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viernes, 20 de octubre de 2023

268. Muchos gritones, muchísimos gritos


268. Muchos  gritones, muchísimos gritos

Alpin quería que yo le entregase la carta a Betabél. Yo no quería hacer eso, así que intenté disuadirle contándole la sinopsis del poema de Longfellow La petición de mano de Miles Standish.Hace mucho que se escribió eso, así que puede que algún lector no sepa de que hablo o no recuerde como fue aquello. Y por eso lo explico aquí. Miles Standish – ese al que salvó Pocahontas de la muerte – se quería casar con una señorita llamada Priscila. Pidió a su amigo John Allen que comunicase  sus intenciones a esta muchacha. Priscila, tras escuchar a John, le dijo – y estás palabras son famosas – “¿Por qué no hablas por ti mismo, Juan?” Y John Allen acabó casándose con Priscila en lugar de su amigo.

“¡Traidor!” rugió Alpin. “¿Me estás diciendo que quieres casarte con Betabél? Yo me la pedí primero. No he hablado con ella, pero contigo sí. Así que tú no puedes querer casarte con ella también. Eres mi amigo, y te dije que la quería para mí. ¡Y tú estás actuando como un traidor!”

“Pero si no quiero casarme con ella,” respondí rápidamente. “¡No me casaría con ella aunque ella me lo pidiese, cosa que ella no haría!”

“¿Por qué?” me preguntó Alpin todavía más indignado. “¿Por qué no ibas tú a querer casarte con la mujer que yo amo, eh?”

“Por nada. Yo no quiero casarme con nadie por ahora. Y tú la viste primero. Bueno, no. Yo la vi primero, pero tú dijiste que la querías primero, y yo eso lo respeto.”

¡Más te vale!” amenazó Alpin. “¡O haré de tu vida un infierno!”

“Lo respeto, pero no pienso entregar esta carta. No quiero líos, y no lo voy a hacer.”

Aldegundo por fin fue el que entregó la carta. Aldegundo es una paloma mensajera del palomar de mi madre.

Y la siguiente persona que se puso a gritarme fue Malroso.

Aldegundo volvió con un mensaje para mí, no para Alpin. Decía este que Malroso quería verme y que me dirigiese hacia su casa en el acto.

Malroso no habló conmigo. Se puso a gritarme. Yo no hacía más que decirme a mí mismo que tenía que haber hecho caso omiso de su mensajito. Hubiese bastado con que respondiese con otro mensajito comunicándole que yo nada tenía que ver con este asunto y no permitiría que me inmiscuyesen en el mismo.

“¡Ella se va a tener que ir de esta isla! ¡Yo no puedo tener aquí a Alpin devastando mis huertos! Ya llevo gran retraso con la entrega de los pedidos de fruta. Tito Ricatierra no va a poder venir a ayudarme hasta el viernes que viene. Tiene una lista de gente que requiere de su ayuda, y muchos van antes que yo. ¡Y no vamos a volver a cultivar de todo para que se lo trague ese monstruo que es tu amigo!”

Malroso se quejaba y se quejaba a gritos. Cuando dejó de gritar sobre las frutas, comenzó a quejarse de sus problemas con su novia eterna, la Dulce Cecilia.

“¡A Ceci se le ha ido la pinza! Dice que si le permito a Alpin vivir con Betabél en esta isla, ella romperá conmigo. Porque eso significaría que yo soy un calzonazos y un blandengue que no sabe proteger a una familia.”

“¿Y Betabél? ¿Está a favor o en contra de vivir con Alpin?”

“¡Me importa un rábano lo que haga la loca de la pastora esa, con tal de que no traiga a ese sinvergüenza aquí!” chillaba Malroso. “¡Puede que Ceci me deje sí o sí, pero estoy tan harto de toda esta bazofia que creo que ya ni me importa que rompa conmigo!”

“Entiendo que Betabél no es hostil a la idea de vivir con Alpin, porque si lo fuese, no estaríamos teniendo esta conversación. ¿O no? ¿Qué dice de esto su familia? Bueno, aparte de su hermana Ceci, que está claro que no aprueba esta unión.”

“Los miembros de su familia son todos unos paletos que no entienden de nada que no exista dentro de los límites de su monte. No creo que puedan siquiera imaginar de que va este problema. Betabél se fue de casa y ahora está sola. Sólo tenía a Ceci, pero no va a poder contar ni con su hermana, si yo me salgo con la mía. Mantén a ese monstruo fuera de mi isla, eso es lo único que te pido. Si Betabel quiere largarse con él, pues mejor que mejor. ¡No me ha traído más que problemas!

“Supongo que ella podría irse a vivir con Alpin en lugar de traerle aquí,” dije yo. “Pero no estoy seguro de cómo le sentará eso a la madre de Alpin. Puede que Betabél no la guste nada. Y la Señora Dulajan es una mala enemiga. Hasta Tito Gen la teme.”

“¡Quiero a esa p*** familia de p****monstruos fuera de mi miserable vida!” rugió Malroso. “¿Qué habré hecho para merecer esto? ¡Sácales de mi vida, Arley!”

“Veré lo que puedo hacer,” dije yo. Y me fui, directo a la casa de los Dulaján, para consultar con Alpin.

En casa de los Dulaján los gritos eran todavía peores de lo que yo esperaba que fuesen. Alguien estaba en la cocina rompiendo la vajilla. Uno de los platos salió volando por la ventana y no me dio porque pude esconderme detrás de un roble. ¿Y a quién encontré refugiándose ahí también?

“Los dos están gritando, ¿no?” me preguntó mi tía abuela Cybela, atreviéndose a echar un vistacito desde detrás del árbol. “¿Alpin y su madre?”

Asentí con la cabeza y la pregunté, “¿Por qué estás aquí, Tita?”

“Aislene me ha llamado. Tenías que haberla oído llorar y gritar y quejarse de que la fallaba el corazón mientras me contaba su problema por la bola de cristal.”

 “Me lo imagino,” dije yo. “¿Qué quería de ti?”

“Quiere que yo encuentre una compañera mejor para su hijo menor. Piensa que Betabél es deficiente mental y que van a tener hijos enfermos.”

“Yo creo que Betabél es demasiado buena para él. No merece ser la victima de Alpin.”

“Podría encontrar a alguien para esa chica en un batir de pestañas. Si ella no estuviese desesperada, no habría aceptado a Alpin. Y lo que Aislene quiere es que le encuentre a otra mejor que la pastorcilla. Pero puede que ese encargo sea demasiado para mí.”

“Cuando yo cortejaba a Rosina Caperuzaroja, mi madre no podía ni verla ni oír hablar de ella, y mi padre me dijo que las madres siempre tienen agarradas con la primera novia de sus hijos varones. Las odian, y no descansan hasta que no han conseguido reventar esa primera relación. Luego se sienten tan culpables de haber hecho eso que aceptan a cualquiera que su hijo las presente. Les importa un bledo quién sea la segundona. Si Papá tiene razón, quizás no te resulte tan difícil complacer a Aislene, porque ella apoyará a cualquiera que no sea Betabel.”

“Es Alpin el que  me tiene amedrentada,” dijo Tita Cybela. “Es terco como siete mulas salvajes y puede que no acepte una sustituta, aun suponiendo que yo pueda encontrar a alguien que quiera estar con él. No va a ser fácil.”

“Tampoco era fácil encontrar pareja para la Novia Diabólica y lo lograste, Tita, ” dije yo para animarla.

“Ah, pero sí que fue fácil. Verás, cuando el Cochero de la Muerte le pide a alguien que le siga, nadie puede negarse. Todo lo que tuve que hacer fue convencerle de que le pidiese a Aislene que le siguiese hasta su casa. ¿Me sigues?”

“Entiendo. Parece que se han callado ahí dentro. La Señorita Aislene ha debido de desmayarse, o ya no la debe quedar nada que romper. ¿Intentamos entrar en la casa?”

Tenía yo razón al pensar que la Señorita Aislene se había desmayado. Cuando entramos en la casa vimos al Sr. Dulajan y a su hijo Darcy sentando a Aislene en una butaca en el salón. Ella estaba pálida como la muerte y tenía sus verdes ojos bien cerrados. Me di cuenta de que había cristalitos procedentes de su cristalería de Galway atrapados en su velo de novia y en el encaje de su escote, que se movían y relucían cuando su pecho se alzaba y caía al respirar. Así que se había cargado también su cristalería.

Tita Cybela fue directamente hacia Aislene y cogío una de sus muñecas, intentando encontrar su pulso. Aislene comenzó a respirar mucho más fuerte, jadeando.

“Estoy aquí, mi niña,” dijo Tita Cybela. “He venido en cuanto me has llamado. Todo irá bien.”

El Señor Dulajan y Darcy permanecieron en silencio incluso cuando Aislene de pronto le clavó las uñas a la tita y gritó, “¡Auxiliame! ¡Ay, ayúdame! ¡Eres mi única esperanza!”

“Claro que lo haré, tesoro,” dijo Tita Cybela, muy tranquilamente. “Tú sabes que yo siempre te he ayudado. Hay un alguien para cualquier cualquiera. Ya he estado pensando en cómo solucionar esto camino aquí.”

“Tía, ¿te puedes creer que estos idiotas crueles no me quieren apoyar?” gritó de pronto Aislene, apuntando a su marido y a su hijo mayor con un dedo acusador. “¡Darcy no quiere ni oír de pedirle a Betabel que renuncie a Alpin! ¡No me va a hacer ni ese pequeño favor! ¡Y él sabe tan bien como yo que sería lo mejor para estos dos chiquillos tontos! ¡Va a dejar que destrocen sus vidas y la mía!”

“¡Yo no puedo interferir, Mamá!” gritó Darcy, haciendo muecas de desesperación. Él es de los que no dicen una palabra más alta que la otra, y ahora estaba gritando, así que me figuré que le habían estado presionando pero que mucho. “Tú sabes que yo no puedo ir por ahí diciéndole a la gente que tiene que haga lo que no quiere hacer. ¿Cómo te sentirías tú si te pidiese que aceptases a Betabél y pusieses fin a este escándalo? Pues yo no le voy a pedir nada a Alpin ni a Betabél, ni siquiera a ti. Punto final.”

“¡Y mi marido no puede hacer nada por mi tampoco, ni esta nimiedad!”

“Yo sólo puedo pedir que me sigan,” dijo el Sr. Dulajan muy mansamente. “Si le pido a Betabél que me siga, me seguirá hasta aquí y acabará viviendo con nosotros, a no ser que la lleve al Verde Prado del Violinista y la encierre allí. Eso la mataría. Estar ahí es estar muerto. Yo no decido quién vive y quién muere. Sólo sigo instrucciones.”

“Mejor mueta…” comenzó a murmurar Aislene, pero ni ella se atrevió a terminar esa oración.

“No entiendo que problema tienes,” dijo Alpin de pronto. “Betabél no va a vivir con ninguno de vosotros. Va a residir en mi mansión palaciega. Necesito una limpiadora. Aquello es tan grande que nunca acabará de limpiar y jamás saldrá de ahí. Lo que yo decida hacer ahí no es asunto vuestro. ¡Es mi vida y la viviré como yo quiera!”

“¡Cómo odio esa frase!” gritó Aislene.

“Pero tiene razón,” dijo el Dulajan débilmente. Yo me di cuenta de que le hubiese encantado que  Alpin se independizase y se largase de esa casa, con o sin Betabél. Nadie salvo su madre querría vivir con Alpin.

“Para poder habitar en esa casa mi pobre hijito va a tener que encogerse al tamaño de un insecto. ¡No quiero un insecto por hijo! ¡Quiero a mi hijo guapo, que es de tamaño normal!”

La casa ideal de Alpin, recuerdo ahora al lector, era en realidad tan grande como el palacio del Escorial, pero la habían encogido para poder colocarla en el rincón de las violetas del jardín de sus padres. El terreno de los Dulajan no podía acomodar un palacio enorme.

“Puedo expandir mi casa si me la llevo a otra parte,” dijo Alpin.

Eso sería a un lugar como el desierto Gobi, si recuerdo yo bien las condiciones bajo las que le entregaron la casita a Alpin.

Aislene empezó a llorar y gritar otra vez, convulsionándose histéricamente. 

“¡Todos me han abandonado! ¡Ninguna madre debería perder a todos sus hijos! ¡Este por lo menos ha de quedarse para cuidarme!”

“¿Qué?” se mofó Darcy. “¿Pero qué dices, Mamá? Alpin no podría cuidarte aunque quisiese. Ni lo intentaría. Eres tú la que le cuida hasta el punto de extenuarte y de llegar a la locura. ¡Nadie más le soportaría!” Entonces Darcy me miró a mí y añadió, “¡No sé ni cómo puede aguantarle el pobre Arley! Bueno, sí que lo sé. ¡Porque yo le pedí que lo hiciese! ¡No debí de hacer eso!”

Todos me miraron para ver que tenía que decir yo, pero yo no sabía que decir. Tita Cybela rompió el silencio finalmente.

“Mira, Alpin, cariño,” dijo la tita, poniendo una de sus suaves manos sobre el hombro de mi amigo. “Estoy aquí para encontrar a alguien que sea mejor para ti que Betabél. Tú deja que yo haga mi trabajo y verás que bien ira todo, cielito.”

“¡Más vale que realmente se trate de alguien mejor! ¡Te advierto desde el primer momento que no aceptaré a otra que no lo sea!”

“¡Claro que será alguien mejor!” le aseguró Tita Cybela con su voz azucarada. ¡Cómo contrastaba esa voz con todos los gritos que habíamos escuchado! Realmente resultaba encantadora. Hechizante.  “Escúchame, Alpin. El día de la fiesta de Noche de Ánimas. En el cuarto círculo de hadas. Allí te presentaré a una guirnalda de bellezones. Tú elegirás a la flor que más te complazca.”

Darcy me miró de reojo, frunciendo el ceño, sacudiendo la cabeza y mordiéndose el labio para no decir que eso era imposible. Como respuesta, sólo pude encogerme de hombros.

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