Alpin quería que yo le entregase la carta
a Betabél. Yo no quería hacer eso, así que intenté disuadirle contándole la
sinopsis del poema de Longfellow La petición de mano de Miles Standish.Hace
mucho que se escribió eso, así que puede que algún lector no sepa de que hablo
o no recuerde como fue aquello. Y por eso lo explico aquí. Miles Standish – ese
al que salvó Pocahontas de la muerte – se quería casar con una señorita llamada
Priscila. Pidió a su amigo John Allen que comunicase sus intenciones a esta muchacha. Priscila,
tras escuchar a John, le dijo – y estás palabras son famosas – “¿Por qué no
hablas por ti mismo, Juan?” Y John Allen acabó casándose con Priscila en lugar
de su amigo.
“¡Traidor!” rugió Alpin. “¿Me estás
diciendo que quieres casarte con Betabél? Yo me la pedí primero. No he hablado
con ella, pero contigo sí. Así que tú no puedes querer casarte con ella
también. Eres mi amigo, y te dije que la quería para mí. ¡Y tú estás actuando
como un traidor!”
“Pero si no quiero casarme con ella,”
respondí rápidamente. “¡No me casaría con ella aunque ella me lo pidiese, cosa
que ella no haría!”
“¿Por qué?” me preguntó Alpin todavía más
indignado. “¿Por qué no ibas tú a querer casarte con la mujer que yo amo, eh?”
“Por nada. Yo no quiero casarme con
nadie por ahora. Y tú la viste primero. Bueno, no. Yo la vi primero, pero tú dijiste que
la querías primero, y yo eso lo respeto.”
“¡Más te vale!” amenazó Alpin. “¡O haré
de tu vida un infierno!”
“Lo respeto, pero no pienso entregar esta
carta. No quiero líos, y no lo voy a hacer.”
Aldegundo por fin fue el que entregó la
carta. Aldegundo es una paloma mensajera del palomar de mi madre.
Y la siguiente persona que se puso a
gritarme fue Malroso.
Aldegundo volvió con un mensaje para mí,
no para Alpin. Decía este que Malroso quería verme y que me
dirigiese hacia su casa en el acto.
Malroso no habló conmigo. Se puso a
gritarme. Yo no hacía más que decirme a mí mismo que tenía que haber hecho caso
omiso de su mensajito. Hubiese bastado con que respondiese con otro mensajito
comunicándole que yo nada tenía que ver con este asunto y no permitiría que me
inmiscuyesen en el mismo.
“¡Ella se va a tener que ir de esta isla!
¡Yo no puedo tener aquí a Alpin devastando mis huertos! Ya llevo gran retraso
con la entrega de los pedidos de fruta. Tito Ricatierra no va a poder venir a
ayudarme hasta el viernes que viene. Tiene una lista de gente que requiere de
su ayuda, y muchos van antes que yo. ¡Y no vamos a volver a cultivar de todo
para que se lo trague ese monstruo que es tu amigo!”
Malroso se quejaba y se quejaba a gritos.
Cuando dejó de gritar sobre las frutas, comenzó a quejarse de sus problemas con su novia eterna, la Dulce Cecilia.
“¡A Ceci se le ha ido la pinza! Dice que
si le permito a Alpin vivir con Betabél en esta isla, ella romperá conmigo.
Porque eso significaría que yo soy un calzonazos y un blandengue que no sabe
proteger a una familia.”
“¿Y Betabél? ¿Está a favor o en contra de
vivir con Alpin?”
“¡Me importa un rábano lo que haga la
loca de la pastora esa, con tal de que no traiga a ese sinvergüenza aquí!”
chillaba Malroso. “¡Puede que Ceci me deje sí o sí, pero estoy tan harto de
toda esta bazofia que creo que ya ni me importa que rompa conmigo!”
“Entiendo que Betabél no es hostil a la
idea de vivir con Alpin, porque si lo fuese, no estaríamos teniendo esta
conversación. ¿O no? ¿Qué dice de esto su familia? Bueno, aparte de su hermana
Ceci, que está claro que no aprueba esta unión.”
“Los miembros de su familia son todos
unos paletos que no entienden de nada que no exista dentro de los límites de su
monte. No creo que puedan siquiera imaginar de que va este problema. Betabél se
fue de casa y ahora está sola. Sólo tenía a Ceci, pero no va a poder contar ni
con su hermana, si yo me salgo con la mía. Mantén a ese monstruo fuera de mi
isla, eso es lo único que te pido. Si Betabel quiere largarse con él, pues
mejor que mejor. ¡No me ha traído más que problemas! ”
“Supongo que ella podría irse a vivir con
Alpin en lugar de traerle aquí,” dije yo. “Pero no estoy seguro de cómo le
sentará eso a la madre de Alpin. Puede que Betabél no la guste nada. Y la
Señora Dulajan es una mala enemiga. Hasta Tito Gen la teme.”
“¡Quiero a esa p*** familia de p****monstruos
fuera de mi miserable vida!” rugió Malroso. “¿Qué habré hecho para merecer
esto? ¡Sácales de mi vida, Arley!”
“Veré lo que puedo hacer,” dije yo. Y me
fui, directo a la casa de los Dulaján, para consultar con Alpin.
En casa de los Dulaján los gritos eran
todavía peores de lo que yo esperaba que fuesen. Alguien estaba en la cocina
rompiendo la vajilla. Uno de los platos salió volando por la ventana y no me
dio porque pude esconderme detrás de un roble. ¿Y a quién encontré refugiándose
ahí también?
“Los dos están gritando, ¿no?” me
preguntó mi tía abuela Cybela, atreviéndose a echar un vistacito desde detrás
del árbol. “¿Alpin y su madre?”
Asentí con la cabeza y la pregunté, “¿Por
qué estás aquí, Tita?”
“Aislene me ha llamado. Tenías que haberla
oído llorar y gritar y quejarse de que la fallaba el corazón mientras me
contaba su problema por la bola de cristal.”
“Me
lo imagino,” dije yo. “¿Qué quería de ti?”
“Quiere que yo encuentre una compañera mejor
para su hijo menor. Piensa que Betabél es deficiente mental y que van a tener
hijos enfermos.”
“Yo creo que Betabél es demasiado buena
para él. No merece ser la victima de Alpin.”
“Podría encontrar a alguien para esa
chica en un batir de pestañas. Si ella no estuviese desesperada, no habría
aceptado a Alpin. Y lo que Aislene quiere es que le encuentre a otra mejor que
la pastorcilla. Pero puede que ese encargo sea demasiado para mí.”
“Cuando yo cortejaba a Rosina
Caperuzaroja, mi madre no podía ni verla ni oír hablar de ella, y mi padre me
dijo que las madres siempre tienen agarradas con la primera novia de sus
hijos varones. Las odian, y no descansan hasta que no han conseguido reventar
esa primera relación. Luego se sienten tan culpables de haber hecho eso que
aceptan a cualquiera que su hijo las presente. Les importa un bledo quién sea
la segundona. Si Papá tiene razón, quizás no te resulte tan difícil complacer a
Aislene, porque ella apoyará a cualquiera que no sea Betabel.”
“Es Alpin el que me tiene amedrentada,” dijo Tita Cybela. “Es
terco como siete mulas salvajes y puede que no acepte una sustituta, aun
suponiendo que yo pueda encontrar a alguien que quiera estar con él. No va a
ser fácil.”
“Tampoco era fácil encontrar pareja para
la Novia Diabólica y lo lograste, Tita, ” dije yo para animarla.
“Ah, pero sí que fue fácil. Verás, cuando
el Cochero de la Muerte le pide a alguien que le siga, nadie puede negarse.
Todo lo que tuve que hacer fue convencerle de que le pidiese a Aislene que le
siguiese hasta su casa. ¿Me sigues?”
“Entiendo. Parece que se han callado ahí
dentro. La Señorita Aislene ha debido de desmayarse, o ya no la debe quedar
nada que romper. ¿Intentamos entrar en la casa?”
Tenía yo razón al pensar que la Señorita
Aislene se había desmayado. Cuando entramos en la casa vimos al Sr. Dulajan y a su hijo
Darcy sentando a Aislene en una butaca en el salón. Ella estaba pálida
como la muerte y tenía sus verdes ojos bien cerrados. Me di cuenta de que había
cristalitos procedentes de su cristalería de Galway atrapados en su velo de
novia y en el encaje de su escote, que se movían y relucían cuando su pecho se alzaba y
caía al respirar. Así que se había cargado también su cristalería.
Tita Cybela fue directamente hacia
Aislene y cogío una de sus muñecas, intentando encontrar su pulso. Aislene
comenzó a respirar mucho más fuerte, jadeando.
“Estoy aquí, mi niña,” dijo Tita Cybela.
“He venido en cuanto me has llamado. Todo irá bien.”
El Señor Dulajan y Darcy permanecieron en
silencio incluso cuando Aislene de pronto le clavó las uñas a la tita y gritó,
“¡Auxiliame! ¡Ay, ayúdame! ¡Eres mi única esperanza!”
“Claro que lo haré, tesoro,” dijo Tita
Cybela, muy tranquilamente. “Tú sabes que yo siempre te he ayudado. Hay un
alguien para cualquier cualquiera. Ya he estado pensando en cómo solucionar
esto camino aquí.”
“Tía, ¿te puedes creer que estos idiotas
crueles no me quieren apoyar?” gritó de pronto Aislene, apuntando a su marido y
a su hijo mayor con un dedo acusador. “¡Darcy no quiere ni oír de pedirle a Betabel que renuncie a
Alpin! ¡No me va a hacer ni ese pequeño favor! ¡Y él sabe tan bien como yo que sería
lo mejor para estos dos chiquillos tontos! ¡Va a dejar que destrocen sus vidas
y la mía!”
“¡Yo no puedo interferir, Mamá!” gritó
Darcy, haciendo muecas de desesperación. Él es de los que no dicen una palabra
más alta que la otra, y ahora estaba gritando, así que me figuré que le habían
estado presionando pero que mucho. “Tú sabes que yo no puedo ir por ahí
diciéndole a la gente que tiene que haga lo que no quiere hacer. ¿Cómo te
sentirías tú si te pidiese que aceptases a Betabél y pusieses fin a este
escándalo? Pues yo no le voy a pedir nada a Alpin ni a Betabél, ni siquiera a
ti. Punto final.”
“¡Y mi marido no puede hacer nada por mi
tampoco, ni esta nimiedad!”
“Yo sólo puedo pedir que me sigan,” dijo
el Sr. Dulajan muy mansamente. “Si le pido a Betabél que me siga, me seguirá
hasta aquí y acabará viviendo con nosotros, a no ser que la lleve al Verde Prado del
Violinista y la encierre allí. Eso la mataría. Estar ahí es estar muerto. Yo no
decido quién vive y quién muere. Sólo sigo instrucciones.”
“Mejor mueta…” comenzó a murmurar
Aislene, pero ni ella se atrevió a terminar esa oración.
“No entiendo que problema tienes,” dijo
Alpin de pronto. “Betabél no va a vivir con ninguno de vosotros. Va a residir
en mi mansión palaciega. Necesito una limpiadora. Aquello es tan grande que
nunca acabará de limpiar y jamás saldrá de ahí. Lo que yo decida hacer ahí no
es asunto vuestro. ¡Es mi vida y la viviré como yo quiera!”
“¡Cómo odio esa frase!” gritó Aislene.
“Pero tiene razón,” dijo el Dulajan
débilmente. Yo me di cuenta de que le hubiese encantado que Alpin se independizase y se largase de esa
casa, con o sin Betabél. Nadie salvo su madre querría vivir con Alpin.
“Para poder habitar en esa casa mi pobre hijito va a
tener que encogerse al tamaño de un insecto. ¡No quiero un insecto por hijo! ¡Quiero
a mi hijo guapo, que es de tamaño normal!”
La casa ideal de Alpin, recuerdo ahora al
lector, era en realidad tan grande como el palacio del Escorial, pero la habían
encogido para poder colocarla en el rincón de las violetas del jardín de sus
padres. El terreno de los Dulajan no podía acomodar un palacio enorme.
“Puedo expandir mi casa si me la llevo a
otra parte,” dijo Alpin.
Eso sería a un lugar como el desierto
Gobi, si recuerdo yo bien las condiciones bajo las que le entregaron la casita
a Alpin.
Aislene empezó a llorar y gritar otra
vez, convulsionándose histéricamente.
“¡Todos me han abandonado! ¡Ninguna madre
debería perder a todos sus hijos! ¡Este por lo menos ha de quedarse para
cuidarme!”
“¿Qué?” se mofó
Darcy. “¿Pero qué dices, Mamá? Alpin no podría cuidarte aunque quisiese. Ni lo intentaría. Eres tú
la que le cuida hasta el punto de extenuarte y de llegar a la locura. ¡Nadie
más le soportaría!” Entonces Darcy me miró a mí y añadió, “¡No sé ni cómo puede
aguantarle el pobre Arley! Bueno, sí que lo sé. ¡Porque yo le pedí que lo hiciese! ¡No
debí de hacer eso!”
Todos me miraron para ver que tenía que
decir yo, pero yo no sabía que decir. Tita Cybela rompió el silencio
finalmente.
“Mira, Alpin, cariño,” dijo la tita,
poniendo una de sus suaves manos sobre el hombro de mi amigo. “Estoy aquí para
encontrar a alguien que sea mejor para ti que Betabél. Tú deja que yo haga mi
trabajo y verás que bien ira todo, cielito.”
“¡Más vale que realmente se trate de
alguien mejor! ¡Te advierto desde el primer momento que no aceptaré a otra
que no lo sea!”
“¡Claro que será alguien mejor!” le
aseguró Tita Cybela con su voz azucarada. ¡Cómo contrastaba esa voz con todos
los gritos que habíamos escuchado! Realmente resultaba encantadora. Hechizante. “Escúchame,
Alpin. El día de la fiesta de Noche de Ánimas. En el cuarto círculo de hadas.
Allí te presentaré a una guirnalda de bellezones. Tú elegirás a la flor que más te
complazca.”
Darcy me miró de reojo, frunciendo el
ceño, sacudiendo la cabeza y mordiéndose el labio para no decir que eso era
imposible. Como respuesta, sólo pude encogerme de hombros.
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