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martes, 15 de agosto de 2023

259. Los Restaurados

 

259. Los Restaurados

Mientras el tito llegaba, Cardo se lio a tortas con la voz del taquillero y con el príncipe, porque  ella no quería que se quedasen con el dinero de las entradas. Las hadas cardo tienen fama de tacañas, mi hermana no lo es, pero en este caso tenía razones para ejercer de eso. Y en el escarceó, ella consiguió arrancarle la máscara al príncipe.

“¡Metopata!” grité yo, que había acudido a ayudar a mi hermana. Y los tres se quedaron parados.

“¿Qué dices?” me preguntó mi hermana. “¡Pues claro que han metido la pata! No sólo les voy a quitar el dinero este. ¡Les vamos a demandar por la caída en el agujero! ¿No te habrás caído y hecho daño en la pata tú?”

“No. ¡No! Es que conozco a estos tipos. Son los  que secuestraron a Tito Ricatierra.”

Elucubro, ya invisible, desapareció más aún. Pero Cardo no soltaba a Metopata.

“¡Calma, todo el mundo!” intervino Papá. “¡Qué todo tiene arreglo menos la muerte! Y hay quién está trabajando en ello. ¡Quietos parados!”

Elucubro decidió dar la cara e intentó explicarle a Papá que no había hecho nada malo.

“Eso se lo cuentas al mayordomo, digo, a mi hermanito. Le encanta escuchar alegatos lastimeros. Ese será el juez. Yo sólo digo que calma. ¡Qué ya se aclarará todo!”

“Ay, no le llame. Ese es el que nos ha dejado aquí, en el bosque, si se refiere al Gentillluvia.  ¿Es a ese, no? No, por favor no le llame. Llame a Ricatierra, que es bueno con nosotros.  Que Gentillluvia nos dijo que si nos metíamos en otro lío, nos iba a devolver al infierno. Devolveremos el dinero, pero no podemos darle a la fiera de su niña más, porque nuestras familias nos han repudiado y no tenemos fortuna propia como para pagar indemnizaciones. Pensábamos hacerla aquí, con el museo.”

Dolfitos, que había estado esperando para poder hablar con Papá, se acercó entonces a él y le dijo muy educadamente, “Gracias por invitarme. Esta ha sido la mejor obra que he visto.”

“¡Ignorante! O mientes o no has visto otra,” dijo Cardo.

“Anda, nena,” le dijo Papá a Cardo, “sé buena y devuélveles la cesta y su contenido, que a estos les va a caer una buena. ¿No ves que han hecho lo que han podido?”

“Ni a ellos ni a ti,” dijo Cardo, aferrándose a la cesta.

“Pero si luego te doy yo más que eso en casa.”

“Esto lo repartiré entre los que asistieron, para que puedan ir a ver otra función, porque lo que ha sido esta… Mira, Papá, no sé cómo puedes defender a estos sinvergüenzas. Por si fuera poco el  desastre de obra que han montado y el accidente que han provocado, también han ridiculizado a Ati. Es mi hermano y eso no lo voy a tolerar.”

“No creo que haya sido esa su intención. Estos le admiran, pero no le entienden. Mira, tu hermano ha conseguido lo que quería, ha vuelto a ganar, como siempre. Se ha llevado a la gata al castillo. ¿Qué le va a salir caro? Ya se las apañará, lo hace siempre. Además, con esto ha aprendido que también dando lástima se consiguen los objetivos. Dentro de nada, será tan buen manipulador como tu abuelo.”

“A mí no me vas a manipular tú,” repuso Cardo, y se aferró más al cesto.

Era demasiado tarde para que Papá atendiese los ruegos de Elucubro. Tito Gen ya había aparecido.

“¿Pero otra vez?” le dijo a Elucubro, y añadió, “¿Por qué no me extraña?”

Rogando misericordia, Elucubro y Metopata contaron su historia.

“¿Museo? Pero si  quedamos en que ibais a meter esta harina en sacos y ofrecérsela a la misma persona a la que vendisteis la finca de la Pájara Torda.”

“¿Estos han vendido la granja de la Pájara Torda?” preguntó Papá.

La Granja de la Pájara Torda es la mejor plantación de frambuesas que hay cerca del Bosque Triturado.

“Ay, se la regaló Richi, en contra de mi consejo, porque pensaba que AEterno se había pasado con ellos al mandarles al infierno.”

“Confirmado. Tu hermanito es indiscutiblemente tonto,” dijo Papá.

“Ya, pero es mi hermanito. Y estas ovejas negras son hijos de Tomás Gaitero y Juanito Perogrullo.”

“¡Ah!” dijo Papá. Yo no sabía quiénes eran esos, pero por lo visto Papá sí. “Aquí todo el mundo es algo de alguien.”

“Y como era nuestra finca, la vendimos,” dijo Metopata. “Porque aunque Ricatierra plantó las hortalizas, había que recogerlas. Así que lo vendimos todo para que lo recogiese otro. Y una buena pasta nos dieron, porque los tomates y nabos y demás eran muy hermosos, como todo lo que planta Ricatierra.”

“Tomates es lo que teníamos que haber traído,” gruñó Cardo.

“Esto me pasa por hacer caso a mi hermano menor,” dijo Tito Gen.

“Pues haz caso a tu hermano mayor,  que es más listo que tú y Ricatierra  juntos, y deja en paz a estos desgraciados. El problema que tienes no son ellos. Es el legado de la bruja.”

“¿La bruja les dejó a estos el molino? No puede ser. Mentira de estos.”

“No,” dijo Elucubro, “cuando Richi nos dijo que metiésemos la harina que había aquí en sacos y la intentásemos vender, que este lugar estaba abandonado, y que si lo reparábamos un poco podríamos encontrar comprador para el molino, nos llegó la noticia de que Ator se había cargado a la bruja para agradar a su novia. Nos enteramos bien, y como llenar sacos de harina no nos gusta,  decidimos hacer el museo. Pero lo que le preocupa a Don Oberón son las cajitas esas. O eso creemos, porque cuando las ha visto es cuando se ha alterado.”

“Cualquiera sabe lo que te vas a encontrar ahí dentro,” le dijo Papá a Tito Gen.

“¿Yo? Pero si esto te lo has encontrado tú, rico. Todo tuyo.”

“Y pienso hacerme cargo delegando en ti.”

“No puedes. Yo no soy  tu siervo.”

“Ya, tú no eres siervo de nadie, pero eres un prevencionista. ¿No tendrías que haber prevenido esto? Siéntete un poco culpable, anda.”

“Los prevencionistas somos voluntarios. Hacemos lo que podemos para prevenir desastres sin responder ante nadie. Y no acatamos orden alguna. Aunque respetamos alguna convención. Y casi ni dirigimos la palabra a ajenos a nuestra hermandad. Aunque ayudamos a todo el que se deje.”

“¡Pues tú a mí! Dime que te vas a poder resistir a devolver a la gente que hay en esas cajas a su estado normal. Venga, quiero oírte decirlo.”

“Ni siquiera se sabe lo que puede haber ahí dentro. Puede no tratarse de gente nuestra. Puede haber humanos. Hasta monstruos.”

“Dime que vas a poder resistirte. Venga, dime que vas a dar media vuelta e irte por dónde viniste. Que vas a poder pasar.”

Harto de oír discusiones absurdas, decidí tomar acción.

“Lo haré yo,” pensé. “Tengo el trapo de la bruja, y me encargaré de esto.”

Y sin más, saqué el trapo de mi mochila y le di un trapazo a una de las urnas. Un pájaro, creo que era un cuervo porque graznó, salió volando cual murciélago que huye del infierno.

“¡Insensato!” gritó Tito Gen. “¡Te estás precipitando! Hay que pesarlas primero.”

“¡Qué le dejes esto a tu tío, Arley! ¿No ves que no puede dejar una mesa sin recoger? ¡Dale el trapo a tu tío ahora mismo! ¿Para qué quieres tú esa porquería?”

“Esa porquería es peligrosísima. ¿Cómo dejas que tu hijo ande por ahí con eso?”

“¿Pero no me has oído? Le acabo de decir que te lo endilgue.”

“Sí, más vale tarde que nunca. Vale, me hago cargo. Pero por mi sobrino. No porque yo sea un enfermo.”

“¿Pesarlas?” pregunté yo, otra vez para que dejasen de discutir.

“Sí. No pesan lo mismo las cenizas de un gorrión que las de un brujo disfrazado de gorrión. Hay que tener una idea de lo que uno se puede encontrar. Y si lo que aparece intenta agredirnos, bien porque sea agresivo o porque nos confunde con la bruja, hay que estar preparados para contraatacar.”

“O sea, que le volvemos a dar con el trapo,” dije yo.

“Pasa las cajas por un escáner,” sugirió Papá.

“Algo así también podríamos hacer, pero no por uno cualquiera. Sólo se verían cenizas. Tendríamos que llevar esto a un especialista.”

“No te olvides de llevarte también a esos dos tontos. No los quiero en mi bosque.”

“No es este territorio sólo tuyo,” dijo Tito Gen.

“Pues haberte ocupado tú de la bruja. Que casi mata a dos de mis hijos.”

“Y a mí,” dijo Alpin.

“Bueno, sí,” dijo Papá. “A este también.”

“Habrá que darle a la bruja crédito por eso,” dijo Tito Gen, mientras hacía aparecer una jaula de metal enorme. “Anda, calcularemos el peso de uno de esos botes y luego tú mételo en la jaula, Arley. Sal, y espera conmigo en la puerta a que yo atice la caja y cierra la puerta corriendo en cuanto yo haya dado el golpe. Vamos a ponernos con esto, que no tenemos todo el día.”

“No lo tendrás tú,” dijo Papá. “Yo me voy a sentar aquí a mirar, que me ha entrado curiosidad. Podría aparecer alguien conocido. Tendría que agradecernos esto. A ver a quién te encuentras. Nos podría interesar que nos estén agradecidos.”

“Tengo hambre,” dijo Alpin.

“¿Verdad que sí que la hace?” le contestó Papá. “Vamos a pedir algo.”

Tito Gen me miró, haciendo una mueca de desesperación y ademán de dar a su hermano con el trapo.

“¡Oye, tú!” dijo Papá, “Ten cuidado. No vayas a dar al tarro que contiene a la bruja.”

“Lo he dejado en casa. A buen recaudo,” dije yo.

Y el tito y yo nos pusimos manos a la obra mientras Papá encargaba a Puck que fuese a por pizzas y latas de refrescos bien fríos.

Del primer bote, que pesaba muy poco, salió una ardillita muy mareada. La hubiésemos puesto en libertad, pero Brezo se empeñó en adoptarla y parece que simpatizaron.

Fueron saliendo muchísimos animalitos del bosque, todos en buen estado, y Brezo habló con todos, invitándoles a vivir en su jardín, que es como un parque grande de grande, para que no corriesen peligros. El que no tenía algo que hacer en el bosque se apuntó a irse con ella. Salieron entre otras cosas ratoncillos, murciélagos, conejos, ranas y sapos, búhos, mariposas, libélulas, arañas, un osito muy pequeño y  un lobo enorme, con unos dientes aterradores. El lobo salió aullando, pero Tito Gen habló con él en lupuslingo, que es el idioma en el que los licántropos se comunican con los lobos normales y parece que se entendieron, y tras comprobar nosotros que no era este lobo un hombre lobo, él cerró la terrible boquita y se unió a la banda de animales de mi hermana. El tito les advirtió a todos que en Isla Manzana sólo comerían comida especial para mascotas, y no sentirían gana alguna de cazar para comer otra cosa, y que tenían que evitar peleas.

Salieron de las urnas varios humanos, incluyendo cinco húngaros que no sabían que hacían en ese bosque. De toda esa gente se ocuparon los ayudantes de Tito Gen, esos que no se dejan ver para que nadie los reconozca pero cuya presencia queda clara. Se llevaron a los mortales para reintegrarlos en su mundo. El que más lata dio de los humanos era un niño que no paraba de llorar, no porque la bruja le hubiese asustado, sino porque esta había atizado antes que a él a un dragoncito de calicó que era su juguete preferido. Le dejamos quedarse con nosotros hasta que apareció su muñeco. ¡Qué alivio cuando al fin apareció, porque el crío tenía unos pulmones de primera ley y no dejó de berrear ni un segundo hasta entonces!

De gente nuestra aparecieron algunos conocidos. Un elfo de Grindlebul que todos pensaban había emigrado a Australia, tres niños espinosos que se largaron en cuanto pudieron sin dar las gracias, un gigante solitario que vivía solísimo en una cueva en las montañas de la las lunas azules  y la ex cocinera de la familia Malone. Esta señorita se había hartado de preparar estofado sin zanahorias y se había doctorado en química. Pero sus empleadores no sabían apreciar la nueva cocina que la Señora Maebh creaba. Sólo querían comer el dichoso estofado sin zanahorias, puré de patatas y sopa de guisantes. Así que Maebh dimitió. Yo creo que tenía que haberse cambiado de nombre antes de meterse a cocinera, porque su nombre significa “la que te intoxica.” Maebh preguntó a Papá si mi madre necesitaba una cocinera. Papá dijo que la necesitaba él. Tito Gen y yo nos miramos, porque vislumbrábamos tormenta en el horizonte. La Señora Maebh es una mujer joven y de bandera. Papá se fijó en que nos fijamos y se justificó diciendo que él no tenía chefs que entendiesen de técnicas de geles, espumas, y de cocina molecular y que necesitaba de eso para estar a la altura de los tiempos actuales.    

También surgió de sus cenizas un gato de tamaño muy pequeñito que Papá y Tito Gen y yo reconocimos al instante.

“Mauelito!” gritamos al unísono. 

“Así que ahí te habías metido. ¿Volverás con AEterno?" le preguntó mi padre. "Anda como loco buscándote por todas partes. Va gritando miau por ahí como un loco, unas veces parece una señora de los gatos disfrazada de tío, y otras toma el aspecto que tenía cuando cumplió seis años. ¿Te fuiste voluntario? ¿Habéis reñido?”

De Mauelito tendré más que decir, pues se quedó para vernos trabajar pero prometió que cuando acabásemos se vendría conmigo al club de golf del abuelo. Este gato, que parece hecho de azúcar para servir de decoración en una tarta, es como un perro y va a todas partes con el abuelo, y aunque con todo el follón de mis sobrinos nuevos y de los museos no me había dado cuenta de que faltaba, porque es muy silencioso, la verdad es que tendría que haberme fijado. Se dice que fue la primera mascota del abuelo, y que dormía junto a él en su cuna. Siempre está junto a los tobillos del abuelo cuando jugamos al golf, y es tan como un perro que cuando el abuelo pasea a sus perros – tiene una docena surtida – Mauelito va el primero, liderando a la jauría. Y tiene aterrados a todos los perros que habitualmente se cruzan en su camino. Todos le ceden el paso.          

Y entonces, cuando llegamos a la última cajita…

 

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