va a llevarte ahí, Alpin,” dije yo.
“¿Y por qué no? Suena como si están acostumbrados
a recibir a gente egocéntrica. Mira a tu terco hermano y su novieta perturbada.
¿Acaso no están siendo algo egoístas cada uno a su manera?”
Y entonces, antes de que pudiésemos decir
más, una niebla nos envolvió y, tras un nanosegundo, se disipó, y nos
encontramos ante un pequeño lago con forma de luna creciente en medio del cual
se alzaba una especie de templo, pintado de un verde muy joven. El frente del
edificio lucía una especie de azulejos con margaritas azuleadas. Y la entrada,
que era muy ancha, estaba pintada de un verde siempreverde, bastante más
oscuro.
“¿Esto es todo?” preguntó Alpin. “No veo
ningún gato.”
“Mira para arriba,” dijo Ati, alzando la
barbilla y los ojos.
Había gatos recostados en las nubes que
flotaban en redondo.
"Todos esos gatos eran personas?"
"Ya sabéis que aquí los animales pueden ser personas cuando quieren. Y que las personas podemos tomar la forma de animales. Es más fácil mantener una forma cuando esta es el reflejo de lo que eres en tu corazón. ¿Cruzamos en barca o volamos hasta la entrada?” preguntó Ati.
“Si has sido tú el que acaba de traernos
aquí,” no pude evitar reprocharle a mi hermano mayor, “no sabes lo que has hecho por atolondrado. No sé cuántas
veces te habrán botado de este templo antes, ni siquiera me consta que lo haya
hecho una sola vez, pero me parece que esta sí va a ser la definitiva.”
“¿Qué?” dijo Ati. “¿Acaso no queríais venir?”
Yo estaba empezando a pensar que tal vez Ati,
campeón de justas y torneos, que ganaba todo juego al que jugaba y era admirado
por todos, hasta por Nono Darcy, que le respetaba tanto que se abstenía de
participar en cualquier competición cuando participaba mi hermano para que este
pudiese ganar limpiamente, como siempre se merecía, no era tan listo como
parecía. “Este hombre es tan tontarra como Tito Richi, puede que casi tanto
como su suegra Jocosa, y estoy empezando a entender como puede haber alguien
como Epón en nuestra familia.”
“¿Acaso
no sabes quién es Alpin?”
“¡Ay, por Og! No he caído en eso.”
Estábamos ya volando por encima del lago y sus sagrados lotos, y
yo me sentí tentado a decirle lo que pensaba de él, pero me contuve porque me
pareció que me estaba pareciendo demasiado al abuelo AEterno.
“¿Lo ves?” dijo Alpin. “Este no piensa con
claridad. No piensa más que en su problema. Y yo no voy a tener ninguno aquí.”
“Espero que tengas toda la razón,” le
contesté.
Cuando pisamos los escalones que había ante el
templo, una gran gata naranja y blanca con un tocado egipcio parecido a un
nermes o nernes, nunca me acuerdo de cómo se llama eso, salió a recibirnos. Era
la sacerdotisa de guardia.
“¿A quién nos has traído, Ati?” le preguntó,
cariñosa pero cauta, a mi hermano.
Ati nos presentó a la gata y dijo que se
llamaba Neferlili.
“Sentían curiosidad por ver este lugar.”
“Yo siento curiosidad por saber que coméis
aquí. Me he dado cuenta de que no hay peces en el estanque.”
Yo iba a decir que gracias, y que ya habíamos
visto lo que queríamos ver y que nos íbamos ya mismo cuando la gata soltó una carcajada y
preguntó a Alpin si su barriguita tenía hambre, y no sólo su alma.
“Yo siempre tengo hambre,” dijo Alpin.
“No hace falta que le des de comer,” dijo
Ati. “Sólo quería enseñarles la vista del templo en el lago.”
“Esperad aquí,” dijo Neferlili.
Volvió con otro gato que cargaba un gran bol
de esos que se usan para dar de comer no precisamente a un gatito sino más bien
a un gran danés. Tenía compartimentos que rebosaban de dulces ratones de coco y
de mazapán y de galletitas saladas con forma de pez.
“¿Esto es todo?” dijo Alpin. “¿Dónde está el
helado?”
“¿Tenemos helado, Pedubastis?” preguntó
Neferlili al segundo gato.
“A veces, pero hoy no.”
“No me extraña que caminéis solos,” dijo
Alpin. Estaba a punto de empezar a insultar a los gatos por su dieta y yo le detuve
pellizcándole el brazo.
“¡Ay!” chilló Alpin.
Y yo
dije, “Comienza a caminar. Nuestro viaje del verano acaba de empezar.”
“¿Sobre el agua? ¿Pero a dónde vamos?”
“No tengo ni idea. Es como tú has dicho.
Caminaremos y eso nos llevará a alguna parte. Tal vez demos con el Preste
Juan.”
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