256. La Bruja del Trapo y otras sorpresitas
Cuando oí lo de tomarle en serio, de pronto
irrumpí en una risa histérica.
“¡Qué vergüenza, Ati!” le recriminé a mi hermano como pude a
pesar de no controlar mi risa. “Debí imaginarme que eras uno de ellos. Pues no
tiene gracia. ¡Es de pésimo gusto!”
“¡Claro que no tiene gracia! ¿Pero por qué te
estás riendo? ¿Quién dices que soy?”
“Uno de los jocosos. No finjas más. Ya te he
descubierto.”
“¡Oh, por el amor de Og! No, Arley, no. Esto
lo ha hecho la Bruja del Trapo y nadie más.”
Le llevó un tiempo convencerme de que lo que
había pasado no era una broma pesada organizada por la notoria Panda Jocosa. Y
cuando acepté eso, me sentí todavía peor. Mucho, mucho peor.
“No puedo llevarle esa cajita a su madre,”
dije yo. “Voy a volver para destruir a la bruja o ser destruido por ella.”
“Tú no harás tal. Lo haré yo. Esto es mi
culpa por haberte distraído quejándome sin parar de mis ridículos problemas,
cotorreando como una urraca azul enloquecida. Escucha, Arley. Las cenizas hay
que mantenerlas dentro de la caja, todas juntas. No se pueden dispersar, porque
si se dispersan, esto se convierte en un asesinato. Y todos irían a linchar a
la bruja. De momento, lo que tenemos aquí sólo es defensa frente a la
invasión.”
“¿Estás diciendo que podemos resucitar a
Alpin o algo así?”
“Puede resurgir de sus cenizas como un fénix.
Pero sólo si le vuelven a golpear con el trapo de la bruja.”
“Esa es una tía malvada, ¿no? No va a dejarse
convencer. Y Alpin no está en condiciones de provocar su ira para que le vuelva
a atizar. ¿Qué le podemos ofrecer a la bruja?”
“Tú espera aquí,” dijo Ati. “Yo voy a arrebatarle
el dichoso trapo a la sinvergüenza esa y dártelo a ti.”
“Esa no se merece menos. Pero eso podría ser
peligroso. Ni modo, Ati. No lo hagas. ¡Eh! ¿Dónde estás, Ati?”
Como ya he dicho antes, Ati es hombre de
acción. Yo me transporté al territorio de la Bruja del Trapo en un segundo. Vi
a mi hermano observando el edificio que antes solo veía parcialmente. Se
trataba de un molino de harina. La rueda estaba allí, junto al río. Y había un
montículo de polvo blanco que tenía que ser harina a un lado del molino. Era
casi tan grande ese montículo como el mismo molino.
“Ati,” susurré, “ella tiene que haberse
percatado de que alguien se ha llevado las cenizas. Tal vez nos esté
observando.”
“¿Tú qué sabes de esta bruja?”
“Por casualidad, Papá la mencionó el otro
día. Pero no dijo mucho. Sólo que no le gustaba el tío Gen, y que yo tampoco la
caería bien. Asumí que era mala. ¿Lo es, verdad? ¿O esto sólo ha pasado porque
Alpin la ha sacado de quicio?”
“Deja que te explique cómo va esto. Ella es
más como un fantasma que como un hada. Este molino está encantado, y ella es la
causante de eso. Todo lo que hace la bruja es pasar el polvo. Lo intenta quitar
de los muebles. Obsesivamente. Nunca atiende a razones porque no escucha a
nadie. Y nunca deja de pasar el polvo. Nunca. No sé de nadie que la haya
llegado a ver. Siempre es invisible. Asumimos que se trata de una mujer porque
hay más mujeres que hombres que pasan el polvo. Y asumimos que es malvada
porque nunca ha hecho nada bueno y sí ha hecho el mal en varias ocasiones. Su
trapo no es invisible. Pasa y pasa el polvo a la vista de todos. Sabes que está
pasando el polvo porque lo ves en movimiento. El trapo es como una especie de
arma termobárica. Siempre está a tope de polvo que funciona como combustible y
causa una explosión en cuanto el trapo golpea algo con fuerza. Lo que el trapo
ha atizado, sea lo que sea, se convierte en un polvo muy fino. Un contenedor
inmediatamente recoge ese polvo, cada partícula, para que ese ataque no se
pueda considerar un asesinato, puesto que en teoría la victima puede ser devuelta a
su estado anterior.”
“Si está siempre pasando el polvo y no se la
puede ver, ¿cómo vas a quitarle el trapo? No bastará con tirar de él. Y si tira más fuerte que tú.”
“Nadie jamás ha tirado más fuerte que yo. Puede que no parezca tan cachas, pero he
jugado a tirar de la cuerda yo solo en una punta frente a cincuenta malas bestias en la otra y he podido
con todos. Los he tumbado."
“Ati, si la bruja consigue atizarte, te convertirás en polvo.
Y puede que yo no logre hacerme con tus cenizas. Pidamos ayuda.”
“¡Nah!” dijo Ati, y desapareció de mi vista.
Y entonces todo pasó muy rápidamente, porque
no podía ser de otra manera.
Yo me hice invisible también, pues estaba
seguro de que eso había hecho mi hermano. Eso y correr a por el trapo. Me
acerqué todo lo que pude al molino. Miré por una ventana y vi el trapo pasando
polvo como loco. No importa cuánto polvo largaba de los muebles, volvía a haber
polvo ahí. No veía ni rastro de Ati. Él tenía que haber estado tirando del
trapo. Si conocía a mi hermano, eso estaría haciendo. Pero entonces vi algo que
me hizo dudar. Había un agujero en el suelo, pleno de harina que se estaba
moviendo como arena movediza. Y entonces dejó de moverse. Casi seguro de que la
harina se había tragado a mi hermano, entré, no andando, sino volando, en el
molino. Si me ponía a ayudar a Ati a salir del agujero, la bruja se daría
cuenta. Pero no estaba seguro de que pudiese arrancarle el trapo. Entonces vi a
Gatsabé en forma de gata mirando por la ventana. Me arriesgue, dejando que ella
me viese y ella hizo señas para que me acercase a la bruja pero no la tocase. Y
entonces se hizo invisible. Y yo también. Yo me acerque a la bruja intentando
no respirar para que no notase que estaba ahí. De pronto la bruja gritó
“Ay!” Me imaginé que Gatsabé la había
mordido o arañado la muñeca, pues soltó el trapo al gritar. Y yo me abalancé
sobre él, y ya lo tenía en mi poder. Gatsabé se volvió visible y yo aticé el
lugar en el que me figuraba que estaba la bruja. Y quiso el hado que la diese
bien dada con aquel trapo fulminante. Hubo una explosión, todo se volvió
blanco, se formó una nube que subió al techo y se lo cargó, y luego el polvo
volvió a caer. Y ahí entre la harina había una cajita con lo que tenían que ser
las cenizas de la bruja. Pero para mi horror la caja parecía estar vacía.
“¡La caja está vacía!” grité.
“¡No! ¡No lo está! Ella era invisible y sus cenizas lo son también,” me aclaró Gatsabé, que ya estaba arañando la harina del agujero en el que había caído mi hermano.
Yo la ayudé a sacarle. Me ató a
una cuerda y yo me taponé la nariz y cerré la boca herméticamente con un
hechizo y bajé por el agujero y tras rebuscar tocándolo todo, di con Ati y le
arrastramos fuera de aquella trampa antes de que me diese un algo.
“Entré andando,” dijo Ati. “Me percaté de que
dejaría pisadas en la harina que había en el suelo e iba a volar, pero antes de
despegar pisé mal al intentar borrar las huellas con un pie. No me había dado
cuenta de que había un agujero. Y no podía salir de él sin que ella me viese
hacerlo. ¿Estamos a salvo?”
“Queremos pensar que sí,” dije yo.
En realidad, estaba aterrado de que
pudiésemos no estarlo. Le enseñé la cajita y él me preguntó si era la de Alpin.
“¿Alpin ya no está ahí?”
“Está es la bruja. Creemos que sigue siendo
invisible. Pero tenemos que ir a por Alpin antes de que alguien robe su caja. La he metido en un árbol ahí fuera.”
“Me siento como si voy a pasarme el resto de
la vida devolviendo harina,” dijo Ati. “¿Cómo es que tú no estás tosiendo? Y creo
que he perdido un ala.”
“Enséñanoslas,” dijo Sabi.
Él las hizo aparecer. Una le colgaba de un
hilo.
“Tendrás que pasar al menos una semana
tumbado de lado en la cama, niño,” dijo Sabi, vendándole el ala a Atí como pudo
con su camisa.
Entonces ella y Ati se pusieron a discutir
sobre en qué cama iba a pasar él la semanita. Discutieron y discutieron sin
pausa mientras nos íbamos del molino y
mientras yo extraía del árbol la cajita
con las cenizas de Alpin.
“Vete a casa pues,” le dijo Sabi a Ati, “y
recupérate en tu propia cama si estás más cómodo ahí y es lo que quieres. Tal
vez tu madre o tu abuela te cuiden.”
“Me estás diciendo eso porque sabes que esas
no aguantarían una semana al lado de un enfermo,” respondió Ati.
“Llama a tu abuela del norte. Tal vez esa te
quiera cuidar.”
“¡Ni hablar!” dijo Ati, tosiendo y arrojando
más harina. “Esa tendrá el síndrome de Münchausen por poder.”
La discusión acabó ganándola Ati. Gatsabé
accedió a acompañarle a su castillo para cuidarle. Permanecería ahí hasta que
él se recuperase. En un aparte, ella me confesó que esto lo iba a hacer por
lástima.
“Su autoestima debe estar bajísima. Tú y yo
probablemente le hayamos salvado la vida a este sietemachos. El en apariencia enclenque de su hermanito menor
y una gata vieja.”
Fuimos al castillo de Ati y antes de entrar
en su terreno yo aticé la cajita con las cenizas de Alpin. Hubo algo así como
una implosión y Alpin apareció ante nosotros tosiendo y arrojando harina. Ati
dijo que podía quedarse en el castillo hasta que se sintiese mejor también.
Yo avisé a la Señora Dulajan que Alpin y yo íbamos a pasar unos días en casa de
Ati. Nadie hizo preguntas. Yo me quedé para vigilar a Alpin y para darle a Ati
mi apoyo moral. Alpin no dio mucha lata porque estaba realmente fatal. No podía
comer, sólo devolver harina. Y no quería hablar de lo que le había pasado. Una
tarde yo saqué a los perros de Ati a pasear a los terrenos que rodeaban el
foso del castillo. Los perros correteaban por ahí y yo les tiraba palos para que me los trajesen
de vuelta cuando me llamó una voz.
“¡Arley, ven para aca!”
“¡Abuelo!” dije sorprendidísimo al ver a
AEterno de pie junto al foso. “¿Pero qué haces aquí? ¡Has salido de casa!”
“¡Ah, sí! La ocasión lo merece. ¿Está feliz
tu hermano? ¿Radiante? Pues que sepas que eso no va a durar. He venido a advertir al
tontaina ese que ni sueñe con que va a vivir feliz en su castillo por siempre
jamás.”
“¿Qué dices?”
“Por lo menos no vivirá tranquilamente. Se le
ha acabado la paz.”
Temores de una terrible venganza que caería
sobre nosotros efectuada por los amigos de la Bruja del Trapo invadieron mi
mente.
“Él no golpeó a la bruja. Lo hice yo,” dije,
intentando ser valiente, “pero puede que él no lo quiera admitir. Quizás
prefiera que le culpen a él.”
“Sí, ya. Sé exactamente lo que ha pasado,
pero lo que estoy diciendo no tiene nada que ver con la batallita esa. Esto va
de algo que se ha buscado tu hermano. Por no saber correr a tiempo, no va a
volver a dormir tranquilo en la vida, el obstinado este. Yo le advertí que le
pasaría algo muy serio si persistía en cortejar a Gatsabé. Pero él ni caso.
Mira, Arley, entiendo que ya se ha repuesto del percance este. El ala está en
su lugar y ha dejado de vomitar harina.”
“Sí. Sólo tiene que tener un poco de cuidado.
Íbamos a celebrarlo esta noche. Alpin va a comer y todo.”
El abuelo soltó una carcajada.
“Ya lo creo que va a haber una celebración
esta noche,” dijo. “Atento, Arley. Hay algo que debes hacer para mí, para tu
hermano y para otros. El sol se va a poner enseguida. A punto está. Yo me haré
invisible, pero entraremos los dos en el castillo.”
“No puedes hacer eso, Abuelo. Es de mala
educación entrar de tapadillo en casa ajena.”
“No lo haría si no fuese necesario. Pero lo
es. Y tú vas a decirle a tu hermano que has visto una luz extraña en la torre
más alta. Esa,” dijo, señalando a una de las ventanas del castillo. “Se
encenderá ahí una luz en cualquier momento. Tú le vas a decir a Ator y a Sabi
que suban a ver qué está pasando en esa torre. Ellos tienen que ir por delante.
Eso es muy importante. Conociendo a Ati, no mandará a otro a averiguar de qué
va esa luz. Irá él mismo fijo. Pero nadie debe adelantarse a él, ¿lo entiendes?
No desconfíes de mí, niño. No voy a hacer ningún daño. ¡Mira! Ahí está la luz.
¿La ves ahí arriba? Pues ve y dile a tu hermano lo que has visto. ¡Corre!”
Yo hice lo que el abuelo me pidió que hiciese
sintiendo los recelos que siempre siento cuando el abuelo se comporta de forma
misteriosa. Ati subió las escaleras con su habitual arrojo. Sabi y yo le seguimos.
“¡Oh, por el amor de la Baya del Tejo!” susurró Ati.
Ahora tengo tres nuevos sobrinos y tres sobrinas nuevas. Neferhari, Neferclari, Neferedi, Nefernedi, Neferviki y Neferniki estaban metidos en una cestita ahí arriba.
“¿Cómo le has podido hacer esto a Ati?” le
pregunté al abuelo cuando se dejó ver y felicitó a mi hermano y a Gatsabé.
“Siempre piensas mal de mí. No he sido yo. Ha sido Jocosa. En cuanto se
enteró de que su hija estaba en la isla, encargó media docena de nietos.”
“¿Se pueden encargar bebés para otros?”
“No. Está prohibidísimo. Sólo Jocosa puede. Ella se pone pesada
atormentando con sus bromas y al final la dan lo que pida a condición de que se
largue y no vuelva por ahí. Podría echarla de la isla por esto, pero si tu hermano acepta a esos críos, no podré.”
“¿Y si
les llevo ya mismo al Templo del Gato?” Gatsabé le preguntó a Ati.
“¡Mis hijos no van a andar por ahí solos! ¡Jamás!” gritó mi hermano.
Y al oírle gritar, los bebés empezaron todos
a maullar.
“¿Qué te dije?” el abuelo le dijo a Ati. “No volverás a saber lo que es estar tranquilo en la vida. ¡Mira que te lo advertí!”
"¡Son míos y los quiero!" gritó Ati.
Y los bebés se transformaron en gatitos, maullando más alto y sacando sus uñitas, desafiantes.
Yo miré a Ati y ya parecían haberle caído diez años encima.
"Insisto en ser padrino del canijo de la camada," dijo el abuelo. "Resérvame eso y no me desaires que vas a necesitar mucha ayuda."
"¿Y si yo soy padrino del comilón de la camada?" se ofreció Alpin.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario