255. Estallidos
“¿Y ese quién es?” Alpin me preguntó.
“Preste Juan es un sacerdote que también es
rey de un país maravilloso.”
“¿Y por qué iba yo a querer conocerle?”
“Una vez dio de comer a cuarenta marineros
británicos y dijeron que la cena fue soberbia. Se me ha ocurrido que tal vez te
pueda satisfacer a ti.”
Yo no tenía intención de llevar a Alpin a
ninguna parte, pero quería alejarle del templo.
“¿Eran exigentes esos marineros?” preguntó
Alpin. “Tal vez fuesen unos paletos muertos de hambre que pensaban que una
ración de burbujeante refrito de coliflor, patata y repollo que sobraron del
día anterior es un manjar. La comida es malísima en la marina, ¿no? Carne
indocumentada con gusanos vivos y escorbuto por falta de cítricos es lo que se
reparte ahí.”
“Si no
os importa, os acompañaré un rato. Me vendrá bien pasear,” dijo Ati. “Sabi está
tomando el sol y el aire arriba en una nube y seguirá ahí un par de horitas.
Está a salvo aquí.”
“Un segundo,” dijo Alpin, y se apoderó del
cuenco con los ratones dulces y las galletitas saladas. “Para el camino,” dijo.
“Lo siento,” les dijo Ati a los gatos e iba a
quitarle el cuenco a Alpin pero ellos intervinieron.
“Deja que se lo lleve,” dijo Pedubastis.
“Siempre es interesante conocer a gente nueva y ver lo que anda por ahí fuera.”
“Pero no vuelvas a traer a ese por aquí, Ati,
cariño,” añadió Neferlili.
Cuando ya estábamos paseando, me volví a Ati
y le pregunté, “¿Qué has querido decir con eso de que Sabi estaría a salvo allí
en el templo? ¿Tiene enemigos o algo?”
“Verás,” suspiró mi hermano. “Por eso siempre
discutimos Sabi y yo. Yo creo que ella debe mudarse a mi casa en Isla Manzana.
Es una de las mejores que hay ahí. No tiene nada que envidiar a ninguna. Elegir
la mejor entre las mejores es sólo cuestión de gustos. Tendríamos todas las
comodidades. Ella no ha reclamado su casa ideal porque se fue de la isla antes
de que Mamá comenzase a construir. ¿Pero a quién no le iba a gustar la mía? Es
el castillo más grande que hay ahí. Y tiene todos los lujos modernos.”
“¿Y por qué no se muda?” seguí interrogando a
mi hermano.
“No tengo ni idea. Tonterías que aturden su
mente. Su casita me hace sentir como si me he arrejuntado con una pordiosera.
Como si soy un sinvergüenza que no va lo bastante en serio como para casarse
con esa mujer. Y no quiero que ella ande vagando por el Bosque Triturado. No es
un lugar seguro. Y menos para una pobre gata.”
“¿Cuánto tiempo lleva haciendo eso?”
“¿Quién sabe? Supongo que siglos.”
“¿Por qué quiere seguir en el bosque? ¿Se lo
has preguntado?”
“Uy, me hace fu. Bufa y escupe algo de que no
quiere vivir en la isla porque ahí viven su madre y la pandilla de esta. Luego
me gruñe por insistir. Dice que no puede tolerar la presencia de esa gente ni a
millas. Yo la he dicho mil veces que jamás se atreverían a molestarla estando
conmigo. Nunca osarían cruzar las verjas de mi territorio. Lo único que tiene
que hacer ella es quedarse en casa y jamás volverá a ver a esa gente.”
“¿En casa? ¿Sin salir nunca?”
“Es la mejor manera de no ver a nadie. Sobre
todo para no coincidir con los que odias. ¿Y qué mejor hogar podría haber para
un gato que un castillo con vistas como las que tiene el mío? Desde las
torretas, maravillosas. Y tendríamos todas las comodidades. No tendríamos que
nadar en ese estanque de nenúfares canijo, plagado de limo verde que hace que
me sienta como convertido en rana siempre que pienso en lavarme. No es en el
foso del castillo en donde nos lavaríamos. Tengo piscinas dignas del mejor spa,
y jacuzzis estupendos. Aunque podríamos nadar en el foso tranquilamente, porque
lleva agua salada limpísima, de la mejor del mercado. Y no tendríamos que vivir
de ratones de coco. ¡Ya está bien! ¿Qué se supone que debo hacer en el bosque?
¿Recolectar bayas y nueces? Si a ella no le gustan.”
“¿Estás pidiendo a tu novia que ha estado
viviendo durante siglos como una gata salvaje que se convierta en una gatita
domestica?”
“Por supuesto que sí. No la faltaría de nada
en mi casa y nadie se atrevería a estorbarla estando conmigo. De hecho, por eso
nadie la estorba ahora. Porque me temen.”
“¿Tú la persigues día y noche por el bosque?”
“¿Sí!” suspiró Ati. “Y estoy hasta el gorro
de hacerlo. Podríamos estar tan bien en mi casa.”
“¿Sabes qué?” de pronto me encontré diciendo
cosas muy fuertes a Ati. “Cuando un hombre ama a una mujer que tiene problemas
mentales, debería saber a qué se enfrenta. Tiene que convivir con sus ideas
delirantes y no pensar en su propia comodidad. Yo creo que ella te ha dejado
claro que no tiene interés en vivir en la isla, donde algo horrible puede
haberla pasado. Y se siente a salvo aquí fuera. Y tú estás siendo un egoísta
intentando forzarla a hacer lo que no quiere hacer.”
“Pero…,Arley…,”dijo mi hermano. “¿Por qué piensas
eso? Yo sólo quiero lo mejor para los dos.”
“Yo tuve una novia. Sólo podía verla como
quince minutos una vez al mes. No estoy seguro de que estaba del todo cuerda, o
si lo que pasaba era que yo no la interesaba demasiado. Un día dejó su
escondite, su guarida o lo que quieras llamar al lugar en el que habitaba, y lo
hizo para reciclar basura. Desde ese día salía siempre que quería, día tras
día, durante horas. Algo que nunca había hecho por mí. Y yo nunca se lo eché en
cara. Porque no era un egoísta, y porque la amaba. Y tú, ¿dónde está tu
paciencia? En cuanto ves que tienes una pequeña ventaja porque ella te ha
dejado entrar en su espacio, intentas presionarla para que se mude al tuyo.
Prefieres arriesgarte a pelear con ella y perderla en vez de hacerla feliz en
su territorio. Callándote la boca para empezar.”
“¿Arley, quién eres?” me preguntó mi hermano,
atónito. “Suenas como el abuelo. Hasta te pareces a él ahora mismo.”
“Si te ha dicho lo mismo que yo, tendrá
razón. Él tiene que saber más sobre ti y sobre Sabi que vosotros mismos,”
empecé a decir. Pero de pronto, tuve dudas. ¿Quién era yo para criticar a mi
hermano? ¿Y por qué lo estaba haciendo? No era propio de mí. “Lo siento,” le
dije. “No debí decir nada de esto. No soy quién para aconsejar a nadie sobre
mujeres. Si perdí a mi novia de todas formas. Hice todo lo que pude, pero hasta
yo tuve que admitir que aquello se había acabado cuando se acabó.”
“El abuelo dice que o me voy a vivir a su
choza o me olvido de ella. Yo siempre he pensado que él me decía eso porque
quería que me largase de la isla, por no mostrarme dócil ante sus exigencias.
Nunca pensé que otros estarían de acuerdo con él. Él también ha dicho que Sabi
es inestable mental. Dijo que si no estaba yo encantado de vivir de ratones de coco y galletitas como peces y de
vivir en ese antro era porque yo no estaba enamorado de la pobre enajenada. Eso
es lo que la llama. Normalmente yo me habría enfadado contigo, pero…no creo que
lo esté.”
“Lo siento. Yo no quería sonar como el
abuelo.”
“Olvídalo. Él dice cosas mucho peores. Claro
que tú te has cortado. Pero él no se corta. Dice cosas como preguntarme que voy
a hacer cuando ya haya conseguido meter a Sabi en mi castillo. ¿Cortaré su
cabeza, la disecaré y la colgaré encima de la chimenea del gran salón junto a
mis otros trofeos de caza? Me dice cosas horribles. Y yo no tengo trofeos de
caza.”
Ati caza. En Isla Manzana, nadie ni siquiera
piensa en cazar. Pero en el Bosque Triturado hay zonas donde las cosas son
distintas. Sé que Ati caza porque cuando yo era pequeño me llevó una vez con
él. Cazó todo lo que se le puso delante, sin duda y sin esfuerzo. Es cierto que
luego soltó a todos los animales que había cazado. Salvo a una cierva coja.
Dijo que se la llevaba a casa para que la curasen. Pero esto pudo ser así
porque yo estaba con él y era pequeño e igual no quería asustarme.
“¿Tú devuelves todo al bosque, no?” le
pregunté, esperando que respondiese que sí.
“No,” dijo Ati. “Ya no. Porque ahora solo
persigo a Sabi. El abuelo me dijo que yo estaba pegando sustos de muerte a los
animalitos. Que alguno se moriría de un infarto y que eso me convertiría en un
asesino, así que me acojoné y dejé de cazar y me puse a jugar al golf con él,
vaya rollo. Pero eso se ha acabado también, porque mi única obsesión es que
nadie cace a mi Sabi.”
“Ah,” dije
yo. “¿Y qué dicen Mamá y Papá de todo esto?”
“Mamá
me comprende y está de acuerdo en que Sabi debe venirse a vivir conmigo. Y no
al revés.”
“Pues claro. Mamá construyó ese castillo para
ti. Quiere que disfrutéis de su obra.”
Ati asintió.
“Papá dice que el abuelo me atosiga porque
está enfurecido consigo mismo. Cree que tenía que haber hecho algo por Sabi
antes de que la pobre se trastornase. Pero no se dio cuenta a tiempo y no lo
hizo. Sabi era una niña de encargo. Jocosa quería tener hijos y nunca se la
apareció uno. Eso es porque la mayoría de los niños que brotan por su cuenta
son listos, y saben ante quiénes no deben aparecer. Evitarían a Jocosa, así que
ella encargó un bebé. Y la entregaron a Gatsabé. Esa niña no era apta para
Jocosa. Papá dice que el abuelo no se dio cuenta a tiempo de lo infeliz que la
niña estaba en casa de Jocosa, porque era una niña más que reservada, muy
guardasecretos, muy de no contar nada. Parecía feliz, hasta que un día
estalló. Se hartó y se largó por la
puerta para nunca volver. Y se fue trastornada.”
“¿Qué fue lo que la trastornó?”
“No lo cuenta. Ni a mí. Si me entero de que
la han hecho daño, haré correr ríos de sangre.”
Y de pronto algo hizo ¡BANG!
“¡Horror!” gritó Ati. “¿Eso qué ha sido?”
“¡Ni idea!”
Miré a mi alrededor. Estábamos cerca de la
orilla de un río, en una zona llena de pinos del Bosque Triturado. Había humo
subiendo hacía el cielo. A Alpin no se le veía por ninguna parte.
“¿Dónde está Alpin?” grité, pero Atí ya
estaba detrás de los pinos. Cuando yo crucé también, Ati me retuvo en cuanto me
vió.
Había un pequeño edificio que podía ver a través
del humo. Pero antes de que pudiese preguntar que era, empecé a toser. Por el
humo, creo yo. Pero también había otra cosa en el aire.
“¡Humo de mierda!” susurró Ati. “No puedes
toser. Tenemos que irnos de aquí sin meter ruido.”
“Pero Alpin…”
Ati me tapó la boca y me hizo señas de que me
callase y quedase quieto. Se lanzó detrás de la cortina de humo y reapareció
con algo en la mano. Entonces me agarró del cuello de la camisa y me sacó de allí.
Y estábamos en otro sitio.
“¡Alpin!” yo volví a insistir.
Ati sacudió la cabeza.
“No sé cómo decirte esto. Así que sólo lo
diré. Aquí le tienes.”
Ati me mostró lo que llevaba en la mano
izquierda. Se trataba de una caja de cristal llena de polvo. O de cenizas.
“Alpin,” dijo Ati, asintiendo con la cabeza.
“¿Qué? ¡No!” grité yo. “¿Qué significa esto?”
“Le ha atizado la Bruja del Trapo. ¿Ves cómo
es peligroso este bosque? ¡Tendré yo razón! ¡Que me lo discutan ahora! A ver si me toman en serio ya de una vez!”
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