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domingo, 26 de noviembre de 2023

271. La Boda de Alpin

271. La boda de Alpin

“Chacho, ¿pero qué te ha pasado? ¿Te has vuelto gótico?” me preguntó Pati Intrépida nada más verme camino de la casa de Alpin.

Ella me dijo eso porque entre mis dos sombras y las alas abiertas de Ángelratón a mi vera, yo parecía más umbrío que nunca.

 “Halloween ya ha pasado. Y tú te has tenido que pasar bien pasado en la fiesta si todavía no te has enterado de eso.”

“No, yo no me coloco ni nada de eso.”

“Ya. Tú siempre controlando. Ya me he dado cuenta de eso.”

 “Es que tengo un nuevo amigo.”

“Háblame de ti,” Pati le dijo a Ángelratón, cogiéndole de un ala.

“Non mi piace,” contestó el niño con su vocecilla temblorosa.

“¿Qué? ¿Pero eres italiano?”

“Déjale en paz, Pati. Sólo es un niño que andaba por ahí sólo y que se me ha juntado.”

“¿Ahora eres padre?” me preguntó Pati. “¿De un murciélago? ¿Muerde?”

“¡No! ¡La Fortuna no lo quiera! Tiene padres. Es que…son disfuncionales. Pero a él le está yendo bien, así que no le molestes, Intrépida.”

“Si quieres esconder esto, debe haber algo que esconder,” insistió Pati. “Yo, por lo menos, he de saber si es o no un vampiro. No se les permite vivir en Isla Manzana.”

“Sólo come fruta demasiado madura. ¡Qué le dejes en paz!”

 “Non mi piace,” dijo Ángelratón apuntando a Pati con el índice y sacudiendo el dedo y su cabeza a la vez.

“Al menos dime cómo te llamas, Bebé Murciélago. Si lo haces, figurarás en la prensa rosa y no en la lista de sospechosos de delinquir que mi jefe acostumbra a denunciar.”

“¿Pero quieres dejar de acosar a mi murciélago? Es decir, a mi amigo, Ángelratón Campanario Gris el Tercero,” protesté yo.

“Ah. Vale, Grigio. ¿Cómo te sientes al ser un extraño en Isla Manzana? ¿Qué te gusta más? ¿Esta isla o tu país? ¿Cuál es mejor?”

“No es un extraño. Es un hada murciélago perfectamente respetable que acostumbra a hablar en italiano. Es el hijo de Ángelratita Campanario. Puede que hayas oído hablar de ella. Fue compañera de clase de la Señora Dulajan.”

“No puede ser. No hay escuelas en Hadalandia. Sólo bibliotecas y un montón de maestros vocacionales. ¿Es humana su madre? ¿O una extramunda?”

“Verás, no es que fuese a la escuela con Aislene Dulajan. Es que las dos aprendieron a leer a la vez en la Biblioteca del Santo Job.”

“Pues no me gusta tener que decir esto, pero si su madre era amiga de la ex Novia Diabólica, sería también una buena pieza. Anda que no ha habido y hay una niebla de escándalo alrededor de la Dulajan.”

“Pati, me estoy impacientando. Perdónanos, pero vamos a desaparecer.”

“Vale, sólo les diré a los de la prensa rosa que este niño está en la isla. ¿Dónde va a vivir? ¿Reclamó ya su casa ideal?”

“No se me había ocurrido eso. No, no la ha reclamado. Vive en el ático del palacio de mis padres. Como yo.”

“¿Tú vives en el ático?”

“No, en  la tercera planta. ¿Pero por qué te estoy contando esto?”

“Cuando te deshagas de él esta noche, vente a cenar falsa langosta conmigo. Luz de velas, música, flores. ¿Te gusta la falsa langosta?”

“¿Tú quieres que te invite a cenar?”

“No! Pagará mi jefe. Sólo pienso que va siendo hora de que tú y yo pasemos una noche agradable charlando juntos. ¿Lo haremos?”

“No, no lo creo. Porque tú eres ladina y tramposa y me haces sentir como un simple. Y eso hace que te tenga miedo. ¿Qué quieres realmente, Pati? Ay, no debí ni de preguntar.”

“No te preocupes, pequeño. Si tuviese que elegir entre los hijos de Titania, elegiría a Cespuglio, que es el que me conviene. Le admiro. Te sorprendería saber la de cosas de las que se entera estando escondido entre los matorrales. ¡Y vaya paciencia tiene! Sentadito ahí, sentadito ahí, esperando que ocurra algo… Pero, sí que hay una razón por la que tú me interesas. Tienes acceso al club de golf de tu abuelo. No lo tiene ni Cespuglio. ¿Cómo es ese lugar, Arley?”

“No voy a espiar al abuelo para ti, Pati.”

“Non mi piace per niente. Niente!” chilló de pronto Ángelratón, con voz de vieja disgustada.

Pati se tronchó.

“Mira, Junior. Sólo estoy haciendo mi trabajo. Yo informo. Y para informar, tengo que averiguar. No inventar. No es algo personal,” le explicó a Ángelratón, que sólo se enojó más. “Ah, bueno, ya veremos. Mientras tanto, dime, Arley. ¿Se casa o no se casa Betabél con tu insaciable amigote? Su madre estaba tan agobiada en la fiesta de Michael.”

“Pues todo apunta a que sí,” dije yo, “así que supongo que te puedo confirmar eso.”

“¿Por qué le ha aceptado ella?”

Yo me encogí de hombros.

“¿Con qué la ha amenazado? ¿Se trata de algún chantaje o le ha dicho que la va a matar si no lo hace?”

“No creo que haya tenido que amenazarla. Parece que ella quiere hacer esto.”

“¿Quieres decir como eso de que el amor es ciego? ¿Es tan tonta?”

Volví a encogerme de hombros.

“¿Cuándo es la boda?”

“La pedida de mano será hoy, ya mismo,” dijo Alpin, apareciendo de la nada ante nosotros. “Y Arley está llegando tarde. Así que cállate y deja que me lo lleve o vente con nosotros y cubre la pedida.”

Yo le había dicho a Alpin que los parientes de Betabel que vivían en el monte eran gente a la que se podía visitar en cualquier momento porque nunca salían del prado que rodeaba su choza. No me quiso escuchar cuando intenté explicarle qué clase de gente eran, y que podrían no gustarle. Sólo me dio una fecha y me dijo que tendría que acompañarle. Y ese día había llegado y ahora él y Betabel y Pati Intrépida y Ángelratón y yo nos dirigimos hacía los montes del norte.

“¿Por qué te persigue ese niño feísimo?” me preguntó Alpin.

“Porque no cabe en mi bolsillo y porque no llevo mochila. Y no es feo, es un hada murciélago bien hermoso.”

“No. Me refiero a que debería largarse por su cuenta. Sé que tú eres un blando y no le vas a largar, pero debe saber que no se le quiere.”

“¿Quién ha dicho que no?”

“Yo no le he invitado a mi fiesta de pedida de mano.

“Si él no viene, yo no voy.”

Alpin se encogió de hombros.

“Pues ya está. Viene. Pero, te lo digo claro, Arley, estoy deseando no necesitarte más.”

Alpin estaba bajo la impresión de que si se casaba con Betabel él ya no necesitaría ser vigilado. Pero mi tío Gentillluvia me había dicho que yo sería libre, pero otra persona se encargaría de vigilar a Alpin a distancia, como se hacía con todos los maleantes.

Así que llegamos a las colinas del norte de la isla, y tras volar de una a otra, encontramos aquella en la que vivían las personas que buscabamos.  

“¡Paletos!” murmuró Alpin, por fin dándose cuenta de con quién iba a tratar. Se le veía en la cara que no se esperaba esto.

No pasó mucho tiempo en casa de los Doblados. Yo les llamo eso, porque la  pareja de hadas ancianas tenían alas pero no las usaban. Sólo cojeaban y renqueaban agarradas a sus bastones, dobladas desde la cintura para mantener el equilibrio y poder transitar por esa colina tan empinada.

“Betabel nos avisó, así que os esperábamos. Beberemos a vuestra salud, y a la de vuestra unión. Que dure tanto como ha durado y está durando la nuestra, “ dijo Procopio Doblado.

“La familia de la chica ha de costear la pedida, dando así la bienvenida al pretendiente. Y la del novio paga la boda, dando la bienvenida a la novia. Así se hacen las cosas entre nosotros. Vamos a ver que habéis preparado para mí, aunque a la vista, la cosa no promete.”

Yo no sabía de qué estaba hablando Alpin. La mayoría de las fiestas de hadas se hacen con cosas que todos los que asisten aportan.

Y entonces, Ángelratón, que había estado charlando con unos animalitos mientras nosotros nos presentábamos, dijo que los ratones y las cabras y otras criaturas que habitaban en ese lugar habían preparado una canción para nosotros y que la cantarían al servir el convite. Había dos mecedoras, ambas hechas de madera que se estaba pudriendo por exposición a los elementos, delante de la puerta de la choza. Deambula Doblada sacudió un gusano y unas hojas del asiento de una de las sillas y le dijo a Alpin que ese era el lugar de honor y que se sentase ahí. Procopio hizo lo mismo con la otra silla, ofreciéndosela a Betabél. Nosotros nos sentamos en la hierba, y yo, al ver que los ancianos permanecían de pie, hice aparecer un banco largo, de esos que hay en los parques, para ellos. No fue fácil hacer esa clase de magia en ese lugar, pero lo logré y se sentaron, también con dificultad. Entonces los animalitos comenzaron a cantar la canción que habían compuesto para Alpin y Betabél mientras servían la comida.


“¡Que de que, que de que, que de queso e es!” cantaron unas cabras que cargaban un bol de requesón, bailando alzando una pata trasera y luego otra, de modo que parecía que el bol se iba a caer de sus espaldas.

“¡Pa de pa, pa de pa, pa de pan, e e es!” cantaron tres ratones de campo trayendo trozos de pan y girando como peonzas entre nosotros.

“Mi de mi, mi de mí, mi de mieeel, e es!” cantó un burrito que portaba miel y venía rodeado de abejitas.

“Le de le, le de le, le de leche, e es!” cantaron unos gatitos cargando con una gran jarra de leche aportada por una vaquita. 

"¡Hue de hue, hue de hue, hue de huevos e es!" ladraron dos perros y cacareó una gallina, convidándonos a huevos duros.

Por primera vez en mi vida vi a Alpin contemplar comida y no lanzarse a comerla.

“Escucha, Betabél,” le dijo a su novia, “prometo mantenerte siempre vigilada y evitar que te metas en líos. Sí, te protegeré. Ahora tú pónmelo fácil y promete que siempre harás lo que yo mande. Hazlo.”

Betabél asintió con la cabeza.

“Ya está. Estamos casados. Vosotros lo habéis visto. Sois testigos.”

Y Alpin se volvió hacia mí y me dijo, “Ya no te necesito. Tengo más de siete años y estoy casado. Mantente alejado de nosotros.”

Y desapareció, llevándose a Betabél.

“¿Es siempre tan impaciente?” me preguntó Deambula, apuntando al punto en el que había desaparecido Alpin.

“Sí,” dije yo.

Suponía que yo debía decir que no se lo tuviese en cuenta, pero me estaba costando.

Entonces, Ángelratón tiró de la manga de la viejecita y, apuntando al mismo lugar que ella, dijo, “Non mi piace. Niente.”

Antes de que yo pudiese intervenir, Pati salvó la situación. Se puso a servirse queso en un trozo de pan, y tras pegarle un bocado al canapé que se había hecho, pidió permiso para comérselo. Y comenzó a frotarse la barriga y a gritar “Mmmmmm! ¡Qué bueno!” con tanto entusiasmo, que los viejecitos y sus animalitos comenzaron a reír y no pararon.

Pati estuvo fantástica. A pesar del frío, se quitó los zapatos y se puso a bailar descalza en la hierba con los gatos y los ratones. Y consiguió que yo bailase también, cosa que no es fácil. Se montó al burro, y compitió con él, para ver quién de los dos rebuznaba más alto. Comió de todo y felicitó a las cabras por el queso, a la vaca por la leche, a las abejas por la miel y a la gallina por los huevos.

“Se ha dado cuenta de que nunca va a tener la boda bombástica con la que soñaba,” me susurró la reportera en un aparte.

Y cuando pausó para respirar, bastante agotada, para sorpresa de todos, Ángelratón irrumpió en canto.



 “Libiamo, libiamo, ne’lieti calici, che la belleza inflora e la fuggevol, fuggevol, ora s’inebril a volutta...”

Cantó todo el brindis de La Traviata en un falsetto alucinante. Todos los animales le gritaban bravo, sobre todo los ratones. Una estrella había nacido en esos montes. 

Cuando se puso el sol, dijimos adiós a nuestros anfitriones, agradeciéndoles el banquete que nos habían servido. Prometimos a los animales que llevaríamos mensajes suyos a sus parientes de la ciudad, y nos fuimos.

“Pati, tengo que admitir que me has impresionado hoy,” le dije a la reportera.

“¿A que ni Heidi lo hubiese hecho mejor?”

“Y debo decir que te has portado como una muchacha excelente. Tan excelente que voy a cometer una imprudencia e invitarte a cenar pizza conmigo y con mis hermanos. Es viernes, así que asistirá Cespuglio a la cena. ¿Aceptas?”

“Mi piace,” dijo, riéndose. “Pero dime, ¿a qué te vas a dedicar ahora que Alpin ya no es problema tuyo? ¿Vas a volver a caer en una depresión?”

“No, no creo. He estado haciendo otras cosas además de cuidar de Alpin. Así que supongo que seguiré haciéndolas. Y también haré otras nuevas.”

Y sí que encontré algo nuevo que hacer. Porque Pati y mis hermanos y yo no fuimos los únicos que cenamos pizza en el sótano de Timiano esa noche. Nos sorprendió Tito Gen, que apareció y se quedó a cenar con nosotros. Y después de que él y yo acompañásemos a Pati a casa, antes de despedirnos, él me dijo que tenía un trabajo para mí si yo lo quería. Me lo tendría que pensar, dijo, porque era peligroso.   

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