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sábado, 9 de diciembre de 2023

273. El anillo y el pelícano

273. El anillo y el pelícano

La misión era relativamente sencilla. Manolus, que había sido devuelto al mundo de los mortales, había logrado regresar a Sherbanania a pesar de haber sido depositado en la Cochinchina. Atacó físicamente a su madre, haciendo que rodase por las escaleras del parlamento él solito, sin ayuda alguna, y al verla caer, y escucharle proclamarse rey, la oposición a Mari se envalentonó y tumbó a madre e hijo. Ambos huyeron al castañar, donde Mari se puso a cacarear como una gallina. Si logró que la escuchase Alpin o no, es algo que todavía ignoramos. Pero unos Hojitas la socorrieron, y con la ayuda de un viento,  la llevaron hasta Pedrito. Él no la recordaba, pero Mamá estaba en el jardín tropical que el monarca depuesto cuidaba y simpatizó con Mari, permitiéndola quedarse ahí con su jardinero. Manolus no fue socorrido por nadie. Como conocía el mundo de las hadas mejor que su madre, no se detuvo ni por un segundo al llegar al castañar, y penetró profundamente en el Bosque Triturado. En algún momento debió tropezar con Jarjobolim, un espíritu de gran tamaño y fuerza, pero muy pocas luces, del que se decía que si pusiesen el poco cerebro que tenía en el cráneo de una mariposa, todavía podría traquetear.  Sin dudarlo un segundo, Manolus entró en él por la nariz, y situó su propio cerebro en el casi vacío cráneo del espíritu, convirtiéndose así en un ser formidable, enorme y malvado.

“Hay que arrancarle el espíritu que le cubre,” dijo mi tío Gentillluvia. “Y hay que hacerlo antes de siete días, pues este imbécil insignificante ha logrado, debido a esta fusión, atraer la atención de un miembro de la Asociación de Villanos Empedernidos, que piensa presentar a este engendro a sus compañeros en la Asamblea Anual de su asociación, que se celebrará en esa fecha. Si aceptan a Manolus como miembro, el niñato este podrá conseguir el apoyo que necesita para liarla parda donde se le antoje. No pienso devolver a Mari a Sherbanania, pero tampoco quiero visitar al nuevo Manolus sobre esa gente. Vamos a retirar al nene y a su madre y acabar así con los Sherbanianos que han entrado en contacto con nosotros. Al no quedar ninguno ahí fuera, podrán los locales seguir con sus vidas sin que sea necesaria nuestra intervención.”

“¿Cómo se arranca un espíritu encubridor?” pregunté yo, que antes ni sabía que algo como esta fusión pudiese existir. “No bastará con decirle a Jarjobolem que se largue, digo yo.”



“No. Ni ordenárselo. Pero tampoco vamos a desollar a Manolus, que tan brutos no somos,” dijo mi tío. Sacó de un bolsillo un anillo de oro con un gran piedra de jaspe rojo y me dijo, “Vamos a meter al botarate de Jarjobolem aquí, y dejar al niñato ese al descubierto. Entonces mi gente se abalanzará sobre el impresentable ese y se lo llevará al infierno, que es lo que nos viene pidiendo desde el principio. Se acabó tomarnos el pelo.  Sí, al infierno, que estoy hasta las narices del crío del demonio ese. A ver si ponemos fin al asunto Sherbanano de una vez por todas.”

“¿Y yo que tengo que hacer?”

“Meter a Jarjobolim en el anillo. Es muy sencillo. Tú, pasando desapercibido, te colocas detrás del hibrido, apuntas a su nuca con el anillo, y el anillo hará lo demás. Absorberá a Jarjobolim, que quedará atrapado ahí dentro. Y entonces nosotros nos tiramos a la yugular del mierdecilla ese que va a haber quedado al descubierto.”

Sonaba tan fácil que yo me preguntaba porque tenía que hacer esto yo. ¿Sería sólo que el tito quería ayudarme por aquello de que me había quedado sin empleo?

“Dijiste que sería peligroso.”

“Lo es, pero no lo va a ser, porque si algo va mal, entramos nosotros. No vamos a dejar que a ti te pase nada, metamos el ruido que metamos. Necesitamos que hagas tú esto porque queremos pasar desapercibidos. Si nos tiramos veinte o treinta al monstruo, alguien se percatará y tendremos otro escandalito. Nos volverán a acusar de injerencia en asuntos de humanos. Si podemos evitar un lío, eso haremos. Pero si tenemos que entrar a tu rescate, cuenta con que la liaremos parda si hace falta.”

“La verdad es que ni me acuerdo de que aspecto tenía Manolus. ¿Tienes una foto?”


“Es el de Jarjobolim el que vas a ver. De ese sí que no te acordarás. Le viste en forma de manzana entre muchas otras, ahí en el huerto del Puca. Era la más grande de las manzanitas hechizadas, pero no creo que te hayas fijado en ella. Y luego le viste tumbado en el suelo, dormido, esperando despertar ya en su forma habitual, junto a otros espíritus, pero no creo que lo recuerdes tampoco.”

“Pues no. Sé que pasó todo eso, pero no recuerdo los detalles.  ¿Cómo le reconoceré?”

“Es grande, pero pequeño. Estará solo aunque no esté solo. Créeme, sabrás quién es  aunque sea por detrás. Es un sinvergüenza y se va a notar.” 

“O sea, ¿apuntó con el anillo al primer sinvergüenza que encuentre?”

“Pues sí. Juegas con tres ventajas. Te has movido antes entre mortales, y a ti no te va a reconocer él para nada. A nosotros nos tiene muy vistos, pues nos ha dado más lata que un calderero. Te vamos a colocar en el mismísimo lugar del hecho. La pega es que tienes que acercarte. Por detrás. De frente se defendería. Tú eres siempre muy sigiloso, tercera ventaja. Lo harás bien.”

La verdad es que no soy ningún tipo arrogante. No en vano es mi animal totémico la liebre. Pasa desapercibida en la hierba hasta que de pronto da un salto y vuelve a desaparecer. No, no soy un león ni un tigre, ni tampoco un águila. Pero si al tito le servía una liebre, estaba listo para servir.

“Oye, coge un abrigo,” me aconsejo Tito Gen, “que aquí hace un día estupendo, pero vamos a un lugar del mundo mortal en el que hace un frío del grajo andando bajo.”

Y yo chasqueé mis dedos y apareció el más calentito de mis abrigos.

“¿Alguna pega que debería conocer?”

“El anillo no funciona si tú te haces invisible. Y tampoco te veríamos para poder ayudarte. Así que por detrás, y procura no ser percibido. Evitaremos escándalos.”

“Entiendo.”

Metí el anillo en mi bolsillo, pero luego lo volví a sacar y me lo puse en el dedo, porque la verdad era que no había vaciado los bolsillos de ese abrigo desde que volví del frío del Alto Norte. Si dejaba el anillo ahí, igual no lo encontraba tan rápidamente como lo podría necesitar. El anillo se encogió para hallarse seguro en mi dedo y Tito Gen me preguntó si yo estaba listo. Asentí, y nos transportó a una ciudad muy poblada. O por lo menos lo era su zona centro, que sin duda era el lugar en el que estábamos. Siguiendo las instrucciones del tito, me uní a una muchedumbre que avanzaba por una acera. Anduve unos cuatro minutos, intentando ver todo lo que me rodeaba sin que se notase que estaba mirando. De pronto vi caer a una persona. La apartaron algunos transeúntes para poder seguir caminando sin pisarla. Dejaron al anciano que habían recogido sentado en un banco que había frente a un supermercado Yo quería acercarme para asistir a esa persona, pero sabía que tenía que seguir avanzando. Y cuando vi caer a otra persona por las escaleras del metro, me di cuenta de que había un tipo que avanzaba poniéndole la zancadilla a cierta gente. Sí, dejaba pasar unas veinte personas, y tumbaba a la que hacía el número veintiuno. No miraba ni a su derecha ni a su izquierda, sólo avanzaba, y cuando tocaba, sacaba el pie y fastidiaba a la persona de turno. Decidí esperar a que estuviese concentrado en atacar a su siguiente víctima. Era un tipo grande. Yo no le llegaba al cuello, pero tras conseguir ponerme justo detrás de él, alcé la mano para apuntar a su nuca.  Y de pronto el tío se volvió. Tenía que haberme visto por el rabillo del ojo. Y casi me agarra, pero yo soy muy rápido. Di un salto para atrás a la vez que le lancé a los ojos el contenido de mi bolsillo con la otra mano. Y algo que yo no esperaba sucedió. Sé lo tragó un pelícano.


Me refiero al pelícano de madera que mi abuelo del norte había tallado, y que yo me había metido en el bolsillo cuando me lo dio al despedirse de mí. Ni me acordaba que seguía en mi bolsillo. Y es raro que estuviese ahí, porque yo soy bastante ordenado y suelo vaciar mis bolsillos y poner todo en su sitio y adecentar mis chaquetas y abrigos antes de colgarlos.

 El pelícano no había crecido. Seguía siendo enano. Simplemente había abierto la boca y sorbido entera a la criatura que tenía ante mí. Sí, a Manolus también. Y volvió a mi mano sin que dejásemos de avanzar entre la muchedumbre. Y de pronto algo me hizo desaparecer y aparecer en un lugar en el que nunca había estado. Me encontraba en la cafetería de un edificio de muchas plantas, rodeado de gente. Había más  gente detrás de los que me rodeaban, todos con bolas de cristal volando ante ellos,  y esos de atrás empezaron a aplaudir, y Tito Gen se abrió paso y llegó hasta mí y dijo, “¡Fenomenal, Arley! ¡Has estado brillante! Dos memos con un pájaro. Dame el pajarito ese.”

Yo le entregué el pelícano, pero le dije que me lo había regalado mi abuelo paterno y que cuando sacasen de dentro de él a Manolus y Jarjobolim, me gustaría que me lo devolviesen. Si antes no le había prestado mucha atención, ahora lo valoraba muchísimo.

“Ten también el anillo,” le dije al tito, “te lo devuelvo.”

“Te lo puedes quedar. Ya sabes para lo que sirve.  Ah, mi padrastro, sí que talla cosas maravillosas. Pero las regala sin dar explicaciones ni instrucciones. Es tan parco en palabras. Menos mal que saben funcionar por su cuenta.  Claro que devolveremos la talla. Ojo con el pelícano este, que lo queremos de vuelta,” le dijo Tito Gen al individuo que se lo llevó para sacar de su pico a nuestros objetivos. “Pues una cosa ha quedado hecha aquí hoy,” añadió volviéndose a mí, “y estos se ocuparán de mandar a esos bobos al lugar que les corresponde. Tú y yo ya nos podemos ir. ¡Venga, vamos! ¡Al bazar de Navidad de mis padrinos!”

“¿Generosos y Dadivosa?”

“Sí, toma,” me contestó, dándome un fajo de billetes de dinero mortal. “Esto no es tu paga. A ti te pagaremos por lo de hoy el día veintiuno. Esto es para que te lo gastes todo en el bazar. Compra lo que quieras y quédatelo todo, pero gasta el dinero. Mis padrinos te  agradecerán que hagas gasto en su rastrillo. Tomaremos algo allí, siempre venden emparedados y galletas y té. Recuerda que estaremos entre toda clase de gente, muchos serán extramundos o incluso mortales. Para gente de esa son los beneficios. Procura pasar desapercibido. Lo has hecho muy bien antes. Es que el híbrido vio tu reflejo en la pantalla de un cajero y se giró cuando alzaste el brazo. Pero no hizo falta que nos manifestásemos. Lo solucionaste tú mismo.”

“En realidad no sabía lo que estaba haciendo cuando le tiré las cosas de mi bolsillo a los ojos a ese. O esos.”

“Pero lo hiciste. Se llama instinto. De no tener el pájaro, por lo menos habrías ganado tiempo. Un par de segundos necesitábamos para rescatarte. Fuiste más rápido que nosotros, y no hizo falta que interviniésemos.”   

“Sois buenos conmigo.”

“No, no fue la suerte del principiante. Si es que así funcionamos todos. Por eso esta profesión es de riesgo.”


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