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jueves, 27 de julio de 2023

255. Estallidos


255. Estallidos

“¿Y ese quién es?” Alpin me preguntó.

“Preste Juan es un sacerdote que también es rey de un país maravilloso.”

“¿Y por qué iba yo a querer conocerle?”

“Una vez dio de comer a cuarenta marineros británicos y dijeron que la cena fue soberbia. Se me ha ocurrido que tal vez te pueda satisfacer a ti.”

Yo no tenía intención de llevar a Alpin a ninguna parte, pero quería alejarle del templo.

“¿Eran exigentes esos marineros?” preguntó Alpin. “Tal vez fuesen unos paletos muertos de hambre que pensaban que una ración de burbujeante refrito de coliflor, patata y repollo que sobraron del día anterior es un manjar. La comida es malísima en la marina, ¿no? Carne indocumentada con gusanos vivos y escorbuto por falta de cítricos es lo que se reparte ahí.”

 “Si no os importa, os acompañaré un rato. Me vendrá bien pasear,” dijo Ati. “Sabi está tomando el sol y el aire arriba en una nube y seguirá ahí un par de horitas. Está a salvo aquí.”

“Un segundo,” dijo Alpin, y se apoderó del cuenco con los ratones dulces y las galletitas saladas. “Para el camino,” dijo.

“Lo siento,” les dijo Ati a los gatos e iba a quitarle el cuenco a Alpin pero ellos intervinieron.

“Deja que se lo lleve,” dijo Pedubastis. “Siempre es interesante conocer a gente nueva y ver lo que anda por ahí fuera.”

“Pero no vuelvas a traer a ese por aquí, Ati, cariño,” añadió Neferlili.

Cuando ya estábamos paseando, me volví a Ati y le pregunté, “¿Qué has querido decir con eso de que Sabi estaría a salvo allí en el templo? ¿Tiene enemigos o algo?”

“Verás,” suspiró mi hermano. “Por eso siempre discutimos Sabi y yo. Yo creo que ella debe mudarse a mi casa en Isla Manzana. Es una de las mejores que hay ahí. No tiene nada que envidiar a ninguna. Elegir la mejor entre las mejores es sólo cuestión de gustos. Tendríamos todas las comodidades. Ella no ha reclamado su casa ideal porque se fue de la isla antes de que Mamá comenzase a construir. ¿Pero a quién no le iba a gustar la mía? Es el castillo más grande que hay ahí. Y tiene todos los lujos modernos.”

“¿Y por qué no se muda?” seguí interrogando a mi hermano.

“No tengo ni idea. Tonterías que aturden su mente. Su casita me hace sentir como si me he arrejuntado con una pordiosera. Como si soy un sinvergüenza que no va lo bastante en serio como para casarse con esa mujer. Y no quiero que ella ande vagando por el Bosque Triturado. No es un lugar seguro. Y menos para una pobre gata.”

“¿Cuánto tiempo lleva haciendo eso?”

“¿Quién sabe? Supongo que siglos.”

“¿Por qué quiere seguir en el bosque? ¿Se lo has preguntado?”

“Uy, me hace fu. Bufa y escupe algo de que no quiere vivir en la isla porque ahí viven su madre y la pandilla de esta. Luego me gruñe por insistir. Dice que no puede tolerar la presencia de esa gente ni a millas. Yo la he dicho mil veces que jamás se atreverían a molestarla estando conmigo. Nunca osarían cruzar las verjas de mi territorio. Lo único que tiene que hacer ella es quedarse en casa y jamás volverá a ver a esa gente.”

“¿En casa? ¿Sin salir nunca?”

“Es la mejor manera de no ver a nadie. Sobre todo para no coincidir con los que odias. ¿Y qué mejor hogar podría haber para un gato que un castillo con vistas como las que tiene el mío? Desde las torretas, maravillosas. Y tendríamos todas las comodidades. No tendríamos que nadar en ese estanque de nenúfares canijo, plagado de limo verde que hace que me sienta como convertido en rana siempre que pienso en lavarme. No es en el foso del castillo en donde nos lavaríamos. Tengo piscinas dignas del mejor spa, y jacuzzis estupendos. Aunque podríamos nadar en el foso tranquilamente, porque lleva agua salada limpísima, de la mejor del mercado. Y no tendríamos que vivir de ratones de coco. ¡Ya está bien! ¿Qué se supone que debo hacer en el bosque? ¿Recolectar bayas y nueces? Si a ella no le gustan.”

“¿Estás pidiendo a tu novia que ha estado viviendo durante siglos como una gata salvaje que se convierta en una gatita domestica?”

“Por supuesto que sí. No la faltaría de nada en mi casa y nadie se atrevería a estorbarla estando conmigo. De hecho, por eso nadie la estorba ahora. Porque me temen.”

“¿Tú la persigues día y noche por el bosque?”

“¿Sí!” suspiró Ati. “Y estoy hasta el gorro de hacerlo. Podríamos estar tan bien en mi casa.”

“¿Sabes qué?” de pronto me encontré diciendo cosas muy fuertes a Ati. “Cuando un hombre ama a una mujer que tiene problemas mentales, debería saber a qué se enfrenta. Tiene que convivir con sus ideas delirantes y no pensar en su propia comodidad. Yo creo que ella te ha dejado claro que no tiene interés en vivir en la isla, donde algo horrible puede haberla pasado. Y se siente a salvo aquí fuera. Y tú estás siendo un egoísta intentando forzarla a hacer lo que no quiere hacer.”

“Pero…,Arley…,”dijo mi hermano. “¿Por qué piensas eso? Yo sólo quiero lo mejor para los dos.”

“Yo tuve una novia. Sólo podía verla como quince minutos una vez al mes. No estoy seguro de que estaba del todo cuerda, o si lo que pasaba era que yo no la interesaba demasiado. Un día dejó su escondite, su guarida o lo que quieras llamar al lugar en el que habitaba, y lo hizo para reciclar basura. Desde ese día salía siempre que quería, día tras día, durante horas. Algo que nunca había hecho por mí. Y yo nunca se lo eché en cara. Porque no era un egoísta, y porque la amaba. Y tú, ¿dónde está tu paciencia? En cuanto ves que tienes una pequeña ventaja porque ella te ha dejado entrar en su espacio, intentas presionarla para que se mude al tuyo. Prefieres arriesgarte a pelear con ella y perderla en vez de hacerla feliz en su territorio. Callándote la boca para empezar.”

“¿Arley, quién eres?” me preguntó mi hermano, atónito. “Suenas como el abuelo. Hasta te pareces a él ahora mismo.”

“Si te ha dicho lo mismo que yo, tendrá razón. Él tiene que saber más sobre ti y sobre Sabi que vosotros mismos,” empecé a decir. Pero de pronto, tuve dudas. ¿Quién era yo para criticar a mi hermano? ¿Y por qué lo estaba haciendo? No era propio de mí. “Lo siento,” le dije. “No debí decir nada de esto. No soy quién para aconsejar a nadie sobre mujeres. Si perdí a mi novia de todas formas. Hice todo lo que pude, pero hasta yo tuve que admitir que aquello se había acabado cuando se acabó.”

“El abuelo dice que o me voy a vivir a su choza o me olvido de ella. Yo siempre he pensado que él me decía eso porque quería que me largase de la isla, por no mostrarme dócil ante sus exigencias. Nunca pensé que otros estarían de acuerdo con él. Él también ha dicho que Sabi es inestable mental. Dijo que si no estaba yo encantado de vivir de  ratones de coco y galletitas como peces y de vivir en ese antro era porque yo no estaba enamorado de la pobre enajenada. Eso es lo que la llama. Normalmente yo me habría enfadado contigo, pero…no creo que lo esté.”

“Lo siento. Yo no quería sonar como el abuelo.”

“Olvídalo. Él dice cosas mucho peores. Claro que tú te has cortado. Pero él no se corta. Dice cosas como preguntarme que voy a hacer cuando ya haya conseguido meter a Sabi en mi castillo. ¿Cortaré su cabeza, la disecaré y la colgaré encima de la chimenea del gran salón junto a mis otros trofeos de caza? Me dice cosas horribles. Y yo no tengo trofeos de caza.”

Ati caza. En Isla Manzana, nadie ni siquiera piensa en cazar. Pero en el Bosque Triturado hay zonas donde las cosas son distintas. Sé que Ati caza porque cuando yo era pequeño me llevó una vez con él. Cazó todo lo que se le puso delante, sin duda y sin esfuerzo. Es cierto que luego soltó a todos los animales que había cazado. Salvo a una cierva coja. Dijo que se la llevaba a casa para que la curasen. Pero esto pudo ser así porque yo estaba con él y era pequeño e igual no quería asustarme.

“¿Tú devuelves todo al bosque, no?” le pregunté, esperando que respondiese que sí.

“No,” dijo Ati. “Ya no. Porque ahora solo persigo a Sabi. El abuelo me dijo que yo estaba pegando sustos de muerte a los animalitos. Que alguno se moriría de un infarto y que eso me convertiría en un asesino, así que me acojoné y dejé de cazar y me puse a jugar al golf con él, vaya rollo. Pero eso se ha acabado también, porque mi única obsesión es que nadie cace a mi Sabi.” 

 “Ah,” dije yo. “¿Y qué dicen Mamá y Papá de todo esto?”

 “Mamá me comprende y está de acuerdo en que Sabi debe venirse a vivir conmigo. Y no al revés.”

“Pues claro. Mamá construyó ese castillo para ti. Quiere que disfrutéis de su obra.”

Ati asintió.

“Papá dice que el abuelo me atosiga porque está enfurecido consigo mismo. Cree que tenía que haber hecho algo por Sabi antes de que la pobre se trastornase. Pero no se dio cuenta a tiempo y no lo hizo. Sabi era una niña de encargo. Jocosa quería tener hijos y nunca se la apareció uno. Eso es porque la mayoría de los niños que brotan por su cuenta son listos, y saben ante quiénes no deben aparecer. Evitarían a Jocosa, así que ella encargó un bebé. Y la entregaron a Gatsabé. Esa niña no era apta para Jocosa. Papá dice que el abuelo no se dio cuenta a tiempo de lo infeliz que la niña estaba en casa de Jocosa, porque era una niña más que reservada, muy guardasecretos, muy de no contar nada. Parecía feliz, hasta que un día estalló.  Se hartó y se largó por la puerta para nunca volver. Y se fue trastornada.”

“¿Qué fue lo que la trastornó?”

“No lo cuenta. Ni a mí. Si me entero de que la han hecho daño, haré correr ríos de sangre.”

Y de pronto algo hizo ¡BANG!   

“¡Horror!” gritó Ati. “¿Eso qué ha sido?”

“¡Ni idea!”

Miré a mi alrededor. Estábamos cerca de la orilla de un río, en una zona llena de pinos del Bosque Triturado. Había humo subiendo hacía el cielo. A Alpin no se le veía por ninguna parte.

“¿Dónde está Alpin?” grité, pero Atí ya estaba detrás de los pinos. Cuando yo crucé también, Ati me retuvo en cuanto me vió.

Había un pequeño edificio que podía ver a través del humo. Pero antes de que pudiese preguntar que era, empecé a toser. Por el humo, creo yo. Pero también había otra cosa en el aire.

“¡Humo de mierda!” susurró Ati. “No puedes toser. Tenemos que irnos de aquí sin meter ruido.”

“Pero Alpin…”  

Ati me tapó la boca y me hizo señas de que me callase y quedase quieto. Se lanzó detrás de la cortina de humo y reapareció con algo en la mano. Entonces me agarró del cuello de la camisa y me sacó de allí. Y estábamos en otro sitio.

“¡Alpin!” yo volví a insistir.

Ati sacudió la cabeza.

“No sé cómo decirte esto. Así que sólo lo diré. Aquí le tienes.”

Ati me mostró lo que llevaba en la mano izquierda. Se trataba de una caja de cristal llena de polvo. O de cenizas.

“Alpin,” dijo Ati, asintiendo con la cabeza.

“¿Qué? ¡No!” grité yo.  “¿Qué significa esto?”

“Le ha atizado la Bruja del Trapo. ¿Ves cómo es peligroso este bosque? ¡Tendré yo razón! ¡Que me lo discutan ahora! A ver si me toman en serio ya de una vez!”

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