272. Tres recién llegados a Isla Manzana
“Quiero ayudar,” le dije a mi tío, “pero tengo que saber lo
que estoy haciendo.”
“Tú abuelo diría que eso no lo sabe nadie,” suspiró Tito
Gentillluvia, “pero sí, tienes razón al preguntar. Tenemos que al menos creer
que sabemos lo que estamos haciendo.”
“Si hiciese lo que me pides sin más, por lo menos sabría
que te estaría ayudando, y eso sería confianza,” dije yo, “y no es que no me
fie de ti, sólo es que-”
“Entiendo. Tienes que pensar por ti mismo, Sí, yo también
hago eso.”
Estábamos desayunando con Mamá y Papá en el jardín de otoño
tardío en palacio. Montones de hojas caídas ardían en contenedores de bronce
que nos mantenían calentitos. Tito Gen acababa de pagarme por haber vigilado a
Alpin, este añó pagaron en piedra luna y jade.
“Los dos pensáis demasiado,” nos regañó Mamá. “Sólo ve y
hazlo, Arley. Tu tío jamás te haría hacer algo malo.”
“No, sólo va a arruinarte la vida. Si eres tonto y les
escuchas, claro,” dijo Papa. “¿Por qué no te conviertes simplemente en un
habitual del primer círculo de hadas y te conviertes en un pandit que entiende
mucho de alguna materia elevada? Ve y encanta a la elite, niño. A ti los
eruditos te aceptaran.”
Aquí en Isla Manzana hay distintas clases de gente. Aunque
todos forman parte de las fuerzas del bien, llevan estilos de vida distintos. El
primer círculo es donde se divierten las personas que viven para las bellas
artes y las ciencias suaves. El segundo, para los que viven para gozar. Bailar,
cantar, amar, ese tipo de rollo. No hacen otra cosa ni por un segundo. El tercer
círculo es para los que no pueden existir sin trabajar. Hacen que las cosas
funcionen y cuando quieren relajarse visitan el tercer círculo, donde siempre
hay cerveza, circo y barbacoas. El cuarto círculo...dicen que es donde más fácilmente encuentras pareja estable. Claro que
todos podemos ir de uno a otro. Bueno, una idea de lo que hay os he dado,
supongo yo.
“No creo que sea tan bueno como para ser miembro del Club
de los Bardos,” dije débilmente.
“¡Tonterías! Con que pelotees a esos fatuos, te querrán
siempre a su vera.”
“No le líes, Oberón,” dijo Mamá. “Necesita hacer más que admirar
el arte. Y va a ayudar a mi nueva amiga si se decide a ayudar a Gen. Y tú ya
sabes bien que yo siempre ayudo a mis amigos.”
“Más bien encuentras quien lo haga por ti. ¡Qué se va a
cargar su vida!” insistió Papá, mirando mal a Tito Gen.
“Creo que es hora de que Arley se entere de quién es tu
nueva amiga,” dijo Tito Gen, doblando su servilleta y dejándola delicadamente
en la mesa. “Eso le ayudará a decidirse.”
“O le cortas a este el rollo o tu hijo va a convertirse en
un prevencionista histérico como tu hermano,” le dijo Papá a Mamá.
“Ya lo es. De nacimiento, sólo que al principio no nos
dimos cuenta. Y yo quiero mucho a mi hermano, y tú deberías quererle también,
porque también es tu hermano menor, además de ser tu cuñado, que ya sería razón
suficiente para que le apreciases. Pero siempre tuviste celos de él. ¡Y todavía
los tienes, que vergüenza, tan mayor! Porque su vida es menos aburrida que la
tuya.”
“¡Alabado sea el aburrimiento!” bostezó Papá.
“Dolce far niente,” dijo Ángelratón, alabándolo con su vocecilla de dulce flauta. “Mi piace.”
“Ah, pero es que tú eres un murcielaguito muy listo,” dijo
Papá, revolviendo el pelo morado de Ángelratón. “¿Juegas al tenis?”
Tito Gen y yo pedimos permiso a Mamá y nos levantamos de la
mesa y fuimos a lo que yo pensé que era sólo un paseo por el jardín. Pero se
vio luego que íbamos a alguna parte. Él permaneció en silencio y yo también
hasta que llegamos al jardín tropical de Mamá. Cuando el castañar cedió lugar
al platanar, de pronto vi entre la fruta amarilla a la última persona que menos
esperaba ver allí, de pie, con cara de muy compungida, que al vernos se torno
en mueca de rabia, como si fuese nuestra culpa que ella estuviese mal.
“No digas nada, Mari,” dijo Tito Gen. “Deja que se lo
explique yo.”
“¡Tú tío ha soltado a una bestia! ¡Y está dentro de mi niño!”
grito Mari, señalando al tito con un dedo acusador.
“En realidad está fuera. El que ha poseído a la pobre
bestia es tu hijo. ¿Recuerdas, Arley, como convertí a las manzanas esas que
Garth tenía presas en su huerto de los horrores en los seres que eran antes de
que él las hechizase? Había un error de identidad en la lista que hice con la
información que me proporcionó el Púca. Jarjobolim estaba entre los espíritus
hechizados ahí.”
“¿Y ese quién es?” pregunté por si se me tenían que poner los pelos de punta.
“Tu sabes bien que los niños de Mari entraban en el
castañar aunque no debían. Pues ahí se encontraron y trabaron amistad el niño y
el espíritu.”
“¡Yo tenía que esconderles!” chilló Mari. “¡Es tu culpa, no
la mía!”
“Buena mujer, haga usted el favor de recordar que yo no
puse a Pedrito en el trono,” dijo Tito Gen. “Ni te di a ti permiso para entrar
en nuestro mundo. Y deje de señalarme con
el dedo. Es de mala educación.”
“¿Sí?” dijo Pedrito, sacando la cabeza de entre los
plataneros al oír mención de su nombre.
“¡Tú no te metas en esto!” le gritó Mari. “¡Vuelve a
nuestra casa!”
Así que ya se había adueñado Mari de la casita del
jardinero.
“¿Por qué estás aquí, Mari?” pregunté.
Me contestó Tito Gen.
“Porque está teniendo problemas, tal y cómo predije.”
“¡Tú! ¡Tú nos has maldecido a todos, hombre del demonio!”
le gritó Mari al tito.
“Lo que hay que aguantar,” suspiró el tito suavemente. Y a mí
me dijo, “¿Ves por qué nunca es buena idea involucrarse en los asuntos de los
mortales? Lamento el día en que Alpin y tú os entrometisteis en su red de interminables
peleas.”
“Sólo queríamos ayudar,” dije yo, intentando disculparme.
“Y todavía te están exigiendo que lo hagas. Te lo van a
exigir siempre. ¿No ves que nada funciona con esta gente y que nunca se culpan
a si mismos de lo que va mal? Siempre será tu culpa. Sólo porque existes. La
contienda es perpetua entre esta gente.”
“¿Perpetua?”
“A veces termina para algunos cuando mueren y se convierten
en fantasmas. La mayoría de esta gente mejora cuando muere. Ven las cosas de
otra manera y se olvidan de sus ridículas trifulcas. Pero hay algunos que no,
no se olvidan, y siguen intentando controlar a los demás mortales. Y me da que
Mari va a ser de estos últimos cuando pase a mejor vida. Eso podría haber
ocurrido ayer si nuestra gente no la hubiese socorrido.”
“Me doy cuenta de que no está muerta. No parece un
fantasma.”
“No, lo que parece es una víbora alterada. Está aquí porque
la han desbancado. Pero su desbancador también ha sido desbancado. Y ahora está
a punto de retornar hecho un energúmeno,
pero al revés. Y aquí es donde entras tú.”
A Mari le había ocurrido lo que Tito Gen me había dicho una
vez que tarde o temprano le sucedería. La habían largado del trono de Sherbanania.
A punto de ser fusilada por sus enemigos, había logrado llegar hasta la entrada
del castañar, donde espíritus amables la habían estirado para dentro y la
habían depositado en el jardín tropical de Mamá, pues pensaban que esa era zona
reservada para gobernantes depuestos de Sherbanania. Pero Mari no tenia amnesia
como Pedrito. Se acordaba perfectamente de lo que la había pasado y estaba muy
resentida y quería deponer a su deponedor. Y culpaba a Tito Gen por no haber
hecho las cosas mejor cuando la instauró como líder de su pueblo.
“¡Te lo llevaste y dijiste que te ocuparías de él! ¿Qué
clase de ayuda fue esa?”
Tito Gen sacudió la cabeza exasperado.
“Tal y cómo yo lo recuerdo estaban a punto de clavarle una
estaca en el corazón cuando me pediste que le rescatase. Y lo hice, y también
he intentado hacer de él una buena persona. Mira lo bien que les va a tus otros
hijos.”
“Eso no es merito tuyo. Esos son niños buenos. Pero tú no
has transformado a mi niño difícil. No es mejor por haberte conocido.”
“En un sapo le tenía que haber transformado. Pero respeto a
los sapos. ¿Tendría que haberle hecho una lobotomía?”
“Habláis de Manolus?” pregunté yo.
“¿De quién iba a ser?” suspiró Tito Gen. “Pero ya basta por
hoy. Mañana nos ocuparemos de ese desgraciado.”
Los oídos de Tito Gen se volvieron sordos a las acusaciones virulentas de procrastinar que le lanzaba Mari.
“Hoy vamos a ayudar a a gente
que se deja ayudar. Y que se lo merece. Ese fue mi error, tal y como ayudar a
Mari fue el tuyo. Pero ambos no quisimos hacer daño. No es culpa nuestra que
haya gente a la que no se puede ayudar. Pero hay gente a la que sí se puede, y
allá vamos.”
Y Tito Gen nos hizo desaparecer a los dos de aquel jardín
tropical y aparecimos ante una casa amarilla cuyo exterior, con sus sombrías
gárgolillas acurrucadas en el tejado, me resultaba muy familiar.
“¿Nimbo di Limbo?” pregunté. “¿Es a él a quién vamos a
ayudar.”
“Eso espero. Ya es más que hora de que estos dos se muden a
Isla Manzana,” dijo el tito. “Mi hechizo para ahuyentar a fisgones ha
funcionado todos estos años. Pero no hay razón para que esta gente permanezca
en el mundo de los mortales. Ni en el entremundos. Los parientes mortales de
Gelsemina ya se han convertido todos en fantasmas. Y si alguno de estos
fantasmas frecuenta esta casa, que se venga con nosotros también. No han dado
lata alguna.”
Desayunamos por segunda vez, esta vez roscón de reyes y
chocolate, con Nimbo y su madre, que estaban encantados de vernos. Y Tito Gen
nos explicó por qué él y yo estábamos ahí.
“Di que ya no nos guardas rencor a las hadas, Geli,” dijo
Tito Gen. “Ya has visto que hay gente buena entre las hadas, seres que en nada
se parecen a tus secuestradores. Esos siguen rondando por aquí fuera, entre los
mundos. Nada tienen que ver con el bienestar
de Isla Manzana. No, no pienses en los cotillas. Las malas lenguas no
viven en la isla. Largarán aquí fuera, pero no por mucho tiempo. Mi mujer está
muy segura de que la quiero, y a mi me importa un bledo que hablen mal de mí,
estoy acostumbrado. Y a ti debería importarte todavía menos. Has estado
encerrada siglos. Mereces poder salir de casa y pasear por la playa, bailar en
los círculos de hadas y hacer amigos. Los isleños todos tenemos nuestras
particularidades, pero en común tenemos la tolerancia. Sólo darás que hablar
por tu bondad. Bien, pues puedo hacer una de dos cosas para vosotros. Puedo
ayudaros a reclamar vuestras casas ideales o puedo transportar esta casa hasta
la isla, si preferís seguir viviendo en ella. Ocurrirá en un abrir y cerrar de
ojos y llegará la casa en el mismo estado en el que se halla. No se romperá
ninguna de tus figuritas, Gelsemina. Si queréis que se pinte o se modernice vuestro hogar,
tengo un equipo que es el mejor que hay. ¿Qué va a ser? Di que vendrás, Geli,
por ti y por tu hijo.”
Y Gelsemina dijo que iría con su casa actual. Y sentimos
que la casa se alzaba en el aire y que volvía a caer, rectísima. Y hecho
estaba. Estábamos en Isla Manzana, junto al Auditorio. Así de fácil. Y Tito Gen
estaba sonriendo. De tal manera que se parecía a mi madre, y por eso estaba
guapísimo.
“Bien, pues hay otra razón por la que os he traído aquí,”
dijo el tito. “Arley se ha hecho amigo de un niño murciélago que nació en un
campanario veneciano y ha vivido ahí durante los dos añitos que tiene. Sus
padres no son capaces de atenderle como es debido, y Arley le ha montado un
apartamento en el ático del palacio de mi hermana. Ahora mismo está jugando al
tenis con Oberón, pero pasa la mayoría de su tiempo persiguiendo a Arley. Arley
va a participar en una operación peligrosa mañana y no conviene que ese niño le
esté persiguiendo. Si todo va bien, el lío ese se habrá resuelto en un periquete.
Pero mientras estemos en ello, os agradeceríamos que os ocupaseis de entretener
al murcielaguito. Canta opera como todo un divo, así que sugiero que lo llevéis
al auditorio. Lo único que te pido es que no le dejes sólo ni un minuto, Nimbo.
No quiero que piense que le han vuelto a abandonar. Tu madre sabe muy bien lo
que le puede pasar a los niños que vagan por el mundo solos.”
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