269. Las Cuatro Pretendientes del Cuarto Círculo de Hadas
Yo estaba jugando al golf con Camy, la
sobrina de la tía Mabel, cuando la chica se dio cuenta de que yo no me estaba
concentrando para nada en el juego.
“¿En qué estás pensando? ¿Qué te preocupa?”
“¿Se nota, verdad?” la contesté. “Nunca te
imaginarías lo que me pasa.”
Y cuando ella insistió en que se lo contase,
la dije lo que me pasaba. La Tía Nekutarin me oyó cuando hable y dijo
inmediatamente, “¿Estás pensando en casarte con una muchacha para que tu amigo
no la haga daño? ¿Tú quieres a esta chica?”
“No,” dije yo. “Ni siquiera creo que tengamos
mucho en común. Pero ella ha pasado por mucho y no quiero que la vuelvan a
hacer daño.”
“Pero se lo harás tú. Si te casas con esa
chica, tarde o temprano se enterará de que no la quieres y se sentirá fatal.
¿Con quién quiere ella casarse? ¿Contigo o con tu amigo? ¿O tal vez con ninguno
de los dos?
“Ese es el problema. Ella no sabe que yo
estoy considerando casarme con ella. Mi amigo se lo ha pedido y ella ha dicho
que sí. Pero ahora él está pensando que su madre tal vez le encuentre otra
novia más adecuada, y si esto ocurre, él dejará a la primera chica y se casará
con la nueva. Y la primera se sentirá herida y tal vez yo debería pedirla que
se case conmigo para que no se sienta tan mal.”
“¡No debes hacer eso en absoluto!” exclamó Títa
Nekutarin. “Uno no debe proponer matrimonio a alguien que no ama. Sería un
error gravísimo. La chica rechazada debe acostumbrarse a la idea de que la ha
plantado tu amigo sinvergüenza. No somos mortales. No va a suicidarse por
despecho. Si tú pides su mano, se la partirá el corazón dos veces, porque tarde
o temprano se enterará de que no la quieres.”
“¿Betabél sabe que Alpin está buscando una
novia mejor?” preguntó Camy, y yo le expliqué a ella y a su tía abuela que la
Señora Dulajan le había pedido a mi Tía Cybela que le encontrase a Alpin una
pareja mejor porque no le gustaba esta. Y que Alpin estaba dispuesto a dejar
plantada a Betabel si llegase a tener un pájaro mejor en mano.
“La Señorita Aislene cree que Betabél no es
muy lista y teme que ella y Alpin tengan hijos tontos.”
“Lamento decirte que la Señora Dulajan
probablemente tenga razón,” dijo Tita Nekutarin. “La tal Betabel no puede ser
muy lista si ha aceptado la propuesta de Alpin. Y en cuanto a él, sea listillo
o no, en mi opinión es un auténtico idiota.”
“Tita Cybela dice que Betabel tiene que estar
desesperada, pero eso me hace pensar que la chica que Cybela vaya a elegir
también lo estará. O algo peor. Porque podría estar desesperada por causas
espantosas. Cybela no sólo le va a presentar una sóla chica a Alpin. Ha dicho
que le presentará unas cuantas para que pueda elegir, y no creo que pueda haber
tantas que quieran casarse con él, dada su particular forma de ser.”
“Pase lo que pase, tú no debes casarte por
lástima, Arley. Sería una insensatez hacer eso.”
“¿Sabes qué, Tita? Arley ha hecho que sienta
curiosidad por saber cómo serán las chicas elegidas por Cybela. ¿Crees que a
Mamá la importará que las echemos un ojo?”
“Tu mamá está en casa. Se lo puedes preguntar
tú misma,” dijo la Tía Nekutarin, y los tres dejamos la casa del Memorión y
pasamos al lado, a la de Momo San.
La Señora Momo, o Señorita Anatolia, o
Señorita Toli, o simplemente Toli, o Anita, como la llama su marido porque él
tiene dificultad pronunciando la letra l, es la hermana mayor de Belvedere
el Mnemosino, y cuando la contamos lo
que queríamos, ella también sintió curiosidad por saber quiénes podrían estar
tan zumbadas como para querer casarse con Alpin.
“¿Seguro que este es Arley?” le preguntó a su
hija la Señora Momo. “Porque si lo es. Podemos consultar a la fuente. No le
importará ni a tu tío ni al mismísimo AEterno.”
Tras hacerme prometer que no revelaría nada de
lo que iba a ver, la Señora Momo nos llevó a la parte trasera de su jardín y
allí, escondida entre matorrales, vi una fuente que parecía un gran cuenco de
piedra. Toli hizo que cuatro sillas de jardín se acercasen caminando hasta la
fuente y la rodeasen. Entonces nos pidió que tomásemos asiento.
“A ver que me entere yo bien. Dices, Arley,
que Cybela le va a presentar sus candidatas a Alpin en el cuarto círculo de hadas
durante la fiesta de Noche de Ánimas?”
me preguntó la Señorita Toli. Yo asentí y ella se puso a manipular el grifo que
tenía la fuente y pronto el cuenco se fue llenando de agua. “Aquí debe estar la
información,” dijo Toli.
Nos pusimos a contemplar el agua y allí vimos
a Alpin hablando con Tita Cybela. Y desde ese momento pudimos ver todo lo que
iba a acontecer entre ellos en el cuarto círculo de hadas la noche de ánimas
tan claramente como si estuviésemos presentes aunque invisibles.
“Te voy a presentar a unas chicas casaderas y
si ves a alguna que te guste, pídela que te acompañe a la fiesta de Halloween
de Michael O’Toora. Si accede a acompañarte, eso querrá decir que también está
interesada en ti. Bien, pues la primera candidata se llama Lía Nudos. Lía,
tesoro, vente para acá. Hay aquí alguien que quiere conocerte.”
Una chica muy mona, muy delicada, vestida con
un traje de la más vaporosa tela de arañas, se acercó a nosotros. Sí, a
nosotros, porque yo estaba presente por partida doble, presente como mi yo
futuro y también como mi yo actual, aunque este segundo yo era invisible. La
muchacha tenía el cabello muy largo y avioletado, pero su melena estaba llena
de nudos. Y sus largos y finos dedos estaban muy ocupados liando todavía más
nudos.
“¡Pero, Alpin!” exclamó la Señora Dulajan.
“¡Qué suerte tienes! ¡Si esta chica es monísima!”
“¡Debe estar nerviosísima!” dijo Alpin,
pensando que los nervios estaban llevando a Lia a hacerse tantos nudos en el
pelo.
“No, cielito,” dijo la Tía Cybela. “Creo que
ella tiende a atar nudos. Es algo compulsiva.”
“¿Es un tic? Pues yo no voy a atarme a esta,”
dijo Alpin. “Si no puede dejar de hacer nudos, ¿cómo va a limpiar mi casa y
cocinar para mí? ¡Habrá pelos en mi comida! ¡A está yo no la quiero!”
“A veces la gente compulsiva deja de serlo
cuando se casa,” dijo la Señorita Aislene débilmente.
“¡No pienso correr riesgos!” le espetó Alpin
a su madre.
Y mi prima Arabela se acercó a nosotros y se
llevó a Lía para otra parte lo más discretamente que pudo.
“¡Veamos a
la siguiente!” demandó Alpin.
“¿Ves ese roble? Esa chica que está bajo el
roble es la Señorita Yule de Bug.”
“¿Qué? ¿Qué es un yuldibug?” preguntó Alpin.
“¿De dónde es esta persona?”
La cosa fue a peor cuando vio mejor a la
chica.
La Señorita de Bug tenía algo como una
chinche gigante en la cabeza. Probablemente se trataba sólo de una sombrero
extraño, o tal vez de un disfraz de Halloween. Creo que la chica no estaba mal,
pero no era fácil quitarle ojo a la chinche para poder ver bien a la chica que
la lucía.
“Dijiste que necesitabas una limpiadora. Pues
la Señorita de Bug es una especie de limpiadora. Es exterminadora de plagas. La
mejor exterminadora profesional que hay en los alrededores del Bosque
Triturado. Jamás verás a un insecto malvado en tu hogar.”
“¡Ni hablar!” chilló Alpin. “¡Esa que no se
me acerque! No pienso meter a una tía ducha en venenos en mi casa. Si las cosas
se salen de madre, puede que me extermine a mí.”
“Creo que Alpin tiene algo de razón en este
caso,” dijo la Señorita Aislene, tocándole el brazo a su hijito. “¿Podrías
hacerlo un poco mejor, Cybela?”
“Bueno, pues mirar hacia el puesto de
limonada. Ahí, rodeada por sus muchos admiradores, está la Señorita Aureana Buscaoro,
una belleza Californiana. ¿La pido que se una a nosotros?”
“¡Pero Alpin! ¡Qué maravilla!” exclamó la
Señora Dulajan. “¡Qué buena moza! ¡Sí se parece a Fiona!”
Aureana sí que se daba un aire a Fiona, pero
no se parecía lo bastante. Resultaba un poco ordinaria, a pesar de todos los
vejestorios que la rodeaban.
“No,” dijo Alpin. “Lo que parece es una Fiona
en bruto. Como si fingiese ser lo que no es. Apuesto a que es más dura que un
puñado de clavos.”
“Tu hermana tiene mucho carácter,”
insistía Aislene. “No hay nada malo en
eso.”
A la tal Aureana no hubo que llamarla. En cuanto se fijó en que la mirábamos, ella misma se acercó a nosotros y le preguntó a Alpin, “¿Y tú que me ofreces?”
“¿Yo? ¿Ofrecerte algo a ti?” respondió Alpin.
“No, tía, no. ¿Qué puedes hacer tú por mí? ¿Puedes cocinar? ¿Sabes barrer?
¿Estás dispuesta a hacer lo que haga falta para tenerme contento?”
Aureana se dio media vuelta y se fue trepando
por la hierba con sus zapatos dorados de tacones altísimos con diamantes
incrustados.
“Esto no está yendo demasiado bien. ¿A qué
no, Cybela?” gruñó Alpin.
“Veo que buscas una mujer maternal,” dijo
Cybela sin inmutarse. “Deja que te presente a Angelratita Campanario. Veamos si
es de tu agrado.”
Angelratita Campanario se manifestó ante nosotros de golpe y porrazo, o más bien lo hizo su cabeza, adosada a unas alas de murciélago. Y la más sorprendida de todos fue la Señorita Aislene.
“¡Uy! ¡Pero si eres la locatis de Angi
Campanario en persona!” exclamó la Señora Dulajan. “Estaba pensando si se
trataría de tu hija. Angi y yo aprendimos a leer juntas en la biblioteca del
Santo Job. ¿A qué sí, Angi la loca? ¡Anda que no ha pasado tiempo!”
“¿Pero tú quién te crees que soy yo?” le
rugió Alpin a Cybela de muy malos modos. “¿Te piensas que soy Ator? ¿Qué quiero
una momia alada por esposa? Las momias no son maternales. Yo ya tengo una novia
perfectamente válida, mansa, humilde, obediente. A ver si te enteras y mejoras
eso. Y no me gustan las robacunas que
encima tienen fama de chifladas.”
“Ay, Angi,” dijo la Señora Dulaján. “Tú
siempre estuviste un poco zumbada, pero realmente quieres casarte con un chico
que podría ser tu hijo? No me lo puedo creer.”
“Ese niñato podría ser mi tataranieto, eso es
lo que podría ser,” dijo la Señorita Angi, tronchándose de risa. “Y ya me he
casado con jovencitos antes. En más de una ocasión. Es divertido mientras
dura.”
Angelratita explicó riendo que sólo quería tomarle el pelo a Alpin y lograr que apreciase más a las verdaderas aspirantes a su mano. Y mientras ella y su amiga Aislene parloteaban, poniéndose al día y contándose lo que habían estado haciendo todos estos años que llevaban sin verse, Tita Cybela le comunicó a Alpin, que estaba de temerle más que un nublado, que la quedaba una candidata por presentarle a Alpin que era alguien realmente sin igual.
“Esta tiene dinero,” le aseguró Tita Cybela. “Y no te va a pedir un céntimo. Va a heredar un reino. Y tiene una recua de criados. Todos los que vayáis a poder necesitar en la vida. ”
“Mi madre dice que los criados son enemigos
pagados. Yo quiero que mi mujer me sirva con sus propias manitas blancas,” dijo
Alpin.
“No, no seas caprichoso, cielo. Cuanto más
tiempo libre tenga tu mujercita al no tener que hacer labores domésticas, más
actividades placenteras podréis disfrutar juntitos.”
“¿Esta especie de princesa tiene el pelo rosa?
No aceptaré a una tía que no lo tenga.”
“Ay, niño, si no lo tiene, se lo podrá
teñir,” dijo la tita. “Y tú algún día serás rey consorte.”
“Vale,” dijo Alpin. “No me importaría ser
rey. Eso no debe estar nada mal. Veamos a está princesa heredera del trono.”
Y nos presentaron a su alteza Abstracta
Rompespejos, hija de Katakrakus Primero, el Imperecedero, rey de unas tribus de
semi-ogros que habitaban en un lugar del que afortunadamente jamás habíamos tenido noticia
alguna, y cuyas caras no estaban distribuidas como las nuestras. Sí, eso,
porque la boca de Abstracta estaba donde tenía que estar, o sea, encima de su
barbilla, pero sus cejas estaban en sus mejillas, una en cada lado, encima de
esa boca, aunque no tan juntas como para parecer un bigote. Uno de sus ojos
tampoco estaba del todo mal colocado, hallándose casi encima de su nariz, pero el
otro estaba debajo de esta, y sus orejas tampoco estaban a los lados de su
cabeza. No podría decir exactamente donde estaban, porque no me atrevía a
mirarla mucho, para no parecer maleducado, pero donde debían estar, pues no, no
estaban.
“¡Yo voy a casarme con una chica que se
parece a Brezo!” gritó Alpin, ya furibundo. “Brezo, a la que amo
apasionadamente. ¡La mejor mujer que yo he visto!”
“¿Brezo?” exclamó Tita Cybela. “¿Nuestra
Brezo? Ay, no, querido. Ahora soy yo la que dice que ni hablar. ¡Brezo no es
para ti! Tenemos otros planes para ella.”
Y antes de que yo también pudiese decir que
mi hermana jamás se casaría con Alpin, algo inesperado sucedió.
Quintín Andaraudo, el hermano mayor de
Carlitos, apareció de la nada y se posicionó delante de Alpin, y estaba claro
que se iban a ver las caras. Y el aparecido dijo muy tajantemente que Brezo ya
tenía pareja, y que esa pareja era él.
Bueno, yo no sé mucho sobre los Andaraudos,
pero es sabido por todos que el tal Quintín es de armas tomar y no hay que
meterse con él a la ligera. Y su hermano Carlitos, debo admitir, era la pareja
perfecta para Arabela o Belinda. No estoy seguro de para cual, porque Carlitos
y Nicolás Dulcepluma y las gemelas azules van a todas partes juntitos los
cuatro y no hay quién se aclare con esa comitiva. Pero estos dos chicos son
estupendos caballeros sirvientes y probablemente sean los novios más atentos y
complacientes que pueda haber en el reino de las hadas. Las Gemelas Azules son
un desastre encontrando pareja a la gente, pero cuando la buscaron para sí
mismas, dieron en la diana, porque ellas no deben ser fáciles de aguantar. Y si
Quintín se parecía en algo a su hermano, tal vez era mejor que yo permaneciese
callado hasta saber más de este asunto, porque podría no ser mala pareja para
mi hermana bondadosa, siempre que a ella le gustase. Aun así, me sorprendió que
Quintín apareciese para defender a Brezo de esta manera tan repentina. ¿Estaría
este chico echando un farol, o es que había algo que yo ignoraba entre él y
Brezo?
“Pues me caso con otra,” dijo Alpin
tranquilamente. “¿Eso también te supone un problema? ¿Sigues queriendo que quedemos para batirnos en duelo?”
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