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viernes, 6 de octubre de 2023

267. La construcción de un santuario

267.  La construcción de un santuario

Las néfeles hicieron su trabajo a conciencia. Llovieron a pleno rendimiento sin parar un segundo durante los siete días de una semana que se hizo larguísima, inundando y empapando todo el mundo de las hadas. Los daños no fueron tan malos en Isla Manzana como lo fueron en otras partes, por ejemplo, en el Bosque Triturado, donde hasta la zona mortal se vio algo afectada. Alpin estaba hecho una fiera porque yo no fui a rescatarle. Pero lo cierto es que ni siquiera estaba en su casa cuando hubiese hecho falta que fuese a su rescate.

“¡Has estado corriendo una juerga durante toda una semana!”

“¡Qué va! He estado ayudando a mi tío socorrer a las víctimas de las inundaciones. También hemos estado calculando los daños.”

“¿A qué tío te refieres? No será a mi cuñado. Mi hermana estaba aislada en su plantación y lo único que hizo ese fue encargarle a su chofer que fuesen a por mi familia para que no se quedase Brana sola. Admito que fue más divertido pasar la tormenta en la plantación que en casa, y también fue más seguro. ¿Pero dónde estaba Ricatierra todo ese tiempo?”

“Ayudando,” dije yo, tan serio como pude ponerme. No estaba mintiendo. Tito Richi sí que había estado ayudando. A su manera. Fue gracias a él que la tormenta del fin de los mundos salió genial. Él hizo todo lo posible para animar a las néfeles a llover y al Nuberu a lanzar rayos. No dejó el lado de esta gente ni un minuto. Cierto que cayó la sidriña, pero también cayó la lluvia. Claro que no podía contarle estas verdades a Alpin.

“Lo que tú dices no es lo que he oído yo. He oído que vació sus bodegas de sidra.”

“Lo haría para que la inundación no estropease las existencias. Puede que se haya llevado todo a otra parte para mantenerlo a salvo. O quizás las bodegas estén vacías porque no pudo hacer nada y todo se perdió.”

Yo tenía que inventar excusas para Tito Richi porque no podía contar la verdad, pero tampoco podía dejar que le culpasen de lo que no era cierto. Él sólo había estado intentando ayudar a Betabél a quedar bien.

“Pues no es lo que hemos oído. Hemos oído que se ha tirado una semana retozando con unas individuas muy lozanas.”

“¡No!” insistí yo. “He estado en contacto con él todo este tiempo. Estaba ayudando. Más que nadie. Probablemente regaló el alcohol porque es como medicina. Cuando no tienes otra clase de alcohol, usas del que se bebe para desinfectar heridas, esterilizar instrumentos médicos, curar catarros, sustituir al cloroformo, y un millón de otras cosas parecidas, Alpin.”

“Sí, claro,” dijo Alpin. “Cosas como divertirse con tías de las que lo menos que se puede decir es que son voluptuosas.”

“Te aseguro que estaba ayudando. Todo lo que ha hecho, lo ha hecho para ayudar. Hizo lo que su padre sugirió que hiciese. Estoy dispuesto a jurar esto.”

“Tiene suerte de que mi hermana piense que él es tan bueno con ella cuando está con ella que ella está dispuesta a perdonar cualquier tontería que él haga cuando no está con ella.”

“Él es bueno con todos y con tu hermana más que con nadie, claro que sí. Mira, Alpin, estoy aquí porque todavía estoy colaborando. He venido a la plantación para preguntarte si quieres ayudarme a construir una ermita en la Treceava Colina.”

“¡¿Queeeee?!”

“Mi abuelo dice que lo debo hacer. Y lo voy a hacer. ¿Vienes conmigo o no?”

“¿Por qué iba yo a querer hacer eso? Y tú no puedes largarte a otra parte. Tienes que atenderme aquí.”

“Tito Gen ha sacado toda el agua que inundó el sótano de tu casa, Alpin. Lo acaban de pintar y está mejor que nuevo. Yo tengo licencia para ayudar con estas cosas por razón de la emergencia. Y aun así he venido a recogerte por si quieres venirte conmigo. ¿Vienes o no?”

Vino. Vino gruñendo, pero vino. Cuando llegamos a casa de Malroso, allí nos esperaban Cardo y Brezo.

“Hemos venido a ayudarte,” me dijeron mis hermanas con una sola voz. “Mylor vino a vernos anoche y nos dijo que el abuelo quería que te ayudásemos. Nos dio instrucciones detalladísimas sobre cómo debe quedar el pequeño templo. Dice que ha de tener un toque femenino. Dice que tú puedes pintar grafitos en el templo, pero que han de ser de temas de chicas, para agradar a Betabél. Queríamos hacer un retrato de Beti para exponerlo en su templo, pero se niega, porque es muy tímida. Así que pintaremos un betabel o algo que la represente.”

“¿Mylor?” preguntó Alpin.

“Bernabé,” le expliqué. “Tú le conociste bajo el nombre de Bernabé. Su verdadero nombre es Mylor, pero el abuelo le llama Bernabé. Ese es su mayordomo. Su especie de secretario también. Su mismísima voz, diría yo. El abuelo rara vez habla con alguien personalmente, pero cuando quiere decirle algo a alguien, llama a Bernabé y le dice que lo haga él en su lugar. Y también es Bernabé él que pregunta a la gente que quiere del abuelo, y el que les larga si el abuelo le dice que los eche de su casa. `Habla tú, porque si hablo yo, no me van a entender y nadie me va a volver a dirigir la palabra.´ Eso le dice el abuelo a Bernabé. Y el que habla por el abuelo es Mylor. Es decir, Bernabé.”

“Me encanta tu abuelo,” dijo Alpin. “Puede despreciar a cualquiera y todo el mundo le teme. Espero ser como él algún día.”

“No. Él no s como tú crees. Es que es muy listo y no le entiende casi nadie. Bueno, el caso es que tengo un librito que me regalaron el Conde de la Perla y Ludovica el día de mi nombre. Te enseña a construir casitas, cabañas, casas de muñecas, pequeñas pirámides, sukás, iglús, puentes sobre estanques para peces y cosas parecidas. Pequeñas construcciones. Es un libro parlante. Lo abres y te va diciendo lo que tienes que hacer. Si te equivocas, te corrige. He pensado que podríamos usar eso.”

“De acuerdo,” dijeron las niñas. “Hemos también de convertir la Torre Corta en una tienduca y buscar o fabricar cosas que vender allí. Y ha de haber una fuente, con agua de los dos ríos. ¿Sabes hacer una fuente, Arley?”

No sabía hacer fuentes, pero Malroso dijo que él se encargaría de eso.

Y nos pusimos a cavar en el pico de la colina para comenzar con los  cimientos cuando vi que alguien me hacía señales desde encima de uno de los árboles de trompetas de ángel. ¡El final del arco iris se había situado ahí, y estaba brillando resplandeciente, y menudo arco era!

“¡Ay, no! ¡Otra vez no!” pensé yo. Pero no resultó ser la tía Jocosa ni ninguno de sus amiguetes graciosillos. Era la Abuela Divina la que relucía espectacularmente mientras descendía del cielo. Dejé caer mi pala y fui a su encuentro.


“Habla, Arley. Dime que tiene que ver AEterno con la tormenta. ¿Fue idea suya? ¡Seguro que sí! Así resuelve ese troglodita los problemas.”

“No me hagas esto, abuelita. No quiero verme en medio de una de vuestras disputas.”

“Eso quiere decir que sí. ¡Y prometió que no volvería a inundar ni su bañera! ¡Me va a oír!”

“Todos los involucrados en esto sólo intentaban hacer que Betabél no quedase mal. Nuestras intenciones eran buenas y vamos a dejar todo mucho más bonito de lo que estaba antes.”

“Como Nerón cuando quemó Roma.”

“El abuelo no ha empezado este lío. Y esto no es el mundo mortal, abuelita. Cuando algo así pasa aquí, nuestra gente solo se lleva un pequeño susto. Nadie muere, ni queda lisiado. El abuelo dijo que la gente que seguía a Betabél estaba aburrida y andaba buscando diversión. Y eso es lo que les hemos dado. Ya ha pasado lo peor y vamos a dejarlo todo mejor de lo que estaba.”

Y entonces vi que yo estaba viendo todavía más visiones porque detrás de uno de los árboles místicos atisbé a alguien rosa intentando esconderse ahí, tras las hojas y la luz del segundo arco iris. Tenemos casi siempre dos arcos iris en Isla Manzana para que el primero no se sienta solo.

“¿Puedo entrevistarte, Divina?” preguntó Pati Intrépida saliendo de detrás del árbol y acercándose a nosotros. “No he podido evitar escuchar que-”

“No, cielo, no,” le dijo la abuela a Pati. “No has escuchado nada. Hay un montón de cosas sucediendo por todas partes que valen para ser noticia. Más de las que necesitas para entretenerte y entretener a tus seguidores, bonita. Confórmate con eso y diles a todos que la causa de la tormenta fue natural. Eso es lo que realmente fue.”

Y la abuela me susurró, “Eso es lo que es tu abuelo. Naturalmente idiota.” Y me pidió que se lo dijese de su parte. Aquí, en el mundo de las hadas, todos somos algo rústicos, pero decirle al abuelo que era un paleto nato y un animal era algo que yo no quería hacer.

“Os dejo, niños bonitos. Preciosa Pati, ¿por qué no les ayudas a mis nietos a hacer lo que estén haciendo? ¿Construyendo una ermita? ¡Ay, qué bonito! Eso me gusta,” dijo la abuela. “¡Qué idea más mona! Parece mentira que se le haya ocurrido a ese viejo cascarrabias. Bueno, por lo menos ganamos esto.”

“¿Es eso lo que estáis haciendo?” preguntó Pati. Y se quedó con nosotros para ayudarnos. “Dejad que llame a Felipe Fotógrafo. Quisiera filmar la construcción, si no os parece mal.”

Le di a Pati una pala y nos pusimos a cavar. Betabél se asomó tímidamente por ahí para observarnos y para mi sorpresa Alpin me pidió una pala y se puso a cavar también. Mi libro guía hablaba muy claro, y no tardamos en empezar a colocar ladrillo sobre ladrillo, haciendo que se sujetasen por su peso y gracias a unas palabras mágicas que dieron un alma propia a la pequeña edificación. Quedó muy parecida, cuando acabamos, al diseño original del abuelo, y mis hermanas declararon orgullosamente que el templo era más mono que el miau de un gato.  Mi cuñado Pedrote, que es carpintero y que estaba visitando a Malroso, mandó traer bancos y sillas muy lucidas de su taller y llenó el interior de la ermita para que la gente se pudiese sentar ahí a meditar.

Las chicas y Alpin y yo pintamos frescos de Betabel y sus corderitos. También pintamos a los alienígenas dándole su mensaje a la pastorcita, pero no los pintamos verdes y extraños, sino como angelitos de azúcar que decoraban una tarta delicadamente cubierta de merengue. Pudimos pintar a Betabél porque la gustó lo que veía tanto que accedió a dejarse retratar. Lo hizo asintiendo un poquito con la cabeza, y, curiosamente, fue Alpin el que consiguió su consentimiento. La habló con una voz tan tierna que yo no me podía creer que hablaba él. Pero yo no tenía tiempo de pensar en eso en ese momento. Pati pinto con alfabeto uncial las palabras Semper Paratus en la mayor de las paredes, diciendo que uno tenía que estar siempre preparado para enfrentarse a lo inesperado, como ver visiones o aguantar el temporal y que esa era la lección que Betabél había dado al mundo. Fotógrafo Felipe tomo un montón de fotos muy profesionales de los frescos y de los edificios y dijo que haría copias para que las vendiésemos en la tiendecilla como postales. Esa sería su contribución a nuestra ermita. 

Malroso terminó de crear la fuente de dos aguas y Pati ayudó a mis hermanas a crear tres modelos de botellitas para vender en la tienda, con el propósito de que la gente pudiese coger agua para llevarse a casa. 

Nos llevó todo el día, pero cuando acabamos, todos nos situamos delante del edificio que habíamos construido, todos incluso Felipe, que preparó su cámara para que nos tomase por su cuenta una foto grupal en la que salimos cansados pero muy sonrientes.

Cuando llegó la hora de partir e ir cada uno por su camino, todos seguíamos felices. Nos despedimos sabiendo que nos había gustado trabajar juntos en un proyecto tan bonito y que esto nos había dado una paz interior, y también sentimos que nos íbamos a echar de menos los unos a los otros. Pero esa sensación agridulce de tener que dejar un día bonito atrás se me pasó al tener que dar lugar a otra sensación mucho menos agradable. Y volví a ser el tipo preocupado que suelo ser.

“¿Te has dado cuenta de que ni he pensado en comer?” me preguntó Alpin.

Eso era verdad. Nadie había pensado en comer. Ni siquiera Alpin.

“¿Dónde quieres que tomemos algo? ¿En tu casa o en la mía?”

Alpin sacudió la cabeza.

“Estoy enamorado,” me dijo Alpin. “¿Sabes cuál es la flor favorita de Betabél? Mi cuñado dice que lo primero que tiene que hacer un hombre enamorado es mandar flores a su chica.”

“No, Alpin,” dije yo. “Elige a otra persona. Alguien que se sepa defender.”

 “¿Por qué? Alguien que se sepa defender me va a mandar a freír espárragos.”

“Betabél acaba de pasar por mucho estos días. No creo que este preparada para comenzar una relación difícil ahora mismo.”

“Mira, Arley, vamos a ir a tu casa y tú me vas a regalar una hoja de ese papel tan bueno que te regaló Don Momo San. Y como tu letra es más clara y más firme que la mía, serás mi escriba y escribirás lo que yo te dicte. No comeré ni una miserable miga hasta que hagas esto y ya sabes lo mal que me porto cuando estoy hambriento.”

Yo sentía curiosidad por saber que le quería decir Alpin a Betabél, así que cuando llegamos a casa le di una hoja del papel perfumado con violetas y lavanda que usa mi madre y le dije que escribiría en ella lo que me dictase, y que lo haría con tinta verde y una pluma de cisne.

“Muy estimada Betabél mía, no ha escapado a mi atención el cierto parecido que tienes con Brezo, la encantadora hermana de mi acolito Arley. Siempre me ha gustado esa chica, pero tiene una hermana malaspulgas que la advierte continuamente que debe alejarse de mí. Habiéndote visto hoy, se me ha ocurrido que podrías gustarme tú también, debido a ese cierto parecido. Parecido con Brezo, no con su malvada hermana. Tú y Brecito sois las dos monas, dulces, y de pelo rosa. Tú eres tan buena que piensas bien de todos y te fías de cualquiera y sé que serías capaz de mostrar afecto por mí, y serías un sucedáneo aceptable de Brezo. Por favor escucha mi petición de tu amor tan ingenuamente como escuchaste a esos horripilantes alienígenas y tómame tan en serio como te los tomaste a ellos. Firmado, el que pronto será tu muy amado Alpin. Post data: ¿Sabes cocinar? Tendrás que aprender si no.”

Alpin entonces me preguntó que pensaba yo de la cartita.

Tragué saliva y dije, “No creo que te acusen de no ser transparente.”

Eso era lo mejor que pude decir.  

Querido lector, seguro que entiendes por qué yo volvía a estar preocupado. ¿A que sí?

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