275. El suntuoso don de la danza
“Se me critica mucho por estar – aparentar
estar, en realidad – todo el día jugando al golf. Pero yo sólo hago lo que
permito hacer a los demás. ¿Acaso hay alguien en la isla que no pueda pasar
cada segundo, minuto y hora de la eternidad retozando si lo desea? Contesta.”
“No, abuelo, no lo hay. No que yo sepa. Tú
animas a la gente a divertirse.”
“¿Prohíbo yo que trabaje el tonto que se
empeñe en hacerlo?”
“Que yo sepa no. No lo prohíbes.”
“¿Entonces por qué tengo que estar aquí yo en
vez de haciendo lo que me da la gana? Porque estoy aquí. ¿O no?”
“Estás aquí. Y amargado por tener que estarlo, con perdón. No te ofendas. Estas preguntas me las puedes hacer en cualquier parte. ¿Por qué estamos en
esta ratonera?”
“¿La encuentras desapacible? ¿Inquietante?
¿Tenebrosa? ¿Cómo tu abuela?¿Te parece un lugar siniestro este al que te he
traído?”
Miré a mi alrededor. En la entrada había algo
de polvo, y me había hecho estornudar. Pero dentro, al fondo, además de unos
sofás de cuero hasta había un par de lámparas Tiffany.
“No, creo que no. Y la abuela tampoco me
parece peligrosa. Si es un encanto. No parece ser muy efectiva. Da la impresión de no estar haciendo nunca nada. Pero eso puede ser sólo una impresión. No sé. Yo la encuentro muy mona y algo desvalida. Parece inocua. Pero no entiendo que hacemos aquí. ¿Es porque tienes miedo a la abuela?”
“Esa sabe exactamente lo que hacer para ponerme de los nervios. Mira, Arley, si esa puede estar sin hacer nada todo el día es porque yo lo hago todo. ¿Y sabes porque lo hago todo? Porque no me fio un pelo de que ella haga nada. ¿Tú sabes esas amas de casa que lo hacen todo porque cuidan de una recua de vagos que no saben ni ir a por un vaso de agua y lo dejan todo tirado por toda la casa? ¿Y ellas lo recogen todo porque saben que si no, ahí se queda? Pues ese soy yo. Sí, esa pobre mujer soy yo. Dirás que nunca me has visto pasar un trapo. Pero soy yo el que les dice a los que limpian que hay que pasar la bayeta. Bueno, no. No lo digo, porque la gente que yo contrato sabe hacerlo todo muy bien. No hace falta perseguirles. Es que yo sé a quién contratar. A los que no se enteran de que el trabajo es una maldición, nieto. A esos hay que contratar. Pero yo estoy fijándome en todo siempre. Aunque parezca que sólo juego al golf. Ya ves. Y si no ves, ya verás. Cualquier día de estos. Un día de estos va a enterarte de lo que valgo."
"Nunca he dudado de que impones, Abuelo. No entiendo por qué haces las cosas como las haces, pero sé que estás en ello."
"¿Sabes que el Ratón Pérez tiene ratoneras en
todos los sitios a los que va? Si no tiene una o más ratoneras en un sitio, no
va a ese sitio hasta que le hayan construido un par de ratoneras. Luego, cuando se va de donde sea, las manda tapar. A mí me
pidió permiso para que le construyesen unas aquí antes de venir. Es mi
edificio. Ya lo he dicho antes.”
“Sí, eso dijiste. Yo te oí decirlo. ¿Es por
seguridad? ¿Lo del ratón y lo nuestro?”
“Lo de él sí. Lo nuestro es porque me da la
gana. No me gustan los sitios abarrotados. Donde hay mucha gente, aumentan las posibilidades de que haya algún loco. No me gusta que me exhiban para
disfrute de gente posiblemente fuera de sus cabales. ¿Sabes que todos creen que yo soy muy
grande pero soy mucho más feliz siendo pequeño?”
Era cierto que la gente que conocía al abuelo
por primera vez esperaba ver a alguien mucho más imponente. Un gigante, un
titán. Así que debía de ser verdad que
prefería parecer una persona corriente, porque casi siempre lo parecía. Ahora
el abuelo también se había encogido, no sólo me había encogido a mí, para que
cupiésemos en la ratonera.
“Si tú lo dices… sí, debe ser más cómodo.”
“Mira, nieto, si te empeñas en sentirte útil,
hay mejores maneras de serlo. Tú no necesitas andar por las calles repartiendo
palos.”
“¿Palos? Yo no he pegado a nadie.”
Ahora sí que no entendía nada.
“¿Le lanzaste cosas a los ojos al espíritu
lerdo o no?”
“¡Ah! Creo que le tiré un kleenex usado y
puede que el envoltorio de una chocolatina. Soy alérgico, por eso el kleenex, y
sólo tiro envoltorios a las papeleras. Si no hay una a mano, me guardo el envoltorio hasta que encuentre
una.”
“Ya. Y le lanzaste un pajarraco endemoniado al
lerdo ese.”
“Pues también. Lo que tenía en el bolsillo.
Sí soy culpable de eso. Pero es que me iba a atacar.”
“Aquí no nos metemos con los espíritus
cortos. Antes, coronábamos a los simples con margaritas para que todos supiesen
que no había que hacerles daño ni abusar de ellos. Sólo conocían la felicidad.
Todos les trataban bien. No hacía falta que tuviesen guardianes. Cuidábamos de
ellos entre todos. Ahora sí que necesitan protectores, porque cuando cruzan la
frontera les puede pasar lo que sea. Antes no salían. Pero como ahora pueden
hacer de todo, pues pueden acabar mal. Y para colmo, eso se considera culpa
nuestra.”
“Iba a atacarme, abuelo. No sé si él o si el
mortal que llevaba dentro. No te enfades porque haya usado el pájaro de madera
de mi otro abuelo. No tenía a mano otra cosa. Fue lo primero que se me ocurrió,
y yo no sabía que eso funcionaría como funcionó. En serio, ni siquiera sabía
eso. ”
“Excelso sí lo sabía. Por eso te dio la talla
esa. Pero no te explicó de qué iba porque él también sabía que no iba a hacer
falta dar explicaciones. Ese no habla si no es necesario.”
“Pero no te enfades por eso.”
“Antes de que él lo sepa todo, lo sé yo. A mí
la información me llega de primera mano. Me llega del suegro de ese hombre que
dice ser tu tío y que te ha puesto a repartir palos por la calle.”
“¿Belvedere? ¿El Memorión?”
“Ese señor es mi memoria. ¿Tú quieres
trabajar con ese pero para mí? Vamos a renovar la plantilla. Algunos ya están
muy quemados.”
“Pues no lo sé, Abuelo. ¿Por qué están
quemados?”
“Ese trabajo es estresante y absorbente. Pero
mucho más elegante que pegarse con monstruos en persona. Más intelectual. De
auténtica élite. Trabajarías con
Anatolia y sus hermanas. La hija de
Anatolia, Camelia, sustituye a su madre en ocasiones, para que su madre pueda
descansar. Ella te enseñaría el oficio. Son cuatro las observadoras, pero
tienen sus equipos. Supongo que lo sabes. Anatolia prevé todo lo que puede
llegar a suceder en el este, Dacia en el sur,
Polarisa en el norte y Zeferina en el oeste. Se lo cuentan todo a su hermano, el Memorión,
que me lo cuenta a mí, y yo tomo las decisiones pertinentes. Esto sí que va a
pasar y aquello de ningún modo. Y luego, si lo estimo oportuno, le doy órdenes
al impertinente ese que dice ser tu tío y a su gente y ellos intentan que no
llegue a dárselas porque tienen que hacer lo que les digo, les fastidie o no. Para
eso sirvo yo, para tomar esas decisiones.”
“No tenía ni idea,” dije yo.
“Porque nunca me has visto darle órdenes a
nadie. Vas a aprender mucho. Más de lo que querrás saber. Y no podrás
contárselo a nadie. Bueno, a los demás Mnemosinos sí. Sólo podrás confiar en
ellos. Son una comunidad muy cerrada. Cuando conectan, conectan, y cuando toca
desconectar, tienen que desconectar. Este trabajo no debe llevarse a casa. Y no
vas a ser tú él que decida que se va a permitir que suceda y que no. No es
responsabilidad tuya. En realidad yo lo
sé todo de siempre. Pero necesito que me recuerden lo que importa cuando
importa, que es muy cansado anda recordando tonterías sin importancia todo el
rato. Algunas cosas las saben esos con milenios de antelación, otras con
siglos. Una semana es el mínimo que necesitamos para parar lo que tengamos que
parar fácilmente. Algunas cosas no se podrán parar, aunque te desgarren el
corazón. Mira, Arley, al final, todo queda en su sitio. ¿Ese tal Manolus al que
el tonto que dice ser tu tío ha intentado ayudar para agradarte? Pues si tú tío
no hubiese metido la pata hasta la ingle en asuntos de mortales, ese crío ya de
entrada hubiese acabado con una estaca clavada en el corazón y estaría ardiendo
en el infierno exactamente igual que lo está ahora. Sí, sin haber dado toda la
lata que ha dado. Y no tendríamos que haberle cazado vivo. Sería un fantasma de
mierda, que es lo que acabará siendo en cuanto le toque las narices a los demos
y lo que hubiese sido desde el principio por tocárselas a los mortales. Te vas
a compadecer de los mortales, porque eres sensible y bueno, pero los mortales
decentes tienen dos caminos para llegar a ser felices. Pueden esperar a morir e
irse a cualquiera de los paraísos que antecesores suyos han creado para
espíritus que se merecen la entrada a un lugar mejor o pueden encontrarnos a
nosotros, desandando lo que anduvieron sus antepasados para alejarse de nosotros.
Mira la niña esa amiguita tuya.”
“¿Betabél?”
“No, hombre, no. A esa, que es nuestra, no la
ha bastado con su rebaño y su santuario y se ha ido a buscar más en el mundo
fronterizo. Si no halla lo que busca, volverá. Me refiero a la niña esa que
quiere entrevistarme. La fisgona que era humana.”
“¿Pati Intrépida?”
Yo no me podía creer que el abuelo hubiese
reparado en Pati.
“Sí, esa. No voy a dejar que me entreviste.
Pero puedo ofrecerla mejor trabajo que andar pateando la calle olfateando
basura. No me mires así. Es lo que hace, buscar porquería para esparcirla. Sí,
ya sé que se trata de información. Pero hay información e información. Puedes
traerte a esa niña si quieres, cuando vengas a trabajar para mí en enero.”
“Si lo sabes todo, ya sabrás si lo voy a
hacer o no. ¿Pero que le diré a Tito Gen?”
“Ese estará encantado. ¿No ves que vas a
trabajar con su mujer? Serás un Mnemosino más, como toda su familia política.
Bueno, menos las casamenteras. A esas hay que echarlas de comer aparte. Y ahora
escucha. No, no a mí. A los ruidos de fondo. Entran por la apertura del
agujero. Tenemos que volver. Han llegado los músicos.”
Se oían ruidos como de una orquesta afinando.
El abuelo y yo aparecimos de nuevo en el bazar, con nuestro tamaño habitual.
“Gracias, Pérez,” le dijo el abuelo al Ratón.
Vi como los Testa de Violín comenzaron a traspasar una feísima cortina que había en medio de una plataforma hasta aparecer del todo ante nosotros.
Se oyeron unos pocos aplausos y Generoso hizo de presentador y anunció que el primer violín lo tocaría Osmunda “Ossi” Testaviolín.
El segundo lo tocaría su famoso marido, Fidelio “Testaconfusa” Testaviolín, fundador de la banda.
El tercer violín lo iba a tocar la hija de ambos, Marcilea, “Marci” para los amigos.
El marido de esta última, Cuerno de Alce Pataconejo, tocaría el violoncelo sin manos y también se ocuparía de tocar una especie de timbales.
El quinto miembro del grupo era Polipodio
Testaviolín, el fantasma de un osito encargado de hacer sonar unos platillos de
choque. Se oyeron más aplausos y el quinteto inició su concierto con una rendición muy animada de Frosty, el hombre de nieve.
“No soy un mono de feria. Como venga tu
abuela a sacarme a bailar te lanzaré a la pista de baile,” dijo mi abuelo. “Eso
me dará tiempo a escaquearme.”
No hizo más que decirlo y yo vi a la abuela
revoloteando y flotando delicadamente hacia nosotros, con una pícara sonrisa en
el rostro. ¡Qué mona estaba! Sentí un empujón, y grité, “¡Abuelo, si no sé me
da!”
“Pues yo te enseño.”
Y se me dio, vaya que sí se me dio. Conmigo de
puntillas en medio de la pista, el quinteto remató Vi Tres Barcos y sin detenerse un segundo comenzó a tocar El
Señor de la Danza, probablemente en honor al abuelo, que todos creían que
iba a salir a bailar. Pero fui yo el que bailé. ¡ Yo! Con tal ímpetu que la gente se apartó
de mi camino y quedé sólo en la pista, girando como una peonza y zapateando de
modo tal que dejé a Michael Flatley sin su título.
“¡Uy!¿Pero es Arley?” escuché decir a mi
madre muy asombrada. “¿Baila así de bien?”
“¡Tonta, ha sido tu padre! Le ha otorgado el
don,” murmuró el mío.
Yo era tan bueno que hasta el abuelo se quedó sorprendido. Se olvidó de huir y se quedó contemplando lo buena que era su obra.
“¡AEterno,
pides que te maten!” siseó mi abuela, todavía muy mona, pero ahora con ojos de
serpiente que hipnotiza.
“¿Por qué?” respondió el abuelo como si no hubiese roto un plato. “¿Por enseñar a mi nieto a bailar? Ahora tendrá el don siempre. No hacéis más que criticar.”
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